
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA (AÑO A)
Gen 2,7-9; 3,1-7;
Sal 50;
Rom 5,12-19;
Mt 4,1-11
Misericordia, Señor, hemos pecado
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
Las pruebas en el camino misionero de Cristo (y de sus discípulos)
Con el Miércoles de Ceniza iniciamos el tiempo de Cuaresma, en el que nos encaminamos con toda la Iglesia hacia la Pascua de la resurrección de Cristo. Se trata de «este tiempo especial de gracia», como la Iglesia nos recuerda en la liturgia (Prefacio de Cuaresma II). […] Por eso, esta Cuaresma se tiene que vivir nuevamente, es más, tiene que ser celebrada como «el sacramento cuaresmal» (Oración Colecta), como una renovación de la fe y de la vida cristiana auténtica y sincera, cuya dimensión misionera le es constitutiva, por lo que hay que (re)descubrirla y (re)vivirla. No es casualidad que hayamos pedido a Dios en la Oración Colecta ayudar a todos nosotros, sus fieles, a «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo, y conseguir sus frutos con una conducta digna». La palabra de Dios de este primer domingo de Cuaresma nos ofrece algunos lineamientos importantes para conocer mejor a Cristo y su auténtica misión. En consecuencia, nos ayudará a vivir mejor nuestra vocación cristiana como “seguidores de Cristo”.
1. Las pruebas en el camino de Jesús después del bautismo.
Es preciso recordar que las tres tentaciones de Jesús tuvieron lugar justo después de su bautismo en el Jordán. Por lo tanto, el mismo Espíritu de Dios, que había descendido sobre Jesús, ahora lo conduce al desierto «para ser tentado por el diablo», como se subraya en el Evangelio. Las pruebas-tentaciones que Jesús afronta en su vida después de su bautismo en el río Jordán evocan los cuarenta años que el Pueblo de Dios pasó en el desierto después de cruzar el Mar Rojo. Durante este tiempo, Israel tuvo que hacer frente a diversas dificultades y a numerosas tribulaciones en el camino. Tribulaciones que provocaban repetidas tentaciones contra su fe/fidelidad en Dios que salva. La historia de Israel se convierte así en la imagen del camino post-bautismal de todo creyente y de su fe, expuesta a continuas pruebas a lo largo de la vida.
Desde esta perspectiva, los cuarenta días de Cuaresma que estamos viviendo serán una especie de escenificación de nuestro itinerario de vida de fe hacia la victoria final de la resurrección. Por ello, deben vivirse siempre en esta perspectiva pascual, es decir, en vista de la Pascua, como nos recuerda el Papa en el Mensaje para la Cuaresma de este año; y esto vale tanto a nivel litúrgico como existencial.
Resaltar la compañía del Espíritu Santo es particularmente importante, sobre todo para el camino de todo cristiano, discípulo de Jesús, en este período cuaresmal. La Cuaresma no tiene que ser solo un período de prácticas penitenciales piadosas y de buenas obras éticas y/o sociales, tiene que ser una renovación en la vida del Espíritu. En otras palabras, no hay que pensar primeramente en los buenos propósitos (para después alejarse de ellos al final) como objetivo para vivir fructuosamente los cuarenta días que vienen, sino que hay que enfocarse en la propia relación personal con el Espíritu de Dios que cada uno ha recibido en el momento del bautismo, de la confirmación y, en el caso de algunos, en el momento de la ordenación diaconal, sacerdotal o episcopal. Es tiempo para dejarse “guiar por el Espíritu” más intensamente e íntimamente, así como lo hizo Jesús en su vida y en su misión y, en particular, en los cuarenta días en el desierto. Será, por tanto, un tiempo gozoso con Cristo en el Espíritu, aunque se tenga que afrontar también todo aquello que acontece en el camino, como las fatigas, el hambre, la sed y las tentaciones. Será un tiempo de gracia, de purificación, de reordenamiento de la vida y de la misión cristiana, según los dictados e inspiraciones del Espíritu, siguiendo las palabras y acciones ejemplares de Cristo.
2. El pan verdadero y la verdadera confianza en Dios en el camino
Aunque los evangelistas Lucas y Mateo nos cuentan solo tres tentaciones de Jesús en el desierto, que tienen lugar al final de los cuarenta días (como subraya el evangelio de hoy), se intuye que el número y el momento son representaciones simbólicas. Esto es tan cierto, que el evangelio de Marcos refiere únicamente lo esencial: «[Jesús] Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás» (Mc 1,13). […] De esta manera, después de la inauguración de su actividad pública con el bautismo en el Jordán, Jesús tendrá que afrontar la realidad de las pruebas-tentaciones durante todo el camino de su misión, cuya imagen emblemática es ese período en el desierto. Se trata de la experiencia común de aquellos que quieren servir a Dios, cumpliendo la misión divina, como se ve ya en Abraham, padre de la fe, y también en Adán, el primer hombre. No sin razón, el sabio Sirácide enseña (no sin la inspiración del Espíritu): «Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad» (Sir 2,1-2). Queriéndolo o no, en la vida y en la misión de cada discípulo de Dios existen las pruebas y las tentaciones que vienen de la “carne” (la decadente naturaleza humana), del “mundo”, “el ambiente adverso a Dios” y del Maligno (cf. 1Jn 2,16-17; 5,19). Todo para desviar el camino del hombre de aquel trazado por Dios para él y, en definitiva, para separarlo de su Dios.
En esta perspectiva, Jesús mismo, sufrió varias tentaciones en la realización de la misión divina a Él encomendada, no solo para ser solidario con todos los discípulos de Dios, sino también para clarificar a todos la verdadera naturaleza de su misión como Hijo de Dios. Al respecto, el Directorio homilético explica: «Las tentaciones a las que Jesús se ve sometido representan la lucha contra una comprensión equivocada de su misión mesiánica. El diablo le impulsa a mostrarse un Mesías que despliega los propios poderes divinos: “Si tú eres Hijo de Dios…” iniciaba el tentador. El que profetiza la lucha decisiva que Jesús tendrá que afrontar en la cruz, cuando oirá las palabras de mofa: “¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!”. Jesús no cede a las tentaciones de Satanás, ni se baja de la cruz. Es exactamente de esta manera como Jesús da prueba de entrar verdaderamente en el desierto de la existencia humana y no usa su poder divino en beneficio propio. Él acompaña verdaderamente nuestra peregrinación terrena y revela el poder real de Dios, el de amarnos “hasta el extremo” (Jn 13,1)» (n. 61).
Concentrándonos en los detalles, pero sin dejar de lado las varias interpretaciones posibles, rechazando transformar la piedra en pan después de la sugestión del diablo, Jesús subraya el objetivo principal de su misión de evangelizar, hacerse cargo de curar el hambre que tienen los hombres de la Palabra de Dios. Él cumplirá el milagro de la multiplicación de los panes para que la multitud pudiera comer, pero será solo un signo de la donación del verdadero Pan del cielo, que es el mismo Jesús, el Verbo encarnado: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). […] Por otra parte, se subraya el papel indispensable de la Palabra de Dios y, por consiguiente, de la escucha de la misma en la vida de todo creyente. Es el verdadero pan que mantiene al hombre en camino, también y especialmente en este período cuaresmal.
Al rechazar lanzarse del pináculo del Templo de Jerusalén, acto con el que mostraría a la gente y a las autoridades religiosas de modo espectacular su naturaleza mesiánica, Jesús dice no a los frecuentes intentos (incluso perennes) de abusar de la Palabra de Dios para la propia comodidad, tratando de doblegar la voluntad de Dios a la propia, aplicando sus palabras según una visión humana. Así Él se contrapone a la actitud arrogante e infiel del Pueblo de Dios en Masá y Meribá, durante su camino en el desierto: «cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras» (Sal 95,9). Esa es la razón por la que más tarde, Jesús rechazará hacer el “signo especial” que las autoridades religiosas le solicitaban para comprobar su misión mesiánica. Jesús pondrá todo en manos de Dios, quien revela y aprueba a su Mesías cuando y como quiere, según su plan divino.
Así es la verdadera confianza en Dios respecto a la vida y la misión de cada hijo de Dios, como lo fue para Cristo.
3. «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto». El principio fundamental de la vida del creyente.
Por último, rechazando postrarse delante del diablo para obtener poder (político) y la gloria de los reinos terrenos, Jesús sostiene que existe un único Dios verdadero, que es el centro de la vida, del culto y la de adoración, y, por eso, de su misión. De hecho, en la hora de la Pasión, reiterará: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36). Además, el principio proclamado por Jesús refleja la famosa profesión de fe “Shema Israel” en Deut 6:4-5: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». El culto y la adoración al Dios Único será la expresión del amor exclusivo hacia Él, y éste será el principio fundamental no negociable de la vida de fe contra cualquier tentación de ceder ante el Tentador por riquezas fáciles, gloria, éxitos que pasarán. Semejante adoración en amor será la victoria definitiva de la fe y la fidelidad a Dios en la vida de cada creyente.
De esta manera, Jesús ha sufrido y vencido las tentaciones, «dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas» (1Pt 2,21) en el camino de la fe de cada seguidor, llamado a continuar la misma misión divina: proclamar el Evangelio de Dios al mundo. Hay que recordar, a este respecto, la enseñanza del Catecismo que enfatiza el sentido espiritual del evento: «Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso [de la tentación de Jesús]. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha “atado al hombre fuerte” para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3,27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre» (n. 539).
Los cuarenta días de la Cuaresma serán, entonces, un tiempo propicio para la renovación de la fe y de la fidelidad a Dios y a su Hijo. Esta es el “arma vencedora” de los “hijos de Dios” contra las tentaciones del mal, como Jesús. Esta actitud de fe/fidelidad absoluta proviene de la gratitud por los beneficios que Dios ha ofrecido en la vida de cada creyente, como se ve en la profesión de fe de cada miembro del Pueblo de Israel. Es más, provienen de la gratitud por el don más grande que nos ha hecho Dios: Jesucristo, su Hijo, muerto y resucitado en el amor para la salvación del mundo. Con Él y en Él, bajo la guía del Espíritu Santo, retomemos el camino cuaresmal de este año, para vivir con espíritu renovado nuestra vida y misión cristiana, que Dios nos ha donado en Cristo.