Segundo Domingo de Cuaresma (Año A)

03 marzo 2023

Gén 12, 1-4A;
Sal 32;
2Tim 1, 8b-10;
Mt 17, 1-9

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

Del Monte de las Tentaciones al Monte de la Transfiguración.

«El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la Transfiguración». Informa el Directorio Homilético (no. 64) que explica ulteriormente: «La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya que todo el Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los catecúmenos para recibir los sacramentos de la iniciación en la Vigilia pascual, así como prepara a todos los fieles para renovarse en la nueva vida a la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección» (no. 67).

Para profundizar en el Evangelio de hoy, os remito al reciente Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma, que comenta el episodio de la transfiguración de Jesús, narrado por el evangelista Mateo. A continuación ofrecemos sólo algunas observaciones sobre algunos detalles del relato.

1. «A un monte alto» – El contexto temporal y espacial de la transfiguración de Jesús en el camino de la misión

El primer aspecto fundamental que hay que clarificar es el contexto temporal del evento (que es descrito en los Leccionarios de las distintas lenguas con una nota genérica “En aquel tiempo”). La transfiguración de Cristo tuvo lugar después de la profesión de fe de Pedro (“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”; Mt 16,16), seguida inmediatamente del primer anuncio de la pasión a los discípulos, con el que Cristo revela su misión mesiánica (cf. Mt 16,21; Lc 9,22). Además, con esta revelación, Él invita a todos a seguirlo en la vía de la cruz y de la negación di sí mismo para “entrar en la gloria” (cf. Mt 16,24-25; Lc 9,23-24). Así, la transfiguración de Cristo no es un episodio aislado que hace ver y admirar “el espectáculo divino” en el monte, sino que se inserta totalmente en el camino de la misión que Él realiza con los discípulos, adoptando una clara finalidad pedagógica-parenética.

Es preciso señalar el lugar de la transfiguración de Jesús, que el evangelista Mateo describe con la expresión: «un monte alto». Esta frase nos recuerda ese “monte altísimo” de la tercera y última tentación de Jesús que vimos el domingo pasado. También nos recuerda los otros montes en los que Jesús estuvo o estará: el de las bienaventuranzas, el de la multiplicación de los panes, el del Calvario y, finalmente, el de su Ascensión. El camino de la misión de Jesús se muestra como una subida constante a la montaña, que refleja sin duda el Sinaí de la tradición judeo-bíblica, donde tuvo lugar el encuentro entre Dios y el Hombre, es más, donde Dios se reveló concretamente y habló a Moisés y, más tarde, también a Elías, que ahora conversan, por siempre en «un monte alto», con el Jesús transfigurado, glorioso y divino.

La misión de Jesús es, pues, según la visión del evangelista Mateo, un camino “de monte en monte”, hasta llegar al de la transfiguración, imagen de ese último monte desde el que el glorioso Señor resucitado ascendió definitivamente al cielo ante los ojos de sus discípulos. Este será entonces el camino que conducirá al pueblo desde la opresión de los pecados y de la muerte hasta la plenitud de la vida en Dios. Sin embargo, también pasará por el monte de las tentaciones, los trabajos y los sufrimientos, pero siempre terminará con la ascensión al Cielo. Si la misión de Jesús es así, ¿será diferente la de sus discípulos?

Desde esta perspectiva, en el prefacio de este domingo «El sacerdote, iniciando la oración eucarística, en nombre de todo el pueblo, da gracias a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración: “Él, después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la Resurrección”» (Directorio Homilético no. 65). En la misma línea, el Catecismo de la Iglesia Católica subraya: «La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo (…). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22)» (n. 556). Este “es necesario” ir de las tribulaciones a la gloria, obviamente no quiere decir que los discípulos de Cristo tienen que buscarlas o, incluso, crearlas a su placer (¡como los masoquistas!). Estas palabras afirman simplemente la verdad, es decir, que la misión de los discípulos será como la del Maestro. Una tal misión encontrará dificultades, sufrimientos, las cruces de cada día por el evangelio y por el Reino de Dios. El monte de la trasfiguración se relaciona con el monte Calvario. No tenemos que sorprendernos, entonces, que existan obstáculos (incluso tentaciones) en el camino cristiano misionero, pero tenemos que recordar siempre las palabras de confortación del Maestro: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

2. «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!» Redescubrir la belleza de estar con el Señor

De estas palabras de Pedro podemos intuir lo extraordinaria que debió de ser su experiencia al ver a Jesús transfigurado con un rostro que «resplandecía como el sol» y ropajes «blancos como la luz», como el evangelista Mateo lo describe de manera propia y original. Sin embargo, debe quedar claro que, según el relato, lo que Pedro y los demás discípulos experimentaron en la montaña no fue sólo una fuerte experiencia visual, sino de todos los sentidos, en particular el oído, al escuchar a Moisés y Elías conversando con Jesús. Tal experiencia “integral” de todo el ser hace exclamar a Pedro «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!»; esto hace que ahora nosotros también soñemos con un momento tan paradisíaco de la vida.

A este respecto, hay que recordar de nuevo que en cada Santa Misa se nos ofrece esta hermosa experiencia con el Señor glorioso. Una Misa en la que podemos sumergirnos en la escucha de la Palabra y en la comunión eucarística con Cristo, que se une sacramentalmente con sus discípulos. Son momentos preciosos que Cristo dona a sus fieles en el camino de la misión, como una especie de transfiguración sacramental semanal/cotidiana de Cristo para nosotros, para que podamos gustar un poco de nuestra transfiguración con Él y en Él. A propósito, he aquí la invitación inspirada del autor sacro: «Contempladlo, y quedaréis radiantes, | vuestro rostro no se avergonzará», aún más, «Gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,6.9). En efecto, «Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y contemplan en la Transfiguración viene ahora exactamente a converger con el acontecimiento litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. (…) Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”» (Directorio Homilético no.68).

En esta óptica, este domingo cuaresmal de la transfiguración ojalá sea la ocasión para renovar nuestra vivencia de cada santa Misa, para que cada vez más sea un momento fuerte en la experiencia del Cristo glorioso, como lo fue una vez en ese alto monte de la Galilea.

 

3. «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» Los auténticos discípulos de la Transfiguración

La transfiguración continúa y culmina con la manifestación divina a través de dos elementos ya compartidos durante la teofanía en el monte Sinaí: la nube que los cubre y la voz (desde la nube) que confirma la identidad de Jesús como “el amado” y el “Hijo [de Dios]”, justamente como en el Bautismo di Jesús. En esta perspectiva, la recomendación «escuchadlo» de la voz divina que resuena desde la nube en el monte, como sobre el Sinaí, adquiere un significado fundamental para los discípulos: ahora en Jesús se manifiesta la plenitud de la Palabra del Padre, dada a Moisés (Ley) y a Elías (Profetas). «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo» (Heb 1,1-2).

Después de la recomendación del Padre de que le escucharan, la orden de Jesús a los discípulos resulta un tanto extraña: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». ¿Por qué? ¿No era necesario anunciar a todos lo que había sucedido, como testimonio y prueba de la identidad mesiánica divina de Jesús? Sin perdernos en diversas explicaciones históricas, esta misteriosa orden de Jesús es significativa desde un punto de vista teológico-espiritual. Subraya en primer lugar que su resurrección de entre los muertos será la plena realización de su transfiguración, que en aquel momento experimentaron los discípulos. Por consiguiente, el verdadero significado de este acontecimiento en el monte sólo podrá comprenderse y aceptarse plena y correctamente después de haber caminado con Jesús a lo largo de todo su itinerario misionero, desde el monte de la transfiguración hasta el Calvario y de vuelta al monte de la Ascensión en Galilea. En otras palabras, sólo quien haya recorrido con Jesús todo el camino hasta la pasión, muerte y resurrección podrá comprender y, por tanto, proclamar correctamente al Cristo completo, según la visión divina, y no la humana (que suele querer una gloria sin cruz).

Como Pedro, Santiago y Juan, todos estamos llamados a ser cada vez mejores discípulos de la transfiguración, es decir, discípulos de Cristo transfigurado. Estamos llamados a subir frecuentemente al monte con Él, a “entrar en la nube” del Espíritu sin miedo y, sobretodo, escuchando y siguiendo a Él como única vía al Padre, reflexionando constantemente en lo secreto del alma sobre todos los misterios de Cristo y guardándolos consigo, para ser también nosotros transformados, aún más, transfigurados con Él y en Él en nuestro camino cristiano misionero. Es hora de (re)comenzar, desde este domingo de la Transfiguración.

 

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2023, 17.02.2023

La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña.

(…)

Al escuchar la voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.