La tarea del sacerdote es luchar contra el mal y salvar las almas
(Beato Paolo Manna)
Identidad y misión sacerdotal: la lucha contra el mal
Del Evangelio según san Juan
«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”». (Jn 20,19-23)
Del Magisterio de la Iglesia
«Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias». (Conc. Vat. ii, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum Ordinis, 18)
«Suscitar en el corazón del hombre la conversión y la penitencia y ofrecerle el don de la reconciliación es la misión connatural de la Iglesia, continuadora de la obra redentora de su divino Fundador». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Reconciliatio et Paenitentia, 23)
«Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos” (Jn 20,22; Mt 18,18). [...] Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del Sacramento de la Penitencia, llamado, por costumbre antiquísima, el confesor.
Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los Sacramentos, el Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa “in persona Christi”. Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre. [...]
Este es, sin duda, el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del Sacerdote». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Reconciliatio et Paenitentia, 29)
«Pero añado también que el Sacerdote —incluso para ser un ministro bueno y eficaz de la Penitencia— necesita recurrir a la fuente de gracia y santidad presente en este Sacramento. Nosotros Sacerdotes basándonos en nuestra experiencia personal, podemos decir con toda razón que, en la medida en la que recurrimos atentamente al Sacramento de la Penitencia y nos acercamos al mismo con frecuencia y con buenas disposiciones, cumplimos mejor nuestro ministerio de confesores y aseguramos el beneficio del mismo a los penitentes. En cambio, este ministerio perdería mucho de su eficacia, si de algún modo dejáramos de ser buenos penitentes. Tal es la lógica interna de este gran Sacramento. Él nos invita a todos nosotros, Sacerdotes de Cristo, a una renovada atención en nuestra confesión personal ». (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Reconciliatio et Paenitentia, 31)
De los escritos del B. Paolo Manna
«El sacerdote nace para combatir el pecado y dirigir al pueblo cristiano en esta guerra.
- ¿Bautiza? Lo hace para liberar el alma del pecado original.
- ¿Preparan a los niños para la comunión? Quiere que se conviertan en soldados valientes contra el pecado.
- ¿Confiesa? Romper los lazos del pecado.
- ¿Predica, administra los demás sacramentos? Todo para destruir el pecado del mundo». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 97)
«¿Qué decir si vosotros mismos habéis establecido el reino del pecado en vuestros corazones? Si Judit, en lugar de cortar la cabeza de Holofernes, se hubiera dejado llevar por un afecto indigno hacia él, qué vergüenza para ella, qué ruina para el pueblo, y sin embargo es nada comparado con la desgracia con que se cubre el sacerdote al pecar y la ruina que causa a las almas». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 97)
«El pecado del sacerdote es siempre un pecado social, se refleja en el pueblo: los buenos se escandalizan, los malos triunfan». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 97)
«Cuántos escándalos, cuánta lepra de impureza, cuánta injusticia y opresión. Cuántas blasfemias e impiedades... […] Se necesitarían ángeles del cielo, apóstoles ardientes de celo para romper tantas cadenas, para iluminar tanta oscuridad, para mover tantos corazones. Y aquí estamos solo nosotros. Debemos ser esos ángeles, esos apóstoles, porque somos sacerdotes. Nosotros somos los salvadores de estas almas, y nadie más que nosotros... y ¡ay de nosotros si pensáramos que no tenemos ningún deber hacia las almas... si nos quedáramos como espectadores indiferentes de su ruina!». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 66)
« [Jesús] vino para destruir el pecado […] Esta es la finalidad, el objetivo, la misión del sacerdote: luchar contra el pecado y salvar las almas». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, pp. 135-136)
« ¿Pero qué decir de los sacerdotes que viven en la oscuridad misma, en esa ceguera fatal? Da miedo pensar en ello. Mientras el enfermo no conoce su enfermedad... hay esperanza de recuperación; pero si no lo sabe y ni siquiera el médico que debe curarlo le presta demasiada atención, es un caso desesperado...». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 137)
«Si ese sacerdote hubiera sido más asiduo en el confesionario, hubiera tenido más paciencia y caridad... ¡cuántos pecados menos! A algunos sacerdotes les molestan los hombres... las almas lo entienden, se hacen ver cada vez más raramente y el pecado triunfa...». (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 138)
Preguntas para la reflexión
- ¿Sirvo honestamente a Dios? ¿Cómo puedo caminar en el camino del espíritu y de mi salud eterna? (P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, p. 98)
- Si yo muriese hoy, ¿el Señor me encontraría preparado para presentarme ante Él? (Cfr. P. Manna, Chiamati alla santità, Nápoles 1977, pp. 98-99)
- ¿Cómo me preparo para recibir y administrar el sacramento de la reconciliación?
ORACIÓN
Hora Santa en la Basílica del Santo Sepulcro, Peregrinación del Papa Pablo VI a Tierra Santa, 4 de enero de 1964:
Henos aquí, oh Señor Jesús:
hemos venido como los culpables vuelven al lugar de su delito,
hemos venido como aquel que Te ha seguido, pero que también Te ha traicionado; fieles, infieles, lo hemos sido muchas veces;
hemos venido para confesar la misteriosa relación entre nuestros pecados y Tu Pasión: nuestras obra, Tu obra;
hemos venido para golpearnos el pecho, para pedirte perdón, para implorar tu misericordia;
hemos venido porque sabemos que Tú puedes, Tú quieres perdonarnos.
Porque Tú has expiado con nosotros Tú eres nuestra redención,
Tú eres nuestra esperanza.
Señor Jesús nuestro Redentor.
Reanima en nosotros el deseo y la confianza de tu perdón, reafirma nuestra voluntad de conversión y de lealtad, haznos gustar la certidumbre y también la dicha de tu misericordia.
Señor Jesús nuestro Redentor y Maestro,
Danos la fuerza de perdonar a los demás para que también nosotros seamos realmente perdonados por Ti.
Señor Jesús nuestro Redentor y Pastor,
Infunde en nosotros la capacidad de amar, puesto que Tú quieres que según tú ejemplo y con la ayuda de Tu gracia nosotros te amemos, así como a todos aquellos que son nuestros hermanos en Ti. […]
Así sea.