Ascensión del Señor - Solemnidad (Año A)

19 mayo 2023

Hch 1,1-11;
Sal 46;
Ef 1,17-23;
Mt 28,16-20

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos»

La solemnidad de la Ascensión del Señor nos invita a reflexionar de nuevo sobre este misterioso acontecimiento y, en su contexto, sobre las últimas palabras que Cristo resucitado dejó a los discípulos antes de ascender al cielo, como los evangelistas narran. El Evangelio de este año A nos invita a meditar más profundamente sobre el episodio de la ascensión de Cristo según el relato de San Mateo, en particular sobre el “mandato misionero” del Señor resucitado a sus discípulos en el momento de la “despedida”. Hay tres detalles en el relato evangélico sobre los que nos gustaría detenernos.

1. De vuelta «a Galilea, al monte»

El lugar de la Ascensión del Señor que el evangelista san Mateo quiere subrayar es muy significativo: «Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado». Esta mención, a la vez concreta (Galilea) y vaga (en el monte indicado por Jesús pero sin nombre), parece servir no para dar una indicación geográfica precisa, sino para ofrecer una perspectiva teológica y espiritual sobre la cual reflexionar. En otras palabras, estaría fuera de lugar comparar este relato de la Ascensión según san Mateo con el que hace san Lucas en su Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) para preguntarse quién ofrece la información más precisa sobre el lugar donde Jesús ascendió al cielo: Galilea o cerca de Jerusalén. (Por tanto, sería incorrecto criticar la credibilidad de los relatos evangélicos en cuestión, que pretenden subrayar ante todo el mensaje teológico de fondo sobre el misterio acaecido en la historia).

Es necesario solamente escudriñar más y comprender la visión teológica que cada evangelista tiene y quiere transmitir. Desde esta perspectiva, hay que destacar la referencia a Galilea en el Evangelio de San Mateo como contexto espacial del encuentro de despedida entre el Resucitado y sus discípulos. Surge claramente un enmarque altamente simbólico: Jesús comenzó su misión terrena en Galilea y la termina allí. Así, sus discípulos serán enviados por Jesús a todo el mundo, comenzando su misión precisamente desde Galilea, al igual que su Maestro y Señor.

A este respecto, nos parece útil retomar lo que ya hemos dicho en un comentario anterior (III Domingo del Tiempo Ordinario): Galilea en tiempos de Jesús era la Galilea de los gentiles y de Israel (tierra de Zabulón y Neftalí); se convirtió en la imagen del mundo entero en el que convivían israelitas y no israelitas, judíos y gentiles. Era el (micro)cosmos en el que Jesús actuó y cumplió el plan de salvación de Dios para toda la humanidad. En esa tierra Jesús, el Hijo de Dios lo empezó todo, así surgió «una luz grande» de Dios para «el pueblo que habitaba en tinieblas». Tanto es así que él mismo declarará: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Él es la luz que ilumina y revela, con palabras y obras, el verdadero rostro del Dios misericordioso y compasivo que ama y llama a todos a conocer, es decir, a experimentar, su amor para gozar de la vida en abundancia con Dios y en Dios. Todo esto comienza en la Galilea de Israel y de los gentiles.

San Mateo, al final de su evangelio, “hace volver” de nuevo a todos, a Jesús y a sus discípulos «a Galilea, al monte que Jesús les había indicado» (Mt 28,16). Allí sucederá la última aparición de Jesús resucitado a los suyos, antes de la Ascensión, y allí les entregará el gran mandato misionero: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos […]. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20).

Así se cierra el círculo de la misión de Jesús en la tierra: de Galilea a Galilea, y así comienza ahora la misión de sus discípulos, de todos, incluidos los “dubitativos” (cf. Mt 28,17): de Galilea a todo el mundo, cuyo símbolo sigue siendo esa tierra de Zabulón y Neftalí. Aun yendo hasta los confines de la tierra, los discípulos misioneros de Jesús permanecerán místicamente en su Galilea, donde seguirá estando con ellos en sus actividades misioneras «todos los días, hasta el final de los tiempos». Por eso, sus discípulos tendrán también la misma misión y vocación de ser “luz del mundo”, como su Maestro Jesús, luz de Dios que brilla en las tinieblas, en la Galilea del mundo.

2. «Algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo»

Como ya se ha dicho, en el momento solemne de la última aparición de Cristo a sus discípulos, éstos todavía «dudaron», como señala el evangelista. Este es un hecho increíble: ante la verdadera presencia del Señor resucitado, ellos, todos o muchos, aún no creían, a pesar de que «al verlo, ellos se postraron». Pero lo que es aún más excepcional es que, a pesar de sus dudas y de su débil fe, el Resucitado se acercó a ellos y les confió el excelso mandato de continuar su propia misión de hacer discípulos por todo el mundo. Dejando para el próximo punto el análisis del “mandato misionero”, quisiéramos subrayar aquí la gran actualidad, incluso hoy, de la confianza de Jesús en sus discípulos al enviarlos en misión.

De hecho, lo que sucedió en aquel momento en el monte de Galilea podría sugerir dos aspectos importantes para la espiritualidad misionera. En primer lugar, la “duda” incluso en aquellos que «al verlo, se postraron». Vemos en esta postración de los discípulos ya un signo de la fe que tenían. Sin embargo, esta fe en el Señor no eliminaba por completo las posibles dudas. De hecho, el Señor mismo aquí parecía no querer eliminar esas dudas. Tomó nota de ellas, las comprendió y las pasó por alto. No eligió para su misión a los más perfectos, a los más puros en la fe, a los incuestionables. Simplemente quería a aquellos dispuestos a colaborar con Él a pesar de todo, y lo que más cuenta, lo que más se exige, es la fidelidad absoluta de los discípulos en la transmisión de las palabras del Maestro en la misión: «enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado». Esto vale para los discípulos-misioneros de entonces como de ahora, ¡en todo tiempo y en todo lugar!

En segundo lugar, en aquel momento en el monte de Galilea, el Maestro resucitado había depositado una enorme confianza en sus discípulos que «dudaban». De hecho, es Su “estilo”, paciente y misericordioso, el cual demostró varias veces a los discípulos después de la Resurrección, como hizo con el apóstol Tomás y también en el relato con los dos de Emaús. E incluso antes de cualquier acción o palabra, la anotación del evangelista de que «Jesús se acercó» a los suyos que «dudaban» en la montaña, como los dos perdidos y desanimados en el camino de Emaús, es muy hermosa y de gran profundidad. Aquí podemos escuchar de nuevo el significativo comentario del Papa Francisco sobre este “acercarse” de Jesús, tal como está escrito en el Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año:

Entonces, «mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos» (v. 15). Como al inicio de la vocación de los discípulos, también ahora, en el momento de su desconcierto, el Señor toma la iniciativa de acercarse a los suyos y de caminar a su lado. En su gran misericordia, Él nunca se cansa de estar con nosotros; incluso a pesar de nuestros defectos, dudas, debilidades, cuando la tristeza y el pesimismo nos induzcan a ser «duros de entendimiento» (v. 25), gente de poca fe.

Hoy como entonces, el Señor resucitado es cercano a sus discípulos misioneros y camina con ellos, especialmente cuando se sienten perdidos, desanimados, amedrentados ante el misterio de la iniquidad que los rodea y los quiere sofocar. Por ello, «¡no nos dejemos robar la esperanza!» (Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 86). El Señor es más grande que nuestros problemas [y dudas, ¡podríamos añadir!], sobre todo cuando los encontramos al anunciar el Evangelio al mundo, porque esta misión, después de todo, es suya y nosotros somos simplemente sus humildes colaboradores, “siervos inútiles” (cf. Lc 17,10).

3. «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos»

Nos encontramos ante el "mandato misionero" del Señor, en el que cada expresión, más aún, cada palabra, debe grabarse en el corazón de todos sus discípulos. Ante la riqueza y profundidad de este último mensaje del Señor resucitado a los suyos, nos sentimos incapaces de ofrecer un comentario conciso por falta de tiempo. Dejémonos, pues, ayudar por las autorizadas palabras del Papa San Juan Pablo II en su Carta Encíclica Redemptoris Missio (Sobre la permanente validez del mandato misionero), un documento siempre actual:

22. Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: « Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).

Este envío es envío en el Espíritu, como aparece claramente en el texto de san Juan

[…]

23. Las diversas formas del « mandato misionero » tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los Apóstoles: « A todas las gentes » (Mt 28, 19); « por todo el mundo ... a toda la creación » (Mc 16, 15); « a todas las naciones » (Act 1, 8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: « Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos » (Mc 16, 20).

[…]

En Mateo el acento misional está puesto en la fundación de la Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él, pues, este mandato pone de relieve que la proclamación del Evangelio debe ser completada por una específica catequesis de orden eclesial y sacramental.

[…]

Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misión, testimonian un cierto pluralismo que refleja experiencias y situaciones diversas de las primeras comunidades cristianas; este pluralismo es también fruto del empuje dinámico del mismo Espíritu; invita a estar atentos a los diversos carismas misioneros y a las distintas condiciones ambientales y humanas. Sin embargo, todos los evangelistas subrayan que la misión de los discípulos es colaboración con la de Cristo: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20) La misión, por consiguiente, no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.

Por eso, la solemnidad de la Ascensión del Señor es siempre también la fiesta del envío misionero de los discípulos de Cristo. Con gratitud por la gran misericordia y confianza que el Señor resucitado ha tenido y sigue teniendo para con nosotros, sus discípulos-misioneros de hoy, muchas veces atormentados por tantas dudas que provienen de una generación “incrédula” e “impía”, sintámonos llamados a ser siempre fieles a sus palabras en el cumplimiento de su misión en todos los pueblos. Y que en nuestra vida de discípulos-misioneros sepamos levantar siempre los ojos al Cielo donde ascendió nuestro Maestro-Señor y donde ahora reina con «todo poder en el cielo y en la tierra», para sacar siempre fuerzas de Aquel que es Dios-con-nosotros «todos los días, hasta el final de los tiempos». Amén.

 

Indicaciones útiles:

Catecismo de la Iglesia Católica

662 «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, «no [...] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. «De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7, 25). Como «Sumo Sacerdote de los bienes futuros» (Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).

665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).

666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.

667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.