III Domingo de Adviento (Año A) - «Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor» (Sant 5,7)

09 diciembre 2022

San Dámaso I, Papa; Beato Arturo Bell, mártir franciscano

Is 35,1-6a.10;
Sal 145;
Sant 5,7-10;
Mt 11,2-11

Ven, Señor, a salvarnos

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

«Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor» (Sant 5,7)

El tercer domingo de Adviento es llamado tradicionalmente domingo Gaudete, o sea, “¡Alégrense!” o “¡Regocíjense!”, que hace referencia a la primera palabra de la Antífona de ingreso de la misa. Por eso, estamos invitados a alegrarnos, porque se encuentra próxima la fiesta de la venida del Señor, tanto espiritual y como literalmente (de hecho, el 25 de diciembre está en el horizonte). En este contexto de espera gozosa, la palabra de Dios hoy nos exhorta a meditar sobre un aspecto fundamental de la fe en Dios y en Jesús, “aquel que debe venir”, manteniendo aún la mirada fija todavía en San Juan Bautista, el “precursor”. Se trata de la constancia en la fe en medio de las pruebas y dificultades de la vida. Esta es la virtud cristiana y misionera tan necesaria en todo discípulo-misionero de Cristo en el mundo de hoy.

1. «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» - Las dudas de Juan Bautista, el mensajero de Dios

El evangelio nos pone de frente a un Juan Bautista encarcelado, que manda a pedir por medio de sus discípulos una clarificación a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» Podemos, por eso, preguntarnos, si Juan el Bautista, el profeta enviado de Dios, tuvo efectivamente alguna duda sobre la identidad y misión de Jesús de Nazaret, que había anunciado e indicado como el Mesías de Dios, “el que tiene que venir” (como escuchamos en el evangelio de la semana pasada).

Los padres de la Iglesia, como San Agustín, San Hilario o San Juan Crisóstomo, explicaban que, con esta pregunta a Jesús, Juan Bautista quería clarificar la cuestión sólo para sus discípulos y no para sí mismo, porque siempre había permanecido fiel a la fe, a pesar de su condición de prisionero. En cambio, el contexto del evangelio parece que nos hace suponer que también Juan Bautista tenía oscilaciones de fe en Jesús, Mesías de Dios, aquel que debería venir al final de los tiempos para ejecutar el juicio divino sobre el mundo y para liberar a los oprimidos y encarcelados, como él mismo lo estaba. Tanto es cierto que Jesús ha querido terminar su respuesta con una bienaventuranza especial, que implica una invitación indirecta, pero cordial y muy personal a Juan: «¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

Es necesario precisar que las dudas de Juan no tienen que ver con su fe en el Dios omnipotente de Israel, que vendrá a salvar a su pueblo. Sus dudas tenían que ver con la misión, las actividades y, en consecuencia, con la identidad mesiánica de Jesús. Como subraya San Mateo, el evangelista, Juan mandó a sus discípulos hasta Jesús con la premisa de «que había oído en la cárcel las obras del Mesías», es decir, las “obras mesiánicas” llevadas a cabo por Jesús. Los profetas de Israel habían escrito sobre las actividades liberadoras del ungido de Dios por el Espíritu, en especial Isaías: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, (…) Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, | para curar los corazones desgarrados, | proclamar la amnistía a los cautivos, | y a los prisioneros la libertad (…)» (Is 61,1). Juan podía, entonces, pensar: “Si es así, ¿por qué continúo en prisión por la causa de Dios y de Jesús? Él no parece muy interesado en mi excarcelación”.

Las dudas de Juan resultan legítimas, fundadas incluso en las Escrituras. Estas dudas tienen que ver con la misión de Jesús de Nazaret, aunque con mucha probabilidad también de reflejo, llevan a dudar a Juan de su propia misión como profeta, precursor y anunciador de Cristo. Será, por eso, muy significativo, ese momento de oscuridad que Dios ha dejado en su profeta, “enviado especial”: este es un episodio revelador y, al mismo tiempo, educativo para todos nosotros, cristianos, testigos y anunciadores de Cristo en el mundo de hoy. Si en algún momento de crisis, ha sucedido a los mejores, como Juan Bautista, sucederá también a nosotros no comprender, a veces, los caminos del Señor y la misión de Cristo, a causa de nuestros límites humanos. Esta experiencia es permitida por Dios, porque es saludable para nuestro crecimiento en la comprensión de su misión y de la nuestra como sus colaboradores, con tal que recurramos directamente a Jesús en el momento de crisis, así como los hizo Juan Bautista.

2. «Bienaventurado el que no se escandalice de mí!»

Es curioso notar que, al responder a Juan Bautista, Jesús invita a reflexionar otra vez sobre sus obras, vistas y oídas por los discípulos de Juan («Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados»). Esta será su simple misión: testimoniar y confirmar la identidad mesiánica de Jesús a través del anuncio de las obras mencionadas. Estas son las obras mesiánicas de Jesús, preanunciadas por los profetas como Isaías (primera lectura) y ahora cumplidas y comprobadas por Dios en Jesús, sintetizadas en el hecho emblemático de que «los pobres son evangelizados».

Hay que recordar, a este propósito, la invitación particular de Jesús a los judíos dudosos: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10,37-38). Estas son, por eso, las obras auténticas de Dios, que Jesús realizaba en el tiempo mesiánico para el bien del pueblo y que demuestran el rostro manso y misericordioso de Dios y de su Cristo, que actúa sin venganza por una justicia terrena nacionalista, como algunos creían y esperaban en aquella época. Los puntos de referencia serán siempre la persona de Cristo y su modo de actuar que cumple veraz y auténticamente las Escrituras, según el pensamiento de Dios. Recordemos: Dios es siempre más grande que cualquier esquema humano, que es solo fruto de la proyección de lo que pensamos Dios tiene que hacer. ¡Todos estamos invitados a purificar nuestro pensamiento a la luz de las acciones y de la enseñanza de Cristo, sabiduría de Dios encarnada, «Bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

Esta purificación sirve para la vida de fe con Jesús y mucho más para la misión evangelizadora con Él. Para un verdadero discípulo-misionero de Cristo, será siempre útil y saludable ponderar la propia misión con aquella de Cristo, para evitar desenvolverla según los pensamientos y criterios humanos. Y si alguien, por casualidad, viviese un momento de crisis o de prueba, cuando “la misión” no va como se esperaba, se necesita agradecer al Señor por esto y acogerlo como tiempo oportuno para entrar en la compresión más profunda de la misión de Cristo, aquella divina que Cristo ha cumplido y, sucesivamente, ha confiado a sus discípulos.

3. La constancia gozosa o la alegría constante en la fe y en la misión mientras esperamos Su venida

Continuemos con la alegría nuestra preparación para la venida del Señor, sea sobre el plano existencial (preparación para la venida definitiva de Cristo), sea en el temporal (preparación para la Navidad). Repito lo que el apóstol Santiago exhorta en su carta (segunda lectura): «Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor». Esta actitud preciosa, la constancia, se revela fundamental, no solo para vivir la fe en la espera del Señor, sino también para llevar adelante con paciencia y determinación, cualquier misión de Dios en medio de las dificultades y de las pruebas. No sin razón, un director de las Pontificias Obras Misionales, antiguo  misionero en Kenia, habla frecuentemente, con un neologismo inglés, de la stickability (“adherencia”) como una característica fundamental de los misioneros (que permanecen adheridos, fieles, a la misión a pesar de todo).

A este respecto, en la carta de Santiago, la imagen inspirada del agricultor, que «aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía», se muestra más que apropiada. Que esa sea la mente de todos los discípulos-misioneros de Cristo, sobre todo de aquellos que viven un momento difícil, para que encuentren la serenidad y la paz en una comprensión mayor del plan divino. Tengamos en el corazón la exhortación que Dios nos dirige a través del apóstol Santiago: «Hermanos, tomad como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor», incluso el ejemplo de Juan Bautista, el “más grande nacido de mujer”, profeta mensajero de Cristo.

 

O Sapientia, quae ex ore Altissimi prodiisti,
attingens a fine usque ad finem fortiter suaviterque disponens omnia:
veni ad docendum nos viam prudentiae.

Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,
abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad,
ven y muéstranos el camino de la salvación.

 

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 7 de septiembre de 2016.

Hemos escuchado un pasaje del Evangelio de Mateo (11, 2-6). El intento del evangelista es hacernos entrar más profundamente en el misterio de Jesús, para recibir su bondad y su misericordia. El episodio es el siguiente: Juan Bautista envía a sus discípulos a Jesús —Juan estaba en la cárcel— para hacerle una pregunta muy clara: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (v. 3). […]

Y la respuesta de Jesús parece, a simple vista, no corresponder a la pregunta del Bautista. Jesús, de hecho, dice: «id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡Y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!». (vv. 4-6). Aquí se vuelve clara la intención del Señor Jesús: Él responde ser el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos llevando la consolación y la salvación, y de esta manera manifiesta el juicio de Dios. Los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos recuperan su dignidad y ya no son excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a vivir, mientras que a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. Y esta se convierte en la síntesis del actuar de Jesús, que de este modo hace visible y tangible el actuar mismo de Dios.

El mensaje que la Iglesia recibe de esta narración de la vida de Cristo es muy claro. Dios no ha mandado a su Hijo al mundo para castigar a los pecadores ni para acabar con los malvados. Sino que es a ellos a quienes se dirige la invitación a la conversión para que, viendo los signos de la bondad divina, puedan volver a encontrar el camino de regreso. Como dice el Salmo: «Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh, ¿quién, Señor, resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido» (Salmo 130, 3-4).

Catecismo de la Iglesia Católica

163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Co 13,12), «tal cual es» (1 Jn 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna:

«Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día» ( San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto 15,36: PG 32, 132; cf. Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.4, a.1, c).

547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos “milagros, prodigios y signos” (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).

548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).