Sexto Domingo de Pascua (Año C)
Santa Rita de Cascia, viuda y religiosa; Beato José Quintas Durán, joven laico y mártir
Beatificación de la Venerable Pauline-Marie Jaricot, Fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe y del Rosario Viviente
Hch 15,1-2.22-29;
Sal 66;
Ap 21,10-14.22-23;
Jn 14,23-29
Te alaben los pueblos, oh Dios, que te alaben todos los pueblos.
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
El sexto domingo de Pascua de este año cae en un día muy especial para las Obras Pontificias Misioneras y para el mundo misionero en general. Es el día de la beatificación de Pauline Jaricot, fundadora de la Pontificia Obra para la Propagación de la Fe (POPF), la primera de las cuatro obras misioneras, fundada exactamente hace 200 años en Lyon, Francia. En esta ocasión única, ofrecemos una meditación especial del p. Tadeusz Nowak, secretario general de la POPF, al que agradecemos de corazón:
En estos días de alegría pascual, la Iglesia proclama la victoria de Dios; victoria sobre el pecado y la muerte; victoria sobre el eterno enemigo de la raza humana; victoria del Misterio Pascual realizado en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Inmediatamente después de la primera proclamación del Evangelio, la Iglesia experimentó un inexplicable crecimiento entre los hijos de Israel, los primeros en escuchar y recibir las buenas nuevas. En efecto, todos los discípulos y todos los apóstoles eran miembros fieles de la comunidad judía del primer siglo a lo largo de la cuenca del Mediterráneo y del Imperio Romano. De hecho, Jesús resucitado de entre los muertos fue proclamado como Mesías; el anunciado por todos los profetas y confirmado por las Sagradas Escrituras. Por tanto, era natural que los primeros discípulos creyeran que para ser un fiel seguidor del Mesías Resucitado (en griego “Cristo”), se debería practicar fervientemente la fe venida de Moisés y los profetas.
No hay que sorprenderse que la primera mayor crisis que la Iglesia enfrentó no fue la persecución, sino definir lo que habría que hacerse con los no judíos que escucharon la proclamación del evangelio y aceptaron a Jesús como el verdadero Mesías, queriendo bautizarse en el Misterio Pascual. Una facción tradicionalista insistía que estos “temerosos de Dios” deberían ser primero catequizados en la Ley de Dios dejada por Moisés y, después de aceptar todos los preceptos, incluyendo la circuncisión, ser legítimamente bautizados en la Fe.
La otra facción minoritaria vio, en cambio, las grandes obras del Espíritu Santo en los corazones, mentes y acciones de los paganos que profesaban la fe en Cristo. Esta facción estaba convencida que todo lo que se necesitaba era adherir a las enseñanzas de Cristo, tener fe en su Misterio Pascual y practicar la donación del amor –modelada en el amor de Cristo– por los que serían bautizados.
Esto terminó en una gran crisis que tuvo que ser resuelta por el concilio de los Apóstoles en Jerusalén. De esto escuchamos en la primera lectura. Al final, aquellos que no eran judíos, pero que tenían fe en Dios y en Cristo, resucitado de la muerte, fueron solicitados de abstenerse del culto a los ídolos, de consumir sangre y de tener prácticas sexuales paganas. Ellos estaban obligados a seguir las enseñanzas de Cristo y, sobre todo, a practicar la donación del amor auténtica y activamente entre ellos y su comunidad extendida. En otras palabras, estaban llamados a amar, no solamente a sus hermanos y hermanas en la fe, sino también a sus enemigos, como predicó Jesús, quien perdonó a sus perseguidores desde la cruz.
Como Jesús dijo a sus discípulos durante la última Cena, relatada en el evangelio de Juan de hoy: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él » (Jn 14:23). La fe de Moisés fue crucial en la preparación para la llegada del Mesías. Él ha llegado ya y llevó a plenitud la ley y los profetas, y nos legó su vida hecha palabra y el don del Espíritu Santo, que nos transforma en miembros de su cuerpo y en expresión de su amor presente en el mundo a través de la vida de sus discípulos.
Esta es la razón por la que San Juan, en la isla de Patmos, tuvo la visión de la Nueva Jerusalén, la nueva ciudad de Dios. En esa ciudad no hay templo, porque el Señor Resucitado es el eterno templo de Dios. “Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero. Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,22-23).
Esto era revolucionario. Esto proveyó la ocasión para liberar la misión de la Iglesia de una comunidad religiosa étnicamente localizada, llevándola a todos los pueblos – ad gentes – hasta los más lejanos confines de la tierra. De hecho, esta fue la exhortación final de Jesús antes de ascender a la derecha del Padre: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28:19). ¡No hay que sorprenderse de que el papa Francisco nos recuerde que la Iglesia existe para la misión, para evangelizar!
Hoy la Iglesia beatificará a Pauline Marie Jaricot, en su pueblo natal de Lyon, Francia. Lyon es una antigua ciudad cristiana que se alegra en incontables mártires de los primeros días, incluyendo su segundo obispo, San Irineo, Padre y Doctor de la Iglesia. Esta es una ciudad que sufrió mucha violencia, especialmente después de la reforma y durante la Revolución Francesa. Hoy se presenta como testimonio del amor providencial de Dios que triunfa sobre el odio, los celos y la ignorancia mediante el amor eterno de Cristo hecho manifiesto en la Iglesia, especialmente en sus santos.
Pauline Jaricot está siendo beatificada, proclamada bienaventurada, partícipe de la plenitud de vida del Reino de Dios. Ella es ahora oficialmente proclamada digna de imitación y como alguien cercano a Dios, ante el cual ella puede interceder por nosotros en su oración. Pauline es una santa de nuestro tiempo. Su historia es una profunda inspiración para nosotros, que compartimos las sensibilidades del siglo 21.
Ella nació en una familia acomodada, pero muy fiel en su práctica de fe. Su padre era propietario de una fábrica de seda en Lyon y su familia no sufrió de hambre o por falta de abrigo.
En su infancia y temprana juventud, Pauline no tenía una profunda inclinación por la práctica de la fe. En efecto, ella recuerda cómo era atraída por las últimas modas, las reuniones sociales y los intereses mundanos. Cuando cumplió 16 años. Sufrió un serio accidente mientras hacía sus tareas domésticas. Ella se quebró la pierna, que se infectó y no tuvo una buena recuperación. Ella fue enviada a la campiña para descansar y recuperarse, al tiempo que su madre moría. Ella sufrió un gran estrés físico, emocional y espiritual. Podría haber entrado en desesperación. Pero un domingo ella fue a misa y escuchó en el sermón acerca de las cosas pasajeras y fugaces de este mundo y de su vanidad.
Un profundo cambio tuvo lugar en su corazón, que transformó su vida completamente. Ella reinició su práctica sacramental y en poco tiempo desarrolló un profundo deseo de unión con Cristo en la oración y comenzó preocuparse por Él en los pobres de Lyon. Ella dejó atrás sus finas ropas y vistió como los pobres que ella encontraba en las calles: los producidos por la revolución industrial, los enfermos y abandonados. Ella cuidó de ellos. Pronto escuchó acerca de su hermano, que estaba estudiando para ser un sacerdote misionero. Él le pidió hacer algo para las misiones, porque la Iglesia estaba experimentado una seria carencia de apoyo, tanto espiritual como material, de cara a la tarea de proclamar el evangelio a aquellos que nunca habían oído de él antes y al establecimiento de la Iglesia en todas las esquinas del mundo.
Pauline llevó a cabo un simple plan – una verdadera inspiración–, formar círculos de diez personas para orar y donar un penique semanalmente para las misiones. Este simple plan floreció en una amplia red mundial de oración y caridad. La Sociedad para la Propagación de la Fe fue fundada Pauline hace 200 años (1822). Hace cien años fue declarada “Pontificia” por el papa Pío XI (1922), extendiendo su alcance a toda la Iglesia universal. Pauline fundó después el Rosario Viviente y gastó su fortuna para establecer una fábrica donde hubiese salarios que sostuvieran la vida y que tuviera un horario que asegurara días libres para los trabajadores, a fin de que pudieran atender a sus familias y facilitar el culto cristiano. Tristemente, ella fue explotada por un inescrupuloso administrador que la hizo perder todo. Al final, ella fue enrolada en la lista de los pobres de Lyon y murió sin dinero y casi olvidada. Pero su vida fue totalmente dedicada a Cristo y su Iglesia. Ella hizo un voto privado de virginidad cuando tenía 17 años (¡El día de Navidad!) y llevó una vida de profunda oración (adoración al Santísimo Sacramento, rosario…). Ella se reunió con mujeres afines y formó una especie de comunidad en su casa familiar para apoyarse mutuamente en la vida cristiana. Su sensibilidad para con los pobres y los explotados, y para aquellos que no habían oído el evangelio, la hicieron alguien con profundas sensibilidades actuales, ¡aun cuando ella vivió 200 años atrás!
Hoy damos gracias a Dios por haber suscitado una gran testigo del amor desinteresado por Jesús, resucitado de la muerte. La beata Pauline Marie Jaricot interceda por todos nosotros, comprometidos en la misión de la Iglesia. Que su ejemplo nos inspire para ir “extra mile” y pensar más en las necesidades de las misiones que en las necesidades de nuestro alrededor inmediato, la parroquia de origen, la ciudad, la diócesis y el país. ¡Que ella sea luz brillante que nos guíe al único que ella amó con todo su corazón, mente y alma, Jesucristo, el único salvador del mundo!