Domingo de Pentecostés (Año A)

26 mayo 2023

MISA DE LA VIGILIA

Primera lectura: Gén 11,1-9;
o Éx 19,3-8.16-20b;
o Ez 37,1-14;
o Jl 3,1-5;

Sal 103;
Rm 8,22-27;
Jn 7,37-39

MISA DEL DÍA

Hch 2,1-11;
Sal 103;
1Cor 12,3b-7.12-13;
Jn 20,19-23

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

La misión de Dios continúa

La celebración litúrgica de Pentecostés no es un simple recuerdo de la efusión del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles en el Cenáculo, sino que se trata de la realización del acontecimiento, en el que Dios Padre «en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica 1082). Este es el misterio que se realiza también hoy en quienes lo celebran con fe. En este contexto, las lecturas y el Evangelio de la Misa nos ayudan a comprender y abrirnos aún más al don del Espíritu que recibimos en nuestra vida como discípulos enviados por Jesús para ser sus testigos «hasta el confín de la tierra».

1. El viento que sopla fuertemente – El sentido del acontecimiento

¿Qué ocurrió realmente con los discípulos de Jesús el día de Pentecostés?

En primer lugar, como se nos narra en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, mientras «se encontraban todos juntos en el mismo lugar», es decir, en el Cenáculo, “la habitación del piso superior”, «de repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados». El énfasis en el “estruendo”, “viento que soplaba fuertemente”, parece ir más allá de la descripción física de un fenómeno atmosférico. Este viento fuerte es mencionado en momentos clave de la historia bíblica: en la noche de la creación, cuando «el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» del caos, en donde la expresión hebrea puede significar literalmente también “un viento muy fuerte” (cf. Gén 1,2); en la noche del paso del Mar Rojo, cuando se produjo un viento muy fuerte, que separó las aguas del mar en dos partes para abrir un camino en medio para el pueblo de Dios (cf. Ex 14,21-23); en la visión del profeta Ezequiel, donde el viento fuerte, que es el Espíritu de Dios, viene a revivir los huesos muertos del pueblo (cf. Ez 37,9-14). Así, ahora, en este día de Pentecostés, ha llegado un viento que sopla fuertemente y preanuncia, como ya hemos visto en el pasado, un acontecimiento fundamental en la historia de la salvación humana, un acontecimiento que trae una nueva creación, la liberación, la resurrección de la humanidad.

Por otro lado, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, «El término “Espíritu” traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8)» (Catecismo de la Iglesia Católica 691). Así, en el mismo viento se vislumbra el Espíritu en acción, o mejor dicho, su “descenso” del cielo mientras está en acto. Hay que sentir todo esto, en el corazón y en la mente, para entrar con temor y temblor en la atmósfera solemne y grandiosa del momento y revivir el misterio de Pentecostés en toda su plenitud.

2. Lenguas como llamaradas – El misterio de la efusión del Espíritu

Tras el estruendo, «vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos». Este es el momento de la efusión del Espíritu Santo, como se explica inmediatamente después: «Se llenaron todos de Espíritu Santo». Sin embargo, hay que señalar un detalle interesante: ¿qué vieron los apóstoles en ese momento? ¿Llamas de fuego sobre sus cabezas, como se suele ver en muchas pinturas en las iglesias? No, el autor sagrado ha sido muy sutil en su descripción de lo ocurrido: no “lenguas de fuego”, sino “lenguas como llamaradas”, donde la palabra “como” significa precisamente “como, similar”, y no “exactamente así, igual”. También aquí hay que tenerlo en cuenta para comprender que estamos ante un misterio inefable, inescrutable, y cualquier descripción será siempre solo aproximada. (Además, si realmente hubiese habido fuego en sus cabezas, se habrían quemado el pelo). Por otra parte, se quiere asociar la imagen visible del fuego con la realidad invisible del Espíritu del que «se llenaron todos». Como explica de nuevo el Catecismo: «Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. […] Juan Bautista […] anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!” (Lc 12, 49). En forma de lenguas “como de fuego” se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). “No extingáis el Espíritu” (1 Ts 5, 19)» (Catecismo de la Iglesia Católica 696). El Espíritu es el fuego que transforma la vida, ilumina la mente y hace que el amor a Dios arda en el corazón.

3. El Espíritu «será quien os lo enseñe todo»

Tras descender sobre los apóstoles, el Espíritu Santo les permitió de inmediato «hablar en otras lenguas» con todos «de las grandezas de Dios». Es casi un cumplimiento de lo que Jesús dijo a sus discípulos en la Última Cena, como nos recuerda el Evangelio de hoy: «el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo». Por el Catecismo sabemos que «Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el “Paráclito”, literalmente “aquel que es llamado junto a uno”, advocatus (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). “Paráclito” se traduce habitualmente por “Consolador”, siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo “Espíritu de Verdad” (Jn 16, 13)» (Catecismo de la Iglesia Católica 692). Además, “todo” lo que el Espíritu enseñará no se refiere ciertamente a todo el conocimiento posible en el mundo, sino al conocimiento de Dios y de Cristo y a la capacidad de transmitir a otros las verdades divinas, reveladas en Cristo, para su salvación. Tanto es así que después de la expresión «será quien os lo enseñe todo», como conclusión del pensamiento afirma «y os vaya recordando todo lo que os he dicho».

Para comprender mejor estas palabras de Jesús sobre el papel del Espíritu, conviene recordar la enseñanza de San Juan Pablo II en su Encíclica Dominum et vivificantem:

El Espíritu Santo será el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia, siempre presente en medio de ellos - aunque invisible -como maestro de la misma Buena Nueva que Cristo anunció. Las palabras «enseñará» y «recordará» significan no sólo que el Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro.

De tal modo, el Espíritu Santo continúa la misión de Dios en la Iglesia y en los discípulos de Cristo. Como también menciona el Papa Francisco «fue inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús cuando por primera vez se dio testimonio de Cristo muerto y resucitado con un anuncio kerigmático, el denominado discurso misionero de san Pedro a los habitantes de Jerusalén. Así los discípulos de Jesús, que antes eran débiles, temerosos y cerrados, dieron inicio al periodo de la evangelización del mundo. El Espíritu Santo los fortaleció, les dio valentía y sabiduría para testimoniar a Cristo delante de todos» Además, sigue explicando el Papa, «Así como “nadie puede decir: ‘¡Jesús es el Señor!’, si no está movido por el Espíritu Santo” (1 Co 12,3), tampoco ningún cristiano puede dar testimonio pleno y genuino de Cristo el Señor sin la inspiración y el auxilio del Espíritu. Por eso todo discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados, desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que - quiero decirlo una vez más - tiene un papel fundamental en la vida misionera, para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás» (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022).

Oremos para que todos los discípulos misioneros de Cristo podamos vivir bien, es más, en plenitud, el Pentecostés hoy, y que nos dé un nuevo impulso para continuar la misión de Cristo con la potencia del Espíritu. Esto, sobre todo, para aquellos que están directamente involucrados en la misión y la animación misionera como en las Obras Misionales Pontificias. El beato Paolo Manna, cuando planificó la fundación de la Unión Misionera del Clero, que luego se convirtió en la actual Pontificia Unión Misional, tenía una visión clara «Un movimiento misionero verdadero y genui­no debe ser sobre todo espiritual, porque es obra del Espíritu Santo; debe ser un Pentecostés; en­tonces y sólo entonces crea, conquista, penetra, santifica, inspira y deja frutos duraderos de ora­ción, de acción, de sacrificio; sólo entonces se ten­drá un florecimiento de verdaderas vocaciones misioneras». (Le Missioni Cattoliche LX [1931], 24 mayo, p. 323ss). María, Madre de la Iglesia y Reina de las misiones, ¡ruega por nosotros y por toda la Iglesia!

 

Sugerencias útiles:

De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo (Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo, I, 11-12. 16: PG 33, 931-935.939-942)

EL AGUA VIVA DEL ESPÍRITU SANTO

El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. Una nueva clase de agua que corre y salta; pero que salta en los que son dignos de ella. ¿Por qué motivo se sirvió del término agua, para denominar la gracia del Espíritu? Pues, porque el agua lo sostiene todo; porque es imprescindible para la hierba y los animales; porque el agua de la lluvia desciende del cielo, y, además, porque desciende siempre de la misma forma y, sin embargo, produce efectos diferentes: Unos en las palmeras, otros en las vides, todo en todas las cosas. De por sí, el agua no tiene más que un único modo de ser; por eso, la lluvia no transforma su naturaleza propia para descender en modos distintos, sino que se acomoda a las exigencias de los seres que la reciben y da a cada cosa lo que le corresponde.

De la misma manera, también el Espíritu Santo, aunque es único, y con un solo modo de ser, e indivisible, reparte a cada uno la gracia según quiere. Y así como un tronco seco que recibe agua germina, del mismo modo el alma pecadora que, por la penitencia, se hace digna del Espíritu Santo, produce frutos de santidad. Y aunque no tenga más que un solo e idéntico modo de ser, el Espíritu, bajo el impulso de Dios y en nombre de Cristo, produce múltiples efectos. Se sirve de la lengua de unos para el carisma de la sabiduría; ilustra la mente de otros con el don de la profecía; a éste le concede poder para expulsar los demonios; a aquél le otorga el don de interpretar las divinas Escrituras. Fortalece, en unos, la templanza; en otros, la misericordia; a éste enseña a practicar el ayuno y la vida ascética; a aquél, a dominar las pasiones; al otro, le prepara para el martirio. El Espíritu se manifiesta, pues, distinto en cada uno, pero nunca distinto de sí mismo, según está escrito: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Juan Pablo II, Carta encíclica sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo, Dominum et Vivificantem

25. «Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17, 4) fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11)». De este modo el Concilio Vaticano II habla del nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el domingo de Pascua. Cristo resucitado vino y «trajo» a los apóstoles el Espíritu Santo. Se lo dio diciendo: «Recibid el Espíritu Santo». Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, «estando las puertas cerradas», más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al exterior, ante los hombres.

Catecismo de la Iglesia Católica

737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).

738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad: «Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual» (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74, 561).