Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (Año B)

22 marzo 2024

Procesión

Mc 11,1-10 o bien Jn 12,12-16

Misa

Is 50,4-7;
Sal 21;
Flp 2,6-11;
Mc 14,1-15,47

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

La centralidad de la misión divina

El Domingo de Ramos también se llama Domingo de la Pasión del Señor, porque «dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma» (Directorio Homilético 77). Por lo tanto, continúa el documento eclesiástico, «la exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor». Así, entramos inmediatamente en el ambiente de la Semana Santa, de los acontecimientos de la última semana de Jesús en Jerusalén, que resultó ser la culminación de su vida terrenal y la centralidad de su misión divina.

En este sentido, como señala el documento citado «en las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo». En otras palabras, no es simplemente un recuerdo de lo que sucedió en el pasado, sino una actualización del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús para nosotros en el presente. Se nos invita a revivir estos acontecimientos, a participar en ellos, más aún, a morir a nosotros mismos por una vida nueva en Cristo y en Dios. Será, pues, esencial escuchar atenta y dócilmente la Palabra de Dios, que nos habla abundantemente hoy y en los próximos días, en las lecturas y en las diversas oraciones litúrgicas. También necesitamos una actitud de recogimiento y meditación personal sobre lo que hemos escuchado para entrar en la profundidad del misterio que se celebra.

La Pasión de Jesús (sufriente, muerto, resucitado) estaba al centro del anuncio de los primeros cristianos, porque en realidad es la centralidad de su misión divina. Tanto es así que el Evangelio ha sido elegantemente llamado “el relato de la Pasión con una larga introducción”. En ella se cumple la misión que Dios encomendó a su Hijo, enviándolo al mundo. Es el punto de partida de la misión que Jesús confía ahora a sus discípulos: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21), dice Cristo resucitado a sus discípulos.

La riqueza espiritual de la Pasión de Jesús es inmensa para la vida y la misión cristianas. Lo que comparto en estos días santos no serán más que unos cuantos flashes/notas introductorias para invitar a cada oyente/lector a un mayor estudio y reflexión personal. Para este Domingo de Ramos, contemplamos tres figuras “anónimas” en el evangelio de la procesión de los ramos y en el relato de la pasión, según el evangelista Marcos: el pollino, la mujer de la unción y el joven que escapa cuando Jesús fue arrestado.

1. El pollino de Jesús

Para su entrada triunfal en Jerusalén como rey mesías, Jesús quiso montar en un pollino. Algunos se preguntarán por qué no sobre un caballo para enfatizar el carácter real, victorioso y poderoso. La respuesta nos la da la misma Sagrada Escritura. Marcos no comenta sobre el asunto, pero sí el Evangelio de Mateo «Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: “Decid a la hija de Sión: ‘Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila’”» (Mt 21,4-5; cf. Za 9,9). Así también, San Juan evangelista recalca después la citación del texto bíblico mencionado: «Estas cosas no las comprendieron sus discípulos al principio, pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que esto estaba escrito acerca de él y que así lo habían hecho para con él» (Jn 12,16).

La elección de Jesús pretende, pues, subrayar el cumplimiento de la era mesiánica anunciada y, al mismo tiempo, destacar la mansedumbre, y no el poder, como su rasgo distintivo en la realización del plan divino. Su victoria nunca será la de la dominación violenta que aniquila a los enemigos, sino la del amor manso y misericordioso que eleva a todos a una vida nueva en Dios.

Por otra parte, parece que, si el caballo es un animal asociado a los tiempos de guerra, el burro/pollino es un animal de la vida cotidiana y de los tiempos de paz. Así, la imagen de Jesús sobre el pollino señala otra característica fundamental de la nueva era mesiánica que Él establece: la paz, ese Shalom judío, que significa no sólo la ausencia de guerra, sino que también y sobre todo la vida en plena armonía con Dios, de quien procede toda felicidad, bienestar y prosperidad. Tanto es así que, como señala el evangelista Lucas, la multitud que acompañaba a Jesús aclamaba «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».

La misión de Jesús, por tanto, es la que Dios ha declarado a través del profeta Jeremías: «Pues sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza» (Jer 29,11). Por eso, cuando Jesús envió a sus discípulos, les aconsejó que saludaran diciendo «Paz a esta casa» (Lc 10,5). Y el Cristo resucitado saludó precisamente así a los suyos: “Paz a vosotros”.

2. La mujer de la unción

En la misión de paz de Jesús que llega a su culmen en sus últimos días sobre la tierra, en el don total de sí mismo, una mujer misteriosa, sin nombre, lo acompaña en un acto espontáneo pero significativo, el de la unción de su cabeza antes de su pasión. Este gesto de la mujer (¡que ni siquiera habla!) se muestra tan importante para Jesús que meritó no solo el defenderla («¡Déjenla en paz; ¿por qué se enojan? Ha realizado una buena acción conmigo. […] Ella ha hecho lo que podía, ha ungido anticipadamente mi cuerpo para la sepultura»), pero ha “ganado” también una declaración de Jesús sin parangón con otro personaje del evangelio: «En verdad les digo: dondequiera que sea proclamado el evangelio, en el mundo entero, en recuerdo de ella se dirá lo que ha hecho». “En recuerdo de ella”, o bien en otra traducción posible del original griego εἰς μνημόσυνον αὐτῆς (eis mnemosynon autes): “En memoria de ella”. Esto, refiere en varios detalles a la recomendación que Jesús hace a los discípulos para la celebración de la Eucaristía: “¡Hagan esto en memoria de mí! (εἰς τὴν ἐμὴν ἀνάμνησιν – eis ten men anamnesis). No sin razón, el famoso biblista francés Légasse ha escrito en su comentario: «[Este recuerdo de la mujer] No se trata de una simple reminiscencia de un hecho pasado, el término mnemosynon, refiere en la Biblia de los LXX [versión griega del Antiguo Testamento] al hebreo ziqqaron, así como anamnesis, vincula el presente de la comunidad que recuerda de lo que fue bueno y que permanece para ella». Hay que resaltar con este autor que «este recuerdo tiene por objeto no las acciones o las palabras de Jesús, sino, excepcionalmente, la acción de una mujer de la cual ni siquiera se ha conservado el nombre».

Entre los detalles los significativos del relato, hay uno que me ha tocado particularmente: «Ella rompe el vaso de alabastro y derramó el perfume sobre su cabeza». La acción decidida de romper el vaso resulta elocuente, porque no era necesario hacerlo para derramar el contenido, pero hace ver la intensión de la mujer de usar el vaso exclusivamente para Jesús. Así, conteniendo el perfume precioso y caro (más de 300 denarios, casi un salario de trabajo anual), el vaso roto por Jesús se convierte en símbolo de la misma vida de la mujer que se ofrece totalmente al Maestro en el misterio de su pasión y muerte.

Ahora se pueden decir tantas cosas sobre este episodio evangélico, pero a causa del tiempo limitado dejo a los lectores el placer de meditar en esta semana sobre cada detalle del relato para ser inspirados por la Palabra de Dios y actuar generosamente como la mujer en relación a Jesús y su pasión. Como Jesús ya reconoció, ella ha hecho lo que ha podido, ofreciendo todo lo que era suyo sin tener en cuenta los costos para acompañar a Jesús en su pasión. Nosotros, sus discípulos de hoy ¿estamos dispuestos a hacer lo que podemos por Jesús? Las mujeres, como esta y como la viuda anónima de las dos monedas en el templo, han ofrecido al Señor todo lo poco que tenían, dejando testimonio de la fe y del amor que ellas emanaban para todo el mundo y hasta el final de los tiempos. Así, la tradición bizantina ha escrito una antífona bellísima sobre la acción de la mujer en la unción, llamada después por la tradición como María, que vale la pena citar: “Cuando María rompe el vaso, toda la casa se llena de perfume, todo el mundo se llena del Evangelio y, todo el universo, de la gracia salvífica de Dios”.

3. El joven que escapa desnudo

Terminamos la reflexión con algunas palabras sobre el misterioso joven que escapa durante el arresto de Jesús. Entre los evangelistas solo San Marcos menciona a esta figura y, por tanto, él conocía el hecho. Esto condujo a muchos en la larga tradición de la Iglesia a pensar que se tratase del mismo Marcos. Sin dar un juicio sobre esta hipótesis, queremos solo subrayar el significado espiritual que emerge detrás del evento. Irónicamente, como dice el famoso biblista americano R. Brown, si al inicio de su ministerio público Jesús llamó los discípulos y estos dejaron todo para seguirlo, ahora, en el momento decisivo de la misión, todos sus discípulos huyeron de Él; ¡incluso alguno era dispuesto a dejar todo con tal de escapar “desnudo”! Tal vez sea necesario preguntarnos si efectivamente aquel joven no represente algunas veces a nosotros mismos, tú y yo: que para no “perder” la propia vida, dejamos a Jesús solo y detrás nuestro vestido de la fe en Él.

Continuemos nuestra celebración y busquemos seguir a Jesús, Maestro y Señor, también esta semana, con la generosidad renovada de la mujer y del verdadero discípulo que no escapa delante de las dificultades para continuar su misión de paz. Él, verdadero artífice de la paz, ha proclamado benditos a sus discípulos que trabajan por la paz, esa auténtica paz divina que proviene de un corazón reconciliado con Dios (cf. Mt 5,9). Y por la paz, Jesús, el rey mesías, se sacrificó a sí mismo para que todos vivieran en Dios (en lugar de que otros muriesen). En un mundo todavía desgarrado por los conflictos y las guerras sin sentido que buscan afirmar el propio dominio, quizá haya llegado el momento, también para los discípulos de Jesús, de proclamar a Cristo como “nuestra paz” de forma aún más fuerte y convincente. De hecho, Él sigue siendo nuestra única y genuina paz, que debemos compartir con todos. Una paz duradera, fruto de la misión de Cristo, que se prolonga en sus discípulos misioneros y se realiza todavía hoy místicamente en esta Semana Santa de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

 

Sugerencias útiles:

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de “David, su padre” (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación (“Hosanna” quiere decir “¡sálvanos!”, “¡Danos la salvación!”). Pues bien, el “Rey de la Gloria” (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad “montado en un asno” (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los “pobres de Dios”, que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa.

1085 En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre “una vez por todas” (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.