I DOMINGO DE CUARESMA (AÑO B)

18 febrero 2024

Gen 9,8-15;
Sal 24;
1 Pe 3,18-22;
Mc 1,12-15;

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

Las pruebas en el camino misionero de Cristo (y de sus discípulos)

Con el Miércoles de Ceniza iniciamos el tiempo de Cuaresma, en el que nos encaminamos con toda la Iglesia hacia la Pascua de la resurrección de Cristo. Como el Papa Francisco ha subrayado en su mensaje para la cuaresma de este año, «la Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones». Nos colocamos, por eso, en el arte de la escucha de su Palabra, en particular en estas semanas, para poder «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo, y conseguir sus frutos con una conducta digna». La palabra de Dios de este primer domingo de Cuaresma nos ofrece algunos lineamientos importantes para conocer mejor a Cristo y su auténtica misión. En consecuencia, nos ayudará a vivir mejor nuestra vocación cristiana como “seguidores de Cristo”, sus discípulos misioneros actuales.

1. «En aquel tiempo, el Espíritu lo empujó al desierto». Las pruebas en el camino de Jesús después de su bautismo

Las clásicas palabras “en aquel tiempo” que encontramos en varios leccionarios, implican aquí un contexto temporal muy importante que hay que resaltar y tener presente: las tentaciones de Jesús en el desierto tienen lugar inmediatamente después de su bautismo en el Jordán. Como dice san Marcos evangelista, el mismo espíritu de Dios, que había descendido antes, ahora «de repente» lo conduce, más bien «lo empujó» al desierto para hacerlo permanecer allí cuarenta días «tentado por Satanás». Las pruebas-tentaciones que Jesús afronta en su vida después de su bautismo en el río Jordán evocan los cuarenta años que el Pueblo de Dios pasó en el desierto después de cruzar el Mar Rojo. Durante este tiempo, Israel tuvo que hacer frente a diversas dificultades y a numerosas tribulaciones en el camino. Tribulaciones que provocaban repetidas tentaciones contra su fe/fidelidad en Dios que salva. La historia de Israel se convierte así en la imagen del camino post-bautismal de todo creyente y de su fe, expuesta a continuas pruebas a lo largo de la vida.

Desde esta perspectiva, los cuarenta días de Cuaresma que estamos viviendo serán una especie de escenificación de nuestro itinerario de vida de fe hacia la victoria final de la resurrección. Por ello, deben vivirse siempre en esta perspectiva pascual, es decir, en vista de la y esto vale tanto a nivel litúrgico como existencial.

A propósito de las tentaciones de Jesús, aunque los evangelistas Lucas y Mateo nos cuentan solo tres, que tienen lugar al final de los cuarenta días, se intuye que el número y el momento son representaciones simbólicas. Esto es tan cierto, que el evangelio de Marcos refiere únicamente lo esencial: «[Jesús] Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás» (Mc 1,13). De esta manera, después de la inauguración de su actividad pública con el bautismo en el Jordán, Jesús tendrá que afrontar la realidad de las pruebas-tentaciones durante todo el camino de su misión, cuya imagen emblemática es ese período en el desierto. Se trata de la experiencia común de aquellos que quieren servir a Dios, cumpliendo la misión divina, como se ve ya en Abraham, padre de la fe, y también en Adán, el primer hombre. No sin razón, el sabio Sirácide enseña (no sin la inspiración del Espíritu): «Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad» (Sir 2,1-2). Queriéndolo o no, en la vida y en la misión de cada discípulo de Dios existen las pruebas y las tentaciones que vienen de la “carne” (la decadente naturaleza humana), del “mundo”, “el ambiente adverso a Dios” y del Maligno (cf. 1Jn 2,16-17; 5,19). Todo para desviar el camino del hombre de aquel trazado por Dios para él y, en definitiva, para separarlo de su Dios.

2. El rol fundamental del Espíritu en la vida-misión cristiana

Resaltar la compañía del Espíritu Santo es particularmente importante, sobre todo para el camino de todo cristiano, discípulo de Jesús, en este período cuaresmal. La Cuaresma no tiene que ser solo un período de prácticas penitenciales piadosas y de buenas obras éticas y/o sociales, tiene que ser una renovación en la vida del Espíritu. En otras palabras, no hay que pensar primeramente en los buenos propósitos (para después alejarse de ellos al final) como objetivo para vivir fructuosamente los cuarenta días que vienen, sino que hay que enfocarse en la propia relación personal con el Espíritu de Dios que cada uno ha recibido en el momento del bautismo, de la confirmación y, en el caso de algunos, en el momento de la ordenación diaconal, sacerdotal o episcopal. Es tiempo para dejarse “guiar por el Espíritu” más intensamente e íntimamente, así como lo hizo Jesús en su vida y en su misión y, en particular, en los cuarenta días en el desierto. Será, por tanto, un tiempo gozoso con Cristo en el Espíritu, aunque se tenga que afrontar también todo aquello que acontece en el camino, como las fatigas, el hambre, la sed y las tentaciones. Será un tiempo de gracia, de purificación, de reordenamiento de la vida y de la misión cristiana, según los dictados e inspiraciones del Espíritu, siguiendo las palabras y acciones ejemplares de Cristo.

Hay que subrayar al respecto, el comentario que el Papa Francisco hace sobre el rol del Espíritu en la misión de los discípulos-misioneros de Cristo:

Por eso todo discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados, desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que —quiero decirlo una vez más— tiene un papel fundamental en la vida misionera, para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás. (Messaggio per la Giornata Missionaria Mondiale 2022)

Como lo fue para Cristo, el Espíritu será también el guía y la fuerza para nosotros, sus discípulos, en el camino de estos cuarenta días. En particular, nos ayudará a comprender y, de consecuencia, a cumplir la verdadera conversión cristiana y misionera que Dios quiere para cada uno de nosotros en nuestra situación concreta de vida y misión.

3. «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Un llamado, antiguo pero siempre nuevo, de Jesús a la verdadera conversión evangélica

Hace alogunas semanas meditábmos (III domingo del Tiempo Ordinario) precisamente sobre este primer y fundamental anuncio e invitación de Jesús al inicio de sus actividades públicas. Por garcia de Dios, estas palabras resuenan todavía hoy al inicio de la curaresma, convirtiéndose así en un reclamo programático para todo nuestro camino cuaresmal y existencial. Se trata, por ello, de un llamado constante de Jesús a la verdadera conversión evangélica de todos. Llamado antiguo, pero siempre nuevo, siempre actual. Recordemos los puntos esenciales de la reflexión hecha sobre estas palabras.

Antes que todo, como podemos ver en el primer anuncio de Jesús antes mencionado, la conversión está intrínsecamente relacionada con la creencia en el Evangelio, es decir, una adhesión total a la buena nueva de la salvación ofrecida por Dios en Jesús. Ya no se trata sólo del habitual esfuerzo humano por apartarse de la vida moralmente pecaminosa, sino de un valiente ir más allá de los patrones habituales de pensamiento para acoger la nueva vida de la gracia con y en Jesús. Esto se indica precisamente con la etimología de la palabra griega para conversión “meta-noia”: meta significa después, más allá (para los antiguos griegos, la física era la reflexión sistemática sobre la naturaleza y la metafísica la reflexión sobre la realidad que va más allá de la naturaleza), y noia significa pensar: metanoia, por tanto, significa pensar más allá. Esto representa ahora la dimensión decisiva de la conversión exigida por Jesús.

En segundo lugar, la invitación a creer en el Evangelio implica, por una parte, la adhesión a los mensajes de Dios, anunciados y realizados por Jesús, y, por otra, significa también y sobre todo creer en Jesús, que es el Cristo, el Hijo de Dios. Aunque esta aclaración parezca un poco difícil de seguir para algunos, es sin embargo necesaria, porque es fundamental para el anuncio misionero, incluso hoy. La esencia del anuncio cristiano sigue siendo la invitación concisa y apremiante de Jesús a todos a creer, es decir, a adherirse con corazón y mente renovados al Evangelio, que puede identificarse no tanto con el conjunto de principios de inspiración divina como con la persona misma de Jesús, anunciador, predicador y realizador del Evangelio de Dios.

Esta conversión vinculada a la adhesión al Evangelio de Jesús es ahora un retorno, más aún, una superación de los esquemas habituales de pensamiento, un “ir más allá” que agrada a Dios. Fue el centro de la misión de Jesús y de sus primeros discípulos, y seguirá siendo el centro de la misión de sus seguidores, llamados a trabajar siempre por la conversión de todos a Dios, empezando por ellos mismos.

De ahí que no sea casualidad que el evangelista san Marcos relatara la vocación de los primeros apóstoles, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, inmediatamente después de la predicación inaugural de Jesús. Este contexto sugiere que vemos en estos cuatro las primeras respuestas positivas a la invitación a convertirse al Evangelio. Para tal conversión, ellos también tuvieron que ir más allá de sus propios esquemas de pensamiento, pues lo dejaron todo y a todos, incluido “el padre”, para seguir a Jesús. Normalmente, en la tradición judaica, se recomienda a los hijos que cuiden de su padre y de su madre, especialmente en su vejez, según el espíritu del mandamiento “honra a tu padre y a tu madre”. Los primeros apóstoles, en cambio, dejaron atrás todo su mundo para seguir a Jesús en su misión. Es, sin embargo, un camino que hay que recorrer para llegar a la plena conversión de la manera de pensar y de ver, incluso para quien tiene tanta fe en Cristo, tanto amor a Cristo, como Pedro. Este último recibió, pues, durante su seguimiento de Jesús, una severa advertencia del Señor, que le llamó de nuevo a la conversión, es decir, a cambiar [de nuevo] de mentalidad: « ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mc 8,33). Esta advertencia me sigue pareciendo válida para todos nosotros, seguidores de Cristo, en este tiempo. Atención: ¡conviértanse y crean en el Evangelio!

Oremos, entonces, al inicio de la cuaresma por nuestra verdadera conversión y la de todos, según el llamado apremiante de Jesús:

Oh Señor, haz que sintamos en nosotros Tu corazón enteramente entregado por el Reino de Dios, así como Tu cordial invitación a la conversión a Tu Evangelio de paz y de amor. Ayúdanos a vivir constantemente esta conversión en nuestras vidas, para que lleguemos a ser, contigo y en Ti, la invitación viva, de palabra y de obra, a la conversión al Reino para los que no Te conocen. Y en esta nuestra misión de ser testigos Tuyos y de Tu Reino, ayúdanos, a nosotros tus discípulos, a estar cada vez más unidos en Tu amor, superando las divisiones existentes en nuestras Iglesias y comunidades. Haz que Tu rostro brille sobre nosotros, para que seamos salvados y podamos resplandecer con Tu Luz para todo el mundo. María, madre de Cristo y madre de sus discípulos, ruega por nosotros. ¡Amén!

 

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2024, A través del desierto Dios nos guía a la libertad

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.