I Domingo de Adviento (Año B)

15 mayo 2024

Is 63,16b-17.19b; 64,2-7;
Sal 79;
1Cor 1,3-9;
Mc 13,33-37

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

«A la espera de su venida»

En el primer domingo de Adviento, inicio del nuevo año litúrgico, quisiera subrayar una vez más el carácter misionero de cada misa, para fijarnos después en los dos aspectos más importantes que la Palabra de Dios nos sugiere hoy para nuestra espera en la venida del Señor.

1. El carácter misionero y de Adviento de cada misa

Será oportuno retomar lo que ya destacamos el año pasado, desde el principio de nuestra aventura con la Palabra de Dios:

Toda misa tiene un carácter misionero en sí misma, porque es el testimonio comunitario activo de la fe cristiana de los participantes. El vínculo entre la misa celebrada y la misión de la Iglesia se manifiesta claramente con el saludo final en latín original “Ite missa est” (del que deriva el término misa para la celebración eucarística). Como nos lo enseña el Papa Benedicto XVI, « [En este saludo Ite, missa est,] podemos apreciar la relación entre la misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad,”missa” significaba simplemente “terminada”. Sin embargo, en el uso cristiano ha adquirido un sentido cada vez más profundo. La expresión “missa” se transforma, en realidad, en “misión”. Este saludo expresa sintéticamente la naturaleza misionera de la Iglesia. Por tanto, conviene ayudar al Pueblo de Dios a que, apoyándose en la liturgia, profundice en esta dimensión constitutiva de la vida eclesial» (Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis, n. 51).

El carácter misionero de la misa emerge aún más y alcanza su punto culminante con la aclamación de la asamblea tras la consagración del cuerpo y la sangre de Cristo. El sacerdote al proclamar Mysterium fidei “Misterio de la fe”, el pueblo responde: Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias “Anunciamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”.

Esta acción litúrgica pone de relieve la vocación de todo cristiano en el mundo actual de ser heraldo/testigo de los misterios pascuales de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, hasta su segunda venida. Es más, ante Jesús Eucarístico, cada participante está llamado a confirmar solemnemente la misión que Él mismo ha confiado a la Iglesia, comunidad de fieles: “Id y proclamad”, “id y predicad el Evangelio”, “seréis mis testigos”. Esta misión debe llevarse a cabo hasta el regreso de Cristo, como recuerda el Concilio Vaticano II: «El tiempo de la actividad misional discurre entre la primera y la segunda venida del Señor, en que la Iglesia, como la mies, será recogida de los cuatro vientos en el Reino de Dios. Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes que venga el Señor» (AG 9). En otras palabras, todo nuestro tiempo presente es siempre el de la misión, donec venias “hasta que [el Señor] venga”.

Este contexto litúrgico-misionero general debe vivirse de forma particular en la celebración eucarística de los días y domingos de Adviento, cuando, a través de las oraciones y lecturas previstas para cada misa, se enfatiza el aspecto de la espera de la venida del Señor.

2. «¡Velen […] velen […] velen!»

En el breve pasaje evangélico que hemos escuchado, resuena tres veces el imperativo “¡velen!”, al inicio, en medio y al final. Así, el verbo ritma todo el mensaje que Jesús quiere transmitir, no solo a sus discípulos íntimos, sino a todos los oyentes, como Él mismo afirma en la conclusión de su enseñanza: «Lo que digo a ustedes, lo digo a todos: ¡velen!». Se trata, por tanto, de una invitación por parte de Cristo, insistente y universal (dirigida «a todos»), para tener una actitud sabia en la espera de Su regreso, similar a la de aquel siervo que espera el retorno cierto de su patrón. Es un velar no pasivo, sino activo, como Jesús mismo pide al repetir el verbo “hacer” («tengan [hagan] atención» y «hagan de tal forma que, llegando al improviso, no los encuentre dormidos»).

Por lo tanto, aquí tenemos la recomendación central que Jesús deja a sus discípulos no solo para hoy o para este tiempo de Adviento, sino para toda su vida. La exhortación de Jesús a velar resuena también en otros lugares en los evangelios, en particular Mt 24,42 y 25,13, al final de la parábola de las diez vírgenes, que escuchamos hace pocas semanas. Esto nos permite ver la importancia de esta enseñanza, que está unida a la recomendación de orar (cf. Lc 21,36: «Velen en todo momento orando» y transmitido después por los apóstoles a las primeras comunidades cristianas (cf. Ef 6,18; Col 4,2; 1Pe 5,8). De esta forma, la triple exhortación de Jesús “velen, velen, velen” se conecta intrínsecamente con aquella de “oren, oren, oren” (¡Justo como la recomendación de Nuestra Señora en Fátima!). Orar es la expresión concreta y característica del velar cristiano y, en consecuencia, el reclamo hodierno dirigido a los discípulos para velar, es una invitación a intensificar y renovar su vida de oración. Esta invitación adquiere un significado particular, cuando estamos por pasar al nuevo año 2024, dedicado, por voluntad del Papa Francisco, a la oración en preparación al Jubileo del 2025.

3. Velar-orar-testimoniar a Cristo

Finalmente, hay que resaltar que, en el contexto de la espera cristiano del retorno de Cristo, la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios, nos recuerda la perspectiva importante del testimonio de la fe en Cristo. En efecto, a los cristianos de Corinto, que esperaban «la manifestación del nuestro Señor Jesucristo», el apóstol elogia el «testimonio de Cristo» fundado «tan sólidamente que no falta algún carisma» en ellos. Por otra parte, él expresa el deseo y la convicción de que Cristo mismo los «hará firmes en la fe, irreprensibles» en aquel día del encuentro con Él. Así, los corintios se transforman en vivos canales que transmiten con su propia vida de fe, el testimonio de Cristo que ellos mismos habían recibido. Se hacen así los testimonios vivientes del Señor al velar, al orar, al vivir en la fe. Además, hay que enfatizar que San Pablo mismo, a propósito del velar y orar, ha querido pedir explícitamente a los cristianos una oración particular para la obra de evangelización que él estaba cumpliendo:

Mediante oraciones y súplicas, orando en todo tiempo movidos por el Espíritu, vigilando además con toda constancia y súplica por todos los santos, y también por mí, para que, cuando hable, me sea dada la palabra para dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio del que soy mensajero, aunque encadenado, y que pueda hablar de él libremente y anunciarlo como debo. (Ef. 6,18-20)

En esta óptica, también los cristianos de hoy estamos llamados no solo a velar y orar en este tiempo particular, sino también a testimoniar, es decir, a transmitir el testimonio de Cristo a todos los que están alrededor nuestro. Además, en nuestro vigilar y orar, recordamos también y de modo especial a los misioneros y misioneras de Cristo hoy, aquellos que, como San Pablo apóstol y San Francisco Xavier, de quien celebramos hoy la fiesta, han dedicado toda la vida al anuncio de Cristo en todo el mundo «para dar a conocer con franqueza el misterio del Evangelio». Así, nos apoyamos mutuamente en la fe y en el testimonio, formando juntos la comunión de los discípulos-misioneros de Cristo para continuar su misión evangelizadora en el mundo donec veniat “hasta que el venga”. Amen. ¡Maranatha!

 

Sugerencias útiles:

Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 86

«Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la preparación más intensa de la comunidad para la Venida del Señor, ya que ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios «en vigilante espera». Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos los ángeles: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo». Aclamando el «Misterio de la fe» expresamos el mismo espíritu de vigilante espera: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas». En la plegaria eucarística los cielos se abren y Dios desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del Hombre que llegará sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia, dada en la Sagrada Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda exclamar: «Me levantaré y alzaré la cabeza; se acerca mi liberación».

Catecismo de la Iglesia Católica

672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la “tribulación” (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12).

1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor “hasta que él venga” y “Dios sea todo en todos” (1 Co 11, 26; 15, 28). Desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Marana tha! (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios” (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque “aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tt 2,13). “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! [...] ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17.20).

2730 Mirado positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la vigilancia, la sobriedad del corazón. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al “hoy”. El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: “Dice de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27, 8).