
III Domingo de Pascua (Año B)
Hch 3,13-15.17-19;
Sal 4;
1Jn 2,1-5a;
Lc 24,35-48
COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO
«Vosotros sois testigos de esto»
El tercer domingo de Pascua del Año Litúrgico B, nos invita a reflexionar sobre el episodio de la aparición del Resucitado a los once y otros discípulos, la cual ocurre inmediatamente después del encuentro de Cristo con los dos en el camino de Emaús. De la palabra de Dios escuchada surgen al menos tres aspectos importantes de la misión que los discípulos deben realizar. Se trata de la presencia consoladora e iluminadora de Cristo (a pesar de la confusión y las dudas de los discípulos), del contenido fundamental de la predicación en su nombre y del papel de los discípulos al ser testigos de todo “esto”. Nos detenemos en estos aspectos, retomando algunas notas de la enseñanza de la Iglesia, en particular de los dos mensajes del Papa Francisco para las Jornadas Misioneras Mundiales de 2022 y 2023, cuyos temas respectivos eran “Para que sean mis testigos” y “Corazones fervientes, pies en camino”.
1. «[Jesús] se presentó en medio de ellos»: La presencia consoladora e iluminadora de Cristo Resucitado, a pesar de la confusión y las dudas de los discípulos
Justamente como en el camino de Emaús, los discípulos en este episodio estaban todavía temerosos, confundidos, turbados y, en consecuencia, permanecían dudosos de frente a Jesús que «se presentó en medio de ellos». Se repite aquí, con los once y otros discípulos que estaban con ellos, la experiencia acontecida con los dos de Emaús: la presencia del Resucitado que, con paciencia y a pesar de todas las indisposiciones y los deméritos de los discípulos, ofrece la paz del corazón y la luz de la mente para comprender el plan divino revelado en las Escrituras. A propósito de esta experiencia única, escuchemos el comentario todavía actual del Papa en el Mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2023:
Como al inicio de la vocación de los discípulos, también ahora, en el momento de su desconcierto, el Señor toma la iniciativa de acercarse a los suyos y de caminar a su lado. En su gran misericordia, Él nunca se cansa de estar con nosotros; incluso a pesar de nuestros defectos, dudas, debilidades, cuando la tristeza y el pesimismo nos induzcan a ser «duros de entendimiento» (v. 25), gente de poca fe.
Y, por ello:
Hoy como entonces, el Señor resucitado es cercano a sus discípulos misioneros y camina con ellos, especialmente cuando se sienten perdidos, desanimados, amedrentados ante el misterio de la iniquidad que los rodea y los quiere sofocar. Por ello, «¡no nos dejemos robar la esperanza!» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 86). El Señor es más grande que nuestros problemas, sobre todo cuando los encontramos al anunciar el Evangelio al mundo, porque esta misión, después de todo, es suya y nosotros somos simplemente sus humildes colaboradores, “siervos inútiles” (cf. Lc 17,10).
Se trata de la presencia cierta del Señor Resucitado que vence todo miedo y duda. Los discípulos son llamados a experimentar esta presencia, incluso “tocarla” y entrar así en la comunión estrecha con el Viviente que come con ellos. Esta presencia es el tesoro divino que los discípulos tienen que cuidar y custodiar celosamente en su vida y en la misión cristiana, sobre todo en la hora de las tempestades. Con ella y en su dulce presencia, ahora como ayer, el Señor Resucitado continúa a abrir a los suyos «el entendimiento para comprender las Escrituras», que son las únicas capaces, en cuanto Palabra de Dios explicada por Jesús en el Espíritu Santo, de ofrecer la comprensión de todo en la historia y en el mundo, según el pensamiento divino. Escuchamos nuevamente la enseñanza del Papa:
Jesús, efectivamente, es la Palabra viviente, la única que puede abrasar, iluminar y trasformar el corazón. [...]
Dejémonos entonces acompañar siempre por el Señor resucitado que nos explica el sentido de las Escrituras. Dejemos que Él encienda nuestro corazón, nos ilumine y nos trasforme, de modo que podamos anunciar al mundo su misterio de salvación con la fuerza y la sabiduría que vienen de su Espíritu.
2. «En su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos [...]»
Después de haber abierto la mente de los discípulos a las Escrituras sobre la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el Resucitado enfatiza el contenido fundamental de la predicación universal que es confiada a los suyos: «la conversión para el perdón de los pecados», y esto «en su nombre». Por eso, el mismo San Pedro apóstol, al final de su primera predicación en el día de Pentecostés, invitó a aquellos que le preguntaran sobre lo que tenían que hacer: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Este era el núcleo del anuncio que los primeros cristianos transmitían al mundo según el mandato de su Señor y en su nombre. Este anuncio explícito de la persona de Cristo, Palabra del Dios viviente, que murió y resucitó para el perdón de los pecados, permanece esencial en la vida y en la misión de todo su discípulo-misionero en todo tiempo. En esta óptica, vale la pena recordar un pasaje de la Exhortación apostólica Verbum Domini del Papa Benedicto XVI que, a su vez, retoma la enseñanza de la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi del Papa Pablo VI:
Nuestra responsabilidad no se limita a sugerir al mundo valores compartidos; hace falta que se llegue al anuncio explícito de la Palabra de Dios. Sólo así seremos fieles al mandato de Cristo: «La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (Evangelii nuntiandi, 22). (Verbum domini, 98).
3. «[...] Vosotros sois testigos de esto»
Finalmente, después de haber indicado a los discípulos la esencia de la predicación que deben realizar en todos los pueblos, el Señor Resucitado subrayó su llamado a ser testigos «de esto», es decir, de todo el misterio de la vida, muerte y resurrección de Cristo, preanunciado en las Escrituras divinas; como Él mismo recomendó a los discípulos antes de la Ascensión: «Para que sean mis testigos» (Hch 1,8). Además de la acentuación con el sujeto en plural que recalca el carácter comunitario del testimonio de Jesús, podemos ver un sutil reclamo a una verdad fundamental que hay que tener presente: la predicación cristiana tiene que ir siempre junto al testimonio de la vida, y viceversa, el testimonio cristiano se efectúa con el anuncio. En otras palabras, para los discípulos-misioneros, anunciar a Cristo es vivir en Cristo. A este propósito, reflexionamos otra vez sobre la importante enseñanza del Papa Francisco en el Mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2022, cuyo tema era “Para que sean mis testigos”:
En fin, a propósito del testimonio cristiano, permanece siempre válida la observación de san Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41). Por eso, para la trasmisión de la fe es fundamental el testimonio de vida evangélica de los cristianos. Por otra parte, sigue siendo necesaria la tarea de anunciar su persona y su mensaje. Efectivamente, el mismo Pablo VI prosigue diciendo: «Sí, es siempre indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. […] La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma de san Pablo: “la fe viene de la audición” (Rm 10,17), es decir, es la Palabra oída la que invita a creer» (ibíd., 42).
En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda comunidad para ser misionera. Este testimonio completo, coherente y gozoso de Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el crecimiento de la Iglesia incluso en el tercer milenio. Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía, la franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con palabras y obras, en cada ámbito de la vida.
Por eso, oremos para que el Señor Resucitado nos haga experimentar siempre su dulce presencia en medio a nosotros, nos refuerce con su Espíritu en la fe y en la inteligencia de las Escrituras, para que podamos vivir, con renovado celo, nuestra vocación de ser sus testigos, con el ejemplo de la vida y con el anuncio explícito de Cristo, en todos los pueblos y hasta el fin del mundo. Amén.