
III Domingo de Adviento, Gaudete - Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel
Virgen de Guadalupe
Sof 3,14-18
Is 12,2-6
Flp 4,4-7
Lc 3,10-18
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel
Este tercer domingo de Adviento, conocido como Domingo Gaudete, es decir de “¡Alegrarse!”, nos invita a regocijarnos por la proximidad de la fiesta de la venida del Señor. En este clima de gozo, seguimos contemplando la figura del Precursor de Cristo, San Juan Bautista, para prepararnos a acoger a Cristo que viene.
Como ya se ha subrayado en la meditación anterior, el evangelista Lucas transmite a sus lectores una imagen particular del Bautista como enviado “anunciador/predicador del Evangelio” de Dios. De hecho, todas sus actividades se resumen en una frase que hemos escuchado al final del evangelio de hoy: «Con estas y otras muchas exhortaciones, Juan anunciaba al pueblo el Evangelio», es decir, anunciaba/pregonaba el “Evangelio”. Será después Jesús, el “más fuerte” que viene detrás, quien evangelizará plenamente a las gentes. Y sus discípulos harán lo mismo por mandato de su Maestro y Evangelizador por excelencia.
La breve conversación entre el Bautista y la multitud, que san Lucas nos ofrece casi como algo emblemático de la enseñanza “evangélica” del Precursor de Cristo, pone de relieve un aspecto importante que los “misioneros” de Dios no deben pasar por alto en el anuncio del Evangelio. Se trata de la justicia, entendida no en clave jurídica sino existencial-espiritual, como la cosa justa que hay que hacer en la vida, para acoger a Aquel que viene. Por eso, a continuación profundizaremos en ello, para escuchar la voz del Espíritu que habla hoy a la Iglesia y a nosotros, sus hijos.
1. El mensaje de Juan se manifiesta a través de tres repuestas y una declaración final. En sus tres respuestas, Juan imparte instrucciones a una misma pregunta planteada tres veces por grupos diferentes: «¿qué debemos hacer?» (Versículos 10,12,14). Cabe señalar que esta pregunta resonará de nuevo en la boca de la gente ante la predicación de Cristo (Lc 10,25; 18,18) y de los apóstoles (Hech. 2,37; y 16,30). Esto sugiere, una vez más, el carácter común de la misión del Bautista y de la misión cristiana, que necesariamente debe dar lugar a una seria revisión de vida, a partir de un sincero cuestionamiento sobre “qué hacer” para responder al mensaje divino escuchado. Sin embargo, hay una diferencia en el estilo y el contenido de las palabras del Bautista en comparación con la forma cristiana. Juan basa su discurso en la amenaza del castigo divino, en el juicio final como motivo de conversión, a la manera de los profetas de Israel; mientras que la manera cristiana (de Cristo y sus discípulos), tiende a subrayar el aspecto positivo de la fidelidad de Dios en el cumplimiento de la promesa de salvación del mundo. Aunque todo ello sirve para exhortar a los oyentes a replantearse su vida ante Dios.
Por lo tanto, es necesario entrar en detalles sobre las tres instrucciones de Juan en el Evangelio de hoy para arrojar luz sobre nuestro comportamiento. La primera recomendación se dirige a la multitud, es decir, a todos los oyentes: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Para preparar el encuentro con el Señor que viene, se invita a todos a prestar atención al prójimo, al más necesitado, para compartir con él los bienes recibidos de Dios.
La exhortación es sencilla, concreta, y debe ser acogida en su simplicidad, sin caer en la elaboración de algún principio ético general sobre el reparto social o la virtud de la generosidad que hay que cultivar. Sencillamente, «ve y haz lo mismo» (Lc 10,37) ¡utilizando las palabras igualmente sencillas y concretas de Jesús! La recomendación del Bautista se hace eco del mensaje fundamental de los profetas, especialmente el hermoso mensaje de Is 58,7-9 sobre la actitud de ayuno y penitencia -agradable a Dios-, que vale la pena leer en su totalidad: « [El ayuno querido por Dios] ¿No consiste en partir tu pan con el hambriento, | hospedar a los pobres sin techo, | cubrir a quien ves desnudo, | y no desentenderte de los tuyos?» (Is 58,7). Hay que subrayar que aquí, como en el texto del Bautista, no se pide a nadie que haga nada demasiado heroico hasta el punto de sacrificarse por el prójimo, sino que se trata de un simple acto de misericordia que hay que hacer, ¡si se posee! Y esto ya sería suficiente para una preparación evangélica del alma para el Señor que viene, como proclama el profeta Isaías tras el pasaje que acabamos de citar: «Entonces surgirá tu luz como la aurora, | enseguida se curarán tus heridas, | ante ti marchará la justicia, | detrás de ti la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; | pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”» (Is 58,8-9), es decir, se podrá continuar, Él vendrá a salvarte y te encontrará listo para recibir la salvación que te ha sido dada.
A este respecto, no debemos olvidar nunca la pregunta retórica del apóstol san Juan a su comunidad: «Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17). Es un texto importante, citado también por el Papa Francisco para exhortar a todos a escuchar el grito de los pobres necesitados (cf. Evangelii Gaudium 187). Esto se aplica especialmente a los trabajadores pastorales y misioneros, para no caer en un relativismo práctico «más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran» (Evangelii Gaudium 80). Tampoco debemos olvidar nunca que el mismo Jesús, en una de sus parábolas, se identificó con los hambrientos y los desnudos, y cuando volverá para juzgar a los vivos y a los muertos al final de los tiempos, nos pedirá cuentas a cada uno de nosotros sobre lo que hemos hecho al respecto. Que todos podamos sentir su bendición en ese día: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36).
2. Volviendo al evangelio de hoy, la segunda recomendación del Bautista se sitúa en la misma perspectiva de las relaciones humanas, esta vez aún más concreta y circunscrita a los publicanos, aquellos que recaudaban los impuestos de sus compatriotas judíos para el gobierno romano y, en consecuencia, expuestos a la tentación de “exagerar” en su propio beneficio, hasta el punto de ser considerados por la gente de la época como “malvados/corruptos” por naturaleza, al igual que los pecadores, como podemos ver también en los evangelios (cf. Lc 5,30; 7,34; 15,1; 18,13). A ellos el Bautista les recomienda ser honestos: «No exijáis más de lo establecido» (Lc 3,13). ¡No hay nada más sencillo que eso! Sin embargo, a veces es muy difícil para los que están en una empresa o negocio, donde todos los demás hacen lo contrario. Y a veces apenas se consigue dar unos pequeños pasos iniciales sin saber qué será lo siguiente (continuar en la nueva vida o volver a la “normalidad”). Sin embargo, este primer paso, necesario para inaugurar una nueva etapa de vida con el Señor, es deseable. Para los que se lo están pensando, he aquí el sincero aprecio-aliento del mismo Papa Francisco «Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades» (Evangelii Gaudium 44).
Este pequeño paso adelante también es indicado como algo deseable al tercer grupo que interroga al Bautista, los soldados. De hecho, se les da un imperativo preciso: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga» (Lc 3,14b). La primera parte trae espontáneamente a la mente la llamada Regla de Oro, formulada en la exhortación de Tobías a su hijo: «No hagas a nadie lo que tú aborreces» (Tb 4,15). Se trata de un principio, también presente en otras tradiciones culturales religiosas, confirmado por Jesús pero en forma positiva como la quintaesencia de la Ley y los Profetas: «Todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). La segunda parte del imperativo, por otra parte, revela una cierta similitud entre la situación habitual de los soldados y la de los publicanos, en la que todos ellos tratan siempre de “redondear” sus sueldos, sus salarios, ¡mediante “servicios” extra para el pueblo! (Esta similitud de ambos grupos se señala también en la pregunta de los soldados: “¿Y nosotros…?”, con un “y” enfático en el sentido de “también nosotros”). Por lo tanto, lo que aquí se recomienda no será tan sencillo de poner en práctica para los interesados como parece. Ciertamente se requiere un esfuerzo, a veces enorme, en medio de un entorno en el que “¡así lo hacen todos!” con extorsión, violencia, corrupción. Sin embargo, hay que dar un pequeño paso adelante, para preparar la vida para el encuentro final con Aquel que viene. Y la vida honesta que se recomienda a los soldados ciertamente también se puede aplicar a muchos hoy en día.
3. La declaración final del Bautista, después de las tres repuestas concretas, revela de nuevo la identidad del Señor Jesús que es descrito con tres características en correlación a Juan como “el más fuerte”, el que bautizará con Espíritu Santo y fuego”, y “el que en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. La última imagen infunde cierto temor ante ese terrible “día” del Señor, sobre todo por esa “hoguera que no se apaga” que quemará “la paja”. El lenguaje, es el mismo de la tradición apocalíptica-profética del judaísmo, utilizado también por el mismo Jesús al referirse a la condena eterna (cf., ad es., Mc 9,43). Sin embargo, esta insistencia es muy diferente a la de San Pablo en la segunda lectura, que recomienda repetidamente “alegrarse” porque “¡el Señor está cerca!”. Este énfasis en la alegría proviene de la experiencia única, práctica y personal que San Pablo ha vivido con Jesús misericordioso, muerto y resucitado; algo que el Bautista humanamente no llegó a experimentar. Sin embargo, no excluye la verdad de la terrible “hoguera que no se apaga” preconizada por el Precursor de Jesús, que sigue una cierta visión de los profetas de Israel. Por lo tanto, es necesario alegrarse, pero “en el Señor”, ¡y no en el mundo! Es necesario mantener la alegría, la verdadera alegría, que encuentra la paz de Dios y en Dios “en todas las circunstancias”. Quien tiene en su corazón esta alegría de Cristo “que sobrepasa toda inteligencia” será un testigo alegre de Cristo ante todos: afable, amable, cordial. Llevará a cabo la misión de evangelizar, es decir, de anunciar el Evangelio de Dios a todos, como hizo el Bautista con palabras y acciones valientes.