III Domingo de Adviento (Año B)

16 mayo 2024

Is 61,1-2a.10-11;
Lc 1,46-50.53-54;
1Tes 5,16-24;
Jn 1,6-8.19-28

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

El Testimonio de Cristo “en la otra orilla del Jordán”

El tercer domingo de Adviento es llamado tradicionalmente domingo Gaudete, o sea, “¡Alégrense!” o “¡Regocíjense!”, que hace referencia a la primera palabra de la Antífona de ingreso de la misa. Por eso, estamos invitados a alegrarnos, porque se encuentra próxima la fiesta de la venida del Señor, tanto espiritual como literalmente (de hecho, el 25 de diciembre está en el horizonte). En este contexto de espera gozosa, el evangelio de hoy nos exhorta a meditar sobre San Juan Bautista, descrito como «el hombre enviado por Dios», es decir, el “misionero” de Dios, que «venía como testigo, para dar testimonio de la luz», Jesús, el Verbo divino. Así, los detalles del evangelio de hoy tienen una clara perspectiva misionera, que nos ayudan a profundizar algunos aspectos fundamentales del testimonio dado por Juan de Jesús, el que viene. Por tanto, una scrtutatio o lectio divina del texto evangélico apenas escuchado será importante y útil también para todos nosotros, cristianos, llamados a ser testigos alegres de Jesucristo en el mundo.

1.  «Yo no soy el Mesías». El humilde testimonio de Juan Bautista sobre sí mismo

Con la descripción de Juan Bautista como el «hombre enviado por Dios» se aclara inmediatamente la misión de Dios para y en el Bautista (cf. Jn 1,33; 3,28). Juan es “hombre”, pero cumple la misión divina con una autoridad “celeste” para «dar testimonio de la luz» (vv. 7-8). Por eso, sigue la proclamación solemne del nombre: Juan, que significa “gracia de Dios” (una presentación comparable con aquella de María en Lc). Juan, el “misionero” es caracterizado con la afirmación que sigue: «este venía como testigo...», junto a la autoafirmación que Jesús hará sobre su misión: «yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (cf. Jn 10,10; 12,47; Mc 10,45; Mt 20,28). Sin embargo, se precisa que «no era él la luz», y, así, se anticipa la “fórmula de testimonio” para el Bautista en relación a los “enviados” de los jefes religiosos de ese tiempo: «no soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta» (vv.20.21.25). Juan el Bautista es una “pequeña lucecita”, «la lámpara que ardía y brillaba» (Jn 5,35), que da testimonio de Cristo, la Luz del mundo (Jn 8,12; 9,5; cf. 3,19).

Respondiendo a los que le interrogan sobre su identidad (mesiánica: “¿Tú quién eres?”; vv.19.22. Casi como el interrogatorio que Jesús sufrió delante del Sanedrín durante su proceso), Juan Bautista valiente y sinceramente ofreció su testimonio respecto a él en dos fases, primero sobre lo que no era (vv.19-21) y, después, sobre lo que sí era (vv. 22-23). En la primera parte, hay que notar la construcción particular de la frase, para resaltar la confesión negativa de Juan “No lo soy...”, que contrasta con las siete autodeclaraciones de Jesús en este evangelio con el sujeto “Yo soy”, seguido de un predicado (pan de vida, luz del mundo, buen pastor...), así como con la confesión de Jesús en Mc 14, 62 (“¿Eres tú el Mesías?” – “Yo soy”). Las preguntas de los jefes religiosos se refieren a la identidad de los personajes escatológicos: el Cristo, es decir, el Mesías, el ungido rey davídico al final de los tiempos; Elías –el que prepara la venida del Señor (cf. Mal 3); el Profeta, aquel escatológico y potente como Moisés, predicho en Dt 18. Juan el Bautista negó estas identidades, para poner en resalto sucesivamente lo que él es (vv. 22-23): la voz, como San Agustín ha comentado: «Juan es la voz que pasa, Cristo es el Verbo eterno que era al principio» (Disc. 293, 3; PL 1328-1329). Se trata de la confesión sobre su misión, sin pretender alguna dignidad, como fue notado por San Buenaventura, que habla de una afirmación de la humilde verdad. La humildad del Bautista se reafirma en el v. 27 («al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia»).

Esto es lo que Juan Bautista nos enseña hoy sobre nuestro testimonio de Cristo, que debemos dar al mundo en la misión evangelizadora. Es necesario reconocer siempre que no somos Cristo, ni algún profeta divino que está salvando al mundo. Siempre es imperativo evitar la excesiva concentración sobre nosotros mismos, sobre nuestra “persona”, sobre nuestras visiones, sobre nuestros proyectos, olvidando de ser simples siervos y heraldos de Cristo, el que debe venir. Hay que tener siempre presente la importante enseñanza del Papa Francisco al respecto en el Mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2022:

Es Cristo, Cristo resucitado, a quien debemos testimoniar y cuya vida debemos compartir. Los misioneros de Cristo no son enviados a comunicarse a sí mismos, a mostrar sus cualidades o capacidades persuasivas o sus dotes de gestión, sino que tienen el altísimo honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles.

2. «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». El testimonio de Juan Bautista sobre Cristo, el misterioso “desconocido” que viene después

Curiosamente, el testimonio sobre Cristo de Juan no afirma nada sobre la identidad de “aquel que viene después de mí”. Sin embargo, indirectamente, en el contexto del interrogatorio y del testimonio de Juan, aquel misterioso “desconocido” Aquel-que-viene es, a diferencia de Juan mismo, “el Cristo”. Y aún más, Él es el Señor, para quien Juan convoca a todos a preparar y enderezar su camino (v. 23).

En la respuesta de Juan Bautista a la pregunta «¿por qué bautizas?», hay que notar que la primera frase parece incompleta («Yo bautizo con agua»). Esta deja una suspense en la narración y encontrará su cumplimiento sucesivamente en Jn 1,33: «el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”» (cf. Mc 1,7-8). Aquí, en la primera alusión al Cristo, Juan Bautista se detiene en la idea del Mesías que permanece escondido, desconocido, hasta su aparición oficial a Israel. Delante de la grandeza del Cristo, el Bautista reconoce una vez más su indignidad: «no soy digno de desatar la correa de la sandalia» (frase que se tornó característica de Juan y que se encuentra también en Hch 13,25). Todavía encontramos la construcción “no soy” (!) en confrontación a aquel que viene y que es «digno de recibir el libro y de abrir sus sellos» (Ap 5,9).

El testimonio del Bautista, por eso, es la total negación de sí para la afirmación total del Cristo. El Bautista concluirá su “testimonio” en Jn afirmando no ser el Cristo (cf. Jn 3,28), con una frase en el contexto de la alegría que se hace plena al sentir la voz de Cristo esposo:

Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: “Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él”. El que tiene la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo; pues esta alegría mía está colmada. Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar. (Jn 3,28-30)

Él debe crecer; yo, en cambio, disminuir - Illum oportet crescere, me autem minui (Jn 3,30). Esta es la alegría del evangelio, la alegría de los auténticos misioneros de Dios y de Cristo. Que Él siempre crezca en el corazón de aquellos que servimos y que disminuyamos hasta la completa salida de escena, como Juan Bautista (¿Quieres, por tanto, aprender alguna cosa del Bautista en tu relación con Cristo? ¿Reconocerás que no eres el más importante del mundo y lo harás con alegría? ¿Estás dispuesto a negarte a ti mismo para afirmar, para hacer crecer, el Cristo que está en medio de nosotros y que viene?).

3. «En la otra orilla del Jordán». La significativa nota conclusiva sobre el lugar del testimonio

El pasaje evangélico termina con una nota aparentemente “neutra” o “insignificante” sobre el contexto geográfico del testimonio de Juan: «Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán». Se trata de un lugar misterioso y desconocido hasta ahora (del cual se han hecho muchas hipótesis), que no hay que confundir con la Betania cercana a Jerusalén donde se encuentra la casa de María, Marta y Lázaro. Sin embargo, al precisar “en la otra orilla del Jordán” esta indicación geográfica adquiere una mayor importancia por dos motivos. Antes que nada, esta retorna otra vez en Jn 10,40 («[Jesús] marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí»), para formar un bello y significativo arco narrativo. Desde aquel lugar Jesús comienza sus actividades y las termina también allí, antes de afrontar la última fase de su muerte y resurrección, preanunciada en el episodio de Lázaro (cf. Jn 11). Además, la expresión «en la otra orilla del Jordán» evoca la posición del pueblo electo antes de entrar en la Tierra Prometida. Este es el lugar de la espera, aquella gozosa, porque la meta se encuentra ya delante, visible, observable, palpable, después de un largo camino. En este lugar todos somos invitados a caminar espiritualmente: sumergirnos en la situación del pueblo electo para poder comprender la alegría de la llegada a destino, a la salación deseada por mucho tiempo.

Oremos para que el Señor renueve en estos días la sabiduría y la alegría del evangelio en la espera de la Navidad ya cercana, para que, como Juan Bautista, podamos testimoniar humilde y valientemente a Cristo Salvador, que viene a donar a todos la paz y la salvación de Dios. Amén.

 

Sugerencias útiles:

Catecismo de la Iglesia Católica

523 San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). “Profeta del Altísimo” (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser “el amigo del esposo” (Jn 3, 29) a quien señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús “con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).

524 Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que él crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).

719 Juan es “más que un profeta” (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el “hablar por los profetas”. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, “vino como testigo para dar testimonio de la luz” (Jn 1, 7; cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las “indagaciones de los profetas” y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 33-36).

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 17 de diciembre de 2017

Los domingos pasados la liturgia subrayó lo que significa tener una actitud de vigilancia y lo que implica concretamente preparar el camino del Señor. En este tercer domingo de Adviento, llamado «domingo de la alegría», la liturgia nos invita a entender el espíritu con el que tiene lugar todo esto, es decir, precisamente, la alegría. San Pablo nos invita a preparar la venida del Señor asumiendo tres actitudes. Escuchad bien: tres actitudes. Primero, la alegría constante; segundo, la oración perseverante; tercero, el continuo agradecimiento. Alegría constante, oración perseverante y continuo agradecimiento.

La primera actitud, alegría constante: «Estad siempre alegres» (1 Tesalonicenses 5, 16) dice san Pablo. Es decir, permanecer siempre en la alegría, incluso cuando las cosas no van según nuestros deseos. […]

Las angustias, las dificultades y los sufrimientos atraviesan la vida de cada uno, todos nosotros lo conocemos; y muchas veces, la realidad que nos rodea parece ser inhóspita y árida, parecida al desierto en el que resonaba la voz de Juan Bautista, como recuerda el Evangelio de hoy (cf Juan 1, 23). Pero precisamente las palabras del Bautista revelan que nuestra alegría se sostiene sobre una certeza, que este desierto está habitado: «en medio de vosotros —dice— está uno a quien no conocéis» (v 26). Se trata de Jesús, el enviado del Padre que viene, como subraya Isaías «a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh» (61, 1-2). Estas palabras, que Jesús hará suyas en el discurso de la sinagoga de Nazaret (cf Lucas 4, 16-19) aclaran que su misión en el mundo consiste en la liberación del pecado y de las esclavitudes personales y sociales que ello produce. Él vino a la tierra para devolver a los hombres la dignidad y la libertad de los hijos de Dios que solo Él puede comunicar y a dar la alegría por esto. La alegría que caracteriza la espera del Mesías se basa en la oración perseverante: esta es la segunda actitud. San Pablo dice: «Orad constantemente» (1 Tesalonicenses 5, 17). Por medio de la oración podemos entrar en una relación estable con Dios, que es la fuente de la verdadera alegría. La alegría del cristiano no se compra, no se puede comprar; viene de la fe y del encuentro con Jesucristo, razón de nuestra felicidad. […]

La tercera actitud indicada por Pablo es el continuo agradecimiento, es decir, un amor agradecido con Dios. Él, de hecho, es muy generoso con nosotros y nosotros estamos invitados a reconocer siempre sus beneficios, su amor misericordioso, su paciencia y bondad, viviendo así en un incesante agradecimiento. […]