Epifanía del Señor (Año A-B-C)
Is 60,1-6;
Sal 71;
Ef 3,2-3a.5-6;
Mt 2,1-12
Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO[1]
“La Navidad, que comenzó el 25 de diciembre, alcanza hoy su ápice, en el día de la Epifanía: Cristo revelado a todos los pueblos”, como explica con autoridad el Directorio homilético de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (n. 125; cursiva nuestra). Por tanto, “Al escuchar su proclamación (de las tres lecturas de la Misa) y, con la ayuda del Espíritu, su más profunda comprensión dan lugar a la celebración de la Epifanía. La Palabra de Dios revela al mundo entero el significado fundamental del Nacimiento de Jesucristo”.
La Epifanía en algunos países se celebra el 06 enero, pero en muchos otros se celebra el domingo entre el 02 y el 08 enero. Se trata de una solemnidad enteramente misionera por naturaleza, porque celebra, entre otras cosas, el acontecimiento de la venida de los tres magos del lejano oriente para adorar al niño Jesús, reconociéndolo como rey y salvador divino. De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “En estos ‘magos’, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación” (n. 528). Se trata, por lo tanto, del misterio de la manifestación/revelación de Cristo a los “no israelitas” y, al mismo tiempo, el reconocimiento por estos últimos de Cristo como Señor, como lo expresa magníficamente San Pablo en la segunda lectura: “[el misterio] que también los gentiles son coherederos [como israelitas]”. Es portanto también la fiesta de las misiones, especialmente las de Oriente, y no es casualidad que la gran sociedad misionera Missions Etrangères de Paris (MEP) haya elegido el día de la Epifanía para su fiesta patronal annual. ¡Buena fiesta!
En las lecturas de hoy, tres puntos son particularmente significativos y se refieren a tres misterios por profundizar.
1. El misterio de la estrella que guía
Es el misterio “número uno” de esta solemnidad, porque siempre ha despertado curiosidad, imaginación y discusión. Sin entrar en los detalles del debate (¡te ahorraré el tiempo!), es necesario reconocer el carácter misterioso y, en cierto modo, milagroso, de la estrella según el relato del Evangelio. Apareció en el cielo (de Oriente), pero desapareció sobre Jerusalén, y luego reapareció cuando los Magos retomaron el viaje y los guió hasta “encima de donde estaba el niño”. El último punto es fundamental para afirmar la naturaleza completamente “sobrenatural” de la estrella, porque de hecho, tal estrella debería bajarse lo suficiente del cielo para indicar exactamente, sin malentendidos, el “lugar” del niño. Sería útil aquí recordar lo dicho en una meditación anterior: “los relatos evangélicos están escritos para transmitir sobre todo los mensajes teológicos espirituales, y no para ofrecer los detalles de lo sucedido como en una grabación de video/audio para satisfacer la curiosidad de los lectores”. ¿Cuál es entonces el mensaje que el Evangelio quiere transmitir en el misterio de la estrella?
El camino de la estrella en el relato evangélico parece sugerir esta interpretación: la estrella es un signo importante de Dios en la creación que ilumina la mente de los hombres, los inspira y los guía para encontrarse con Él mismo en Jesús, Dios hecho hombre. Sin embargo, para llegar al final, este signo de la creación debe integrarse y completarse necesariamente con las indicaciones de la misma Palabra de Dios reveladas en la Sagrada Escritura. Así lo subraya magistralmente el Papa Benedicto XVI: “el lenguaje de la creación nos permite recorrer un buen tramo del camino hacia Dios, pero no nos da la luz definitiva. Al final, para los Magos fue indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas podían indicarles el camino. La Palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina” (Homilía, 6 de enero de 2011). En efecto, podríamos agregar, siguiendo los detalles del relato evangélico, que en el último tramo de Jerusalén a Belén, como dice por la Escritura, la estrella asumió nuevamente el papel de guía para los Magos: “comenzó a guiarlos”, dice el Evangelio en el camino del encuentro con Jesús! El signo de la naturaleza colabora armoniosamente con el de la Escritura y ambos resultan fundamentales en la preparatio evangelica ”preparación evangélica” para el encuentro con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Ambos son caminos válidos a tener en cuenta en la misión evangelizadora, que se ayudan y enriquecen mutuamente en el camino de los pueblos hacia Jesús, el Camino al Padre.
Aquí, encontramos también otra importante aclaración para los discípulos de Cristo, que van a tierras lejanas para la misión entre los gentiles que quizás nunca han oído hablar de Jesús ni del Dios de Israel. No serán los primeros en traer a estas personas de regreso a Cristo, ya que Dios mismo siempre los ha precedido en un modo misterioso y por caminos que solo Él conoce. Es necesario reconocer el misterio de la estrella que Dios envía para guiar a los hombres y mujeres de todo lugar y de todos los tiempos a su Hijo. Reconocer el misterio para colaborar, con humildad y gratitud, con el designio de Dios que nos abraza y sorprende siempre, y esto en todo el proceso desde la siembra hasta la cosecha de frutos maduros de la plena adhesión a Cristo. “Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer”(1 Co 3, 6-7).
2. El misterio del niño, ¡la verdadera estrella!
La estrella que acompañaba a los Magos “se detuvo” en lo alto, sobre la casa, indicándoles el lugar donde “vieron al niño con María su madre”. La escena final de la adoración de los magos es hermosa y muy sugestiva, a pesar de ser descrita en pocas palabras y completamente silenciosa! Se necesita, por tanto, un silencio meditativo de la mente y los sentidos, frente al pesebre, para entrar en el silencio místico que envuelve el episodio y advertir un detalle aparentemente banal pero teológicamente importante: la estrella, protagonista del episodio, hasta ahora, no solo queda fuera del lugar donde está el niño, sino también fuera de la historia. Es decir, a partir de ese momento la estrella desaparece totalmente del escenario. Obviamente, ella no aparece en la historia de lo que pasó al interno de la casa, porque no pudo entrar con los Magos (¡por su grandeza!); sin embargo, curiosamente, no se menciona incluso más tarde, cuando “se retiraron [los Magos] a su tierra por otro camino” porque pudo y debió haberlos guiado. (Si hubieran regresado por la misma ruta por la que vinieron, habría sido comprensible que la estrella ya no fuera necesaria, porque habrían sabido ya por dónde regresar).
Al parecer, ya no se menciona más aquella estrella en el cielo que trajo los Magos al niño, no solo porque ya cumplió felizmente su misión, sino también -y sobre todo- porque ese niño, futuro rey mesías de Israel, es ahora la verdadera estrella en carne y hueso ante los ojos de ilustres visitantes de Oriente. Ellos, como indica el evangelista, llegaron para adorarlo después de ver “su estrella”, donde el adjetivo posesivo “su” indica gramaticalmente una estrecha relación de posesión entre la persona y el objeto, pero implica a nivel teológico-espiritual también una casi identificación entre sí. Tanto es así que, solo al final del viaje de Jerusalén a Belén (y no al comienzo de la reaparición de la estrella), justo cuando la estrella “vino a pararse encima de donde estaba el niño”, san Mateo enfatiza que el Magos, “al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. Encontramos de nuevo la expresión de una alegría particular, como aquella del anuncio de los ángeles la noche de la navidad: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría” (Lc 2,10). Esta alegría se refiere al niño recién nacido. Por eso, los Magos se regocijaron mucho al ver no tanto la estrella, sino al mismo Jesús que es el fin y cumplimiento de ella.
Al respecto, cabe recordar, que la estrella era imagen del rey de Israel al final de los tiempos, del mesías escatológico, que en la tradición judía dominará en nombre de Dios a todos los reyes de las naciones o como dice el salmo responsorial de hoy: “de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra”. En efecto, ya en la antigüedad lo vislumbraba místicamente Balaam, otro “mago” pagano como los del evangelio: “Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel” (Núm 24,17). El autor sagrado del libro de Apocalipsis hace oír la declaración del Señor Jesús glorioso: “Yo soy la raíz y la descendencia de David, la estrella radiante de la mañana” (Ap 22,16).
La verdadera estrella es Jesús, Verbo del Padre hecho carne, la Palabra de Dios encarnada, que resume en su persona la luz de la estrella y la de la Palabra de Dios en las Sagradas Escrituras. ¡Y después del encuentro con él, ya no hará falta un guía para volver a casa porque con él y en él ahora conocen el camino! Así será para siempre. (En esta perspectiva, en algunos países durante la Epifanía existe la costumbre de los “cantantes de la estrella”, es decir, los niños que van de casa en casa cantando villancicos y compartiendo la santa alegría de la Navidad; esto no será solo para recaudar fondos para misiones en el mundo, pero también una oportunidad para acercar a Jesús, la Estrella, a todos, para un “encuentro” que ilumina y renueva la vida).
3. El misterio de la gracia de la Luz que brilla en las tinieblas del corazón
La fe de los Magos me asombra, expresada con el gestos concretos: postración y adoración. Es realmente un misterio cómo ellos llegaron a creer en este pequeño bebé junto a una pobre madre. E incluso si su acto de fe puede justificarse con la influencia de los signos de la estrella y las indicaciones de la Escritura, permanece un misterio de la gracia que Dios les ha dado, iluminándolos con su Luz que brilla en las tinieblas de el corazón. Así, la luz de la estrella, la luz de la Escritura serán el reflejo de esa luz verdadera del niño divino que comienza a brillar en el mundo, atrayéndolos misteriosamente hacia él. A partir de ahora, con la venida de Jesús, que se declarará luz del mundo (cf. Jn 8,12a), la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no podrán abrumarla (cf. Jn 1,5). Por eso el profeta Isaías exhortó a Jerusalén, símbolo del pueblo de Dios, con cierto orgullo: “¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti.”, y por tanto, “Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora”. Por eso, como nos dice el Evangelio de Lucas, el justo Simeón, “movido por el Espíritu”, llama al niño Jesús “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).
Jesús, la luz verdadera, insistirá: “El que me sigue [es decir, el que cree en mí] no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12b), y esta luz seguramente iluminará otras tinieblas alrededor y será como una estrella que llevará a otros a encontrarse con Jesús, la luz de las luces y la estrella de las estrellas. Se trata del gran misterio de la gracia de la luz que también le sucedió a San Pablo, mientras estaba en las tinieblas de la no fe. Esta luz lo llevó a la fe en Cristo y a ver claramente una maravillosa revelación que proclama en la carta a los Efesios: “los gentiles son coherederos”, incluso “miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa [con Israele] en Jesucristo, por el Evangelio” (3,6). Están llamados a convertirse en verdaderos ciudadanos de la nueva Jerusalén, la ciudad de Dios, que “no necesita del sol ni de la luna”, porque “la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23).
Para concluir, considero oportuno repetir la exhortación del Papa Benedicto XVI en la homilía mencionada: “Queridos hermanos y hermanas, dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios”, en las Sagradas Escrituras y en la persona misma de Jesús, Palabra hecha carne, y “sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda. Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo puede darnos. Y también nosotros podremos convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de la luz que Cristo ha hecho brillar sobre nosotros. Amén”.