Triduo Pascual (Año B)

27 marzo 2024

Jueves Santo en la Cena del Señor

MISA VESPERTINA

Éx 12,1-8.11-14;
Sal 115;
1Cor 11,23-26;
Jn 13,1-15

El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo

Viernes Santo en la Pasión del Señor

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Is 52,13-53,12;
Sal 30;
Heb 4,14-16; 5,7-9;
Jn 18,1-19,42

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

Vigilia Pascual en la Noche Santa (Año A)

MISA DE LA VIGILIA PASCUAL

1.ª Gén 1,1-2,2;
Sal 103;
2.ª Gen 22,1-18;
Sal 15;
3.ª Éx 14,15-15,1a;
Éx 15,1-18;
4.a Is 54,5-14;
Sal 29;
5.ª Is 55,1-11;
Is 12,2-6;
6.ª Bar 3,9-15.32-4,4;
Sal 18;
7.a Ez 36,16-17a.18-28;
Sal 41;
Epístola Rm 6,3-11; Sal 117; Mt 28,1-10

COMMENTARIO BIBLICO-MISSIONARIO

Al entrar en el Triduo Pascual, quisiera reafirmar con más fuerza lo que ya he mencionado en la introducción del comentario del Domingo de Ramos: “[La celebración litúrgica de la Semana Santa y el Triduo] no es simplemente un recuerdo de lo que sucedió en el pasado, sino una actualización del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús para nosotros en el presente. Se nos invita a revivir estos acontecimientos, a participar en ellos, más aún, a morir a nosotros mismos por una vida nueva en Cristo y en Dios. Será, pues, esencial escuchar atenta y dócilmente la Palabra de Dios, que nos habla abundantemente (…) en las lecturas y en las diversas oraciones litúrgicas. También necesitamos una actitud de recogimiento y meditación personal sobre lo que hemos escuchado para entrar en la profundidad del misterio que se celebra”.

“La riqueza espiritual de la Pasión de Jesús es inmensa para la vida y la misión cristianas. Lo que comparto en estos días santos no serán más que unos cuantos flashes/notas introductorias para invitar a cada oyente/lector a un mayor estudio y reflexión personal”. Por ello, mi intención será simplemente dejar que Jesús hable con sus palabras y acciones las cuales deberían ser preciadas para todos sus discípulos.

Dicho esto, quiero presentar humildemente algunas reflexiones sobre el último deseo, la última palabra y la última acción de Jesús, porque me han llamado especialmente la atención.

1. El último deseo de Jesús (Jueves Santo)

En este día santo, nos adentramos en el misterio de la institución de la Eucaristía con el recuerdo fresco de lo que escuchamos en la lectura de la Pasión de Jesús el Domingo de Ramos. En el relato del Evangelista San Lucas surge un detalle que nos permite vislumbrar el sentimiento particular de Jesús al inicio de la Última Cena. Dice a sus discípulos: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios» (Lc 22,15-16). Este es su último deseo antes de morir, expresado con una peculiar estructura gramatical redundante en el griego original: epithymia epethymêsa (lit. “he anhelado el deseo”). Esta construcción refleja en realidad el modo de hablar hebreo/arameo para subrayar un anhelo muy fuerte del corazón: lo he deseado ardientemente.

La frase de Jesús, en su propio estilo, se hace eco de la declaración que Él mismo hizo durante su ministerio público: «Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!» (Lc 12,50). También aquí vemos la mente y el corazón de Jesús orientados hacia su pasión y muerte como culminación de su misión, esa hora en la que será bautizado/sumergido en la sangre y beberá el cáliz del Padre. Este ardiente deseo de Jesús de “comer” la Pascua con sus discípulos proviene de su gran celo por cumplir fielmente la misión que Dios le ha encomendado. Por otra parte, en este deseo está contenida toda la importancia del evento, que está intrínsecamente ligado al momento de la cruz, porque en esta cena Jesús establecerá de una vez para siempre la Eucaristía, el rito de la Nueva Alianza en su sangre (cf. 1Cor 11,26). Por ello, también es su gran deseo que sus “apóstoles” participen en su misión y pasión.

Todo está inmerso en la perspectiva de la realización del Reino de Dios. De hecho, Jesús declara solemnemente «ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios» (Lc 22,16) y, a continuación, «os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios» (Lc 22,18). Estas declaraciones son misteriosas en cierto modo, pero suenan igual que el juramento solemne de un hombre consagrado a Dios al hacer un voto para realizar alguna acción sagrada (cf. Nm 6,2-4). Jesús, el ungido de Dios, lo hará todo, o mejor dicho, hará el acto supremo, sacrificándose, por la llegada del Reino de Dios.

¿Habrán entendido o percibido los discípulos de aquella época un sentimiento tan fuerte de su Maestro y su celo? ¿Y nosotros, sus discípulos modernos, hoy como cada vez que estamos en la Eucaristía (en la Misa), sentimos ese deseo ardiente de Jesús de comer esta Pascua con nosotros? Él sigue queriendo, místicamente pero siempre con ardor, tener esta cena pascual con sus discípulos para volver a compartir con cada uno de ellos todo su ser, cuerpo, sangre, vida, pasión, misión. Sentir este deseo de Jesús será fundamental para que cada uno de sus discípulos continúe su misión con el mismo celo de hacer la voluntad del Padre a pesar de todo. «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Cor 11, 26).

2. La última palabra de Jesús (Viernes Santo) (y su oración sacerdotal)

«Está cumplido» (Jn 19,30). Esta es la última frase de Jesús antes de morir, según el relato de la pasión en el evangelio de Juan que escuchamos cada Viernes Santo. En el original griego, es un verbo en tiempo perfecto, tetelestai, que significa literalmente “ha llegado el final”. Esta palabra conecta maravillosamente (y quizá intencionadamente por parte del evangelista) con lo que se dice al principio del relato de la pasión que escuchamos en el Evangelio del Jueves Santo: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo [hasta el fin]» (Jn 13,1).

El cumplimiento de toda la misión de Jesús se produce bajo el signo del amor. Esto es cierto tanto cuantitativamente (hasta el último momento de la vida) como cualitativamente (hasta el acto supremo de morir por sus amigos/amados). En Jesús en la cruz, el amor ha alcanzado el culmen de la medida, que es precisamente amar sin medida (repitiendo un aforismo de San Agustín). Desde esta perspectiva, podemos entender lo que el propio Jesús había declarado: «Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). La suya es la misión en el amor. Es más, ¡es el amor en misión!

Como nos recuerda la segunda lectura del Viernes Santo, «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que [Dios] podía salvarlo de la muerte» (Heb 5,7). De todas estas oraciones, hay una especial para ser meditada y repetida sobre todo durante el Triduo. Es la llamada oración sacerdotal de Jesús en Jn 17 (que desgraciadamente no se lee en la liturgia). Expresa todo el significado profundo de la pasión y la muerte de Jesús y, al mismo tiempo, revela toda la dimensión misionera de la existencia de Jesús, así como su corazón amoroso por sus discípulos de todos los tiempos: que estén unidos en el amor como Él lo está con el Padre, para que el mundo crea en Él como enviado del Padre. Por tanto, será conveniente que todo discípulo misionero de Jesús tome a pecho estas palabras del Maestro y rece con ellas a menudo, especialmente en estos días santos.

3. La última acción de Jesús (a la espera de la resurrección)

En el mismo relato de la pasión según San Juan, después de la última palabra mencionada, Jesús «inclinando la cabeza, entregó el espíritu». Aquí nos encontramos con otra sutileza teológica que merece ser subrayada, aunque algunas traducciones modernas del evangelio no la destaquen. La frase puede indicar simplemente el acto de la muerte de Jesús, respirando su último aliento (un simple “expiró”). Sin embargo, esta construcción de la frase también implica una acción de dar/donar el espíritu que está en Jesús. En la profunda visión teológica del evangelista, el último aliento de Jesús es su última acción de entrega/donación al mundo, es más, al universo, de su propio espíritu para una nueva creación: «Mirad, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5) Como en la creación del mundo, el espíritu de Dios se cernía sobre el caos primordial y llenaba el universo informe (cf. Jn 1,1-2), del mismo modo, desde la altura de la Cruz del Calvario, el Espíritu vuelve a llenar el universo, deformado a causa de los pecados, para señalar el amanecer de una nueva historia, porque todo estaba todavía en tinieblas a la espera de la Luz que brilla (igual que al principio de la primera creación).

(Continúa…)

 

Sugerencias útiles:

De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo (Sermón 45, 23-24: PG 36, 654-655)

Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua ley (porque la Pascua de la antigua ley era, si puedo decirlo así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es también aún una figura). Pero dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Porque siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos. […]

Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santísimo. Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz. Si eres Simón Cirineo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser Justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias. Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.