Diciembre 2021

Meditaciones para sacerdotes

 

SER MEDIADORES ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES ES LA ESENCIA DEL SACERDOCIO. (Beato Paolo Manna)

La tarea fundamental de todo sacerdote: dar a conocer a Jesús

Del Evangelio según san Lucas

«Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros».  (Lc 10,1-6)

Del Magisterio de la Iglesia

«Los presbíteros […] han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino. […] Ejerciendo […] el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu». (Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 28)

«Por consiguiente, el fin que buscan los presbíteros con su ministerio y con su vida es el procurar la gloria de Dios Padre en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres reciben consciente, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo, y la manifiestan en toda su vida. En consecuencia, los presbíteros, ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el sacrificio eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para el bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y a la dirección de los hombres en la vida divina». (Conc. Vat. ii, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum Ordinis, n. 2)

«Y si Cristo puso como nota característica de sus discípulos el amarse mutuamente, ¿qué mayor ni más perfecta caridad podremos mostrar a nuestros hermanos que el procurar sacarlos de las tinieblas de la superstición e iluminarlos con la verdadera fe de Jesucristo?

Este beneficio, no lo dudéis, supera a las demás obras y demostraciones de caridad tanto cuando aventaja el alma al cuerpo, el cielo a la tierra y lo eterno a lo temporal. […] Si ningún fiel cristiano debe tratar de rehuir este deber, ¿podrá desentenderse de él el clero, que participa, por elección y gracia de Nuestro Señor Jesucristo, de su mismo sacerdocio y apostolado? O ¿podréis descuidarlo vosotros, venerables hermanos, que, honrados con la plenitud del sacerdocio, estáis por disposición divina, cada uno en vuestro puesto, al frente de ese mismo clero y pueblo? » (PIO XI, Encíclica sobre la acción misionera, Rerum Ecclesiae, n. 20-24)

De los escritos del B. Paolo Manna

« ¡Somos apóstoles! Los Apóstoles no tenían otros intereses detrás a los que servir, sino que sólo servían a Jesucristo. Somos Apóstoles, y recorremos, a lo largo y ancho, los horizontes divinos, trabajamos generosamente, desinteresadamente, ¡sólo por las almas, sólo por la Iglesia, sólo por el Cielo!». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 12)

«Recuerdo la amarga impresión que sentía en mis frecuentes viajes a las misiones. [...] Mi persona no decía nada a nadie, yo era uno de los muchos europeos... Pero aquellos hombres, aquellas mujeres, aquellos niños me decían a mí un mundo de cosas; me decían que eran criaturas de Dios, con un alma inmortal como la mía… redimidas como yo... también en ellos el Hijo de Dios se había hecho hombre. Y lo ignoraban por completo. Pero decían aún más, decían cosas que nos tocaban personalmente como sacerdotes. Eran las mismas almas que habían orientado nuestras vidas... eran la razón de nuestro sacerdocio, de nuestra vocación. No eran ajenas a nosotros, sino que nos habían sido confiadas por Dios para que las salvásemos…». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 65)

«Da miedo pensar... tantas almas de las que nos pedirán cuentas, y de las que poco nos importa» (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 66)

«En el mundo hay personas más instruidas, más poderosas, más capaces que entre el clero; se hacen obras de asistencia social más grandes que las que nosotros podemos hacer, pero en sí mismas no valen para la vida eterna. Nuestra tarea es salvar almas». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 73)

«El oficio del sacerdote: DAR A JESUCRISTO, darlo a todos, a los malos, a los buenos, a los perfectos, a los grandes y a los pequeños, a los sabios y a los ignorantes. [...] Somos cálices llenos de Jesús, destinados a derramar a Jesús en las almas. Debemos estar llenos para poder derramarlo, debemos impregnarnos del espíritu de la gracia, del amor de Jesucristo, para poder darlo a los demás... ». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 76)

«El sacerdote es un soldado que nunca debe dejar de luchar por la conquista de las almas. Es un pescador de hombres que debe remar al alta mar: [...] para salvar con su red a los que se ahogan en el mar del mundo. Es un segador, y para recoger la cosecha debe saber soportar el peso de la jornada y el calor. Es un ecónomo que debe dar estricta cuenta de su administración. Es un pastor que debe correr por montañas y valles en busca de la oveja perdida. El sacerdote no puede salvarse a sí mismo; su salvación está ligada a la de muchos otros». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 145-146)

Preguntas para la reflexión:

  • ¿Con qué frecuencia rezo por las personas que están bajo mi cuidado pastoral?
  • ¿A qué me dedico más entre estas actividades: a la construcción de una iglesia, a la gestión y dirección de un centro pastoral, al trabajo de oficina, a hablar y conocer a la gente, a rezar por ella?
  • ¿Me siento más como un constructor, un maestro, un conferenciante, un empleado o un sacerdote intermediario entre la gente y Dios?

ORACIÓN

Oh portentoso Señor, que tomaste la forma de siervo y sumo sacerdote, que por el Espíritu Eterno hiciste a Dios un sacrificio sin mancha. Contemplo humildemente mis manos que recibieron la sagrada unción durante la ordenación y que se han convertido en las manos de un sacerdote.

Pongo con confianza mis manos en las tuyas, Jesús, como hizo María en Nazaret; también las confío con amor en las manos de tu Padre, que te confirmó en el río Jordán. Dígnate acogerme y haz que mi ministerio sacerdotal sea signo de la reunión de tu Iglesia.

Permíteme conocer y saber cómo mostrar a mis hermanos la belleza de tu esposa, la Iglesia. Que brille con todo su esplendor en la Eucaristía y desde allí ilumine los caminos de tus discípulos.

Oh Divino Salvador, hoy te pido:

- que renueves mi sacerdocio con el poder del Espíritu Santo,

- que sea siempre humilde y fuerte en mi vocación y misión,

- que crezca en mí la disponibilidad al servicio sagrado,

- que desee ardientemente luchar por la santidad.

Jesús, Sumo Sacerdote, haz que todos vean a través de mi persona y de mi ministerio salvífico el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el único Dios verdadero que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

las personas consagradas

 

NO SE PUEDE SER MISIONERO PERMANECIENDO APEGADOS A LAS COSAS TERRENAS (Beato Paolo Manna)

La dimensión misionera de la pobreza entre las personas consagradas

Del Evangelio según San Mateo

«Se acercó uno a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Él le preguntó: “¿Cuáles?” Jesús le contestó: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. El joven le dijo: “Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?” Jesús le contestó: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme”. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico». (Mt 19,16-22)

Del Magisterio de la Iglesia

« El segundo escollo que debe evitarse [el misionero] con sumo cuidado es el de tener otras miras que no sean las del provecho espiritual. La evidencia de este mal nos ahorra el detenernos mucho en aclararlo. En efecto, a quien está poseído de la codicia le será imposible que procure, como es su deber, mirar únicamente por la gloria divina; imposible que en la obra de la glorificación de Dios y salud de las almas se halle dispuesto a perder sus bienes y aun la misma vida, cuando así lo reclame la caridad. (BENEDETTO XV, Carta apostólica, Maximum Illud, n. 49-50)

«Cultivan con diligencia los religiosos y, si es preciso, expresen con formas nuevas la pobreza voluntaria abrazada por el seguimiento de Cristo, del que, principalmente hoy, constituye un signo muy estimado. Por ella, en efecto, se participa en la pobreza de Cristo, que siendo rico se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza (cfr. 2Co 8,9; Mt 8,20)». (Conc. Vat. II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, Perfectae Caritatis, n. 13)

«La pobreza evangélica es un valor en sí misma, en cuanto evoca la primera de las Bienaventuranzas en la imitación de Cristo pobre. Su primer significado, en efecto, consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. […] Se pide a las personas consagradas, pues, un nuevo y decidido testimonio evangélico de abnegación y de sobriedad, un estilo de vida fraterna». (Giovanni Paolo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Vita Consecrata, n. 90)

De los escritos del B. Paolo Manna

«Toda la vida de Jesús es una lección continua de pobreza, de desapego, de desprecio de todas las cosas de aquí abajo; es lo que nos ha enseñado desde la cátedra de su cuna, desde Nazaret y desde esa más alta de la cruz». (P. Manna, “Il Vincolo”, I [septiembre 1929], n. 2, p. 11)

«Aquellos misioneros que [buscan] de cualquier manera [las cosas que les pertenecen], poco a poco dejan de velar por los intereses de Dios; dejan de ser pastores, se convierten en mercenarios, a los cuales les interesa muy poco [de las ovejas]». (P. Manna, “Il Vincolo”, I [septiembre 1929], n. 2, p. 11)

«No valoremos demasiado el dinero como medio de apostolado. Me gustaría que entendiéramos bien el justo peso de esta palabra demasiado. El Evangelio no avanzará mucho apoyándose en las muletas del dinero, y aunque parezca que progresa, no será un progreso duradero y verdadero». (P. Manna, “Il Vincolo”, I [septiembre 1929], n. 2, p. 12)

«También hoy el Espíritu Santo convierte a las almas con oraciones, con una vida penitente y santa, con el celo de los misioneros. [...] La propaganda basada en el dinero corta las alas del Espíritu Santo y llega donde llegan todos los medios humanos, es decir no muy lejos». (P. Manna, “Il Vincolo”, I [septiembre 1929], n. 2, p. 12)

«Un misionero que tiene reservas y no se da, no quiere entregarse completa y únicamente a Jesús, es un misionero sólo de nombre, y la Iglesia y el Instituto no saben qué hacer con un misionero así». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 109)

« ¿Sois misioneros? Entonces debéis tener este espíritu de desprendimiento de todas las cosas mundanas y según este espíritu debéis regular vuestra vida. Aunque hagáis el voto de pobreza, si no poseéis al espíritu no seréis mejores». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 113)

Preguntas para la reflexión:

  • ¿Los demás, al mirarme, ven en mí sencillez y delicadeza en mis elecciones y en las cosas que uso?
  • En mi apostolado ¿confío más en la oración o en las cosas materiales?
  • ¿Hasta qué punto acepto con sencillez y alegría lo que tengo sin buscar algo más grande, mejor o más cómodo?
  • ¿Tengo apego a las cosas materiales? ¿Podría dar algo ‘mío’ a otra persona sin problemas?

ORACIÓN DE ABANDONO

Padre mío,

me abandono a Ti.

Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco,

estoy dispuesto a todo,

lo acepto todo.

Con tal que Tu voluntad se haga en mí

y en todas tus criaturas,

no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo,

y porque para mí amarte es darme,

entregarme en Tus manos sin medida,

con infinita confianza,

porque Tu eres mi Padre.

Charles de Foucauld

 

los laicos

 

LA COOPERACIÓN EN LA LABOR MISIONERA NO ES SIMPLEMENTE UN “BUEN TRABAJO” QUE PUEDE HACERSE O NO HACERSE. ES UN DEBER DE TODO BAUTIZADO (Beato Paolo Manna)

La cooperación misionera

De la carta a los Efesios

«A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud». (Ef 4,7.11-13)

Del Magisterio de la Iglesia

«Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (cf. Jn 11,52)». (Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 13)

«El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. […] Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad». (Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 31)

«Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles.

Todos los fieles, como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a Él por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud (cf. Ef., 4,13). Por lo cual todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización». (Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad Gentes, n. 35-36)

«En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar». (Papa Francisco, Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, n. 119)

« En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”». (Papa Francisco, Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, n. 120)

De los escritos del B. Paolo Manna

«Solo una Iglesia misionera salvará la fe en el mundo y de tal modo se salvará a sí misma». (P. Manna, “Le missioni cattoliche”, 1948, p. 147)

 «La cooperación de los fieles es un factor esencial en la conversión de los infieles». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p. 200)

«El Papa, los obispos, etc., son los pastores, los gobernantes, los maestros de la Iglesia, pero ellos solos no son toda la Iglesia. Iglesia es una palabra griega que significa asamblea. La Iglesia es la unión de todos los fieles, es toda la cristiandad con sus pastores. Decís bien que el Papa, los obispos han recibido la misión de convertir al mundo. Es correcto, pero aún más correcto es decir que así como el general en jefe y el estado mayor de una nación, que tienen la misión de dirigir la batalla por la conquista de un país, por si solos, sin soldados, no pueden conquistar ningún país, de igual modo, los gobernantes de la Iglesia, sin la ayuda de los fieles, no pueden conquistar el mundo entero para Jesucristo». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p. 201)

«Es una verdad indiscutible que los fieles desempeñan un papel importante, es más, necesario, en el apostolado de la Iglesia, hasta el punto de que, sin su grande, activa y continua colaboración, de poco servirían los esfuerzos y el celo de los obispos y misioneros». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p. 203)

«Cooperar en el apostolado de la Iglesia es una obligación irrenunciable para los católicos, un deber imperativo». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p. 207)

«Ahora les digo a quienes no pueden partir como misioneros: si vuestra India está aquí, ¡que el Señor os bendiga! Pero tened en cuenta que también tenéis deberes para esa India de allí y para con todos los países de los infieles en general. [...] Procurad por todos los medios, y especialmente con la oración y la limosna, facilitar a los misioneros su labor para la conversión de los infieles». (P. Manna, Operarii autem pauci! La vocazione alle missioni estere, Milán 1960, op. cit., p. 262)

«La cooperación [en la labor misionera] no es simplemente un “buen trabajo” que puede hacerse o no hacerse. Es un deber de todo bautizado». (P. Manna, I fedeli per gli infedeli, Milán 1909, p. 25)

Preguntas para la reflexión:

  • ¿Hasta qué punto soy consciente de ser un discípulo misionero?
  • ¿Cómo colaboro en la labor misionera de la Iglesia?
  • ¿Con qué frecuencia le pido al Espíritu Santo que me ayude a dar testimonio de ser un discípulo de Cristo?
  • ¿Dónde está hoy mi “India” como tierra de misión?

ORACIÓN

Señor Jesucristo, que nos has redimido con el precio de Tu santísima sangre, abraza misericordiosamente a la pobre humanidad, todavía inmersa en las tinieblas de la incredulidad. Haz que todos los pueblos brillen con la luz de la verdad. Envía, Señor, a los apóstoles de tu Evangelio, sostén su celo, para que todos los que no conocen a Cristo vean su amor y por medio de ellos entren en el rebaño de Cristo. Sostiene los esfuerzos de todos los misioneros y misioneras, haz que este servicio lleve al conocimiento de la verdad y el amor. Ilumina a los errantes y condúcelos hacia Ti.

Apresúrate, amado Salvador. Da a los misioneros salud, optimismo y fe para que puedan sacar provecho de Tu sacrificio. A los que caen bajo el peso de la cruz, dales fuerza para un servicio dispuesto y generoso. Ayuda a todos los que te proclaman. Que tu Iglesia, gran testigo de tu Redención, crezca a través del esfuerzo de los sacerdotes y de los laicos.

Amén.