El Fondo Universal de Solidaridad tiene sus raíces en el comportamiento de la primera comunidad cristiana tal y como se mencionada en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. No había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad» (Hechos 4, 32,34-35).
Los primeros cristianos habían dado vida a formas específicas de compromiso tanto con los pobres como con la misión; la comunidad de Jerusalén se había dotado tanto de una estructura caritativa, que dependía primero de los doce apóstoles y luego de los diáconos, como de un fondo solidario, resultado de las ofrendas gratuitas y de las contribuciones libres de la venta de propiedades.
Estas colectas, iniciadas por San Pablo y realizadas con una finalidad caritativa, tenían al mismo tiempo un objetivo pastoral: la unidad de fe y amor entre los cristianos.
Fue esta misma preocupación la que impulsó a Pauline Jaricot a reunir a sus amigos para dedicarse a la oración y la colecta de fondos para las misiones.
La Cooperación Misionera Pontificia y la solidaridad entre las Iglesias