Con pleno respeto a la persona humana, a sus creencias y sensibilidades, nosotros los cristianos debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre, porque: «lo que hemos visto y oído, no lo podemos callar» (Hechos 4, 20)
El don de la fe proviene de lo Alto, sin mérito por nuestra parte. Por eso, decimos con san Pablo: «No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1, 16). Los mártires cristianos de todas las épocas —también los de la nuestra— han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante todos los seres humanos esta fe, convencidos de que cada hombre y mujer tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y nos ha reconciliado con Dios.
La Iglesia ofrece a los hombres y mujeres del mundo el Evangelio, él cual responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre “Buena Nueva”. La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús, vi no a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres y mujeres que abrieran el corazón a su amor.
Ala pregunta ¿Para qué la misión? respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dioses la verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravio, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente "nuestra paz" (Ef 2, 14), y «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14), dando sentido y alegría a nuestra vida. La misión es un asunto de fe: la misión es el indicador de nuestra fe en Cristo y de cuanto reconocemos su amor por nosotros.
La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una «gradual secularización de la salvación», debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del ser humano, pero de un ser humano a medias, reducido a la mera dimensión horizontal, En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al ser humano entero, abriéndole a los admirables horizontes de la filiación divina.
¿Por qué la misión? Porque a nosotros, como a san Pablo, «se nos ha concedido la gracia de anunciar a todos los pueblos Las inescrutables riquezas de Cristo» (Ef 3, 8). La novedad de vida en él es la «Buena Nueva» para el hombre y mujer de todo tiempo: a ella han sido llamados y destinados todos los hombres y mujeres. De hecho, todos La buscan, aunque a veces de manera confusa, y tienen el derecho a conocer el valor de este don y la posibilidad de alcanzarlo. La Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres y mujeres.
He ahí por qué La misión, pues además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de La vida de Dios en nosotros. Quienes hemos sido incorporados a La Iglesia hemos de considerarnos privilegiados y, por ello, mayormente comprometidos en testimoniar La fe y la vida cristiana como servido a los hermanos y hermanas y respuesta debida a Dios.
P. Jafet Peytrequín, Dir. Nacional OMP-Costa Rica
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