IV Domingo de Pascua (Año A)

28 abril 2023

Hch 2, 14a.36-41;
Sal 22;
1 Pe 2, 20b-25;
Jn 10, 1-10

El Señor es mi pastor, nada me falta

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

Cristo, el Buen Pastor, que es la puerta de las ovejas

El cuarto domingo de Pascua es también llamado “del Buen Pastor”, y las lecturas con las oraciones de la liturgia están enfocadas particularmente en esta bellísima imagen de Jesús. Por este motivo, desde el 1964 por decisión del Papa San Pablo VI, este domingo es también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, dedicada a aquellos que han recibido la llamada para seguir a Jesús, el Sumo Sacerdote y buen Pastor. En este sentido, hoy en muchas parroquias y Diócesis del mundo se realiza la colecta destinada al fondo de solidaridad universal de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol (OPSPA) para la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas, mediante el apoyo a seminarios y noviciados en las misiones así como a candidatos y formadores. De esta forma, cada fiel participa activamente, a través de la oración y contribución concreta, a la misión evangelizadora de la Iglesia en el ámbito específico del cuidado por las vocaciones y actividades formativas para los nuevos y buenos sacerdotes-pastores «con olor a oveja» (Papa Francisco, Santa Misa Crismal, Homilía Basílica Vaticano, Jueves Santo, 28 de marzo de 2013) siguiendo las huellas de Cristo Buen Pastor. En este contexto, las lecturas de la misa de hoy nos ayudan a resaltar y profundizar al menos tres aspectos importantes de la misión de Cristo el Pastor, modelo y ejemplo de todos los pastores del pueblo según el deseo de Dios Padre.

1. La relación particular entre Jesús y sus ovejas

El pasaje evangélico que hemos escuchado hoy es muy sintético, pero denso en su significado. Representa el comienzo del discurso de Jesús en el Cuarto Evangelio sobre la auto-declaración «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10, 11.14). Así, ya desde el principio, incluso antes de declararse el Buen Pastor, Jesús subraya una característica fundamental de la relación entre Él y sus ovejas: «En verdad, en verdad os digo: […] el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. […] las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz» (Jn 10, 1-4). Estas palabras se repetirán en lo que Jesús dirá más tarde, cuando se auto-declara como el buen pastor: «Yo soy el Buen Pastor, [dice el Señor], que conozco a las mías, y las mías me conocen» (Jn 10, 14); y al final del discurso: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen» (Jn 10, 27).

Se debe subrayar inmediatamente que el verbo conocer en el lenguaje bíblico-judío denota un conocimiento no tanto intelectual (de un saber) sino existencial, como en la relación entre el esposo y la esposa. Se trata de un conocimiento reciproco intimo e integral, un conocer que implica amar y pertenecer al otro. Por esto cuando Jesús declara ser el buen pastor, inmediatamente afirma que «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn 10, 11b.15b). El lo hace, porque conoce a sus ovejas, es decir, las ama profundamente, incluso más que su propia vida.

Además, el conocimiento entre Jesús y sus ovejas es puesta en paralelo con aquella entre Jesús y Dios Padre. El declara, en efecto, «conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre» (Jn 10, 14b-15). Se pone, por tanto, la relación entre Jesús buen pastor y sus discípulos de frente a una realidad mística de conocimiento íntimo entre las Personas divinas. De un lado se vislumbra la profundidad del conocimiento-amor que Jesús tiene por sus ovejas, como aquella que Jesús tiene por el Padre. El efectivamente afirma en otro lugar: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Por otro lado, cuando Jesús afirma que sus ovejas lo conocen, es posible preguntarse si efectivamente su conocimiento por Jesús sea comparable a aquella entre el Padre y Jesús. Nos parece de captar una invitación implícita a las “ovejas” de Jesús a preguntarse sobre si y cuanto conocen a su Pastor y reconozcan su voz en medio de tantos rumores a su alrededor. Dado que es imposible agotar todas las riquezas del misterio de Cristo, permanece siempre actual, por las ovejas de todo tiempo, el empeño de crecer siempre de mas en el conocimiento del Pastor que las conoce y las ama hasta dar la vida por ellas. (Significativo al respecto el regaño de Jesús a Felipe, uno de sus íntimos discípulos: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?» (Jn 14, 9). Son palabras validas también para cada discípulo que lo sigue.

2. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante»

Reiterando la relación particular con sus ovejas, Jesús señala, de inmediato, el cuidado/misión especial que deriva del conocimiento y del amor: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10). Esta especial misión/cuidado de Jesús se reafirma nuevamente al final del discurso: «yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 28). Así, el don de la vida en abundancia se identifica con la vida eterna. Sin embargo, esta vida no designa una realidad futura, solo después de la muerte. Esta indica una vida de comunión con Jesús y con Dios, que inicia ya en el presente y que continuará en la eternidad. Por eso, Jesús subraya: «En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna» (Jn 6, 47). Incluso, «En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida » (Jn 5, 24). «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna » (Jn 6, 54).

De estas citas, sobre todo la última, surge otro aspecto fundamental de la vida eterna que Jesús dona a sus ovejas. Se trata de la misma vida que El ofrece por los suyos, como ya aparece claro en las declaraciones del buen pastor mencionadas anteriormente. Jesús se ha hecho también cordero sacrificado para donar la propia vida a sus ovejas y para guiarlas ahora «hacia fuentes de aguas vivas» (Ap 7, 17), como nos lo recuerda la segunda lectura.

Se trata, por tanto, del pastor que no conoce solo el olor de las ovejas, sino que se ha hecho también una de ellas, para compartir con ellas todo de la vida (también la muerte). Es cuanto se afirma sobre la figura de Cristo sumo sacerdote: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Hb 4, 15).

Este fuerte vínculo entre Jesús buen pastor y sus ovejas será la razón por la cual ninguna de ellas le será arrebatada (Jn 10, 28) de su mano y de la mano del Padre. San Pablo apóstol expresa el mismo concepto con palabras conmovedoras e inspiradas a partir de una pregunta retórica: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 35.37-39).

3. Una metáfora insólita y poco profundizada: «Yo soy la puerta: si alguno entra através de mi, será salvo; entrará y saldrá y encontrará pastos»

En el evangelio de Juan, la imagen original de Jesus como la puerta que conduce a la vida, parece enfatizar su función como único mediador. Esta última figura, por su parte, es explicada con otra imagen tan enigmática como original, que Jesús menciona en el discurso con Natanael: el hijo del hombre será como la escalera sobre la que descienden y suben los ángeles (Jn 1,51). Lo que resulta interesante es que esta imagen tiene como trasfondo el pasaje del Antiguo Testamento que reporta el sueño de Jacob en Luz, el lugar que después se llamará Betel (Gn 28,12ss) donde, al tener la visión de la escalera que une el cielo con la tierra, exclama el patriarca “¡Cómo es terrible este lugar! ¡Ésta es la casa de Dios y la puerta del cielo!” (Gn 28,17). Por eso, la imagen de Jesús la “puerta de las ovejas”, a pesar de la diferencia del término usado en las lenguas originales, podría tener un contacto con la idea de la puerta que conduce al cielo.

En esta perspectiva, la doble afirmación de Jesús sobre la puerta y el pastor de las ovejas, es muy cercana a la declaración de Jesús como “camino, verdad y vida”. En ambos casos se subraya la exclusiva mediación de Jesús en vista a la salvación, es decir, a la vida de los hombres. Se enfatiza, además, el carácter auténtico y genuino de su identidad: el buen pastor ideal, perfecto, bello según el designio de Dios. La imagen de Jesús como puerta de las ovejas, se acerca a la metáfora del camino a la vida. No es casualidad que Él mismo concluye el discurso sobre la puerta con la afirmación cristológica-soteriológica: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10b). Aquí aparece el contacto con la Sabiduría personificada, cuya “puerta” conduce a la vida y a la comunión con Dios (cf. Prov 8,34-35).

En conclusión, la declaración de Jesús como “buen pastor” no señala solo su bondad, sino que quiere transmitir la idea del pastor ideal, genuino, perfecto, es decir, de acuerdo al querer divino para Israel al final de los tiempos. Esta perfección consiste, entre otras cosas y tal vez más que todo, en la cualidad de ser sabio, en contraste con los pastores insensatos y malvados, como atestan numerosos pasajes del Antiguo Testamento. En concreto, el texto de Juan realza las dos características fundamentales del pastor perfecto: el dar o arriesgar la vida por las ovejas y el conocimiento íntimo entre el pastor y las ovejas. Mientras que el primer aspecto se muestra cristológico y alude directamente a la cruz, el segundo es sapiencial, porque los seguidores de la Sabiduría escuchan su voz, ignorada por los necios y malvados. Por eso, en Jesús no se percibe solo la imagen del pastor sabio sino la del Pastor-Sabiduría; es decir, Él siembra la Sabiduría de Dios que se hace Pastor. Es necesario preguntase hoy: ¿Nosotros, sus ovejas, buscamos escucharlo y seguirlo como Buen Pastor y Sabiduría?

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Mensaje para la 60ª Jornada Mundial de Oración por los Vocaciones, Roma, San Juan de Letrán, 30 de abril de 2023, IV Domingo de Pascua

Vocación: gracia y misión

«Yo soy una misión en esta tierra»

La llamada de Dios, como decíamos, incluye el envío. No hay vocación sin misión. Y no hay felicidad y plena realización de uno mismo sin ofrecer a los demás la vida nueva que hemos encontrado. La llamada divina al amor es una experiencia que no se puede callar. «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16), exclamaba san Pablo. Y la Primera Carta de san Juan comienza así: “Lo que hemos oído, visto, contemplado y tocado —es decir, el Verbo hecho carne— se lo anunciamos también a ustedes para que nuestra alegría sea plena” (cf. 1,1-4).

Hace cinco años, en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, me dirigía a cada bautizado y bautizada con estas palabras: «Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión» (n. 23). Sí, porque cada uno de nosotros, sin excluir a nadie, puede decir: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

La misión común de todos los cristianos es testimoniar con alegría, en toda situación, con actitudes y palabras, lo que experimentamos estando con Jesús y en su comunidad que es la Iglesia. Y se traduce en obras de misericordia material y espiritual, en un estilo de vida abierto a todos y manso, capaz de cercanía, compasión y ternura, que va contracorriente respecto a la cultura del descarte y de la indiferencia. Hacerse prójimo, como el buen samaritano (cf. Lc 10,25-37), permite comprender lo esencial de la vocación cristiana: imitar a Jesucristo, que vino para servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45).

Esta acción misionera no nace simplemente de nuestras capacidades, intenciones o proyectos, ni de nuestra voluntad, ni tampoco de nuestro esfuerzo por practicar las virtudes, sino de una profunda experiencia con Jesús. Sólo entonces podemos convertirnos en testigos de Alguien, de una Vida, y esto nos hace “apóstoles”. Entonces nos reconocemos como marcados «a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

Icono evangélico de esta experiencia son los dos discípulos de Emaús. Después del encuentro con Jesús resucitado se confían recíprocamente: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32). En ellos podemos ver lo que significa tener “corazones fervientes y pies en camino” [Cf. Mensaje para la 97 Jornada Mundial de las Misiones (6 enero 2023)]. Es lo que deseo también para la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, que espero con alegría y que tiene por lema: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39). ¡Que cada uno y cada una se sienta llamado y llamada a levantarse e ir sin demora, con corazón ferviente!

JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, Pastores Dabo Vobis

18. Como subraya el Concilio, «el don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles». Por la naturaleza misma de su ministerio, deben por tanto estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y «de un espíritu genuinamente católico que les habitúe a trascender los límites de la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda a las necesidades de toda la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el Evangelio en todas partes».

23. (…) El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad pastoral, tiene como destinataria la Iglesia. Así lo ha hecho Cristo «que amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 25); así debe hacerlo el sacerdote. Con la caridad pastoral, que caracteriza el ejercicio del ministerio sacerdotal como «amoris officium», «el sacerdote, que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de éste una elección de amor, para el cual la Iglesia y las almas constituyen su principal interés y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia que le ha sido confiada, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa». El don de sí no tiene límites, ya que está marcado por la misma fuerza apostólica y misionera de Cristo, el buen Pastor, que ha dicho: «también tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16).

32. La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la misma naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueder reducirse a estrechos límites. El Concilio enseña sobre esto: «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación "hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles».

Se sigue de esto que la vida espiritual de los sacerdotes debe estar profundamente marcada por el anhelo y el dinamismo misionero. Corresponde a ellos, en el ejercicio del ministerio y en el testimonio de su vida, plasmar la comunidad que se les ha confiado para que sea una comunidad auténticamente misionera. Como he señalado en la encíclica Redemptoris missio, «todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad de misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más lejanos y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera».

Si este espíritu misionero anima generosamente la vida de los sacerdotes, será fácil la respuesta a una necesidad cada día más grave en la Iglesia, que nace de una desigual distribución del clero. En este sentido ya el Concilio se mostró preciso y enérgico: «Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar en su corazón la solicitud por todas las Iglesias. Por tanto, los presbíteros de aquellas diócesis que son más ricas en abundancia de vocaciones, muéstrense de buen grado dispuestos, con permiso o por exhortación de su propio Obispo, a ejercer su ministerio en regiones, misiones u obras que padecen escasez de clero»

JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal sobre el Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, Pastores Gregis

22. (…) Tanto en su fuente como en su modelo trinitario, la comunión se manifiesta siempre en la misión, que es su fruto y consecuencia lógica. Se favorece el dinamismo de comunión cuando se abre al horizonte y a las urgencias de la misión, garantizando siempre el testimonio de la unidad para que el mundo crea y ampliando la perspectiva del amor para que todos alcancen la comunión trinitaria, de la cual proceden y a la cual están destinados. Cuanto más intensa es la comunión, tanto más se favorece la misión, especialmente cuando se vive en la pobreza del amor, que es la capacidad de ir al encuentro de cada persona, grupo y cultura sólo con la fuerza de la Cruz, spes unica y testimonio supremo del amor de Dios, que se manifiesta también como amor de fraternidad universal.

66. En la Sagrada Escritura la Iglesia se compara a un rebaño, «cuyo pastor será el mismo Dios, como Él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quienes gobiernan las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores». ¿Acaso no es Jesús mismo quien llama a sus discípulos pusillus grex y les exhorta a no tener miedo, sino a cultivar la esperanza? (cf. Lc 12, 32).

Jesús repitió varias veces esta exhortación a sus discípulos: «En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). Cuando estaba para volver al Padre, después de lavar los pies a los Apóstoles, les dijo: «No se turbe vuestro corazón», y añadió, «yo soy el Camino [...]. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 1-6). El pequeño rebaño, la Iglesia, ha emprendido este Camino, que es Cristo, y guiada por Él, el Buen Pastor que «cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10, 4).

A imagen de Jesucristo y siguiendo sus huellas, el Obispo sale también a anunciarlo al mundo como Salvador del hombre, de todos los hombres. Como misionero del Evangelio, actúa en nombre de la Iglesia, experta en humanidad y cercana a los hombres de nuestro tiempo. Por eso, afianzado en el radicalismo evangélico, tiene además el deber de desenmascarar las falsas antropologías, rescatar los valores despreciados por los procesos ideológicos y discernir la verdad. Sabe que puede repetir con el Apóstol: «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes» (1 Tm 4, 10).

La labor del Obispo se ha de caracterizar, pues, por la parresía, que es fruto de la acción del Espíritu (cf. Hch 4, 31). De este modo, saliendo de sí mismo para anunciar a Jesucristo, el Obispo asume con confianza y valentía su misión, factus pontifex, convertido realmente en «puente» tendido a todo ser humano. Con pasión de pastor, sale a buscar las ovejas, siguiendo a Jesús, que dice: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16).

PABLO VI, Radiomensaje parar la I Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Sábato, 11 de abril de 1964:

«Pedid al Señor de la mies que mande obreros» a su Iglesia (cf. Mt 9, 38). Contemplando con mirada ansiosa la interminable extensión de los verdes campos espirituales, que en todo el mundo esperan las manos sacerdotales, brota del corazón una angustiosa invocación al Señor, según la invitación de Cristo. Sí, hoy como entonces «la mies es mucha, más los operarios son pocos» (ib. 9, 37), pocos con relación a las crecientes necesidades de la cura pastoral; pocos con relación a las exigencias del mundo moderno, a sus gemidos inquietantes, con relación a sus necesidades de claridad y de luz, que requieren maestros y padres comprensivos, abiertos y actuales; pocos también con relación a los alejados, indiferentes u hostiles, pero que quieren en el sacerdote un modelo viviente irreprensible de la doctrina que profesa. Y sobre todo escasean estas manos sacerdotales en los campos de misión do quiera haya hermanos y hombres que catequizar, socorrer y consolar.

Que el domingo de hoy, llamado del Buen Pastor en la liturgia por su Evangelio, vea unidas en un único palpitar de oraciones a las escuadras generosas de los católicos en todo el mundo para pedir al Señor los obreros que necesita su mies.