IV Domingo de Pascua (Año B)

21 abril 2024

Hch 4,8-12;
Sal 117;
1Jn 3,1-2;
Jn 10,11-18

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

Cristo, Buen Pastor en constante misión

El cuarto domingo de Pascua es también llamado “del Buen Pastor”, y las lecturas con las oraciones de la liturgia están enfocadas particularmente en esta bellísima imagen de Jesús. Por este motivo, desde el 1964 por decisión del Papa San Pablo VI, este domingo es también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, dedicada a aquellos que han recibido la llamada para seguir a Jesús, el Sumo Sacerdote y buen Pastor. El Papa Francisco en el mensaje de este año 2024 recuerda la importancia de la oración por todas las vocaciones cristianas en la vida, y escribe: «Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2)».

En este sentido, hoy en muchas parroquias y Diócesis del mundo se realiza la colecta destinada al fondo de solidaridad universal de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol (OPSPA) para la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas, mediante el apoyo a seminarios y noviciados en las misiones así como a candidatos y formadores. De esta forma, cada fiel participa activamente, a través de la oración y contribución concreta, a la misión evangelizadora de la Iglesia en el ámbito específico del cuidado por las vocaciones y actividades formativas para los nuevos y buenos sacerdotes-pastores «con olor a oveja» (Papa Francisco, Santa Misa Crismal, Homilía Basílica Vaticano, Jueves Santo, 28 de marzo de 2013) siguiendo las huellas de Cristo Buen Pastor. En este contexto, las lecturas de la misa de hoy nos ayudan a resaltar y profundizar al menos tres aspectos importantes de la misión de Cristo el Pastor, modelo y ejemplo de todos los pastores del pueblo según el deseo de Dios Padre.

1. La relación particular entre Jesús y sus ovejas

El pasaje evangélico que hemos escuchado hoy es muy sintético, pero denso en su significado. Representa el centro del discurso de Jesús en el Cuarto Evangelio sobre la auto-declaración «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10, 11.14). Así, ya desde el principio, incluso antes de declararse el Buen Pastor, Jesús subraya una característica fundamental de la relación entre Él y sus ovejas: «En verdad, en verdad os digo: […] el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. […] las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz» (Jn 10, 1-4). Estas palabras se repetirán en lo que Jesús dirá más tarde, cuando se auto-declara como el buen pastor: «Yo soy el Buen Pastor, [dice el Señor], que conozco a las mías, y las mías me conocen» (Jn 10, 14); y al final del discurso: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen» (Jn 10, 27).

Se debe subrayar inmediatamente que el verbo conocer en el lenguaje bíblico-judío denota un conocimiento no tanto intelectual (de un saber) sino existencial, como en la relación entre el esposo y la esposa. Se trata de un conocimiento reciproco intimo e integral, un conocer que implica amar y pertenecer al otro. Por esto cuando Jesús declara ser el buen pastor, inmediatamente afirma que «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn 10, 11b.15b). El lo hace, porque conoce a sus ovejas, es decir, las ama profundamente, incluso más que su propia vida.

Además, el conocimiento entre Jesús y sus ovejas es puesta en paralelo con aquella entre Jesús y Dios Padre. El declara, en efecto, «conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre» (Jn 10, 14b-15). Se pone, por tanto, la relación entre Jesús buen pastor y sus discípulos de frente a una realidad mística de conocimiento íntimo entre las Personas divinas. De un lado se vislumbra la profundidad del conocimiento-amor que Jesús tiene por sus ovejas, como aquella que Jesús tiene por el Padre. El efectivamente afirma en otro lugar: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Por otro lado, cuando Jesús afirma que sus ovejas lo conocen, es posible preguntarse si efectivamente su conocimiento por Jesús sea comparable a aquella entre el Padre y Jesús. Nos parece de captar una invitación implícita a las “ovejas” de Jesús a preguntarse sobre si y cuanto conocen a su Pastor y reconozcan su voz en medio de tantos rumores a su alrededor. Dado que es imposible agotar todas las riquezas del misterio de Cristo, permanece siempre actual, por las ovejas de todo tiempo, el empeño de crecer siempre de mas en el conocimiento del Pastor que las conoce y las ama hasta dar la vida por ellas. (Significativo al respecto el regaño de Jesús a Felipe, uno de sus íntimos discípulos: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?» (Jn 14, 9). Son palabras validas también para cada discípulo que lo sigue.

2. «El buen pastor da su vida por las ovejas»

Reiterando la relación particular con sus ovejas, Jesús señala, de inmediato, el cuidado/misión especial que deriva del conocimiento y del amor: «El buen pastor da su vida por las ovejas». Esta especial misión/cuidado de Jesús ya se reafirma en la parte inicial («Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» [Jn 10,10]) y nuevamente al final del discurso: «yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 28). Así, el don de la vida en abundancia se identifica con la vida eterna. Sin embargo, esta vida no designa una realidad futura, solo después de la muerte. Esta indica una vida de comunión con Jesús y con Dios, que inicia ya en el presente y que continuará en la eternidad. Por eso, Jesús subraya: «En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna» (Jn 6, 47). Incluso, «En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida » (Jn 5, 24). «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna » (Jn 6, 54).

De estas citas, sobre todo la última, surge otro aspecto fundamental de la vida eterna que Jesús dona a sus ovejas. Se trata de la misma vida que El ofrece por los suyos, como ya aparece claro en las declaraciones del buen pastor mencionadas anteriormente. Jesús se ha hecho también cordero sacrificado para donar la propia vida a sus ovejas y para guiarlas ahora «hacia fuentes de aguas vivas» (Ap 7, 17).

Se trata, por tanto, del pastor que no conoce solo el olor de las ovejas, sino que se ha hecho también una de ellas, para compartir con ellas todo de la vida (también la muerte). Es cuanto se afirma sobre la figura de Cristo sumo sacerdote: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Hb 4, 15).

Este fuerte vínculo entre Jesús buen pastor y sus ovejas será la razón por la cual ninguna de ellas le será arrebatada (Jn 10, 28) de su mano y de la mano del Padre. San Pablo apóstol expresa el mismo concepto con palabras conmovedoras e inspiradas a partir de una pregunta retórica: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 35.37-39).

3. El Buen Pastor sabio y misionero

En conclusión, la declaración de Jesús como “buen pastor” no señala solo su bondad, sino que quiere transmitir la idea del pastor ideal, genuino, perfecto, es decir, de acuerdo al querer divino para Israel al final de los tiempos. Esta perfección consiste, entre otras cosas y tal vez más que todo, en la cualidad de ser sabio, en contraste con los pastores insensatos y malvados, como atestan numerosos pasajes del Antiguo Testamento. En concreto, el texto de Juan realza las dos características fundamentales del pastor perfecto: el dar o arriesgar la vida por las ovejas y el conocimiento íntimo entre el pastor y las ovejas. Mientras que el primer aspecto se muestra cristológico y alude directamente a la cruz, el segundo es sapiencial, porque los seguidores de la Sabiduría escuchan su voz, ignorada por los necios y malvados. Por eso, en Jesús no se percibe solo la imagen del pastor sabio sino la del Pastor-Sabiduría; es decir, Él siembra la Sabiduría de Dios que se hace Pastor.

Además, Cristo Buen Pastor, el perfecto según el plan divino, es también el misionero incansable de Dios, porque cumple siempre la voluntad de Dios que lo envió. Y la voluntad de Dios es que toda la humanidad tenga vida por medio de Cristo, su Hijo enviado al mundo. Así, «Jesús iba a morir por la nación [de Israel]; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11,51-52). Teniendo esto en cuenta, comprenderemos mejor la importante afirmación de Cristo en el discurso escuchado hoy: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (Jn 10,16). Y he aquí el comentario del Papa Francisco al respecto: «Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo. Así, Jesucristo, buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas (cf. Jn 10,16).» (Mensaje para la XCVIII Jornada Mundial de la Misiones 2024)

Es necesario preguntase hoy: ¿Nosotros, sus ovejas, buscamos escucharlo y seguirlo como Buen Pastor y Sabiduría? ¿Buscamos incansablemente cumplir con Cristo, el buen Pastor, el plan de salvación de Dios para toda la humanidad, empezando por aquellos con quienes convivimos? Y para esta misión universal de Dios y de Cristo, ¿ofrecemos nuestra pequeña contribución concreta mediante la oración, el sacrificio e incluso la donación material según nuestras posibilidades?

 

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Regina Coeli, Plaza de San Pedro, Domingo, 25 de abril de 2021

En este cuarto domingo de Pascua, llamado domingo del Buen Pastor, el Evangelio (Jn 10,11-18) presenta a Jesús como el verdadero pastor, que defiende, conoce y ama a sus ovejas.

A Él, Buen Pastor, se opone el “asalariado”, a quien no le importan las ovejas, porque no son suyas. Hace este trabajo solo por la paga, y no se preocupa de defenderlas: cuando llega el lobo huye y las abandona (cfr vv. 12-13). Jesús, sin embargo, pastor verdadero, nos defiende siempre, nos salva en muchas situaciones difíciles, situaciones peligrosas, mediante la luz de su palabra y la fuerza de su presencia, que nosotros experimentamos siempre y, si queremos escuchar, todos los días. […]

¡Qué bonito y consolador es saber que Jesús nos conoce a cada uno, que no somos anónimos para Él, que nuestro nombre le es conocido! Para Él no somos “masa”, “multitud”, no. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, [y Él] nos conoce a cada uno con la propia historia, cada uno con el propio valor, tanto como criatura cuanto como redimido por Cristo. […]

En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios, que habían delineado los profetas: Jesús se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma. Así podemos leerlo en el Libro del profeta Ezequiel (cfr. Ez 34,11-16).

Por tanto, Jesús Buen Pastor defiende, conoce, y sobre todo ama a sus ovejas. Y por esto da la vida por ellas (cfr. Jn 10,15). El amor por las ovejas, es decir por cada uno de nosotros, le lleva a morir en la cruz, porque esta es la voluntad del Padre, que nadie se pierda. El amor de Cristo no es selectivo, abraza a todos. Nos lo recuerda Él mismo en el Evangelio de hoy, cuando dice: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16). Estas palabras dan fe de su inquietud universal: Él es pastor de todos. Jesús quiere que todos puedan recibir el amor del Padre y encontrar a Dios.

Y la Iglesia está llamada a llevar adelante esta misión de Cristo. Además de los que frecuentan nuestras comunidades, hay muchas personas, la mayoría, que lo hacen solo en casos particulares o nunca. Pero no por esto no son hijos de Dios: el Padre confía todos a Jesús Buen Pastor, que ha dado la vida por todos.

Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, Pastores Dabo Vobis

18. Como subraya el Concilio, «el don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles». Por la naturaleza misma de su ministerio, deben por tanto estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y «de un espíritu genuinamente católico que les habitúe a trascender los límites de la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda a las necesidades de toda la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el Evangelio en todas partes».

23. (…) El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad pastoral, tiene como destinataria la Iglesia. Así lo ha hecho Cristo «que amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 25); así debe hacerlo el sacerdote. Con la caridad pastoral, que caracteriza el ejercicio del ministerio sacerdotal como «amoris officium», «el sacerdote, que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de éste una elección de amor, para el cual la Iglesia y las almas constituyen su principal interés y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia que le ha sido confiada, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa». El don de sí no tiene límites, ya que está marcado por la misma fuerza apostólica y misionera de Cristo, el buen Pastor, que ha dicho: «también tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16).

32. La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la misma naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueder reducirse a estrechos límites. El Concilio enseña sobre esto: «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación “hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles».

Se sigue de esto que la vida espiritual de los sacerdotes debe estar profundamente marcada por el anhelo y el dinamismo misionero. Corresponde a ellos, en el ejercicio del ministerio y en el testimonio de su vida, plasmar la comunidad que se les ha confiado para que sea una comunidad auténticamente misionera. Como he señalado en la encíclica Redemptoris missio, «todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad de misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más lejanos y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera».

Si este espíritu misionero anima generosamente la vida de los sacerdotes, será fácil la respuesta a una necesidad cada día más grave en la Iglesia, que nace de una desigual distribución del clero. En este sentido ya el Concilio se mostró preciso y enérgico: «Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar en su corazón la solicitud por todas las Iglesias. Por tanto, los presbíteros de aquellas diócesis que son más ricas en abundancia de vocaciones, muéstrense de buen grado dispuestos, con permiso o por exhortación de su propio Obispo, a ejercer su ministerio en regiones, misiones u obras que padecen escasez de clero».

Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal sobre el Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, Pastores Gregis

22. (…) Tanto en su fuente como en su modelo trinitario, la comunión se manifiesta siempre en la misión, que es su fruto y consecuencia lógica. Se favorece el dinamismo de comunión cuando se abre al horizonte y a las urgencias de la misión, garantizando siempre el testimonio de la unidad para que el mundo crea y ampliando la perspectiva del amor para que todos alcancen la comunión trinitaria, de la cual proceden y a la cual están destinados. Cuanto más intensa es la comunión, tanto más se favorece la misión, especialmente cuando se vive en la pobreza del amor, que es la capacidad de ir al encuentro de cada persona, grupo y cultura sólo con la fuerza de la Cruz, spes unica y testimonio supremo del amor de Dios, que se manifiesta también como amor de fraternidad universal.

66. En la Sagrada Escritura la Iglesia se compara a un rebaño, «cuyo pastor será el mismo Dios, como Él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quienes gobiernan las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores». ¿Acaso no es Jesús mismo quien llama a sus discípulos pusillus grex y les exhorta a no tener miedo, sino a cultivar la esperanza? (cf. Lc 12, 32).

Jesús repitió varias veces esta exhortación a sus discípulos: «En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). Cuando estaba para volver al Padre, después de lavar los pies a los Apóstoles, les dijo: «No se turbe vuestro corazón», y añadió, «yo soy el Camino [...]. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 1-6). El pequeño rebaño, la Iglesia, ha emprendido este Camino, que es Cristo, y guiada por Él, el Buen Pastor que «cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10, 4).

A imagen de Jesucristo y siguiendo sus huellas, el Obispo sale también a anunciarlo al mundo como Salvador del hombre, de todos los hombres. Como misionero del Evangelio, actúa en nombre de la Iglesia, experta en humanidad y cercana a los hombres de nuestro tiempo. Por eso, afianzado en el radicalismo evangélico, tiene además el deber de desenmascarar las falsas antropologías, rescatar los valores despreciados por los procesos ideológicos y discernir la verdad. Sabe que puede repetir con el Apóstol: «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes» (1 Tm 4, 10).

La labor del Obispo se ha de caracterizar, pues, por la parresía, que es fruto de la acción del Espíritu (cf. Hch 4, 31). De este modo, saliendo de sí mismo para anunciar a Jesucristo, el Obispo asume con confianza y valentía su misión, factus pontifex, convertido realmente en «puente» tendido a todo ser humano. Con pasión de pastor, sale a buscar las ovejas, siguiendo a Jesús, que dice: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16).

Papa Francisco, Audiencia General, Aula Pablo VI, Miercoles, 18 de enero de 2023

Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 2. Jesús, modelo del anuncio

[…] Entonces, si queremos representar con una imagen su estilo de vida, no tenemos dificultad en encontrarla: Jesús mismo nos la ofrece, lo hemos escuchado, hablando de sí como del buen Pastor, aquel que ―dice― «da su vida por las ovejas» (Jn 10,11), este es Jesús. De hecho, ser pastor no era solo un trabajo, que requería tiempo y mucho empeño; era una verdadera forma de vida: veinticuatro horas al día, viviendo con el rebaño, acompañándolo a pastar, durmiendo entre las ovejas, cuidando de las más débiles. En otras palabras, Jesús no hace algo por nosotros, sino que da todo, da su vida por nosotros. El suyo es un corazón pastoral (cfr. Ez 34,15). Es pastor con todos nosotros.

De hecho, para resumir en una palabra la acción de la Iglesia se usa a menudo precisamente el término “pastoral”. Y para valorar nuestra pastoral, debemos compararnos con el modelo, compararse con Jesús, Jesús buen Pastor. En primer lugar, podemos preguntarnos: ¿lo imitamos bebiendo de las fuentes de la oración, para que nuestro corazón esté en sintonía con el suyo? La intimidad con Él es, como sugería el bonito volumen del abad Chautard, «el alma de todo apostolado». Jesús mismo lo dijo claramente a sus discípulos: «separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Si se está con Jesús se descubre que su corazón pastoral late siempre por quien está perdido, alejado. ¿Y el nuestro? Cuántas veces nuestra actitud con gente que es un poco difícil o que es un poco complicada se expresa con estas palabras: “Es un problema suyo, que se las arregle…”. Pero Jesús nunca ha dicho esto, nunca, sino que ha ido siempre al encuentro de todos los marginados, los pecadores. Lo acusaban de esto, de estar con los pecadores, porque les llevaba precisamente la salvación de Dios.