Ascensión del Señor - Solemnidad (Año C)

25 mayo 2022

Ascensión del Señor - Solemnidad (Año C)

Hch 1,1-11;
Sal 46;
Heb 9,24-28;10,19-23;
Lc 24,46-53

Dios asciende entre aclamaciones;el Señor, al son de trompetas.

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

«Para que sean mis testigos»

La solemnidad de la Ascensión del Señor nos invita a reflexionar de nuevo sobre este misterioso acontecimiento y, en su contexto, sobre las últimas palabras que Cristo resucitado dejó a los discípulos antes de ascender al cielo, como los evangelistas narran. Por providencia divina, este año el mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones nos ofrece una meditación profunda y autorizada precisamente sobre las últimas palabras de Cristo antes de su ascensión según el relato de San Lucas en los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado en la primera lectura: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Como ubi maior minor cessat (donde hay lo mayor, lo menor deja [de hablar]), no haremos más que volver a proponer aquí algunos pasajes del Papa sobre el tema, instando a todos a leer el texto completo del Mensaje, ya disponible en varios idiomas en el sitio oficial del Vaticano: Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2022.

1.       «Para que sean mis testigos» – La llamada de todos los cristianos a dar testimonio de Cristo

Este es el punto central, el corazón de la enseñanza de Jesús a los discípulos en vista de su misión en el mundo. Todos los discípulos serán testigos de Jesús gracias al Espíritu Santo que recibirán: serán constituidos tales por gracia. Dondequiera que vayan, allí donde estén. Como Cristo es el primer enviado, es decir misionero del Padre (cf. Jn 20,21) y, en cuanto tal, su “testigo fiel” (cf. Ap 1,5), del mismo modo cada cristiano está llamado a ser misionero y testigo de Cristo. Y la Iglesia, comunidad de los discípulos de Cristo, no tiene otra misión si no la de evangelizar el mundo dando testimonio de Cristo. La identidad de la Iglesia es evangelizar.

Una lectura de conjunto más detallada nos aclara algunos aspectos siempre actuales de la misión confiada por Cristo a los discípulos: «Para que sean mis testigos». La forma plural destaca el carácter comunitario-eclesial de la llamada misionera de los discípulos. Todo bautizado está llamado a la misión en la Iglesia y bajo el mandato de Iglesia. La misión por tanto se realiza de manera conjunta, no individualmente, en comunión con la comunidad eclesial y no por propia iniciativa. Y si hay alguno que en una situación muy particular lleva adelante la misión evangelizadora solo, él la realiza y deberá realizarla siempre en comunión con la Iglesia que lo ha enviado. […]

En segundo lugar, a los discípulos se les pide vivir su vida personal en clave de misión. Jesús los envía al mundo no sólo para realizar la misión, sino también y sobre todo para vivir la misión que se les confía; no sólo para dar testimonio, sino también y sobre todo para ser sus testigos. Como dice el apóstol Pablo con palabras muy conmovedoras: «Siempre y en todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,10). La esencia de la misión es dar testimonio de Cristo, es decir, de su vida, pasión, muerte y resurrección, por amor al Padre y a la humanidad. […] Los misioneros de Cristo no son enviados a comunicarse a sí mismos, a mostrar sus cualidades o capacidades persuasivas o sus dotes de gestión, sino que tienen el altísimo honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles.

Por eso, en definitiva, el verdadero testigo es el “mártir”, aquel que da la vida por Cristo, correspondiendo al don de sí mismo que Él nos hizo. «La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 264).

En fin, […] para la trasmisión de la fe es fundamental el testimonio de vida evangélica de los cristianos. Por otra parte, sigue siendo necesaria la tarea de anunciar su persona y su mensaje. […] En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda comunidad para ser misionera. Este testimonio completo, coherente y gozoso de Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el crecimiento de la Iglesia incluso en el tercer milenio. Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía, la franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con palabras y obras, en cada ámbito de la vida.

2.       «Hasta los confines de la tierra» – La actualidad perenne de una misión de evangelización universal

Exhortando a los discípulos a ser sus testigos, el Señor resucitado les anuncia adónde son enviados: “a Jerusalén, a toda Judea, a Samaría y hasta los confines de la tierra” (cf. Hch 1,8). Aquí surge evidente el carácter universal de la misión de los discípulos. Se pone de relieve el movimiento geográfico “centrífugo”, casi a círculos concéntricos, de Jerusalén, considerada por la tradición judía como el centro del mundo, a Judea y Samaría, y hasta “los confines de la tierra”. No son enviados a hacer proselitismo, sino a anunciar; el cristiano no hace proselitismo. Los Hechos de los Apóstoles nos narran este movimiento misionero que nos da una hermosa imagen de la Iglesia “en salida” para cumplir su vocación de testimoniar a Cristo Señor, guiada por la Providencia divina mediante las concretas circunstancias de la vida. Los primeros cristianos, en efecto, fueron perseguidos en Jerusalén y por eso se dispersaron en Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch 8,1.4).

[…]

A pesar de todas las facilidades que el progreso de la modernidad ha hecho posible, existen todavía hoy zonas geográficas donde los misioneros, testigos de Cristo, no han llegado con la Buena Noticia de su amor. Por otra parte, ninguna realidad humana es extraña a la atención de los discípulos de Cristo en su misión. La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y situaciones humanas “límites”, para dar testimonio de Cristo y de su amor a todos los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y condición social. En este sentido, la misión también será siempre missio ad gentes, como nos ha enseñado el Concilio Vaticano II, porque la Iglesia siempre debe ir más lejos, más allá de sus propios confines, para anunciar el amor de Cristo a todos. A este respecto, quisiera recordar y agradecer a tantos misioneros que han gastado su vida para ir “más allá”, encarnando la caridad de Cristo hacia los numerosos hermanos y hermanas que han encontrado.

3.       «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza» – Dejarse fortalecer y guiar por el Espíritu

Cristo resucitado, al anunciar a los discípulos la misión de ser sus testigos, les prometió también la gracia para una responsabilidad tan grande: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza para que sean mis testigos» (Hch 1,8). Efectivamente, según el relato de los Hechos, fue inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús cuando por primera vez se dio testimonio de Cristo muerto y resucitado con un anuncio kerigmático, el denominado discurso misionero de san Pedro a los habitantes de Jerusalén. Así los discípulos de Jesús, que antes eran débiles, temerosos y cerrados, dieron inicio al periodo de la evangelización del mundo. El Espíritu Santo los fortaleció, les dio valentía y sabiduría para testimoniar a Cristo delante de todos. […] El Espíritu es el verdadero protagonista de la misión, es Él quien da la palabra justa, en el momento preciso y en el modo apropiado. […]

El mismo Espíritu que guía la Iglesia universal, inspira también a hombres y mujeres sencillos para misiones extraordinarias. Y fue así como una joven francesa, Paulina Jaricot, fundó hace exactamente 200 años la Obra de la Propagación de la Fe[1]. […]

En este contexto recuerdo además al obispo francés Charles de Forbin-Janson, que comenzó la Obra de la Santa Infancia para promover la misión entre los niños […]; así como a la señora Jeanne Bigard, que dio vida a la Obra de San Pedro Apóstol para el sostenimiento de los seminaristas y de los sacerdotes en tierra de misión. […] Y fue también bajo la inspiración y guía del Espíritu Santo que el beato Pablo Manna, nacido hace 150 años, fundó la actual Pontificia Unión Misional para animar y sensibilizar hacia la misión a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todo el Pueblo de Dios. […]

Queridos hermanos y hermanas, sigo soñando con una Iglesia totalmente misionera y una nueva estación de la acción misionera en las comunidades cristianas. Y repito el deseo de Moisés para el pueblo de Dios en camino: «¡Ojalá todo el pueblo de Dios profetizara!» (Nm 11,29). Sí, ojalá todos nosotros fuéramos en la Iglesia lo que ya somos en virtud del bautismo: profetas, testigos y misioneros del Señor. Con la fuerza del Espíritu Santo y hasta los confines de la tierra. María, Reina de las misiones, ruega por nosotros.

 

 

 

Sugerencias útiles:

Catecismo de la Iglesia Católica

662 “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, “no [...] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro” (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. “De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7, 25). Como “Sumo Sacerdote de los bienes futuros” (Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).

665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).

666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.

667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.

 

 

 

 

 

[1] Pauline Jaricot fue beatificada el pasado domingo 22/05/2022.