IV Domingo de Adviento (Año B)

16 mayo 2024

2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16;
Sal 88;
Rm 16,25-27;
Lc 1,26-38

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

«Al sexto mes» - El peculiar inicio de la misión del Verbo hecho carne

Como revela el Directorio Homilético, «con el cuarto domingo de Adviento, la Navidad está próxima. La atmósfera de la liturgia, después de los llamados a la conversión se mueve a los eventos que circundan de cerca el nacimiento de Jesús» (DH 96). Así, el evangelio de hoy nos propone meditar de nuevo sobre el bellísimo y conocidísimo relato evangélico de la Anunciación del ángel a María. Si bien es un texto muchas veces escuchado, leído y meditado, si lo leemos otra vez bajo la guía del Espíritu y con una atención particular sobre algunos detalles aparentemente poco significativos y frecuentemente dejados de lado, podemos comprender mucho más el mensaje espiritual que la Palabra de Dios quiere enseñarnos hoy, para tener las actitudes justas para acoger al niño Jesús, “Aquel que viene” a salvar el mundo.

1. «Al sexto mes». Las coordenadas temporales fundamentales de la encarnación del Hijo de Dios

¿Cuándo tuvo lugar el evento de la Anunciación y, por eso, de la Encarnación de Dios en el seno de María? El leccionario litúrgico latino, al que las traducciones en varias lenguas siguen, ofrece la común indicación genérica temporal al inicio del relato: In illo tempore “en aquel tiempo”. Sin embargo, si leemos la narración, así como está en el evangelio de San Lucas, todo comienza con una precisa nota sobre el tiempo: «Al sexto mes». Esta nota, aparentemente insignificante y, por tanto, ignorada, resulta en realidad muy interesante e importante, porque nos ayuda a comprender ulteriormente el significado teológico del evento en cuestión.

A este propósito, hay que acotar que en el plano literario la expresión «Al sexto mes» se refiere claramente al tiempo de la espera de Isabel, porque se conecta con las frases precedentes en el evangelio de Lucas que cierran el episodio de la anunciación del ángel a Zacarías: «Después de aquellos días, Isabel, su mujer, concibió y se mantuvo escondida por cinco meses» (Lc 1,24). Por eso, sucesivamente, «Al sexto mes, el ángel Gabriel fue mandado por Dios…» (Lc 1,26). La referencia a la gestación de Isabel será recordada después en las palabras del ángel a María: «este es el sexto mes para ella [Isabel], que era estéril» (Lc 1,26).

La repetición del contexto temporal de la encarnación de Jesús parece ir más allá de una simple noticia de crónica y de la simple referencia a la situación concreta de Isabel. Tanto es así que San Lucas ha querido permanecer genérico con la indicación inicial del tiempo, sin ninguna precisión: «Al sexto mes». Así, se puede “colegir” un mensaje teológico y espiritual recóndito (¡diría “subliminal”!): en el momento de la Anunciación y, por ello, de la encarnación, no solo Isabel, sino todo el mundo está en su “sexto” mes. Aquí recordamos que si en la Biblia el número siete simboliza la completitud y la perfección (porque al inicio Dios ha creado todo en siete días), el número seis es el símbolo de la imperfección y de lo incompleto. De este modo, podemos comprender el valor altamente simbólico del tiempo del “sexto mes” en el que Jesús, el Hijo de Dios, se ha encarnado en María. Él ha entrado en el mundo cuando este estaba inmerso en su imperfección del “sexto mes”, para llevarlo a la fase sucesiva, al “séptimo” mes de la perfección y la completitud de la creación divina. En otros términos, con Él se inaugura el nuevo tiempo de la humanidad, aquel “séptimo” y definitivo en el que todos son invitados y llamados para entrar en la paz y en la alegría perfecta de Dios.

2. La ulterior clarificación sobre la misión del Hijo de Dios, que consiste en inaugurar la era de la perfección para la humanidad

¿Es cierta toda esta interpretación sobre el significado temporal de la encarnación de Jesús? ¿No es todo esto una fantasía espiritual con base en un (débil) simbolismo numérico? Alguien podría objetar así. A este propósito, hay que subrayar que la misma visión de la entrada de Jesús en el mundo, como el inicio del tiempo de la perfección, se encuentra también en las dos genealogías de los evangelios de Mateo y Lucas, con la acentuación particular de la simbología numérica de las generaciones hasta Jesús. San Mateo calcula 42 generaciones desde Abraham hasta Jesús, es decir, 6x7, y así con Jesús se entra en el período 7x7. El evangelista Lucas, en cambio, aun ofreciendo una genealogía muy diferente a la de Mateo, tanto en la forma como en los nombres, indica un total de 77 generaciones desde Jesús hasta Adán, el primer hombre e “hijo de Dios” (Lc 3,38). Se permanece siempre sobre el simbolismo del número siete para caracterizar el tiempo de la generación de Jesús. Del resto, el primer anuncio público de Jesús, según el evangelio de Marcos, tiene que ver con la completitud del tiempo de la humanidad y, por esto, de la inauguración del tiempo definitivo del Reino de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca [literalmente: se ha acercado]» (Mc 1,15).

Desde esta óptica, el anuncio a María del ángel Gabriel explica la identidad del que está por nacer en Ella y por Ella. Él es el “grande” y “santo” “hijo del Altísimo”, a quien Dios dará su reino eterno. Será, por eso, el verdadero “primogénito” de Dios, el Hijo amado y perfecto. En Él, Dios se ha complacido totalmente y con Él la humanidad entera será llevada a la perfección en su reino en la plenitud de los tiempos. Se puede entrever en la anunciación del ángel el inicio de la formación del Hombre perfecto, que cumplirá la misión divina de llamar y reportar todo hombre/mujer al esplendor de ser santos e inmaculados en el amor delante de Dios (cf. Col 1,22). Esto es tan cierto que Él mismo exhortará a todos sus oyentes: “Sean perfectos, como perfecto es vuestro Padre celeste” (Mt 5,48).

3. La actitud humilde de María que ha hecho “posible” la misión de Dios en ella y con ella

Con base en lo reflexionado más arriba, podemos ver con otra luz el significado de las palabras de María al ángel. Como todo el mundo, inmerso en su “sexto” mes de la espera de “Aquel que viene” para llevarlo a la perfección en Dios, también María se encuentra en este “estado” incompleto de criatura, aun siendo ya “llena de gracia” según lo que afirmó el ángel. Y ella reconoce con toda simplicidad el propio estado de incompletitud de frente al plan de Dios para ella: «¿Cómo sucederá esto, si no conozco varón?».

No viene al caso ver en este “no conozco varón” de María una especie de declaración del voto secreto de castidad perpetua por Dios (como una persona consagrada en la tradición cristiana), porque no existía en la tradición judía. Se trata más bien de una constatación del estado actual de María que tiene un doble significado. Por un lado, María confirma un dato físico y real, ser virgen comprometida a José, pero antes del matrimonio oficial para “conocerse” entre ellos como mujer y marido. Por el otro lado, espiritualmente hablando, las palabras de María manifiestan humildemente la propia condición existencial incompleta para realizar el plan divino apenas anunciado a ella. Se trata de un acto de reconocimiento de los propios límites y, al mismo tiempo, es un acto de apertura a la ulterior revelación y acción divinas, sin nunca dudar del proyecto que Dios quiere realizar. Así, la respuesta final de María a Dios después de la explicación sucesiva del ángel, no significa que ella había comprendido todo el misterio divino, sino que expresa una adhesión total al proyecto inaudito de Dios con y en ella, con base a la confianza incondicionada de una “sierva” en su Señor: «He aquí la sierva del Señor: se haga en mí según tu palabra».

La actitud humilde de María ha hecho “posible” la misión de Dios en ella y con ella. Esto también será expresión de la inteligencia de la fe que, en esta mujer que si bien es joven de edad, ya está “llena de gracia” por una singular operación de Dios. También hoy, a la vigilia de la Natividad del Señor, todos nosotros, fieles, estamos llamados a recolocarnos humildemente en este “sexto” mes, reconociendo nuestra pobre condición humana, imperfecta, incompleta, para dejar entrar al Señor en nosotros con su gracia, para dejarnos conducir por Él al estado de la perfección divina en su Reino.

O Emmanuel, Rex et legifer noster,
expectatio gentium, et Salvator earum:
veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster.

Oh Emmanuel, nuestro rey y legislador,
esperanza de las gentes, y su Salvador:
ven y sálvanos, Señor, nuestro Dios.

 

Sugerencias útiles:

Catecismo de la Iglesia Católica

460 El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4): “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1). “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B). Unigenitus [...] Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo (“El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres”) (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectura I).