I Domingo de Adviento (Año C) - “Firmes e irreprensibles ante la venida del Señor”

25 noviembre 2021

Primera lectura
Jeremías 33,14-16
Suscitaré a David un vástago legítimo.

Salmo responsorial
Salmo 24
A ti, Señor, levanto mi alma.

Segunda lectura
1 Tesalonicenses 3,12-4,2
Que el Señor afiance vuestros corazones, para cuando venga Cristo.

Lectura del Evangelio
Lucas 21,25-28.34-36
Se acerca vuestra liberación.

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

“Firmes e irreprensibles ante la venida del Señor”

1. La exhortación del Apóstol San Pablo en la segunda lectura resume bien el compromiso de los fieles en el tiempo actual de espera del Señor: «Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos [...], y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos» (1 Ts 3,12-13). Estas son las palabras de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, que, según la opinión compartida de los exegetas, es el primer texto escrito del Nuevo Testamento y está fechado en torno a los años 50, es decir, apenas veinte años después de la partida de Cristo. La espera de la nueva venida del Señor era, pues, muy grande entre los primeros cristianos, especialmente los de Tesalónica, en el norte de Grecia, una de las primeras ciudades europeas evangelizadas por Pablo y sus compañeros en sus primeros viajes misioneros. Todos ellos eran fervientes en la esperanza de la salvación final que ocurrirá con el regreso de Jesús al final del mundo, como Él mismo había prometido según lo que leemos en el Evangelio de hoy (cf. Lc 21,27).

Esta ferviente espera puede seguir siendo un recordatorio y una enseñanza de una verdad eterna: habrá un final para todo y el Señor Jesús vendrá de nuevo. Para nosotros, los cristianos del Tercer Milenio, la cuestión fundamental es: « ¿Seguimos esperando fervientemente la venida del Señor? ¿Seguimos esperándolo en general? ¿Seguimos mirando al cielo de vez en cuando para vislumbrar la llegada de Jesús entre las nubes?»  Dado que su segunda venida aún no se ha producido, ¡puede ser que no estemos impacientes después de dos mil años de espera! Tal vez hemos llegado al punto de no pensar en ello y sólo nos preocupan las cosas de este mundo. « ¡Mientras tanto, vendrá! » - dicen algunos - «¿y cuándo? Sólo Dios lo sabe, y por eso sigo haciendo mis cosas» Quizá nos falta un poco de nostalgia por la presencia del Señor Jesús, un estado de ánimo que sus primeros apóstoles, los enviados a la misión, experimentaron intensamente hasta llegar a contagiar a sus oyentes. Es hora de recuperar esa sana nostalgia del Señor que nace de una profunda amistad con Él. El punto es crucial para la misión. Sólo el cristiano, que lleva siempre a Jesús en su corazón, arde en deseos de encontrarse con Él y anhela así su venida prometida. Y sólo ese cristiano siente el impulso de compartir con otros esta dulce amistad con Cristo. Se convierte por naturaleza en un misionero de Cristo.

2. La pregunta para nosotros hoy sigue siendo la misma: «tú que te llamas cristiano y eres discípulo de Cristo, ¿anhelas esa redención final que Él trae?» Para los que no se sienten como ‘a dead man walking’, un muerto que camina, el buen Dios también deja en el Evangelio alguna advertencia en tono directo pero amable, seguida de una recomendación concreta.

Primero, la advertencia: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día» (Lc 21,34). ¡Cuidado aquellos que no viven la espera! Cuidado con los corazones agobiados por las diversas cosas del mundo: « ¡juergas, borracheras y las inquietudes de la vida!». Los dos primeros vicios enumerados son denunciados a menudo en la enseñanza bíblica (cf. Rom 13:13; Gal 5:21; también Is 24:20 LXX), mientras que las “inquietudes de la vida” son algunas de las cosas que, según la explicación de Jesús en el evangelio de Lucas, impiden que las semillas, caídas entre las espinas, crezcan plenamente (cf. Lc 8,14). Los tres juntos describen una vida sin Dios, como en los días de Noé y Lot, cuando «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían» (cf. Lc 17,26-30).

Luego sigue la exhortación. Jesús también señala la medicina contra la tibieza de un corazón cansado de esperar las cosas del Señor y su reino: «Estad, pues, despiertos en todo tiempo, orando» (Lc 21,36). La exhortación refleja la de Jesús sobre la necesidad de velar en Mc 13,33, y también la dirigida directamente al apóstol San Pedro: «Velad y orad, para no caer en tentación» (Mc 14,38; cf. v.35). Velad y orad van juntos y son recíprocos: velar significa rezar y viceversa. El detalle distintivo de la exhortación de Jesús en Lucas es la insistencia en el momento de la oración/vigilia: “en todo momento”, como ya se ha visto en otras partes del Tercer Evangelio (cf. Lc 18,1.7-8). San Pablo, por tanto, recomendará a los Tesalonicenses que esperaban fervientemente el regreso del Señor: «Sed constantes en orar» (1T 5,17). Y también repetirá a los romanos: «Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración» (Rom 12,12).

3. La oración entonces, esa constante e incesante, en todo momento, se convierte en un medio fundamental e indispensable que hay que descubrir para renovar el celo de la vida, en la espera de la venida del Señor. Esto se aplica a todo cristiano, bautizado, misionero. A este respecto, cabe recordar las memorables palabras del Papa Francisco en el video-mensaje con motivo de la apertura oficial de la asamblea general de las Obras Misionales Pontificias (28/5/2018): «La oración es la primera obra misional - ¡la primera! - que cada cristiano puede y debe hacer, y también es la más eficaz, aunque no se pueda medir».

Con la oración constante y ardiente por la llegada del Reino, todo cristiano se convierte en misionero, aunque no todos tengan la oportunidad de ir a una tierra extranjera a proclamar el Evangelio (¡como fue el caso de Santa Teresa de Lisieux, patrona de la misión!). Con la oración constante y ardiente, todo misionero cumple aún más la misión de Cristo, que oraba constantemente en comunión con Dios Padre. La culminación de las vigilias de oración es precisamente la celebración eucarística que, como se ha explicado, es misionera por naturaleza, porque en ella se realiza místicamente la misión de Cristo en la ofrenda incruenta de su cuerpo y sangre y se continúa la misión de los cristianos, enviados por el mismo Cristo y su Iglesia.

¿Por qué entonces, especialmente durante el tiempo de Adviento, no rezamos y hacemos vigilias de oración por las misiones y la Misión de la Iglesia más a menudo? Tales acciones nos ayudarán a ser vigilantes, más aún, ardientes en la espera, para hacer que nuestros corazones sean firmes; nos recordarán nuestro deber de caminar en santidad hacia “aquel día” de la salvación definitiva con el Señor; y encenderán el entusiasmo de dar testimonio de Cristo muerto y resucitado a todos, donec veniat “hasta Su venida”. AmenMaranathà!

P. Dinh Anh Nhue Nguyen, OFM Conv
Pontificia Unión Misional

Sugerencias útiles:

Foto de la Diócesis de Obala - Camerún

«Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la preparación más intensa de la comunidad para la Venida del Señor, ya que ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios «en vigilante espera». Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos los ángeles: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo». Aclamando el «Misterio de la fe» expresamos el mismo espíritu de vigilante espera: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas». En la plegaria eucarística los cielos se abren y Dios desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del Hombre que llegará sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia, dada en la Sagrada Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda exclamar: «Me levantaré y alzaré la cabeza; se acerca mi liberación». (Direttorio Omiletico, n.86)

 

«Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: “Orad constantemente” (Orígenes, De oratione, 12, 2: GCS 3, 324-325 [PG 11, 452])». (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2745)

 

«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios (San Juan Crisóstomo, De Anna, Sermón 4, 6: PG 54, 668)». (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2743)

 

«Dios habla por boca del misionero que reza». (Paolo Manna, Virtù Apostoliche, Milán 1944, p. 197).

 

Foto de la Diócesis de Obala - Camerún