V Domingo de Pascua (Año B)

26 abril 2024

Hch 9,26-31;
Sal 21;
1Jn 3,18-24;
Jn 15,1-8

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

Cristo la verdadera vid

El evangelio de este V Domingo de Pascua nos introduce en el bellísimo discurso de Jesús que, continuando sus palabras en la Última Cena antes de la Pasión, se revela a sus discípulos más íntimos como la “verdadera vid”. Estas palabras, pronunciadas en esta situación tan particular, reclaman a los discípulos fieles de Cristo, a los de aquel entonces y a los de ahora, una escucha seria y una reflexión constante para crecer siempre más en la fe y en el conocimiento de la identidad y de la misión del Maestro divino. Por eso, invitamos a todos a entrar en una especie de lectio divina de este pasaje, poniendo particular atención a cada frase del discurso para acoger no solo los aspectos relevantes de su contenido, sino sobre todo el corazón de Jesús que bate atrás de cada palabra susurrada a los suyos, casi como un testamento espiritual.

1. «Yo soy la verdadera vid»: la autorrevelación de la identidad y de la misión de Jesús en Jn 15,1-8

El pronunciamiento de Jesús hace parte del conjunto de las siete autorrevelaciones cristológicas “yo soy” con predicado nominal del Cuarto Evangelio, en las que Jesús se aplica a sí mismo conceptos o imágenes notorias en la tradición judía (cf. Jn 6,35: pan de vida; 8,12: luz del mundo; 10,7.9: puerta de las ovejas; 10,11.14: buen pastor; 11,25: resurrección y vida; 14,6: camino-verdad-vida; 15,1.5: vid verdadera).  Así, después de la imagen del buen pastor de la semana pasada, que evocaba la realidad del pastoreo, nos encontramos de frente a otra imagen del mundo agrícola, no por eso menos elocuente, que describe la identidad-misión de Jesús. Él es la vid verdadera, como se expresa literalmente en el original griego, y esto en una dúplice relación con el Padre, el agricultor, y con sus discípulos, los sarmientos.

La declaración de Jesús de ser la “vid” representa indudablemente la imagen clave o el baricentro teológico del pasaje escuchado (Jn 15,1-8) y del completo discurso que termina con Jn 15,17. De hecho, esta afirmación recorre verbatim otra vez en el v. 5 y la relativa metáfora de “dar fruto”, en cuanto tarea de los discípulos, resuena de nuevo al final en el v. 16: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca».  Jesús se aplica a sí mismo esta imagen sugestiva e inaudita, que se encuentra exclusivamente aquí en el NT. El término mismo he ampelos “la vid” aparece en el cuarto evangelio solo en nuestra perícopa (tres veces), mientras que se encuentra otras tres veces en los evangelios sinópticos (Mt 26,29 // Mc14,25 // Lc 22,18), una vez em Sant 3,12 y dos veces en Ap 14,18.19, pero siempre con el sentido primario de una planta biológica. ¿Por qué Jesús usa ahora la metáfora de la “vid” para la revelación de su identidad?

Si bien hay muchas hipótesis al respecto, es necesario subrayar que esta imagen aparece bien enraizada en la tradición bíblica y judía (con el acento en la fecundidad de la vid). Como sintetiza Beasley-Murry, la metáfora de la vid o de la viña en referencia Israel se encuentra frecuentemente en el AT (cf. Os 10,1-2; Is 5,1-7; Ger 2,21; Ez 15,1-5, 17,1-21; 19,10-15; Sal 80,8-18), en la tradición rabínica (Israel como vid en Rab. Lev. 36 [133]). Además, la vid como símbolo del pueblo judío (electo) estaba muy difundida como imagen en tiempos de Jesús: en las monedas y en las cerámicas de la época macabea así como -y sobre esto ponemos el acento- en la puerta del santuario del templo herodiano (Flavio Josefo Ant. 15.395). Hay que notar con los biblistas un hecho sorprendente: cada vez que en el AT se describe a Israel como vid o viña, el pueblo es colocado bajo un juicio divino a causa de la corrupción y, de tanto en tanto, por la incapacidad de producir fruto (cf., ad es., Is 5,1-7; Ger 2,21). El texto de Is 5,1-7 es usado por Jesús como trasfondo para la parábola de los viñadores homicidas en Mc 12,1-11 (y en los textos paralelos).

A la luz de cuanto se ha expuesto, se puede intuir una intención polémica con el uso de adjetivo “verdadera”, agregado al original griego después de la declaración de Jesús de ser “la vid”. Se requiere enfatizar que Jesús es aquella “verdadera vid”, es decir, el verdadero Israel en contraste con aquel “Israel de la carne” que erraba continuamente en su misión-identidad en la relación con Dios-Padre. Se puede intuir también la posible tensión al interno de la comunidad de Juan en ese tiempo, cuando aparecieron los falsos maestros o anticristos (cf. 1Jn, por eso, la invitación insistente a permanecer [solo] en Jesús a través de la observancia de sus mandamientos y del amor recíproco para dar un fruto que permanezca para “transformarse” de nuevo en sus discípulos; así como la descripción paradoxal de los sarmientos [vv. 2.6] que están en Jesús pero que no permanecen en Él y, de consecuencia, no dan fruto y serán refutados).

2. «Mi Padre es el labrador»: La revelación de la “cooperación” entre Jesús y el Padre en una única

La imagen del Padre como agricultor convalida en alguna forma el carácter “verdadero” de la vid que es Jesús. Es decir, la vid es verdadera porque fue plantada y cuidada por el Padre de Jesús que es el único verdadero Dios, como se afirma más adelante en la larga oración de Jesús antes de la Pasión: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Por otra parte, emergen aquí la relación y la colaboración estrechas entre Jesús y su Padre en la acciones y, generalmente, en sus misiones (v. 2). Esta “colaboración misionera”, justo para usar la expresión moderna de los documentos de la Iglesia, entre el Padre y el Hijo es enfatizada muchas veces en el evangelio de Juan (cf., ad es., Jn 6,44: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día»). Es necesario, sin embargo, tener presente que la descripción de Jesús y del Padre en los vv. 1-6 de nuestro pasaje es sólo una metáfora y tiene que ser leída como eso, para evitar las conclusiones desviadas a nivel dogmático (como los heréticos arrianos del pasado que, a partir la imagen de Jesús como vid y del Padre como agricultor, veían una clara distinción de sus naturalezas).

Las acciones del agricultor son comprensibles por sí mismas (incluso para quien no ha cultivado nunca una vid). La única pequeña perplexidad se puede derivar de la mención de los sarmientos que están en la vid sin dar fruto (¿existen o no? ¿a quién se refiere?). Con todo, el fenómeno es normal en la práctica agrícola y la intención parece verterse más sobre la característica positiva de dar fruto (dos veces en los versículos) que sobre la perspectiva negativa. De nuevo, hay que recordar que estamos delante de un discurso figurativo, un mashal, que transmite un pensamiento general y no delante de una alegoría, en la que en cada detalle remite a una correspondencia real. A nivel literario hay que notar el juego de palabras (y de sonidos) entre airei “cortar” y kath-airei “podar”, que refleja la mnemotécnica, muy difundida en la tradición oral.

3. «Permaneced en mí, y yo en vosotros». Para una comunión misionera con Jesús, la vid

Y ahora la invitación de Jesús a los discípulos como un testamento espiritual: «permaneced en mí, y yo en vosotros», como los sarmientos en la vid. Mientras que antes se resaltaba la relación entre Jesús y su Padre a través de la metáfora de la vid, ahora se retoma la relación entre Jesús y sus discípulos. El cuadro termina completándose: Yo (Cristo) – Padre –discípulos. Se perfila en el v. 6 la perspectiva del juicio final que reclama la imagen sugestiva del fuego que quema, típico de los discursos escatológicos (cf. Mt 3,10; 7,19; 8,12; 13,42), y que se realiza ya en el presente, según el pensamiento teológico de San Juan. La vida eterna está en posesión de quien cree en Jesús y vive en comunión con Él.

La razón de la permanencia de Jesús es siempre en perspectiva del “fruto” en la misión, confiada a los discípulos. Por una parte, esta permanencia garantiza el verdadero “éxito” de las acciones misioneras: «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada»; y, por otro lado, ella lleva al cumplimiento de toda oración de Jesús; Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará», porque lo que los discípulos pedirán será en realidad la voluntad divina.

Así, la recomendación “Permanezcan en mi” resulta central en todo el pasaje, porque el verbo “permanecer” recurre muchas veces hasta el final. Hay que recalcar dos cosas aquí. Primero, el imperativo “permanezcan” en el aoristo griego implica el inicio de una acción. Se señala así una nueva fase en la vida de los discípulos, no más aquella inicial (porque “ya están purificados”), sino de madurez (“den fruto”). Segundo, la exhortación a permanecer en Jesús se tiene que entender junto con la permanencia de Jesús en ellos. Esta reciprocidad es subrayada tres veces en la perícopa (vv. 4.5.7), y, en su última formulación (v. 7), el “yo” de Jesús (que permanece en los discípulos) es modificada en la expresión “mis palabras”, que reclaman aquella palabra que les ha purificado (v. 3). Para los discípulos, permanecer en Jesús equivale con ser fieles a sus palabras, es decir, a sus enseñanzas/mandatos que son también de Dios y que encuentran cumplimiento en el nuevo mandamiento del amor (cf. Jn 15,8).

Oremos, por tanto, con la oración colecta prevista en el Misal italiano para este domingo:

¡Oh Dios!, que nos has insertado en Cristo como sarmientos de la verdadera vid, danos tu Espíritu, para que amándonos los unos a los otros sinceramente, nos transformemos en primicias de una humanidad nueva y demos frutos de santidad y de paz. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

 

Sugerencias útiles:

Papa Benedicto XVI, Regina Cæli, 06.05.2012

El Evangelio de hoy, quinto domingo del tiempo pascual, comienza con la imagen de la viña. «Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).

[…]

Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un sarmiento, que sólo vive si hace crecer cada día con la oración, con la participación en los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios que permanezcamos firmemente injertados en Jesús y que toda nuestra acción tenga en él su principio y su realización.

Papa Francisco, Regina Cæli, 02.05.2021

En el Evangelio de este quinto domingo de Pascua (Jn 15,1-8), el Señor se presenta como la vid verdadera y habla de nosotros como los sarmientos que no pueden vivir sin permanecer unidos a Él. Y dice así: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos» (v. 5). No hay vid sin sarmientos, y viceversa. Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, que es la fuente de su existencia.

Jesús insiste en el verbo “permanecer”. Lo repite siete veces en el pasaje del Evangelio de hoy. Antes de dejar este mundo e ir al Padre, Jesús quiere asegurar a sus discípulos que pueden seguir unidos a él. Dice: «Permanezcan en mí y yo en ustedes» (v. 4). Este permanecer no es una permanencia pasiva, un “adormecerse” en el Señor, dejándose mecer por la vida. No, no. No es esto. El “permanecer en Él”, el permanecer en Jesús que nos propone es una permanencia activa, y también recíproco. ¿Por qué? Porque sin la vid los sarmientos no pueden hacer nada, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también la vid necesita los sarmientos, porque los frutos no brotan del tronco del árbol. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto. Nosotros permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros.

En primer lugar, lo necesitamos a Él. El Señor quiere decirnos que antes de la observancia de sus mandamientos, antes de las bienaventuranzas, antes de las obras de misericordia, es necesario estar unidos a Él, permanecer en Él. No podemos ser buenos cristianos si no permanecemos en Jesús. Y, en cambio, con Él lo podemos todo (cf. Flp 4,13). Con él lo podemos todo.

Pero también Jesús, como la vid con los sarmientos, nos necesita. Tal vez nos parezca audaz decir esto, por lo que debemos preguntarnos: ¿en qué sentido Jesús necesita de nosotros? Él necesita de nuestro testimonio. El fruto que, como sarmientos, debemos dar es el testimonio de nuestra vida cristiana. Después de que Jesús subió al Padre, es tarea de los discípulos, es tarea nuestra, seguir anunciando el Evangelio con la palabra y con obras. Y los discípulos —nosotros, discípulos de Jesús— lo hacen dando testimonio de su amor: el fruto que hay que dar es el amor. Unidos a Cristo, recibimos los dones del Espíritu Santo, y así podemos hacer el bien al prójimo, hacer el bien a la sociedad, a la Iglesia. Por sus frutos se reconoce el árbol. Una vida verdaderamente cristiana da testimonio de Cristo.

¿Y cómo podemos lograrlo? Jesús nos dice: «Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá» (v. 7). También esto es audaz: la seguridad de que aquello que nosotros pidamos se nos concederá. La fecundidad de nuestra vida depende de la oración. Podemos pedir que pensemos como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Y así, amar a nuestros hermanos y hermanas, empezando por los más pobres y sufrientes, como Él lo hizo, y amarlos con Su corazón y dar en el mundo frutos de bondad, frutos de caridad, frutos de paz.