JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSGRADA: UN TESTIMONIO DESDE AUSTRALIA

02 febrero 2025

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Permítanme presentarme: soy la Hermana Rosalie Ilboudo, perteneciente al Instituto de las Franciscanas Misioneras de María. Nací en Burkina Faso y actualmente estoy en misión en Australia.

Mi congregación me dio su confianza formándome en enfermería y obstetricia, y también brindándome la oportunidad de servir como misionera en varios países de África y Madagascar antes de ser enviada a Australia en 2020. A lo largo de mi camino, mis hermanas han depositado en mí diversas responsabilidades: durante ocho años fui provincial de Burkina Faso, Níger y Togo, que en ese entonces formaban una sola provincia, y durante cinco años coordiné la misión en África, Islas y Oriente Medio, que comprendía 13 provincias. Además, tuve el honor de servir como Presidenta de la Unión de Superiores Mayores de Burkina y Níger.

Todo ello me ha preparado para la misión, aunque nunca se está del todo preparado. Debo mucho a mis hermanas y a todas las personas que la misión ha puesto en mi camino, pues han sido parte esencial de mi vocación misionera.

¿Qué significa para usted ser misionera y qué significa la palabra misión?

Para mí, ser misionera significa estar abierta y consciente de la presencia de Dios en mí, en mi entorno y en mi vida cotidiana. Todo cristiano recibe su misión del mismo Cristo, enviado por el Padre, y, como misionera, intento seguir sus huellas con la gracia del Espíritu Santo, contribuyendo así a su Misión.

La palabra misión representa para mí la manifestación del amor de Dios por la humanidad. Es, por tanto, una actitud de acogida y entrega, un ofrecimiento de su presencia en mí día a día. La misión no es, ante todo, hacer, sino ser: es reconocer a Dios en los demás y ser su presencia viva para ellos.

¿Cuál ha sido la experiencia misionera que más le ha marcado?

He vivido muchas experiencias misioneras que me han marcado, pero la más reciente y transformadora ha sido con los aborígenes australianos, entre 2022 y 2023. Aunque fue un periodo breve (de mayo de 2022 a agosto de 2023), ha moldeado mi vida y ha cambiado para siempre mi visión de la misión. Sin esta vivencia, no habría podido definir la misión como lo acabo de hacer. Estar con los indígenas, un pueblo profundamente creyente y contemplativo, ha purificado mi comprensión de la misión, y espero que esta experiencia siga guiando mi camino el resto de mi vida.

Ser consagrada: retos y oportunidades

Retos: Para una joven africana, la vida consagrada representa desafíos profundos. El primero y más grande es la renuncia a la familia, que en la cultura africana es fundamental. No solo implica dejar atrás el hogar que me vio nacer y crecer, sino también renunciar a contribuir a su sustento, tanto física como económicamente. Además, supone aceptar que no formaré una nueva familia, algo que en mi contexto es parte natural del ciclo de vida. Otro gran reto es ceder el control de mi propia vida. Con el voto de obediencia, siempre puedo expresar mi opinión y dialogar, pero la última palabra no me pertenece, sino a mis superiores. En el mundo actual, este es un desafío contracorriente. Por último, está el reto de la interculturalidad: aprender a aceptar y acoger al otro tal como es, con su identidad, su historia y su modo de ser.

Oportunidades: Ser consagrada significa también abrirme a la sorpresa de Dios en mi vida. Y sus sorpresas superan mis renuncias: por ejemplo, el desafío de renunciar a mi pequeña familia biológica se transforma en la oportunidad de pertenecer a una familia más grande, donde puedo ser todo para todos. Además, la vida consagrada me libera para estar disponible allí donde la misión me llame y eso me permite experimentar cada día la providencia de Dios.

En el último Jubileo de los Comunicadores, el Papa nos invitó a hablar de esperanza, ¿qué testimonio puede darnos al respecto?

La esperanza que puedo testimoniar es la de la fraternidad universal. A lo largo de mi misión, dondequiera que he estado, siempre he sido acogida, “adoptada” por la gente. Aquí, en Australia, mi misión con los indígenas me ha marcado profundamente. La comunidad me acogió con un gesto excepcional: me dieron un apellido, “napnaga”, y una filiación familiar derivada de ese nombre. Una adopción así entre ellos no sólo lleva tiempo, sino que es realmente rara.