Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Año C)
Gén 14,18-20;
Sal 109;
1 Cor 11,23-26;
Lc 9,11b-17
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
Eucaristía – “fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia”
«La fiesta del Corpus Christi nos invita cada año a renovar nuestro asombro y la alegría ante este maravilloso don del Señor, que es la Eucaristía», así lo ha recordado el Papa Francisco durante el Ángelus, en plaza de San Pedro, el domingo, 23 de junio de 2019. Por ello, celebramos con alegría esta solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que se celebra después del domingo de la Santísima Trinidad (el jueves según la antigua tradición, en algunos países como el Vaticano o Polonia, o el domingo en otros países como Italia o Vietnam). Da esto emerge la Eucaristía como «don gratuito de la Santísima Trinidad», tal y como escribe el Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis precisamente “sobre la Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia” según cuanto ya se subraya en el título. Invito a todos a volver a leer este maravilloso documento para una debida revisión y profundización del misterio eucarístico (quizás consultando también el Catecismo de la Iglesia Católica a este respecto). Aquí podríamos detenernos en los tres aspectos que resultan interesantes desde una perspectiva misionera, siguiendo el hilo lógico de algunos detalles peculiares del Evangelio de la Misa.
1. El contexto “misionero” de la multiplicación del pan
El Evangelio de hoy nos hace escuchar de nuevo el relato de la multiplicación de los panes según San Lucas. Este milagro, que se encuentra en los cuatro evangelios (signo de una tradición antigua común), representa una especie de “anticipación” de la institución de la Eucaristía por parte de Jesús durante la Última Cena, como sugieren los propios evangelistas. Sin embargo, San Lucas, más que los otros, sitúa todo el acontecimiento en un contexto misionero. En efecto, el comienzo del pasaje que hemos escuchado con un genérico «En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar» corresponde en realidad al momento preciso del regreso de los apóstoles tras ser enviados por Jesús «a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos» (Lc 9,2). Así, la multiplicación del pan tiene un escenario muy significativo, que me gustaría citar en su totalidad «Al regresar los apóstoles, le contaron todo cuanto habían hecho, y tomándolos consigo, se retiró a solas hacia una ciudad llamada Betsaida; pero la gente, al darse cuenta, lo siguió. Jesús los acogía, les hablaba del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación» (Lc 9,10-11).
A la luz de una descripción tan precisa de San Lucas, surge claramente la perspectiva totalmente misionera del acontecimiento. Los Doce “apóstoles”, es decir, los “enviados”, acaban de regresar de su misión. Jesús prevé un tiempo junto a ellos “alejado”, pero como las multitudes lo “seguían”, ya no descansó. Por el contrario, Él “los acogía” y “les hablaba del reino y sanaba…”, realizando exactamente las dos actividades encomendadas a los Doce en su misión, como se ha visto anteriormente (cf. Lc 9,2). A este respecto, me vienen a la mente las palabras del profeta de Dios, lleno de celo por la salvación del pueblo: «Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha» (Is 62,1). Son palabras que encuentran su plena realización en Jesús.
2. El pan “completo” ofrecido por Jesús
La misión, pues, de anunciar el Evangelio incluso en el momento “inoportuno”, por utilizar la expresión de San Pablo, continúa, a pesar del cansancio físico. La multiplicación de los panes se sitúa así en este contexto de la incansable misión de Jesús por el Reino de Dios. Y todo comienza con la hermosa acción de acoger, signo de un amor sin límites, hasta el punto de olvidarse de uno mismo para servir a los demás. Tanto es así que el pasaje paralelo del Evangelio de Marcos explicita que en ese momento, «Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34).
Además, como señala el relato de Lucas, antes de alimentar al pueblo con pan, Jesús les había enseñado las cosas de Dios ¡hasta el caer del día! Así, en aquel día memorable, el pan que compartió con la multitud no era sólo el pan material de cebada o trigo, sino también y sobre todo el pan de la Palabra de Dios. Jesús reservó un cuidado “completo” al pueblo, entregándose plenamente en la misión.
Lo mismo ocurre con el “pan eucarístico” que Jesús ofrece con la institución de la Eucaristía, cuando llega su “hora”. Será el pan de su cuerpo y la sangre de su carne «por la vida del mundo» (Jn 6,51), pero al mismo tiempo será también el pan de la enseñanza de Él, la Palabra de Dios, que tiene «palabras de vida eterna», como vemos en el extenso discurso eucarístico de Jesús tras la multiplicación del pan en el Evangelio de Juan (cf. Jn 6,26-58.68). Este es el pan “completo” que Jesús ofrece con amor para la salvación del mundo.
A este respecto, la reflexión del Papa Benedicto XVI es bastante indicativa:
En la Eucaristía, Jesús no da «algo», sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: «Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,32-33); y llega a identificarse él mismo, la propia carne y la propia sangre, con ese pan: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo» (Jn 6,51). Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres. (Sacramentum Caritatis 7)
3. El pan de Jesús y la misión de la comunidad de fieles
Volviendo al relato evangélico de la multiplicación de los panes, observamos que la misión de Jesús es compartida con los apóstoles. Estos últimos, que ya cooperaban con Jesús en la proclamación del Reino y en el cuidado de los enfermos, también son llamados a cooperar en el milagro del pan al final del día. De hecho, cuando querían despedir a la multitud para “buscar comida”, «Él les contestó: “Dadles vosotros de comer”». Además, se pide a los apóstoles que hagan sentarse a la gente “en grupos de unos cincuenta cada uno”, organizándolos como en el momento de la travesía del Pueblo de Dios en el desierto (cf. Ex 18,21.25). Y lo que es más importante, serán los discípulos los que reciban los panes y los peces de manos de Jesús para distribuirlos entre la multitud: «Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos [lit. “los bendijo”], los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente» (Lc 9,16). Por último, en la insinuación de que «recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos», se puede intuir que fueron estos discípulos los que los recogieron (como se explicita en el Evangelio de Juan [cf. Jn 6,12-13]).
Al igual que en la multiplicación del pan, Jesús desea involucrar a sus discípulos también en el Misterio Eucarístico con la orden explícita que les da: «haced esto en memoria mía». De hecho, esta recomendación se repite dos veces en el relato de San Pablo en la segunda lectura, tanto después de las palabras sobre el pan como después de las del vino. Teniendo esto en cuenta, San Pablo concluye su conciso relato con una valiosa observación sobre la dimensión del anuncio de Cristo que va de la mano con la participación en la Eucaristía: «Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Cor 11,26).
A continuación propongo una hermosa reflexión de Benedicto XVI precisamente, sobre la Eucaristía y la misión de la comunidad de los fieles:
En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento [de la Eucaristía]. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: « Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera ». También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción: « Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros » (1 Jn 1,3). Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Además, la institución misma de la Eucaristía anticipa lo que es el centro de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rm 8,32). En la última Cena Jesús confía a sus discípulos el Sacramento que actualiza el sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana. (Sacramentum Caritatis 84).
Ante las palabras de San Pablo a los Corintios en la segunda lectura, conviene recordar la importante aclaración del Papa sobre la naturaleza del anuncio cristiano que parte de la participación en el Misterio Eucarístico:
Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante. La Eucaristía, como sacramento de nuestra salvación, nos lleva a considerar de modo ineludible la unicidad de Cristo y de la salvación realizada por Él a precio de su sangre. Por tanto, la exigencia de educar constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado. Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización. (Sacramentum Caritatis 86).
Por último, también nos será útil otra reflexión del Pontífice en el mismo documento sobre el saludo de despedida al final de la celebración eucarística:
Después de la bendición, el diácono o el sacerdote despide al pueblo con las palabras: Ite, missa est. En este saludo podemos apreciar la relación entre la Misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad, « missa » significaba simplemente « terminada ». Sin embargo, en el uso cristiano ha adquirido un sentido cada vez más profundo. La expresión « missa » se transforma, en realidad, en « misión ». Este saludo expresa sintéticamente la naturaleza misionera de la Iglesia. (Sacramentum Caritatis 51)
Oremos, pues, en conclusión, para que, como expresa el Papa Benedicto XVI «por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios» (Sacramentum Caritatis 97). Oremos para que todos acojamos siempre con alegría y gratitud el don del Pan “completo” que Jesús nos ofrece en cada Celebración Eucarística, el Pan de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre, para compartirlo con los demás en nuestra vida, proclamando la muerte y la resurrección del Señor, «hasta que vuelva».