Sor Rosaria Assandri:
la misión, África y el estupor de cada día

01 julio 2020

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Sor Rosaria, de dónde vienes, cuántos años tienes y cómo comienza la historia de tu vocación en las Hijas de María Auxiliadora.

Soy bergamasca, de Caravaggio; tengo 63 años. La historia de mi vocación comienza gracias a la pobreza de mi familia. Terminada la escuela primaria, quería continuar con la secundaria, pero en nuestro pueblo no había una escuela, se tenía que ir a otros lugares y, no teniendo posibilidades económicas, había decidido buscar un trabajo para pagarme los estudios. En esa época, las Hermanas Salesianas de Melzo buscaban muchachas, llamadas hijas de casa, para trabajos domésticos, y además ofrecían la posibilidad de asistir a la escuela. Así, comencé mi camino. La bondad y la alegría de aquellas hermanas me conquistaron. Me gustaba mucho el juego, y ver a las hermanas jugar con los niños, fue para mí la última gota para pedir ser hermana. Era muy joven, por lo que tuve que esperar, pero después continué con mucho entusiasmo.

 

Estás en la misión desde hace 36 años: ¿te ha elegido la misión o ha sido al contrario, o quizás las dos cosas?

No sé decir qué ha sido primero o después… El Señor ha jugado mucho con mi inconsciencia; ha sido él quien ha hecho todo, y con humildad, tengo que decir que lo ha hecho bien. Estoy contenta con lo que soy; la vida no ha sido fácil: incomprensiones, dificultades y todo lo demás no han hecho más que darme un empujón para ir adelante procurando cambiar mis defectos, pero no siempre lo he conseguido.

 

África ya es tu país de adopción. Desde hace 32 años estás en misión en este continente, entre Etiopía, Sudán del Sur y Sudáfrica. ¿A qué te dedicas actualmente?

Después de haber abierto un orfanato en Kenia, y la nueva misión en Sudán del Sur, mi superiora, a invitación del Obispo, me ha enviado a abrir la misión de Gubrye, en la zona del Guraghe. Son unos 170 km al sudoeste de Addis Abeba. Aquí no tenemos escuelas; ofrecemos a los niños, jóvenes y mujeres, la posibilidad de un lugar donde encontrar acogida y recuperar o mejorar la instrucción. El oratorio como lugar alegre donde jugar y aprender a estar juntos. A las mujeres se les ofrece la posibilidad de aprender un oficio con la escuela de costura y de panadería. A los jóvenes les ofrecemos la alegría del deporte, fútbol sobre todo, haciendo lo posible para que estén alejados de la calle. La misión es muy bonita, cuidada y siempre ordenada. Creo mucho en que la belleza educa y da paz y serenidad a la persona. Y todos necesitamos este aspecto. Yo hago todo esto con mis hermanas. Somos tres y, gracias a Dios, es una bonita comunidad.

 

En tu vida misionera hay también una enfermedad, el paludismo cerebral, que te ha llevado a la parálisis. ¿Cómo ha sido vivirlo en misión y qué te ha enseñado en ese tiempo?

La enfermedad ha sido un don; después del coma y de la fisioterapia que ha durado 9 meses, la resurrección. Pero tengo que dar muchas gracias al personal del hospital Sacco de Milán por la profesionalidad y amabilidad que he podido experimentar. Ha sido un tiempo muy sereno, y he comprendido una cosa muy importante. A veces perdemos mucho tiempo por las dificultades comunitarias, dificultades de puntos de vista. Bueno, pues he vuelto a la misión con la decisión de ya no perder tiempo y energías; he vuelto consciente de esto: he venido para echar una mano a esta pobre gente y es lo que debo hacer con amor; el resto, no cuenta.

¿Qué te impresiona y te asombra de la misión y de ser misionera, después de tantos años?

Me impresiona mucho haber sido capaz de ciertas opciones, pero tengo que reconocer que tengo una gran dosis de inconsciencia y que es el Señor quien lo hace todo. Amo mucho a la Virgen, y cada día experimento su presencia. Don Bosco ha dicho que es la Virgen quien lo hace todo, aunque no falta nuestra colaboración. Este es el asombro de los inicios y de cada día.