IV Domingo de Adviento (Año A). La misión de san José: esperar a Jesús-Enmanuel “Dios con nosotros”

16 diciembre 2022

San Malaquías, Profeta; San Winebaldo de Hildesheim, abad

Is 7,10-14;
Sal 23;
Rom 1,1-7;
Mt 1,18-24

Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

La misión de san José: esperar a Jesús-Enmanuel “Dios con nosotros”

Como dice el Directorio Homilético, «Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, se traslada a los acontecimientos que circundan el Nacimiento de Jesús» (DH 96). Así el evangelio de hoy nos propone meditar sobre el “sueño de José”. Este episodio, relatado solo por el evangelista Mateo, es llamado por muchos como “la anunciación a José”, paralela a aquella otra hecha a María en el evangelio de Lucas. Lo que el ángel dice a José será importante también para nosotros hoy, en la última etapa de nuestra preparación para celebrar el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Vienen a la luz varias cosas importantes sobre el misterio de la “generación” y sobre la misión de Jesús, y la Palabra de Dios nos sugiere, de consecuencia, las actitudes justas para acoger al niño divino, “el que viene” a salvar el mundo.

Por eso, es necesario reentrar en el misterio divinamente anunciado a José y también anunciado a nosotros en la liturgia, para tener una preparación digna para la celebración de Su nacimiento. Para esto, el evangelio nos ayuda, gracias a algunas afirmaciones sobre las que vale la pena detenerse.

1. “Así fue generado Jesucristo” – el misterio de la “generación” de Jesús

En primer lugar, se subraya el carácter insondable del misterio del concebimiento de Jesús: «María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo». Se acentúa el origen divino del que está por nacer, que como tal escapa de toda ley o verificación humana. Este origen peculiar y único se reafirma aún más cuando el ángel del Señor, mensajero y enviado de Dios, comunica el mensaje de Dios a José, pero también al lector/oyente moderno: «la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo». Por lo tanto, esta generación de Cristo demuestra que Él es sobre todo el “Hijo de Dios” por naturaleza y pide «la obediencia de la fe entre todos los gentiles», haciendo eco del pensamiento y la expresión de San Pablo al inicio de la carta a los Romanos (segunda lectura).

Por otra parte, espiritualmente hablando, este origen divino nos invita, como sus discípulos, a recordar nuestra participación en la misma “generación misteriosa” de Dios en Él, para ser también nosotros “hijos de Dios”. San Juan evangelista, en efecto, afirma estas palabras dirigiéndose a los cristianos: «Pero a cuantos lo recibieron, [Jesús-Verbo di Dio] les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, | ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios» (Jn 1,12-13). Este pensamiento evangélico es desarrollado en sus discursos por el Beato Isaac de Stella, abad:

El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben. Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno solo con él. (Sermón 51: PL 194,1862-1863.1865. Sábado, II semana de Adviento - Oficio de Lecturas).

En la misma línea, San Pablo explica: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos» (Ef 1,4-5). Por eso, se subraya en el Catecismo: «El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4)» (CCC 460). En una palabra, recordemos que «¡Somos estirpe suya»! (cf. Hch 17,28). Recordar para renovar nuestra vida con Él y en Él, que viene.

2. El misterio del nombre y de la misión de Jesús – Enmanuel “Dios-con-nosotros”

En segundo lugar, es oportuno profundizar la revelación del nombre del niño y la mención del cumplimiento de las Escrituras al respecto. Como el ángel anunció a José, él deberá llamarlo Jesús, porque «él salvará a su pueblo de sus pecados». La explicación del ángel se basa en la etimología misma de la palabra “Jesús”, que significa literalmente “Dios salva” o “Dios es salvación”. De esta manera, se delinea de forma precisa la misión particularísima de Jesús, que es la misma misión de Dios: “salvar” al pueblo de los pecados. Él encarna en sí mismo y realiza en su propia vida la salvación de Dios para con su pueblo. El nombre de Jesús ya indica el cumplimiento de las promesas de Dios para Israel en las Escrituras.

En referencia al nacimiento y al nombre del divino infante, el evangelista Mateo afirma: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: “Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel”». En esta afirmación del cumplimiento – que es la primera de una serie de “fórmulas” que San Mateo usa en su evangelio para demostrar que toda la vida y la misión de Jesús son un cumplimiento continuo y fiel de la Palabra de Dios en las Escrituras– se nota claramente el realizarse del hecho que la virgen concibe y da a luz. Sin embargo, se nota una curiosa discordancia con respecto al nombre del niño. En efecto, el reporte de las palabras divinas “por medio del profeta” (es decir, Isaías, como sabemos de la primera lectura), indica «y le pondrá por nombre Enmanuel». ¿Cómo es posible esto? En el relato, hace poco el ángel hablaba de otro nombre para el niño, precisamente Jesús, pero ahora se afirma que su nombre será Enmanuel para que se cumplan las Escrituras.  ¿Qué significa esto? ¿El niño tendrá un doble nombre, Jesús-Enmanuel? Ya sabemos que a Él le será dado el nombre de Jesús en el día de su circuncisión (cf. Lc 2,21) y, sucesivamente, será llamado sólo así.

 

Una reflexión sobre este detalle nos lleva a una comprensión más profunda de la misión de Jesús, que se revela ya en el nombre, o mejor, en los nombres indicados. Los dos nombres se complementan y juntos hacer ver mejor la plena identidad de «aquel que viene». Por un lado, Él es Jesús, que significa “Dios salva”, como José y otros más lo llamarán; por otro lado, Él es Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”, como san Mateo explicita, porque en su persona se hace visible la presencia de Dios en medio de su pueblo. Además, a partir de esto se comprende que en el niño Jesús-Enmanuel que Dios dará a su pueblo, a través de la virgen-madre, Dios salvará a la humanidad estando junto a ella, no como uno que está por encima o fuera de la realidad humana (¡Dios podía salvar a los hombres en su omnipotencia!). Él salvará a la humanidad como uno que camina con el pueblo para llevarlo a la tierra prometida definitiva, compartiendo alegrías y dolores, fatigas y preocupaciones, que encontramos cada día del camino. En esta perspectiva se afirmará «Y el Verbo se hizo carne y habitó [literalmente: plantar la tienda] entre nosotros» (Jn 1,14). Y Jesús, el hijo de Dios, nacido de María virgen, verdadero Dios y verdadero hombre, cumplirá fielmente la misión divina para la salvación de la humanidad, incluso después de su propia vida terrena, al confiarla a sus discípulos, nos reconforta con la promesa de su compañía divina: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).

3. El drama de José y su misión

San José es llamado a una colaboración particular en el plan divino para la misión de Jesús Salvador. Así, como siempre sucedió a los mejores, como Juan Bautista (que vimos el domingo pasado), también José, como hombre justo, ha tenido que pasar por ese momento de crisis a causa de la incomprensión de las novedades de Dios respecto a la tarea de Jesús, su hijo. Sin embargo, él ha prestado la obediencia de la fe a las palabras del ángel, aunque, históricamente hablando, no había entendido totalmente el misterio inaudito del origen del niño en el vientre de María, su “prometida”: «José […] hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer» (Mt 1,24).

Además de la importancia de aceptar a María como esposa, hay que enfatizar el acto pedido a José de dar el nombre de Jesús. Se trata de un gesto importante, porque es el reconocimiento del niño como hijo legítimo en la tradición judía. Ofreciendo, de este modo, la paternidad legal, José, llamado “hijo de David” por el ángel, transmitirá también a Jesús esta pertenencia a la estirpe real de David. Se formaliza de manera efectiva, en la sociedad judía patriarcal de aquel entonces, una roca sobre la cual se pueden apoyar el niño y su madre en medio de las peripecias de la vida humana.

Hay que recordar que la obediencia de la fe dada al ángel de Dios y la decisiva colaboración con el plan divino para la vida y la misión de Jesús, harán que José se encuentre con otras circunstancias difíciles, como sabemos por los relatos evangélicos y de cuanto se puede intuir desde afuera de lo que está escrito. Esta fe, basada sobre la palabra de Dios revelada a través de sus mensajeros, y el amor fiel e incondicionado por Jesús, Hijo de Dios y de su madre María, permanecerá siempre como un ejemplo para todos en nuestra vida y en la misión cristiana (tanto esto es cierto, que el Venerable cardenal vietnamita Francesco Saverio Van Thuan llamaba a San José patrono de los que escuchan la Palabra de Dios). Que hoy él interceda por nosotros, discípulos-misioneros de Cristo, y nos ayude a renovar la fe y el amor fiel a Jesús y a su madre, para celebrar dignamente, también este año, el nacimiento de nuestro Salvador, “Dios con nosotros”.

O Emmanuel, Rex et legifer noster,
expectatio gentium, et Salvator earum:
veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster.

Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro,
esperanza de las naciones y salvador de los pueblos,
ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro.

 

Sugerencias útiles:

Catecismo de la Iglesia Católica

460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B). Unigenitus [...] Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectura I).

Papa Francisco, Carta apostólica con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia universal, Patris Corde

1. Padre amado

La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía de la encarnación», como dice san Juan Crisóstomo.

San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa»

[…]

3. Padre en la obediencia

Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad.

José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería «denunciarla públicamente», pero decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.

[…]

Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”». (S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos [15 agosto 1989], 8: AAS 82 [1990], 14.)