Febrero 2022

Meditación para sacerdotes

 

La tarea del sacerdote es luchar contra el mal y salvar las almas
(Beato Paolo Manna)

Identidad y misión sacerdotal: la lucha contra el mal

Del Evangelio según san Juan

«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”». (Jn 20,19-23)

Del Magisterio de la Iglesia

«Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias». (Conc. Vat. ii, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum Ordinis, 18)

«Suscitar en el corazón del hombre la conversión y la penitencia y ofrecerle el don de la reconciliación es la misión connatural de la Iglesia, continuadora de la obra redentora de su divino Fundador». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Reconciliatio et Paenitentia, 23)

«Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos” (Jn 20,22; Mt 18,18).  [...] Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del Sacramento de la Penitencia, llamado, por costumbre antiquísima, el confesor.

Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los Sacramentos, el Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa “in persona Christi”. Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre. [...]

Este es, sin duda, el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del Sacerdote». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Reconciliatio et Paenitentia, 29)

«Pero añado también que el Sacerdote —incluso para ser un ministro bueno y eficaz de la Penitencia— necesita recurrir a la fuente de gracia y santidad presente en este Sacramento. Nosotros Sacerdotes basándonos en nuestra experiencia personal, podemos decir con toda razón que, en la medida en la que recurrimos atentamente al Sacramento de la Penitencia y nos acercamos al mismo con frecuencia y con buenas disposiciones, cumplimos mejor nuestro ministerio de confesores y aseguramos el beneficio del mismo a los penitentes. En cambio, este ministerio perdería mucho de su eficacia, si de algún modo dejáramos de ser buenos penitentes. Tal es la lógica interna de este gran Sacramento. Él nos invita a todos nosotros, Sacerdotes de Cristo, a una renovada atención en nuestra confesión personal ». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Reconciliatio et Paenitentia, 31)

De los escritos del B. Paolo Manna

«El sacerdote nace para combatir el pecado y dirigir al pueblo cristiano en esta guerra.

  1. ¿Bautiza? Lo hace para liberar el alma del pecado original.
  2. ¿Preparan a los niños para la comunión? Quiere que se conviertan en soldados valientes contra el pecado.
  3. ¿Confiesa? Romper los lazos del pecado.
  4. ¿Predica, administra los demás sacramentos? Todo para destruir el pecado del mundo». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 97)

«¿Qué decir si vosotros mismos habéis establecido el reino del pecado en vuestros corazones? Si Judit, en lugar de cortar la cabeza de Holofernes, se hubiera dejado llevar por un afecto indigno hacia él, qué vergüenza para ella, qué ruina para el pueblo, y sin embargo es nada comparado con la desgracia con que se cubre el sacerdote al pecar y la ruina que causa a las almas». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 97)

«El pecado del sacerdote es siempre un pecado social, se refleja en el pueblo: los buenos se escandalizan, los malos triunfan». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 97)

«Cuántos escándalos, cuánta lepra de impureza, cuánta injusticia y opresión. Cuántas blasfemias e impiedades... […] Se necesitarían ángeles del cielo, apóstoles ardientes de celo para romper tantas cadenas, para iluminar tanta oscuridad, para mover tantos corazones. Y aquí estamos solo nosotros. Debemos ser esos ángeles, esos apóstoles, porque somos sacerdotes. Nosotros somos los salvadores de estas almas, y nadie más que nosotros... y ¡ay de nosotros si pensáramos que no tenemos ningún deber hacia las almas... si nos quedáramos como espectadores indiferentes de su ruina!». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 66)

« [Jesús] vino para destruir el pecado […] Esta es la finalidad, el objetivo, la misión del sacerdote: luchar contra el pecado y salvar las almas». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, pp. 135-136)

« ¿Pero qué decir de los sacerdotes que viven en la oscuridad misma, en esa ceguera fatal? Da miedo pensar en ello. Mientras el enfermo no conoce su enfermedad... hay esperanza de recuperación; pero si no lo sabe y ni siquiera el médico que debe curarlo le presta demasiada atención, es un caso desesperado...». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 137)

«Si ese sacerdote hubiera sido más asiduo en el confesionario, hubiera tenido más paciencia y caridad... ¡cuántos pecados menos! A algunos sacerdotes les molestan los hombres... las almas lo entienden, se hacen ver cada vez más raramente y el pecado triunfa...». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 138)

Preguntas para la reflexión

  • ¿Sirvo honestamente a Dios? ¿Cómo puedo caminar en el camino del espíritu y de mi salud eterna? (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 98)
  • Si yo muriese hoy, ¿el Señor me encontraría preparado para presentarme ante Él? (Cfr. P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, pp. 98-99)
  • ¿Cómo me preparo para recibir y administrar el sacramento de la reconciliación?

ORACIÓN

Hora Santa en la Basílica del Santo Sepulcro, Peregrinación del Papa Pablo VI a Tierra Santa, 4 de enero de 1964:

Henos aquí, oh Señor Jesús:
hemos venido como los culpables vuelven al lugar de su delito,
hemos venido como aquel que Te ha seguido, pero que también Te ha traicionado; fieles, infieles, lo hemos sido muchas veces;
hemos venido para confesar la misteriosa relación entre nuestros pecados y Tu Pasión: nuestras obra, Tu obra;
hemos venido para golpearnos el pecho, para pedirte perdón, para implorar tu misericordia;
hemos venido porque sabemos que Tú puedes, Tú quieres perdonarnos.

Porque Tú has expiado con nosotros Tú eres nuestra redención,
Tú eres nuestra esperanza.

Señor Jesús nuestro Redentor.

Reanima en nosotros el deseo y la confianza de tu perdón, reafirma nuestra voluntad de conversión y de lealtad, haznos gustar la certidumbre y también la dicha de tu misericordia.

Señor Jesús nuestro Redentor y Maestro,
Danos la fuerza de perdonar a los demás para que también nosotros seamos realmente perdonados por Ti.

Señor Jesús nuestro Redentor y Pastor,
Infunde en nosotros la capacidad de amar, puesto que Tú quieres que según tú ejemplo y con la ayuda de Tu gracia nosotros te amemos, así como a todos aquellos que son nuestros hermanos en Ti. […]

Así sea.

 

Personas consagradas

 

La desobediencia es la negación absoluta del misionero; por el contrario, la obediencia es su estandarte
(Beato Paolo Manna)

La dimensión misionera de la obediencia en la vida consagrada

Del Evangelio según San Mateo

«Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo”. Pero él contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”». (Mt 12,46-50)

«“¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’. Él le contestó: ‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: ‘Voy, señor’. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios”». (Mt 21,28-31)

Del Magisterio de la Iglesia

«Los religiosos por la profesión de la obediencia, ofrecen a Dios, como sacrificio de sí mismos, la consagración completa de su propia voluntad, y mediante ella se unen de manera más constante y segura a la divina voluntad salvífica». (Conc. Vat. II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, Perfectae Caritatis, 14)

«La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca, que es reflejo en la historia de la amorosa correspondencia propia de las tres Personas divinas». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Vita Consecrata, n. 21)

«En realidad, la cultura de la libertad es un auténtico valor, íntimamente unido con el respeto de la persona humana. Pero, ¿cómo no ver las terribles consecuencias de injusticia e incluso de violencia a las que conduce, en la vida de las personas y de los pueblos, el uso deformado de la libertad? Una respuesta eficaz a esta situación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada. Esta hace presente de modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre y, precisamente basándose en este misterio, testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Vita Consecrata, n. 91)

«Buscar la voluntad de Dios significa buscar una voluntad amiga, benévola, que quiere nuestra realización, que desea sobre todo la libre respuesta de amor al amor suyo, para convertirnos en instrumentos del amor divino. En esta via amoris es donde se abre la flor de la escucha y la obediencia». (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 4)

«La obediencia es ante todo actitud filial. Es un particular tipo de escucha que sólo puede prestar un hijo a su padre, por tener la certeza de que el padre sólo tiene cosas buenas que decir y dar al hijo; una escucha entretejida de una confianza que al hijo le hace acoger la voluntad del padre, seguro como está de que será para su bien». (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 5)

«La obediencia propia de la persona creyente consiste en la adhesión a la Palabra con la cual Dios se revela y se comunica, y a través de la cual renueva cada día su alianza de amor». (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 7)

«Además, las personas consagradas son llamadas al seguimiento de Cristo obediente dentro de un «proyecto evangélico», o carismático, suscitado por el Espíritu y autenticado por la Iglesia. Ésta, cuando aprueba un proyecto carismático como es un Instituto religioso, garantiza que las inspiraciones que lo animan y las normas que lo rigen abren un itinerario de búsqueda de Dios y de santidad. En consecuencia, la Regla y las demás ordenaciones de vida se convierten también en mediación de la voluntad del Señor: mediación humana, sí, pero autorizada; imperfecta y al mismo tiempo vinculante; punto de partida del que arrancar cada día y punto también que sobrepasar con impulso generoso y creativo hacia la santidad que Dios «quiere» para cada consagrado. En este camino, la autoridad tiene la obligación pastoral de guiar y decidir». (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 9)

De los escritos del B. Paolo Manna

«Se profesa sumisión y obediencia, pero sólo se es feliz en el puesto, en el cargo que se elige [...]. ¿Las distintas partes de una máquina eligen su propio puesto? Por supuesto que no, pero cada una es colocada donde es necesario para el funcionamiento de todo el organismo: esto es obvio, pero no siempre se entiende así… ». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 85)

«Intentemos, pues, trabajar de forma compacta y en buen acuerdo en el puesto que nos asigna la obediencia. [...] Si no tenemos espíritu de cuerpo, si cada uno quiere hacer las cosas a su manera, si no somos muy obedientes a las órdenes de nuestros “capitanes”..., nos volveremos débiles y sufriremos derrotas en lugar de victorias...». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 87)

«Esta virtud [la obediencia] es la piedra angular en la que debe basarse nuestro trabajo». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 152)

«La virtud por la que los misioneros debemos tener verdadero culto y en la que debemos distinguirnos especialmente es la virtud de la obediencia». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 153)

«La desobediencia es la negación absoluta del misionero, así como la obediencia es su principal característica, su programa, su estandarte». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 153)

«El misionero que desobedece, que critica las órdenes de sus superiores, aunque no se dé cuenta, aunque no piense en ello, con su desobediencia, con su crítica, deja de ser misionero de Jesús y se coloca de hecho en las filas de los que se resisten a Él». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 153)

«Si queremos ser buenos misioneros debemos acostumbrarnos con el estudio asiduo de la obediencia a hacer de la Voluntad de Dios la regla y el modelo de la nuestra. La Voluntad de Dios es el principio y la razón de todo bien: fuera de la Voluntad de Dios está el mal, el pecado y la perdición». (P. Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 155)

«Quien obedece a sus superiores obedece a Dios. Cuando se elige una misión o un trabajo, no hay que preferir el propio gusto, sino aceptar las decisiones de los superiores. Quien hace la voluntad de Dios nunca se equivoca. Los superiores no son infalibles al mandar, pero los súbditos son infalibles al obedecer». (P. Manna, Esci dalla tua terra…, Nápoles 1977, p. 35)

Preguntas para la reflexión

  • ¿Hasta qué punto mi obediencia es una obediencia consciente a Dios y no sólo el cumplimiento de las órdenes de mis superiores “porque así es más fácil”?
  • ¿Puedo hablar honesta y abiertamente con mis superiores y al mismo tiempo aceptar sus decisiones finales con confianza en Dios?
  • ¿Hasta qué punto llevo a cabo cada ministerio con plena dedicación, independientemente de mis preferencias personales?

ORACIÓN A MARIA

Dulce y santa Virgen María, en el momento del anuncio del ángel, con tu obediencia creyente e interpelante, nos diste a Cristo. En Caná nos mostraste, con tu corazón atento, cómo actuar con responsabilidad. No esperaste pasivamente la intervención de tu Hijo, sino que te le adelantaste, haciéndole saber las necesidades y tomando, con discreta autoridad, la iniciativa de mandarle a los sirvientes.

A los pies de la cruz, la obediencia te hizo Madre de la Iglesia y de los creyentes, en tanto que en el Cenáculo todos los discípulos reconocieron en ti la dulce autoridad del amor y del servicio.

Ayúdanos a comprender que toda autoridad verdadera en la Iglesia y en la vida consagrada tiene su fundamento en ser dóciles a la voluntad de Dios y, de hecho, cada uno de nosotros se convierte en autoridad para los demás con la propia vida vivida en obediencia a Dios.

Madre clemente y piadosa, «Tú, que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia», vuelve nuestra vida atenta a la Palabra, fiel en el seguimiento de Jesús Señor y Siervo, en la luz y con la fuerza del Espíritu Santo, alegre en la comunión fraterna, generosa en la misión, solícita en el servicio de los pobres, a la espera de aquel día cuando la obediencia de la fe culminará en la fiesta del Amor sin fin. Amén.

(Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 31)

 

Laicos

 

El catequista es un auténtico misionero, maestro y guardián de la fe.
(Beato Paolo Manna)

El servicio misionero de los catequistas laicos

De la segunda carta de san Pablo a Timoteo

«Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio». (2Tm 4,1-5)

Del Magisterio de la Iglesia

«Así, pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra. De consiguiente, ábraseles por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra salvífica de la Iglesia». (Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, 33)

«Nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio. Porque el número de los hombres, que aumenta de día en día, el progreso de las ciencias y de la técnica, las relaciones más estrechas entre los hombres no sólo han extendido hasta lo infinito los campos inmensos del apostolado de los laicos, en parte abiertos solamente a ellos, sino que también han suscitado nuevos problemas que exigen su cuidado y preocupación diligente». (Conc. Vat. II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam Actuositatem, 1)

«El verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: “la caridad de Cristo nos urge” (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: “¡Ay de mí si no evangelizare”! (1 Cor., 9,16)». (Conc. Vat. II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam Actuositatem, 6)

«Todos los fieles, como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a El por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud (Cf. Ef., 4,13).

Por lo cual todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización». (Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad Gentes, 36)

«La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el incremento numérico sino también, y más todavía, el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Catechesi Tradendae, n. 13)

«Entre la catequesis y la evangelización no existe ni separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones profundas de integración y de complemento recíproco».  (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Catechesi Tradendae, n. 18)

«De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Catechesi Tradendae, n. 53)

De los escritos del B. Paolo Manna

«Al igual que todo capitán necesita oficiales subordinados, el misionero necesita catequistas. El catequista en su condición de tal es un verdadero misionero. Es un explorador, es un centinela, es un maestro, es un guardián: abre caminos, señala oportunidades, peligros, prepara las conquistas de fe...». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p. 177)

« ¡Cuánto bien han hecho y siguen haciendo los catequistas! Muchos niños sin ellos no habrían visto abiertas las puertas del Cielo. Muchos cristianos sin ellos se habrían arruinado ante los primeros errores... He aquí la preciosa ayuda que los catequistas prestan a la labor del misionero». (P. Manna, La conversione del mondo infedele, Milán 1920, p. 178)

«Hoy no se trata sólo de trabajar para difundir la fe en los pueblos, sino sobre todo de no dejar morir la fe en los pueblos que ya se han convertido. Cuando faltan catequistas, pueblos enteros sufren enormemente y viven grandes pérdidas. Los nuevos conversos son débiles en la fe y necesitan una presencia constante, instrucción, apoyo y orientación práctica en su nueva vida cristiana. Los sacerdotes misioneros, aunque estén animados por un extraordinario espíritu apostólico, no pueden estar en todas partes. Son demasiado pocos para satisfacer todas las necesidades apostólicas. Por eso hay una gran necesidad de catequistas». (P. Manna, “Le Missioni Cattoliche”, 28 de septiembre de 1915, s. 369)

«Para los pueblos recién convertidos, todavía impregnados del paganismo de ayer, la presencia de un catequista es tan necesaria como la leche  y la presencia materna para un niño. La presencia de catequistas equivale a mantener la fe en las misiones». (P. Manna, “Le Missioni Cattoliche”, 28 de septiembre de 1915, s. 369)

«El santo patrón de los catequistas es San José. Él mismo no era sacerdote, pero cuidaba de Jesús, el sumo sacerdote, y tenía una relación muy íntima con Él». (P. Manna, Scritti 67, p. 333)

Preguntas para la reflexión

  • ¿Hasta qué punto me siento misionero cuando ejerzo de catequista, de profesor de religión o de padre que transmite la fe a sus hijos? ¿Soy consciente de que esto también es una actividad misionera?
  • ¿Predico la doctrina del Evangelio con mi comportamiento, mi testimonio de vida y, cuando es necesario, con la palabra “en todo lugar y en todo momento”?
  • ¿Cómo apoyo a los sacerdotes y a las personas consagradas en su ministerio y apostolado?

ORACIÓN

¡Creador Inefable! […]

¡Tú, que haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de tu bendición! Dame agudeza para entender, capacidad para asimilar, método y facilidad para aprender, ingenio para interpretar y gracia copiosa para hablar. […]

Tú, que eres verdadero Dios Hombre que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

(Oración del estudiante de Santo Tomás de Aquino)