La misión de la Iglesia y la misión de Cristo
(Beato Paolo Manna)
La conciencia misionera de la Iglesia
De las Sagradas Escrituras
«Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?”. Les dijo: “No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”». (Hch 1,6-8)
«El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9,16)
Del Magisterio de la Iglesia
«La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente». (Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad Gentes,10)
«Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: «¡Ay de mí si no evangelizare!» (1 Co 9,16), y sigue incesantemente enviando evangelizadores, mientras no estén plenamente establecidas las Iglesias recién fundadas y ellas, a su vez, continúen la obra evangelizadora». (Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, 17)
«La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: “Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades”, se aplican con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: “Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!” [...] Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa». (Pablo VI, Exhortación Apostólica acerca de la evangelización en el mundo contemporáneo, Evangelii Nuntiandi, 14)
«Pensamos que es deber de la Iglesia ahora ahondar en la conciencia que ella tiene que tener de sí, en el tesoro de verdad del que es heredera y custodia y en la misión que ella debe ejercitar en el mundo». (Pablo VI, Carta Encíclica, Ecclesiam Suam, 7)
«La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cf. Act 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con “toda libertad”». (Juan Pablo II, Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero, Redemptoris Missio, 24)
De los escritos del B. Paolo Manna
«Desde el día en que los Apóstoles, llenos del Espíritu de celo, salieron del cenáculo y anunciaron a Jerusalén las palabras de la vida eterna, la Iglesia, hasta nuestros días, ha tenido en la mira siempre su meta con una constancia desconocida para las instituciones humanas, prueba así luminosa de su origen celestial. En una palabra, el espíritu apostólico con el que se llenó la sociedad cristiana en su origen se ha perpetuado hasta nuestros días y la Iglesia vive de él». (P. Manna, Operarii autem pauci, La vocazione alle missioni estere, Milán 1960, p. 12)
«La misión que la Iglesia cumple hoy sigue siendo la de Cristo, que prometió estar con sus apóstoles y sus sucesores hasta el final de los tiempos». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p.18)
«La Iglesia siempre ha estado comprometida activamente en ganar nuevos pueblos para la fe verdadera». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p.23)
«Para establecer el Reino de Dios en el mundo, Jesús fundó la Iglesia y creó el Apostolado. El Apostolado debe ser, por tanto, un esfuerzo sabio, ininterrumpido e incansable hacia la consecución de este grande, noble y glorioso fin suyo: hacer reinar a Dios y a su Hijo Jesucristo sobre todos los hombres de la tierra». (P. Manna, Osservazioni sul metodo moderno di evangelizzazione, Bologna 1979, p. 37)
Preguntas para la reflexión
- ¿Cómo participo activamente en la labor misionera y evangelizadora de la Iglesia?
- ¿Con qué frecuencia pido al Espíritu Santo que me ayude y me guíe?
- ¿Cuido mi formación permanente (espiritual, intelectual y moral) para poder hablar con sabiduría de la Iglesia y ser su testigo en el mundo?
ORACIÓN
Gracias, Señor, por la belleza de tu Iglesia, la magnificencia de sus santos, la audacia de los fundadores de órdenes y movimientos religiosos, el celo de los conversos, el celo del clero, la abnegación de los que se comprometen, y por el celo de los misioneros.
Gracias, Señor, por una Iglesia que sigue siendo consciente de la tarea que le has confiado y que, cada día, de diferentes maneras, lleva con valentía el Evangelio al mundo.
Señor, pertenezco a tu Iglesia. Límpiame de pecados y ofensas, para que toda la Iglesia sea más pura y santa. Multiplica la misericordia en cada bautizado, para que la Iglesia dé mejor testimonio de tu amor.
Aumenta en cada uno de nosotros el celo por anunciar el Evangelio, para que la Iglesia conduzca a cada persona al Amor de Dios. Amén.