I Domingo de Adviento (Año A) "La sabiduría en la espera del Hijo del Hombre"

25 noviembre 2022

Beato Bartolomé Xeki, laico japonés, mártir; San Virgilio de Salzburgo, Obispo

Is 2,1-5;
Sal 121;
Rom 13,11-14a;
Mt 24,37-44

Vamos alegres a la casa del Señor

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

La sabiduría en la espera del Hijo del Hombre

Al comienzo del tiempo de Adviento, y al mismo tiempo del inicio de un nuevo año litúrgico, recordamos una vez más el carácter misionero de toda misa, para detenernos después en los dos aspectos más importantes que el Evangelio de este primer domingo de Adviento quiere sugerirnos para vivir nuestra espera de la venida del Señor

1. El carácter misionero y de Adviento de cada misa

Será oportuno retomar lo que ya destacamos el año pasado, desde el principio de nuestra aventura con la Palabra de Dios:

Toda misa tiene un carácter misionero en sí misma, porque es el testimonio comunitario activo de la fe cristiana de los participantes. El vínculo entre la misa celebrada y la misión de la Iglesia se manifiesta claramente con el saludo final en latín original “Ite missa est” (del que deriva el término misa para la celebración eucarística). Como nos lo enseña el Papa Benedicto XVI, « [En este saludo Ite, missa est,] podemos apreciar la relación entre la misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad,”missa” significaba simplemente “terminada”. Sin embargo, en el uso cristiano ha adquirido un sentido cada vez más profundo. La expresión “missa” se transforma, en realidad, en “misión”. Este saludo expresa sintéticamente la naturaleza misionera de la Iglesia. Por tanto, conviene ayudar al Pueblo de Dios a que, apoyándose en la liturgia, profundice en esta dimensión constitutiva de la vida eclesial» (Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis, 22 febrero 2007, n. 51).

El carácter misionero de la misa emerge aún más y alcanza su punto culminante con la aclamación de la asamblea tras la consagración del cuerpo y la sangre de Cristo. El sacerdote al proclamar Mysterium fidei “Misterio de la fe”, el pueblo responde: Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias “Anunciamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”.

Esta acción litúrgica pone de relieve la vocación de todo cristiano en el mundo actual de ser heraldo/testigo de los misterios pascuales de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, hasta su segunda venida. Es más, ante Jesús Eucarístico, cada participante está llamado a confirmar solemnemente la misión que Él mismo ha confiado a la Iglesia, comunidad de fieles: “Id y proclamad”, “id y predicad el Evangelio”, “seréis mis testigos”. Esta misión debe llevarse a cabo hasta el regreso de Cristo, como recuerda el Concilio Vaticano II: «El tiempo de la actividad misional discurre entre la primera y la segunda venida del Señor, en que la Iglesia, como la mies, será recogida de los cuatro vientos en el Reino de Dios. Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes que venga el Señor» (AG 9). En otras palabras, todo nuestro tiempo presente es siempre el de la misión, donec venias “hasta que [el Señor] venga”.

Este contexto litúrgico-misionero general debe vivirse de forma particular en la celebración eucarística de los días y domingos de Adviento, cuando, a través de las oraciones y lecturas previstas para cada misa, se enfatiza el aspecto de la espera de la venida del Señor.

 

2. Una llamada a la sabiduría mientras esperamos al Hijo del Hombre

La enseñanza evangélica de hoy está tomada del Evangelio de Mateo y se encuentra dentro del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos (Mt. 24-25). La primera parte se centra en la venida del Hijo del Hombre, mientras que la segunda recomienda que se esté en vela.

Jesús compara su venida con el “tiempo de Noé”. La comparación es muy apropiada para subrayar las dos características del tiempo de la “venida”: “diluvio universal” y “salvación de los individuos”. Vale la pena mencionar que la referencia a Noé se encuentra de nuevo en 1 Pedro 3:20-21; 2 Pedro 2:5; Heb 11:7 (que debe leerse para meditar), siempre desde esta perspectiva diluvio-salvación. Esto indica la popularidad del pensamiento original de Jesús entre los primeros cristianos.

Además, como maestro-rabí de la tradición judaica, Jesús expresa la comparación de forma “haggádica”, es decir, ilustrando el asunto mediante narraciones. En su explicación, menciona dos pares de acciones típicamente humanas (cada pareja representa la figura estilística del “merismo”, es decir, la indicación de dos aspectos complementarios para describir la totalidad). El primer par es “comer-beber” para expresar todas las actividades del hombre en el momento presente, mientras que el “tomar esposa-esposo” (o “casarse-esposarse”) insinúa de alguna manera la preocupación por el futuro. Además, lo más probable es que esta serie de verbos aluda también a una vida de placeres y celebraciones, sin prestar atención a otras cosas más importantes que ocurren alrededor. De hecho, San Pablo también denuncia este tipo de vida en Rm 13,13: «Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias» (segunda lectura). No es casualidad, de hecho, que viviendo de esta manera «cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos» (lit. ἔγνωσαν “sabían/trataban de entender” como en el v.43)

Aparentemente, esta es una frase clave de la enseñanza de Jesús: la ignorancia no salva de la muerte. De hecho, ante esta no existe “ignorancia inocente” ni “buena fe”. Se trata de una actitud parecida a la de “dejarse llevar” y a una cierta resignación. En este caso, la ignorancia es necedad, porque el hombre “ignora”, es decir, rechaza, los signos de los tiempos, y se encierra en sus habituales pensamientos y prácticas “normales”, en su propia “superficialidad espiritual”, como bien comenta un exégeta: «La generación del diluvio no es condenada por su inmoralidad, sino por su superficialidad espiritual» (R. Fabris, Matteo, Borla, Roma 1996). En los autores bíblicos, de hecho, ésta es la típica frase en boca de “esta generación”: «Comamos y bebamos que mañana moriremos» (Is 22,13; cf. 1Cor 15,31). De la observación crítica de Jesús se desprende un mensaje implícito de fuerte enfoque sapiencial: “¡Oh, hombre, abre los ojos! ¡Despierta! ¡Por tu vida! Porque hay un fin, es más, el fin de todas las cosas, porque hay Dios. El necio, en cambio, sigue pensando: no hay Dios (cf. Sal 14; Sal 53), y se siente seguro en su ‘ignorancia’”. (cf. Pro 14,16; 15,14).

Por eso, al termine de esta primera parte de la enseñanza de Jesús, se acentúa la situación final de ese día de la venida, siempre con el uso de las parejas de imágenes complementarias (“merismo”) para expresar, por un lado, la totalidad, la universalidad del juicio (“hombre-mujer”, “en el campo-en casa [en el molino]”), y por otro, la posibilidad real de salvarse o perderse (se lo llevarán - lo dejarán). Todo es posible; nada se da por sentado o seguro, excepto el hecho de que llegará la “parusía”, es decir, la venida del Señor.

3. «Estad en vela, porque no sabéis...»

Es la recomendación central que Jesús deja a sus discípulos no solo para hoy o para este tiempo de Adviento, sino también para toda la vida. La frase se repite en Mt 25,13, al final de la parábola de las diez vírgenes. Esto hace entrever la importancia de esta enseñanza, que además se nota también aquí, en el evangelio de hoy, porque Jesús refuerza y desarrolla su recomendación con una serie de exhortaciones en la misma perspectiva.

La primera exhortación en la que profundizar es una invitación a la sabiduría de la mente para vivir y sobrevivir: «Comprended que...» (lit. “[re]conocer/saber” – verbo como en el v.38). Resulta interesante la alusión a la hora de la llegada del ladrón. Se trata de la imagen casi proverbial, repetida en el NT pero poco simpática, porque tiene una acepción negativa (cf. 1Ts 5,2; 2Pt 3,10; Ap 3,3; 16,15). Sin embargo, no se trata del paralelo entre las personas (Jesús y el ladrón), sino entre la imprevisibilidad de los dos momentos. Por tanto, hay que aprender a prepararnos para defender la casa del alma contra toda imprevisibilidad; ¡hay que aprender a prever lo imprevisto! La única certeza en la vida es que: viene el Hijo del hombre. (vv.37.39.44).

Y este es el último consejo de Jesús: “estad también vosotros preparados” o, literalmente, “estar/ser preparados/listos” (v.44). La invitación sapiencial de antes (“Comprended que...”) ¡es una recomendación existencial ferviente! La prontitud recomendada se relaciona claramente con la seriedad de la vida: no en pasar el tiempo de fiesta a fiesta, entre comer y beber, sino en la constante preparación espiritual con sabiduría y temor, como un atleta que se entrena para afrontar una carrera importante, según el consejo divino en Pro 23,17-21 y Rm 13,11-14 (leer para la meditación). Todo esto es porque «a la hora que menos penséis [lit. “Penséis/supongáis”], viene el Hijo del hombre». Se insiste de nuevo en la apertura de la mente y del pensamiento: ¡No será como quieran! ¡Por eso, estad despiertos! ¡Estad despiertos! ¡Prestad siempre atención (a la venida del Hijo del hombre, a sus palabras y acciones)! ¡Sed sabios! Tanto es así que en la tradición oriental, antes de proclamar el Evangelio, el diácono “grita”: sofía “sabiduría” para llamar la atención.

Hemos comenzado un nuevo año litúrgico, un nuevo tiempo de Adviento. Que sea también el inicio de una nueva etapa de la vida sabia y vigilante en la espera de la venida del Señor. Prestemos quizás más atención a las realidades seguras del fin, a las cosas espirituales y sobrenaturales de la vida, y sobre todo a la voz del Señor que llama y acompaña a cada uno, a cada una de nosotras en cada momento y situación cotidiana y en particular, durante cada celebración eucarística. Más aún, debemos entrenarnos aún más en la escucha del Señor mediante la lectura asidua de su Palabra en las Sagradas Escrituras, en el estar en comunión con Él en la oración constante, en la vigilia frecuente, para tener cada vez más en nosotros su Espíritu Santo, la Sabiduría que viene de lo alto, en medio del caos, las confusiones, los extravíos del mundo Tales acciones, me gustaría destacar de nuevo, nos ayudarán a ser vigilantes, más aún, ardientes en la espera, para hacer que nuestros corazones sean firmes; nos recordarán nuestro deber de caminar en santidad hacia “aquel día” de la salvación definitiva con el Señor; y encenderán el entusiasmo de dar testimonio de Cristo muerto y resucitado a todos, donec veniat “hasta Su venida”. Amen. Maranathà!

 

Sugerencias útiles:

Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 86

«Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la preparación más intensa de la comunidad para la Venida del Señor, ya que ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios «en vigilante espera». Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos los ángeles: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo». Aclamando el «Misterio de la fe» expresamos el mismo espíritu de vigilante espera: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas». En la plegaria eucarística los cielos se abren y Dios desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del Hombre que llegará sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia, dada en la Sagrada Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda exclamar: «Me levantaré y alzaré la cabeza; se acerca mi liberación».

Catecismo de la Iglesia Católica

672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la “tribulación” (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12).

1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor “hasta que él venga” y “Dios sea todo en todos” (1 Co 11, 26; 15, 28). Desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Marana tha! (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios” (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque “aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tt 2,13). “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! [...] ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17.20).

2730 Mirado positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la vigilancia, la sobriedad del corazón. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al “hoy”. El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: “Dice de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27, 8).