
II Domingo de Adviento (Año C) - "Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros"
Primera lectura
Bar 5,1-9
Dios mostrará tu esplendor.
Salmo responsorial
Salmo 125
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Segunda lectura
Flp 1,4-6.8-11
Que lleguéis al Día de Cristo limpios e irreprochables.
Lectura del Evangelio
Lc 3,1-6
Toda carne verá la salvación de Dios.
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
“Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros”
Continuando el camino “en espera de Su venida”, las lecturas y las oraciones litúrgicas de este segundo Domingo de Adviento ofrecen el material para reflexionar, todavía más, sobre la esperanza cristiana y para intensificar el empeño peculiar que se deriva de ella en este período. En tal contexto, viene indicada para todos nosotros una figura como ejemplo de una vida toda inmersa en la preparación a la venida del Señor. Se trata de Juan el Bautista, el precursor, «profeta del Altísimo» (Lc 1,76) que será llamado por el evangelista Juan «Un hombre mandado por Dios» (cf. Jn 1,6). Él es entonces el misionero, el enviado efectivamente por Dios para dar testimonio de la Luz que es El Cristo, Verbo hecho hombre (cf. Jn 1,7-8). Permanecerá para siempre, también para los discípulos-misioneros de Cristo. Hoy, es un ejemplo excelso de cómo dar testimonio de Cristo y preparar su camino entre la gente, para una espera de su venida, desde antiguo, ya anunciada.
Del breve pasaje del Evangelio de hoy, se pueden notar las características del “misionero”, Juan el Bautista, a través de tres expresiones claves concentradas en un versículo y medio de presentación del protagonista: «la Palabra de Dios vino sobre Juan», «Él recorrió toda la comarca» y «predicando un bautismo de conversión» (Lc 3,2b-3).
1. «La Palabra de Dios vino sobre Juan». El inicio de la actividad de Juan el Bautista es presentada por el evangelista Lucas en modo solemnísimo, y la fórmula más importante es aquella que subraya el origen divino de la actividad del Bautista: «la Palabra de Dios vino (literalmente “llegó”) sobre Juan». Se trata de la expresión detectada en la narración de la vocación de los profetas como Jeremías (cf. Jr 1,2, y además verbatim en la versión griega de LXX de Jr 1,1) y Ezequiel (cf. Ez 1,3). Es casi la fórmula de la investidura profética: La Palabra de Dios [/del Señor] fue [/llegó/vino] sobre el profeta y lo mandó a comenzar y transmitir al pueblo todo cuanto ha escuchado de Dios. ¡Todo profeta de Dios, por lo tanto, es un enviado especial para el pueblo y hablará siempre en el nombre de Dios y de las cosas que Dios le pida decir! Es, osea, el misionero de Dios. Así sucedió también con Juan el Bautista, presentado solemnemente como el profeta elegido en la plenitud de la historia, que será después alabado por Jesús mismo como “el más grande de entre los nacidos”, “ más que un profeta”, “el mensajero” de Dios ( cf. Lc 7,27-28; Mt 11,9-11). La referencia particular del “desierto” como el lugar de la vocación y el inicio de la actividad del Bautista sirven no sólo para señalar el cumplimiento del anuncio profético de Isaías (cf. Lc 3,4; Is 40,3) o para volver a vivir la experiencia del éxodo, sino también para imaginar un cuadro espiritual general del tiempo e intuir una conexión entre la entrada en escena del Bautista y la renovación escatológica del pueblo. El profeta-misionero de Dios, actúa casi siempre en el desierto, ¡también cuando lo hace en una ciudad superpoblada como Shanghái, Nueva Delhi, Lagos o Sao Paolo! De todas maneras, el hecho no lo atemoriza, ni desanima, porque sabe que está allá no por propia voluntad, ¡sino por una misión confiada a él por la Palabra de Dios!
2. «Él recorrió toda la comarca del Jordán». También si el verbo griego original significa “llegó”, su traducción española con “recorrió” (de recorrer) bien subraya lo que el evangelista Lucas quiere dar a la característica de la actividad del Bautista con la precisión peculiar del lugar: «toda la comarca del Jordán», con el acento propio sobre “toda”. Sabemos que en realidad el Bautista desarrolla su actividad en torno al río Jordán, donde podía administrar el bautismo, es decir la inmersión en el agua. No existen indicios lingüísticos posteriores o vocablos más claros, por lo tanto, nos parece que aquí san Lucas quisiera describir la actuación del Bautista como aquel de un itinerante, casi sobre el modelo de Jesús (cf. Mc 1,39; Mt 4,23) y de sus discípulos, los cuales, enviados por Él, para la misión, recorrerán efectivamente todas las ciudades y lugares para preparar la visita de su Maestro (cf. Lc 10,1). La visión lucana sobre la “vida itinerante” del Bautista se muestra altamente sugestiva e iluminadora en perspectiva misionera. Cada profeta-misionero de Dios es llamado a no permanecer nunca estático, sino dinámico: está llamado a “recorrer”, y andar siempre allá, donde la Palabra de Dios lo manda. Al igual que Juan Bautista llevó a cabo su “salida” recorriendo constantemente la región para preparar “el camino del Señor” entre la población local, de igual modo, todo cristiano está llamado a salir y convertirse en misionero Precursor de Cristo por doquier (¡también fuera de su lugar de origen!), y especialmente en este tiempo de espera de la venida del Señor. Ayudémonos así, unos a otros, en todos los lugares donde estamos, a prepararnos mejor a acoger a Cristo cuando vendrá.
3. « [Él recorrió toda la comarca del Jordán], predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados». La presentación de las acciones de Juan el Bautista sobre el modelo cristiano alcanza aquí su cúlmen. En efecto, su “predicación” sobre un bautismo de conversión (Lc 3,3) aquí encuentra un eco en la descripción de la actividad de Jesús y de sus apóstoles. Tanto es verdad que, después, san Lucas no ha desestimado resumir todo el actuar de Juan el Bautista con una frase significativa: «Con otras muchas exhortaciones [Juan] anunciaba al pueblo la Buena Noticia» (Lc 3,18). El “predicar” y el “evangelizar” [anunciar la Buena Noticia] son las acciones cumplidas por Cristo mismo y por sus discípulos enviados por Él (cf. Lc 4, 18-19; Mc 1, 14-15; Mt 4,23). También el contenido de la predicación y de su “evangelización” miran a la conversión (metanoia) y al perdón de los pecados, se parece a aquello pronunciado por Cristo (cf. Lc 5,32; Mc 1,15) y así sucesivamente por los apóstoles (cf. Hch 2, 38), con la única diferencia que los últimos insistían sobre la actualización real del Reino de Dios y sobre el don del Espíritu Santo. El Bautista entonces, en Lucas, se muestra como el único profeta de Dios que es al mismo tiempo ya un misionero “cristiano”. Es por su “grito” que todo cristiano misionero de hoy podrá sacar u aprovechar ahora un aspecto útil, para la propia vida y misión.
Incluso insistiendo sobre la necesidad de una seria preparación para la venida del señor, que seguramente vendrá a juzgar el mundo, el mensaje de Juan el Bautista es esencialmente un mensaje de esperanza. De resto, tal mensaje, viene subrayado en todos los profetas del A.T, particularmente en el fragmento de Baruc, elegido para la primera lectura, que invita a Jerusalén a despojarse de los vestidos de luto y aflicción, para acoger a Dios que «guiará a Israel / con alegría, a la luz de su gloria, / con su justicia y su misericordia». Ésto viene resaltado por el evangelista san Lucas, el cumplimiento especial de los oráculos antiguos del profeta Isaías con el ápice en la afirmación final que habíamos escuchado en el Evangelio de este Domingo: «Y toda carne [sarx] verá la salvación de Dios» (Lc 3,6; cf. Is 40,5). Tal afirmación resalta la universalidad de la gracia divina, (un tema muy querido por san Lucas). Por otra parte se conecta con la persona de Jesús que venía revelada como “Salvación de Dios” (cf. Lc 2,30; también Hch 28,28)
De frente a la venida de Jesús, salvación de Dios, re requiere ciertamente un compromiso (no trivial) de preparación interior y exterior, preanunciado con las imágenes sugestivas de la “construcción de la Vía” que corresponden a las acciones morales y sociales concretas, especificadas por el mismo Bautista en el pasaje sucesivo del Evangelio de Lucas sobre el cual meditaremos el próximo domingo. Por el momento, lo que requiere nuestra atención es la forma peculiar de las frases sin la indicación del protagonista: «los valles serán rellenados / los montes y colinas serán rebajados». ¿Y ahora, quién hará estas cosas? Obviamente, del imperativo precedente «allanad sus senderos» se vislumbran legítimamente los hombres como aquellos que cumplen tales acciones. Sin embargo la construcción de los verbos al pasivo indica evidentemente a Dios como el agente implícito. Y ahora bajo la acción divina, que es mejor que el trabajo humano, «lo torcido será enderezado, / lo escabroso será camino llano» como el resto confirmado por el profeta Baruc en la Primera Lectura: « Dios ha mandado rebajarse / a todos los montes elevados / y a todas las colinas encumbradas; / ha mandado rellenarse a los barrancos / hasta hacer que el suelo se nivele». El milagro de los caminos enderezados y allanados, de las “carreteras” en el desierto, pertenece sobre todo a la gracia de Dios que pide, de todas maneras, la colaboración del hombre con el corazón abierto para acogerlo.
Es éste el mensaje, es más la Buena Noticia, “el Evangelio”, para que el Bautista junto a todos los profetas enviados por el Señor, lo anuncien. Este será también el mensaje para todo cristiano, profeta, misionero de Cristo, hará resonar todavía ahora, sobre todo al mundo de hoy, colmado de vías tortuosas e inaccesibles, de barrancos, montes y cerros. Como nos lo recuerda el Papa Francisco, no es el tiempo de condenar, sino de proclamar siempre a todos, un «año de gracia del Señor» (Lc 4,19) “grande y misericordioso”, y esto pese a que esta es «una generación perversa y depravada» porque continúa viviendo como si Dios no existiese. A fin de cuentas, «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito […] Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). Y todos nosotros, cristianos, somos mandados después de Cristo, como el Padre lo había enviado. Anunciemos todavía sin cansancio, como el Precursor de Cristo, el mensaje de esperanza de Dios, del amor y la misericordia que viene. Anunciémoslo primero a nosotros mismos y después a los otros, a fin de que todos podamos prepararnos de la mejor manera a acoger al Señor que está viniendo con su gracia.