
II Domingo de Cuaresma (Año B)
Gen 22,1-2.9a.10-13.15-18;
Sal 115;
Rom 8,31b-34;
Mc 9,2-10
COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO
Dejarse guiar, transfigurar y enseñar por Cristo
«El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la Transfiguración». Informa el Directorio Homilético (no. 64) que explica ulteriormente: «La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya que todo el Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los catecúmenos para recibir los sacramentos de la iniciación en la Vigilia pascual, así como prepara a todos los fieles para renovarse en la nueva vida a la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección» (no. 67).
Para comprender bien el mensaje del evangelio de hoy, es necesario detenerse en algunos detalles importantes del relato.
1. El contexto de la Transfiguración en el camino de la misión
El primer aspecto fundamental que hay que clarificar es el contexto temporal del evento (que es descrito en los Leccionarios de las distintas lenguas con una nota genérica “En aquel tiempo”). La transfiguración de Cristo tuvo lugar después de la profesión de fe de Pedro (“Tú eres el Mesías”; Mc 8,29; Mt 16,16), seguida inmediatamente del primer anuncio de la pasión a los discípulos, con el que Cristo revela su misión mesiánica (Mc 8,31; cf. Mt 16,21; Lc 9,22). Además, con esta revelación, Él invita a todos a seguirlo en la vía de la cruz y de la negación di sí mismo para salvar la propia vida y estar con el hijo del hombre cuando Él venga en la gloria del Padre con los ángeles (cf. Mc 8,34-38; Mt 16,24-25; Lc 9,23-24). Así, la transfiguración de Cristo no es un episodio aislado que hace ver y admirar “el espectáculo divino” en el monte, sino que se inserta totalmente en el camino de la misión que Él realiza con los discípulos, adoptando una clara finalidad pedagógica-parenética.
Aun es necesario detenerse en la precisa anotación temporal del evento relatado por San Marcos: «Seis días más tarde» (Mc 9,2); este parece aludir a lo que ocurre en la celebración de la alianza que realizó el pueblo electo a los pies del Sinaí después de la salida de Egipto, concretamente se refiere al hecho que, después de seis días en los que la nube cubría el monte, «Al séptimo día [el Señor] llamó a Moisés desde la nube» (Ex 24,16) y «Moisés se adentró en la nube y subió a la montaña» (Ex 24,18). De esta forma, la transfiguración de Jesús sobre el monte señala la manifestación de la gloria de Dios en el Sinaí, después de la liberación del pueblo de la esclavitud. Jesús, el nuevo Moisés, sube ahora al monte y entre también en la nube divina para ser transformado, mejor, transfigurado por la gloria de Dios, para demostrar a todos la meta última de un nuevo éxodo del pueblo, de la esclavitud de los pecadosa la libertad de los hijos de Dios. No por casualidad san Lucas explicita el contenido de la conversación entre Jesús con los dos representantes de toda la Escritura, Moisés (Ley) y Elías (Profetas): «hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén». Se alude claramente a la Pasión de Jesús, a su “paso” osea Pascua de muerte y resurrección, que se cumple según la Palabra de Dios, preanunciada al Pueblo electo en la Sagrada Escritura. La misión de Jesús es, por eso, el camino de un “nuevo éxodo”, que era tanto soñado por el profeta Isaías (cf. por ejemplo, Is 43,16-21). Será el éxodo definitivo que hace salir al pueblo de la opresión de los pecados y de la muerte para pasar a la plenitud de la vida en Dios. Esto, empero, pasará también por el desierto de tentaciones, fatigas, sufrimientos, pero terminará siempre con la entrada en la Tierra Prometida. ¿Si la misión de Jesús es así, será diversa aquella de sus discípulos?
Desde esta perspectiva, en el prefacio de este domingo «El sacerdote, iniciando la oración eucarística, en nombre de todo el pueblo, da gracias a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración: “Él, después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la Resurrección”» (Directorio Homilético no. 65). En la misma línea, el Catecismo de la Iglesia Católica subraya: «La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo (…). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22)» (n. 556). Este “es necesario” ir de las tribulaciones a la gloria, obviamente no quiere decir que los discípulos de Cristo tienen que buscarlas o, incluso, crearlas a su placer (¡como los masoquistas!). Estas palabras afirman simplemente la verdad, es decir, que la misión de los discípulos será como la del Maestro. Una tal misión encontrará dificultades, sufrimientos, las cruces de cada día por el evangelio y por el Reino de Dios. El monte de la trasfiguración se relaciona con el monte Calvario. No tenemos que sorprendernos, entonces, que existan obstáculos (incluso tentaciones) en el camino cristiano misionero, pero tenemos que recordar siempre las palabras de confortación del Maestro: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
2. «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» Redescubrir la belleza de estar con el Señor
De estas palabras de Pedro podemos intuir lo extraordinaria que debió de ser su experiencia al ver a Jesús transfigurado con sus vestidos «se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo », como el evangelista Marcos lo describe de manera propia y original, para subrayar el color blanco divino, no terrestre. Sin embargo, debe quedar claro que, según el relato, lo que Pedro y los demás discípulos experimentaron en la montaña no fue sólo una fuerte experiencia visual, sino de todos los sentidos, en particular el oído, al escuchar a Moisés y Elías conversando con Jesús. Tal experiencia “integral” de todo el ser hace exclamar a Pedro a Gesù «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!»; esto hace que ahora nosotros también soñemos con un momento tan paradisíaco de la vida.
A este respecto, hay que recordar de nuevo que en cada Santa Misa se nos ofrece esta hermosa experiencia con el Señor glorioso. Una Misa en la que podemos sumergirnos en la escucha de la Palabra y en la comunión eucarística con Cristo, que se une sacramentalmente con sus discípulos. Son momentos preciosos que Cristo dona a sus fieles en el camino de la misión, como una especie de transfiguración sacramental semanal/cotidiana de Cristo para nosotros, para que podamos gustar un poco de nuestra transfiguración con Él y en Él. A propósito, he aquí la invitación inspirada del autor sacro: «Contempladlo, y quedaréis radiantes, | vuestro rostro no se avergonzará», aún más, «Gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,6.9). En efecto, «Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y contemplan en la Transfiguración viene ahora exactamente a converger con el acontecimiento litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. (…) Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”» (Directorio Homilético no.68).
En esta óptica, este domingo cuaresmal de la transfiguración ojalá sea la ocasión para renovar nuestra vivencia de cada santa Misa, para que cada vez más sea un momento fuerte en la experiencia del Cristo glorioso, como lo fue una vez en ese alto monte de la Galilea.
3. «[Jesus] ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos». Los auténticos discípulos de la Transfiguración
La transfiguración continúa y culmina con la manifestación divina a través de dos elementos ya compartidos durante la teofanía en el monte Sinaí: la nube que los cubre y la voz (desde la nube) que confirma la identidad de Jesús como “el amado” y el “Hijo [de Dios]”, justamente como en el Bautismo di Jesús. En esta perspectiva, la recomendación «escuchadlo» de la voz divina que resuena desde la nube en el monte, como sobre el Sinaí, adquiere un significado fundamental para los discípulos: ahora en Jesús se manifiesta la plenitud de la Palabra del Padre, dada a Moisés (Ley) y a Elías (Profetas). «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo» (Heb 1,1-2).
Después de la recomendación del Padre de que le escucharan, la orden de Jesús a los discípulos resulta un tanto extraña: «ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos». ¿Por qué? ¿No era necesario anunciar a todos lo que había sucedido, como testimonio y prueba de la identidad mesiánica divina de Jesús? Sin perdernos en diversas explicaciones históricas, esta misteriosa orden de Jesús es significativa desde un punto de vista teológico-espiritual. Subraya en primer lugar que su resurrección de entre los muertos será la plena realización de su transfiguración, que en aquel momento experimentaron los discípulos. Por consiguiente, el verdadero significado de este acontecimiento en el monte sólo podrá comprenderse y aceptarse plena y correctamente después de haber caminado con Jesús a lo largo de todo su itinerario misionero, desde el monte de la transfiguración hasta el Calvario para llegar después a la experiencia de Cristo resucitado y subido al cielo. En otras palabras, sólo quien haya recorrido con Jesús todo el camino hasta la pasión, muerte y resurrección podrá comprender y, por tanto, proclamar correctamente al Cristo completo, según la visión divina, y no la humana (que suele querer una gloria sin cruz).
Como Pedro, Santiago y Juan, todos estamos llamados a ser cada vez mejores discípulos de la transfiguración, es decir, discípulos de Cristo transfigurado. Estamos llamados a subir frecuentemente al monte con Él, a “entrar en la nube” del Espíritu sin miedo y, sobretodo, escuchando y siguiendo a Él como única vía al Padre, reflexionando constantemente en lo secreto del alma sobre todos los misterios de Cristo y guardándolos consigo, para ser también nosotros transformados, aún más, transfigurados con Él y en Él en nuestro camino cristiano misionero. Es hora de (re)comenzar, desde este domingo de la Transfiguración.