Domingo de la Sagrada Familia: Jesús, María y José (Año C) - ¡Dichosos los que viven en tu casa, Señor!

26 diciembre 2021

San Esteban, protomártir

1Sam 1,20-22.24-28

Sal 83

1Jn 3,1-2.21-24Lc 2,41-52

 

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

 

¡Ayer celebramos el nacimiento de Cristo y lo vemos hoy ya de doce años! Hemos escuchado y contemplado el primer llanto del recién nacido Jesús, y hoy ¡escuchamos su primera declaración!, según el orden de los relatos de Lucas. Jesús la ha hecho como un hombre adulto, según la tradición judía, en un contexto particularmente solemne: en el Templo, en medio a los doctores de la Ley y delante de sus padres terrenos: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Se trata, entonces, de unas palabras de Cristo que el evangelista Lucas reviste de una importancia fundamental, porque explicitan el sentido de su propia existencia. Por eso, se tienen que escrutar, frase por frase, incluso hoy, en el gozo del nacimiento de Dios-en-medio-de-nosotros, para acoger su profundidad y recoger algunos elementos para una vida cristiana-misionera con y en el Señor.

1. «¿Por qué me buscabais?», así responde Jesús, en sus doce años, a su madre que le ha dicho con palabras conmovedoras, después de haberlo encontrado en el Templo: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Esta forma de responder de un hijo a sus padres “angustiados”, resulta dura y poco comprensible en él, ya que es poco humana. A este respecto, es necesario recordar que los relatos evangélicos fueron escritos para transmitir, sobretodo, mensajes teológicos y espirituales, y no para saciar la curiosidad de los lectores. No menos importante, también sobre el plano teológico espiritual, es que el comportamiento de Jesús no parece ser un ejemplo para los hijos de una familia (¡especialmente hoy en la Fiesta de la Sagrada Familia, de la que esperamos aprender cómo vivir y crecer en la santidad!). ¿Es elogiable responder bruscamente a la pregunta de los padres con otra pregunta, sin prestar atención a su angustia? A propósito, es curioso notar que los evangelios reportan otras ocasiones en las que Jesús reacciona de una manera similar. En las bodas de Caná, cuando su madre le informa de la falta de vino, Él responde: «Mujer, ¿Qué tengo yo que ver contigo?» (Jn 2,4). Durante sus actividades públicas, cuando le fue comunicado la llegada de su madre con los hermanos-primos que querían verlo, Él respondió con otra pregunta: «¿Quién es mi madre…?» (cf. Mc 3,33). ¿Jesús no era, entonces, gentil, humilde, obediente con su familia?

Nunca ha sido puesta en duda la obediencia absoluta del hijo Jesús a sus padres, expresión concreta del honor debido a ellos prescrito en el Decálogo. De hecho, el evangelio afirma inmediatamente después: «El bajó con ellos [María y José] y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos» (Lc 2,51). Igualmente, la gentileza y la humildad eran las características que Jesús usa para autodefinirse (cf. Mt 11,29).

¿Por qué una reacción tan brusca de Jesús en esta y en otras situaciones? ¿Había olvidado, casualmente, las virtudes mencionadas? ¡No, no las ha olvidado, sino que por un momento las ha dejado intencionalmente aparte para afirmar algo más importante! Utilizó la situación para anunciar solemnemente la razón de su vida, aquella única razón por la cual vino al mundo:

2. «Yo debía estar en las cosas de mi Padre». Esta afirmación refulge como la primera revelación verbal de Jesús al mundo sobre su “misión” especial. Cada palabra, por eso, está llena de significado que necesita ser analizado. En primer lugar, la expresión de Jesús “yo debía” no se refiere a la fatalidad de las circunstancias o de las obligaciones que impone otro, sino que implica la disposición para realizar el plan divino que le fue confiado, con todo el corazón, mente y espíritu. Desde este momento, la expresión “yo debía” continúa durante toda su actividad pública a aparecer en boca de Jesús, como es reportado principalmente en el evangelio de Lucas. De las otras 17 recurrencias de la expresión, la más significativa es la declaración sobre su pasión y muerte en Jerusalén: «El hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día» (cf. Lc 9,22). Se trata del contenido concreto del “deber”, que Jesús realiza según lo que el Padre le ha confiado. La vida de Jesús está totalmente orientada por un constante “estar en las cosas de mi Padre”. En esta última expresión se tenemos alguna dificultad en la compresión del sentido exacto del texto griego y, por eso, hay una diversidad en las traducciones modernas. Un primer sentido sería que Jesús declara que tiene que permanecer en la casa del Padre (que es, de hecho, el Templo de Jerusalén) para ocuparse de ella; esto coincide con el contexto y con el celo que Jesús demostrará en el episodio de la purificación del Templo. Otro significado podría ser que Jesús tiene que ocuparse de las obras del Padre, como declarará en otro lugar: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió llevar a término su obra» (Jn 4,34). Las dos interpretaciones entran esencialmente en la declaración de Cristo a Dios Padre en el momento místico de su entrada en el mundo, que ya escuchamos en el último domingo de Adviento: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad», es decir, para ocuparme de tu casa y de las “cosas” que me confiarás.

En esta perspectiva, lo que el Jesús con doce años ha declarado refuerza nuevamente la razón de su venida al mundo y la consideración de los pasajes similares, nos hacer ver todavía algo más profundo: cuando Jesús dice que tiene que «estar en las cosas de mi Padre», no se refiere solo a las acciones que concretizan el cumplimiento de algo, sino que habla de la ocupación de toda la vida, como se evidencia en la primera lectura para el caso de Samuel, hijo de Anna: «Quede, pues, cedido al Señor de por vida» (1Sam 1,28). En efecto, Jesús ya ha sido totalmente “consagrado” a Dios místicamente desde el momento de su entrada en el mundo y “formalmente” desde su presentación en el Templo, cuarenta días después de su nacimiento. Se trata, por tanto, de una vida ofrecida totalmente en holocausto a Dios, que no se complace en otros holocaustos y sacrificios de animales; una vida inmersa en la misión de Dios en cada momento, en cada respiro hasta la muerte y una muerte en cruz: ¡“yo debía”, porque “yo vengo a hacer tu voluntad”, ofreciéndome a mí mismo! Y, así, ¡la vida de Jesús es toda misión! Él no solo cumple la misión del Padre, ¡la vive, 24 horas del día y 7 días a la semana! Y, como sabemos, sus discípulos serán exhortados a hacer lo mismo. Dirá explícitamente después de la resurrección: «Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo» (Jn 20,21).

3. « ¿No sabíais?» Estas palabras, en el texto del evangelio, preceden a la declaración sobre la misión de Jesús. Sobre ellas reflexionamos en último lugar, invirtiendo el orden de la frase, porque, en realidad, es una pregunta que es mucho más que un reproche o advertencia en relación a María y José, y mucho menos es solo una simple introducción al contenido de la revelación que sigue («¿No sabíais que…?»). Se trata de una invitación a un constante pensar y repensar, con la ayuda de la Palabra de Dios, sobre el ministerio de Jesús, su persona, su misión, porque Él es el misterio de Dios hecho hombre, que va siempre más allá de los esquemas mentales y de todo saber humano. Esto valía para María y José, ¡esto vale también todavía hoy para todos, sobretodo para nosotros, los cristianos y misioneros, enviados al mundo para anunciar a Cristo! Para esto, es necesario partir de la actitud sabia y humilde del filósofo Sócrates, que afirma: “¡Sé que no sé nada!”, para abrirse a la novedad de Dios que sabe sorprendernos siempre en el amor. Es necesario seguir, por ser más cercano a nosotros, el ejemplo de María, Madre de Jesús, humilde sierva de Dios, y de José, el justo: no sentirnos ofendidos delante de las palabras a veces duras e incompresibles de Jesús, sino tener siempre una actitud de escucha y contemplación del misterio donado. Si bien, «ellos no comprendieron lo que les dijo», María «conservaba todo esto en su corazón», es decir, todas estas palabras y hechos para volver constantemente con el pensamiento, con la mente, con el corazón.

Así, la pregunta retórica de Jesús «¿No sabíais?» se transforma en una exhortación implícita para hacer crecer nuestro saber sobre Él y, por eso, nuestra sabiduría en el discernimiento y en el hacer «las cosas del Padre». El evangelio dice que, después de haber declarado la misión de su vida, el Jesús de doce años «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres». Si así es con Jesús, Dios hecho hombre, ¿quién osa afirmar que no tiene necesidad de crecer? ¿Quién está tan lleno de sí que no tiene más espacio para la sabiduría divina en Cristo? ¡La urgencia es particularmente actual para aquellos que piensan saber todo sobre Él, aquellos “modernos familiares” de Jesús, que “saben” más que María y José y, por eso, no pierden tiempo en escuchar a los otros, ni siquiera a Jesús!

 

¡Atención! Jesús, Dios hecho hombre, ¡era y es el-misterio-siempre-más grande! Todos nosotros estamos llamados a crecer con Él en sabiduría, también en este nuevo tiempo y nuevo año que Dios nos dona, para vivir siempre más sabiamente y más intensamente nuestra vida de hijos de Dios, llamados a cumplir, mejor, a vivir la misma misión de Jesús, el Hijo del Padre: ¡Llevar la salvación de Dios a todos, hasta los extremos de la tierra! (cf. Is 49,6).

 

Sugerencias útiles:

«Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este estado de vida, les quedó todo lo más por decir y aun por entender, y así hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá. Que, por eso, dijo san Pablo del mismo Cristo, diciendo: En Cristo moran todos los tesoros y sabiduría escondidos». (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 36, 3)

 

«El mismo Niño Jesús nació de la Virgen María y vivió en una familia, y fue en la familia de Nazaret donde comenzó la misión que el Padre le había confiado. “Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo” (Is 9,6). Con El amaneció una nueva era, en El el mundo fue recreado, en El fue ofrecida una nueva vida a la humanidad, una vida redimida por y en Cristo». (Papa Juan Pablo II, Homilía durante el viaje apostólico a Pakistán, Filipinas, Guam, Japón y Anchorage, Cebú, 19 de febrero de 1981)

 

«La gloria de Dios, la salvación del mundo: esta es la gran obra que preparó el Padre Eterno, que realizó el Hijo Eterno, que el Espíritu Santo consolidó: ángeles, hombres e incluso seres materiales cooperan en ella. Este es el gran negocio que Jesús vino a realizar en la tierra, sacrificando riqueza, fama, honor y vida por su éxito, comprometiéndose a permanecer amorosamente entre nosotros y, permaneciendo allí, a ganar una copiosa e infinita cantidad de predestinados. […] ¿Y podemos nosotros, siendo sacerdotes, ser indiferentes a los intereses supremos de Jesucristo? Ciertamente, no todos sentirán la vocación de apóstoles, el entusiasmo de los héroes, las ansias del martirio; sin embargo, ¿qué pretextos se pueden poner para no trabajar incesantemente a favor de las Obras Misionales?». (P. Manna, Sacerdozio missionario, Roma 1937, pp. 49-50)