V Domingo de Pascua (Año A)

05 mayo 2023

Hch 6,1-7;
Sal 32;
1Pe 2,4-9;
Jn 14,1-12

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

El ápice de la manifestación de Cristo

El evangelio de este quinto domingo de Pascua nos ofrece puntos importantes del pensamiento teológico y cristológico del Cuarto Evangelio y del Nuevo Testamento. En el contexto místico de la Última Cena, antes de la pasión y al interno del Discurso de adiós de Jesús a sus discípulos íntimos, Él se revela como “camino, verdad, vida” y como imagen del Dios invisible. Esta doble autorrevelación, “vertiginosa” en su contenido, solicita a todos los discípulos de Cristo, los de ese entonces y los de ahora, una escucha seria y una reflexión constante para crecer más en la fe, en el conocimiento de la identidad y de la misión de su Maestro divino. Las pocas líneas de comentario que siguen, quieren proponer solo algunas ideas para una ulterior meditación sobre estos profundos pronunciamientos de Cristo que escuchamos hoy. (Cf. D.A.N. Nguyen, “Gesù via-verità-vita e la missione in Gv 14,1-14: Rilettura esegetico-teologica per una spiritualità missionaria ‘sapienziale’ in un contesto asiatico,” in T. Longhitano [ed.], Spiritualità missionaria [Quaderni ISCSM], Urbaniana University Press, Vatican, 2019, 47-100).

1. «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»: La autorrevelación de la identidad y de la misión de Jesús en Jn 14,4-6

El pronunciamiento de Jesús hace parte del conjunto de las siete autorrevelaciones cristológicas “yo soy” con predicado nominal del Cuarto Evangelio, en las que Jesús se aplica a sí mismo conceptos o imágenes notorias en la tradición judía (cf. Jn 6,35: pan de vida; 8,12: luz del mundo; 10,7.9: puerta de las ovejas; 10,11.14: buen pastor; 11,25: resurrección y vida; 14,6: camino-verdad-vida; 15,1.5: vid verdadera). Es en este contexto literario que se ve, de un lado, que la afirmación «yo soy el camino, la verdad y la vida» en Jn 14,6a resume en realidad los atributos de Jesús mencionados en otras autodeclaraciones y, por otra parte, resulta clara la unicidad formal de la frase en cuestión. En efecto, esa es la única que incluye tres predicados, todos con el artículo determinativo que indica, en algún modo, el carácter concreto y singular del sustantivo: el camino, la verdad, la vida.

A propósito de esta declaración, se distingue su estructura poética con el “quiasmo temático” ABB’A’, como en el esquema que sigue: (A) “Yo soy” (B) “el camino…” (B’) “Nadie va” (A’) “sino a través de mi”. Resulta claro el acento sobre el “camino (al Padre)” y sobre la persona de Jesús (“yo” – “a través de mi”). Él declara ser “único camino” que lleva al Padre, y esto vale no solo para Tomás o para el grupo restringido de los suyos, sino para todos los hombres, como es sugerido por el uso de “nadie” de forma absoluta y totalizante. La explicación, por tanto, se centra sobre el camino.

Gracias a la observación, “tan banal”, de Tomás («Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»), Jesús ha declarado ser el único camino, por eso, el único verdadero, al Padre, es decir, a la vida. Se trata de la misión de su existencia. Es más, toda la persona de Jesús es el punto de referencia obligatorio y necesario para quien quiere llegar a Dios Padre, a la verdad en Él y a la vida con Él. A este respecto, hay que notar el contexto cristológico de la sección Jn 13-17 en la que recorren los siguientes títulos para Jesús: Señor, Maestro, el Enviado, Hijo del hombre, Cristo, el Hijo (este último, aunque recorre solo en Jn 17,1.12, es la imagen implícita en las frases en las que Jesús hace referencia al Padre). Además, Jn 13 parece preparar el terreno para la revelación de Jesús como el camino hacia la vida, a través del acento sobre la figura de Jesús como “maestro y señor” que se explicitó durante el lavatorio de los pies, que sirve como ejemplo a los apóstoles de cómo comportarse recíprocamente. Por ello, “el camino” que es Jesús, es aquel camino de Jesús.

Entonces, la afirmación de Jn 14,6b (se va al Padre solo a través de Jesús) resalta como la condición indispensable para llegar al Padre, no solo la fe en Jesús, cual Hijo único y Señor, sino también las observaciones de sus mandamientos, como ejemplo de vida, es decir, seguir a Jesús en el camino que lleva a la vida junto a Dios, del cual Él salió/descendió. La imagen de Cristo como “camino” tiene un doble carácter: ontológico (Cristo en sí mismo) y funcional/soteriológico (Cristo por nosotros), en conformidad con otros pasajes joánicos que usan la imagen del camino (cf. Jn 8,12; 10,9; también 1,51).

2. «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre»: La revelación vertiginosa de la inmanencia mutua entre Jesús y el Padre

Después de la revelación de Jesús como “camino, verdad, vida”, se llega a la afirmación misteriosa y provocadora de Jesús para sus discípulos: «Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Esta declaración refiere a cuanto se afirmó ya en la conclusión del prólogo del evangelio de Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,18).

En la tradición judaica, el ver a Dios y permanecer en vida es imposible para el hombre (cf. Ex 33,20), pero representa también su sueño más alto, porque es la vida en plenitud. Entonces, la réplica de Felipe a Jesús en el v.8 («muéstranos al Padre y nos basta») resulta solo aparentemente fuera de lugar. Parece, de hecho, que el apóstol no hubiera entendido la importancia de la afirmación jesuánica sobre el hecho de que ellos habían visto a Dios. Esta incomprensión, típica en los diálogos joánicos, hace recordar el deseo más profundo del hombre de ver a Dios, cual plenitud de la felicidad (“¡y nos basta!”). Fue el mismo Moisés quien solicitó a Dios un cosa semejante, pero se tuvo con contentar con la visión solo de la espalda de divina y no de su rostro (cf. Ex 33,18.23). Por otra parte, las palabras “ingenuas” de Felipe preparan el terreno para la ulterior revelación de Jesús que, en medio de las preguntas-reproches del v. 9, declara otra verdad vertiginosamente elevada: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre». Esta declaración será explicada y completada con otra todavía más fuerte, repetida dos veces en los vv. 10.11: «yo estoy en el Padre, y el Padre en mí». Con un lenguaje así de concreto, esta revelación va más allá de ser una simple aplicación del notorio principio misionero judío de la igualdad “jurídico-legal” entre el enviado y aquel que envía, afirmada por Jesús mismo en Jn 12,45: «Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado». Tiene que ver directamente con la koinonia “comunión” íntima entre Jesús y Dios Padre o, como los estudiosos definen, la inmanencia recíproca entre el Hijo y el Padre y su perfecta unidad, referida con insistencia seguidamente (cf. 14,20a; 17,21.23). Esta comunión ya fue anunciada por Jesús con la misma fórmula en 10, 37-38, donde Él declaraba ser una sola cosa con el Padre (cf. 10,30; 17,22). Además, en aquella ocasión, se refería también a la necesidad de creer en Jesús o, al menos, creer a través de las obras que el Padre cumple en Jesús, su enviado.

El pensamiento de Jn 14,10-11, y particularmente en la revelación de la mutua inmanencia entre Jesús y el Padre, se muestra no casual, sino bien fundado y radicado en la teología y cristología joánicas. Así se afirma la característica fundamental de la misión de Jesús que consiste en “dejar activo”, en el sentido de un “hacer”, un colaborador creativo en la obediencia absoluta a la voluntad del Padre, como Jesús mismo ha solemnemente declarado otras veces en Jn, en particular en el discurso del pan de vida: «he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38; cf. 4,34; 5,30).

3. «En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre»

Con el doble «En verdad, en verdad» (lit. “amén, amén”) inicial, característico del hablar de Jesús, la frase cierra en modo solemne el discurso y alude a lo que se ha mencionado en el inicio: el creer en Jesús y su partida al Padre. Estos dos términos, sin embargo, no se repiten simplemente para cerrar, sino que abren un nuevo horizonte, según la dinámica joánica “en espiral”. En conexión con la referencia precedente a las obras del Padre/Hijo (vv. 10.11), Jesús anuncia con certeza que el creyente hará las mismas obras de Jesús o aún mayores. Nos encontramos nuevamente de frente a algo grandioso, también y, sobre todo, desde el punto de vida de la misión.

Más allá del fuerte universalismo de la sentencia que se aplica para todos los que creen y no solo para el grupo de los Doce, el acento se coloca sobre las “obras más grandes” que aquellas de Jesús. ¿Cuáles son y cómo se explican? Primero que nada, hay que aclarar el uso del término original griego para “obras”. No se trata exclusivamente de milagros, para los cuales sería usado el término joánico de “signos”; las obras están vinculadas con aquellas de Jesús que incluyen “sus palabras” para dar testimonio del Padre (cf. Jn 14,10a; 15,22.24). Por eso, se refiere a todas las actividades de la vida, es decir, palabras y acciones, en continuación con aquellas comenzadas por Jesús en su misión terrena. Obviamente, a la luz de la narración joánica sobre Jesús que hace “las obras” encargadas por el Padre (cf. 5,36; 10,25), tales obras incluyen los prodigios, los cuales, empero, no constituyen el aspecto principal, que es dar la vida al mundo. Desde el momento en que las mencionadas obras de Jesús en Jn frecuentemente dejan entrever la unidad de Él como enviado con el Padre, se puede intuir en el uso del término en cuestión, alguna alusión a la unión entre los discípulos y Jesús al cumplir las obras. La referida unión entre Jesús y los discípulos explica efectivamente cómo los discípulos podrán hacer obras mayores de aquellas de su propio maestro.

Como dice el exégeta Beasley-Murray, la expresión “(obras) mayores de estas” tiene un paralelo en Jn 5,20, donde Jesús declara a la gente en modo misterioso que, en el amor por el Hijo, el Padre «le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro». El contexto del dicho indica que estas obras mayores se refieren a las manifestaciones de la resurrección y el juicio que el Padre cumplirá en el Hijo para dar la vida a quien cree (cf. Jn 5,21-25). Esta perspectiva combina bien con la motivación al final de Jn 14,12 sobre la posibilidad de hacer obras mayores: porque Jesús va al Padre. El retorno al Padre es propio del proceso de la muerte y resurrección de Jesús que, como efecto y consecuencia, inundará finalmente la humanidad entera de la gracia de la vida eterna.

Las obras mayores no son otra cosa que la realización concreta de esta vida nueva, fruto de la muerte redentora de Jesús. Todo el que cree en Jesús podrá cumplirlas, porque en realidad es Jesús glorificado que las cumple, o mejor, es el Padre que las cumple en el Hijo glorificado. Entonces, se aclara que el hacer obras mayores a las de Jesús es posible solo gracias a Él, en la fe en Él y en estrecha comunión con Él, como se afirma en Jn 15,5: «sin mí no podéis hacer nada». Los discípulos de Jesús, los de ayer y los de hoy, no harán otra cosa que llevar adelante la misión del mismo Jesús con el mismo principio y estilo “misionero”: como Jesús no cumple nada si no aquello que quiere el Padre, así también los discípulos no pueden y no deben hacer nada por sí mismos, solo en comunión con su maestro Jesús y para realizar únicamente su único objetivo, glorificar al Padre donando vida al hombre.

En esta óptica, resultan significativos la alusión y la exhortación del Papa Francisco con la cual podemos concluir nuestro comentario: «Es Cristo, Cristo resucitado, a quien debemos testimoniar y cuya vida debemos compartir. Los misioneros de Cristo no son enviados a comunicarse a sí mismos, a mostrar sus cualidades o capacidades persuasivas o sus dotes de gestión, sino que tienen el altísimo honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles. […] Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía, la franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con palabras y obras, en cada ámbito de la vida». (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022)

 

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2017

La misión y el poder transformador del Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida

1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.

2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11), es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).