II Domingo de Adviento (Año A) «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»

30 noviembre 2022

San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia; Santa Bárbara, Mártir

Is 11,1-10; Sal 71; Rm 15,4-9; Mt 3,1-12

Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»

Las palabras del título del presente comentario, nos acompañarán insistentemente durante el tiempo de Adviento que comenzamos la semana pasada. Estas palabras son anunciadas en el evangelio de Mt que hoy leemos por Juan el Bautista, quien exhorta a todos a la conversión para preparar “el camino del Señor”. También nosotros estamos llamados a escuchar atentamente la Palabra del Dios vivo que habla todavía hoy a través de la voz de Juan.

1. «Voz del que grita en el desierto»

Juan es presentado como el profeta que asume en sí mismo –en sus palabras y acciones– las características de los profetas de la tradición de Israel. Su voz en el desierto recuerda las palabras del profeta Isaías, que proclamó en nombre de Dios el inicio de un nuevo éxodo, una nueva salida, la del exilio de Babilonia, como lo indica el mismo evangelista. Además, la mención tan detallada de los vestidos de Juan Bautista, hace eco al modo de vestirse del profeta Elías (cf. 2Re 1,8) y las langostas de las que él se nutre cada día, hacen referencia un estilo de vida austero y penitente, distintivo de los profetas.

Aunque es descrito como un profeta, Juan tiene algo especial: la esencia de su predicación es presentada como exhortación a la conversión por el reino de los cielos, es decir, el reino de Dios (según el modo judío de expresarse, ya que, por reverencia al nombre divino, se evita inclusive el uso de la palabra “Dios”). Una exhortación idéntica se encontrará en la boca de Jesús al inicio de sus actividades públicas: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 4,17). De este modo, se puede ver, por un lado, la validación por parte de Jesús del mensaje de Juan Bautista y, por otro, emerge con claridad la figura de Juan como predicador del evangelio, de la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús, el Mesías Hijo de Dios, en la plenitud de los tiempos. En otras palabras, Juan Bautista es la voz de Dios, la cual expresa el mismo mensaje que Jesús –la Palabra (Verbo) de Dios encarnada– anunciará (como San Agustín ha notado: Juan es la voz. En cambio, del Señor se dice: «En el principio existía el Verbo» [Jn 1,1]. Juan es la voz que pasa, Cristo es el Verbo eterno que existía en el principio). Juan, por tanto, es un profeta particular, el profeta mesiánico que tiene el gran honor de saludar la venida del reino mesiánico, inaugurado por Cristo.

A tal propósito, subrayo que: ¡Todo profeta de Dios, por lo tanto, es un enviado especial para el pueblo y hablará siempre en el nombre de Dios y de las cosas que Dios le pida decir! Es, o sea, el misionero de Dios. Así sucedió también con Juan el Bautista, presentado solemnemente como el profeta elegido en la plenitud de la historia, que será después alabado por Jesús mismo como “el más grande de entre los nacidos”, “ más que un profeta”, “el mensajero” de Dios ( cf. Lc 7,27-28; Mt 11,9-11). La referencia particular del “desierto” como el lugar de la vocación y el inicio de la actividad del Bautista sirven no sólo para señalar el cumplimiento del anuncio profético de Isaías (cf. Lc 3,4; Is 40,3) o para volver a vivir la experiencia del éxodo, sino también para imaginar un cuadro espiritual general del tiempo e intuir una conexión entre la entrada en escena del Bautista y la renovación escatológica del pueblo. El profeta-misionero de Dios, actúa casi siempre en el desierto, ¡también cuando lo hace en una ciudad superpoblada como Shanghái, Nueva Delhi, Lagos o Sao Paolo! De todas maneras, el hecho no lo atemoriza, ni desanima, porque sabe que está allá no por propia voluntad, ¡sino por una misión confiada a él por la Palabra de Dios!

2. «¡Raza de víboras! (…) Dad el fruto que pide la conversión»

La voz de Juan se hace extremamente severa cuando se confronta con los fariseos y saduceos, miembros de los dos grupos religiosos más importantes de la época, que habían venido a su bautismo: «¡Raza de víboras!». ¡Tiene que haber una razón para este epíteto! Tal vez él veía la hipocresía detrás del aparente acto de recepción de su bautismo. El signo exterior y visible, tiene que corresponder a la intención y al compromiso del espíritu por asumir un cambio real en la vida con el fin de entrar y permanecer en el reino de los cielos. Por eso, Juan Bautista insiste: «Dad el fruto que pide la conversión». ¿Cuál sería este fruto? ¿Qué sería un acto “digno de la conversión”? Por el contexto, se puede deducir que el fruto esperado será abrirse al reino mesiánico que se está acercando.

En el plano espiritual, la llamada de Juan el Bautista continúa siendo válida para todo “bautizado” actual, en el tiempo presente de la espera de la venida del Señor. El mismo Señor Jesús nos ha amonestado, sin medias tintas, contra toda hipocresía y pereza espiritual: «El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego» (Mt 7,19) y, además: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21). Todos los bautizados, los de aquel tiempo como los de ahora, son llamados al compromiso serio para la conversión, que lleva a la fe madura «que actúa por el amor», como el apóstol San Pablo subraya en Gal 5,6, justamente en la misma línea de pensamiento de Santiago apóstol (St 2,14-26). Esta fe genuina y madura lleva naturalmente compartir gozosamente la vida del reino de los cielos con los otros, al compromiso “misionero” en la “predicación mesiánica”  del Reino de Dios a todos y en todo tiempo, así como Juan Bautista lo ha hecho.

3. En función de «el que viene», el «brote» de Jesé, que «bautizará con Espíritu Santo y fuego»

A pesar de la dureza del lenguaje típico de los profetas, que querían sacudir la consciencia espiritual dormida de muchos, la predicación mesiánica de Juan Bautista abre el horizonte a un futuro de esperanza, indicando la figura de «el que viene», el mesías de Dios, que «bautizará con Espíritu Santo y fuego». Además del fuego, que es imagen del juicio divino y de la purificación, la referencia al bautismo en Espíritu Santo, es decir, a la inmersión en el Espíritu divino, con la venida de Cristo, enfatiza el cumplimiento del sueño de los profetas de Israel con respecto a los tiempos finales, cuando Dios infundirá su Espíritu sobre toda criatura, según el anuncio del profeta Joel (cf. Joel 3,1-5), acentuado después por San Pedro apóstol en su primera predicación misionera en el día de Pentecostés (cf. Hch 2,17-18). Así como el profeta Isaías indicó en la primera lectura, este Espíritu de Dios reposará sobre el «brote» de Jesé, la imagen del mesías que vendrá, para después expandirse sobre todos. Así, como resultado, «está lleno el país del conocimiento del Señor, | como las aguas colman el mar». De este modo, la humanidad retornará a la paz y a la harmonía con Dios, con la creación y con ella misma, como es descrito en la escena del paraíso reencontrado que hemos escuchado (Is 11,6-9).

Por lo tanto, hoy a todos los cristianos bautizados se les recuerda y se les reclama la vida en el Espíritu que han recibido como don por Cristo, para vivir en profundidad el tiempo de Adviento, en el que todos somos llamados a la conversión en vista a la venida del Señor. A este propósito, queremos reportar un pasaje importante del Papa Francisco en el reciente mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2022: «todo discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados, desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que —quiero decirlo una vez más— tiene un papel fundamental en la vida misionera, para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás».

Concluimos nuestra reflexión con la oración (prevista como Colecta alternativa para este domingo en el misal italiano):

¡Oh Padre!, que has hecho brotar
sobre la tierra al Salvador
y sobre Él has puesto tu Espíritu,
suscita en nosotros los mismos sentimientos de Cristo,
para que demos frutos de justicia y paz.

Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

 

Sugerencias útiles:

Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético

88. Orígenes, teólogo maestro del siglo III, ha constatado un esquema que expresa un gran misterio: independientemente del tiempo de su Venida, Jesús ha sido precedido, en aquella Venida, por Juan Bautista (Homilía sobre Lucas, IV, 6). De suyo, ha sucedido que desde el seno materno, Juan saltó para anunciar la presencia del Señor. En el desierto, junto al Jordán, la predicación de Juan anunció a Aquél que tenía que venir después de él. Cuando lo bautizó en el Jordán, los cielos se abrieron, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma visible y una voz desde el cielo lo proclamaba el Hijo amado del Padre. La muerte de Juan fue interpretada por Jesús como la señal para dirigirse resolutivamente hacia Jerusalén, donde sabía que le esperaba la muerte. Juan es el último y el más grande de todos los profetas; tras él, llega y actúa para nuestra salvación Aquél que fue preanunciado por todos los profetas.

92. En estos domingos se leen diversas profecías mesiánicas clásicas de Isaías. «Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz» (Is 11,1; II domingo A). El anuncio se cumple en el Nacimiento de Jesús. […]

93. […] El Bautismo de Jesús en el Espíritu Santo es la conexión directa entre los textos a los que nos hemos referido hasta ahora y el centro hacia el que este Directorio atrae la atención, es decir, el Misterio Pascual, que se ha cumplido en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo sobre todos los que creen en Cristo. El Misterio Pascual viene preparado por la Venida del Hijo Unigénito engendrado en la carne y sus infinitas riquezas serán posteriormente desveladas en el último día. Del niño nacido en un establo y del que vendrá sobre las nubes, Isaías dice: «Sobre él se posará el espíritu del Señor» (Is 11,2; II domingo A) […].

Catecismo de la Iglesia Católica

1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su propio seno a los pecadores” y que siendo “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación” (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10).

715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del “amor y de la fidelidad” (cf. Ez 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3,1-5), cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés (cf. Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en los “últimos tiempos”, el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.

716 El Pueblo de los “pobres” (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor “un pueblo bien dispuesto” (cf. Lc 1, 17).

720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).