Santísima Trinidad - Domingo Después de Pentecostés (Año C)
Prov 8,22-31;
Sal 8;
Rom 5,1-5;
Jn 16,12-15
¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
La misión de la Trinidad
La solemnidad de la Santísima Trinidad se celebra el domingo siguiente a Pentecostés, es decir, después de la celebración de la efusión del Espíritu Santo. Esta secuencia se debe a que, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica «el envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad» (Catecismo de la Iglesia Católica 244). Se trata del «misterio central de la fe y de la vida cristiana», como señala el Catecismo, que continúa al respecto: «Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe” (DCG 43). “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo” (DCG 47)» (Catecismo de la Iglesia Católica 234).
La Santísima Trinidad es, pues, el misterio de los misterios y, como misterio de Dios, permanece siempre insondable a pesar de los esfuerzos humanos. Por eso, la solemnidad de hoy, con las oraciones y las lecturas de la misa, ofrece la oportunidad, no tanto de explicar todo lo relativo al misterio de la Trinidad, sino de invitarnos a los cristianos a contemplar, aún más profundamente, la vida del Dios trino en el que está inmersa nuestra vida.
1. Un misterio divino revelado pero humanamente inaccesible
En primer lugar, al hablar de la Trinidad, hay que subrayar con fuerza que se trata de un misterio inaccesible a la mente humana, y que sólo se revelará al final de los tiempos a través de la misión de Jesús y del Espíritu. En pocas palabras, creemos en el Dios trino, Padre, Hijo, Espíritu Santo, no gracias a algún razonamiento humano que nos convenza y nos haga “entender” una realidad tan compleja, sino única y exclusivamente en base a la revelación de Jesucristo, transmitida por los apóstoles bajo la acción del Espíritu Santo, llamado por Jesús en el evangelio de hoy como “Espíritu de la verdad”, que “guiará [a los apóstoles] hasta la verdad plena”.
El Catecismo nos enseña a este respecto:
La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo. (Catecismo de la Iglesia Católica 237).
Por tanto, para explicar el misterio de la Trinidad, cualquier razonamiento, imagen o metáfora terrenal (como los tres estados del agua, las tres acciones del rayo de luz...) nunca será suficientemente satisfactorio, aunque pueda ayudarnos a “entender” en parte. (De hecho, con este tipo de explicaciones humanas a veces se corre el riesgo de que surjan más preguntas y perplejidades que antes, así como una visión no del todo exacta de la realidad divina).
El único fundamento seguro siguen siendo las palabras y los hechos de Jesucristo en los Evangelios transmitidos en la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo. Creemos en la Trinidad porque creemos en Jesucristo que llama a Dios Padre, que se llama a sí mismo Hijo y que revela al Espíritu Santo. Por eso el Papa Francisco reiteró con autoridad y sencillez en una de sus enseñanzas «Es un misterio que nos ha revelado Jesucristo: la Santa Trinidad» (Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Solemnidad de la Santísima Trinidad - Domingo, 30 de mayo de 2021).
A este respecto, siempre es útil recordar la historia (legendaria) de San Agustín, doctor de la Iglesia, que en su época trató de comprender el misterio de la Trinidad (¡nos dejó para la posteridad un gran tratado, De Trinitate, en 15 volúmenes sobre la Trinidad!). Mientras estaba ocupado meditando sobre esto, caminando por la orilla del mar, de repente vio a un niño jugando en la playa. El niño se afanaba en sacar agua del mar con una concha y verterla en un agujero que había escavado en la arena. El santo le preguntó con curiosidad: “¿Qué estás haciendo” Y la respuesta fue: “Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo”. Y San Agustín le dijo, riendo: “Mi querido niño, ¿no ves lo grande que es el mar y lo pequeño que es tu agujero? ¿Cómo puedes pensar en meter toda el agua del mar en él?, es imposible” En ese momento, el niño se convirtió en un ángel y dijo a Agustín: “Más imposible es lo que tú estás haciendo. ¿Cómo puedes tratar de comprender en tu pequeña mente el misterio de Dios?”.
2. La misión de la Trinidad para la humanidad
El misterio de la Trinidad debe experimentarse y vivirse cada vez más para crecer constantemente en su comprensión. En realidad, el Dios trino revela su vida interior a través de su acción, su misión, en la historia humana, como expresa la oración de la Colecta: «Dios Padre, que al enviar al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu santificador, revelaste a todos los hombres tu misterio admirable». Desde aquí podemos ver claramente el proceso de revelación trinitaria precisamente en el envío, es decir, en la “misión”, del Hijo y del Espíritu, y esto sirve no sólo para dar a conocer algo sobre la vida divina, sino también y sobre todo para donar la plenitud de tal vida a todos los que abren su corazón para recibirla. En otras palabras, Dios se revela en su misión para la salvación y felicidad del hombre, desde la creación hasta el fin del mundo.
Así, en la plenitud de los tiempos, la misión de Dios Padre es realizada concretamente por Jesucristo, el Hijo de Dios mismo, y esta misión del Padre y del Hijo es luego continuada en el tiempo por el Espíritu Santo. Así surge la cadena de la misión divina en la historia, missio Dei - missio Christi/Filii - missio Spiritus Sancti. Esta cadena, sin embargo, sólo sirve para marcar los diversos períodos históricos anteriores y posteriores a la vida terrenal de Cristo, Hijo y Verbo encarnado del Padre, porque la misión divina para la salvación de la humanidad fue, es y será siempre cumplida conjuntamente por todas las personas de la Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo, en una perfecta unidad divina. Por lo tanto, utilizando un juego de palabras en italiano, el misterio de la Trinidad es el misterio del Dios trino que “si fa in quattro” para llevar la salvación y la felicidad divina a la humanidad (En italiano, la expresión “si fa in quattro” quiere decir que “hace lo imposible”). Esto ya se podía ver, de forma misteriosa, en los relatos de la creación del Antiguo Testamento con la presencia de la Sabiduría divina junto a Dios creador (primera lectura), así como con la referencia a la acción del Espíritu de Dios (cf. Gen 1,2; Sal 104,30). Jesús mismo ha afirmado que el Padre siempre actúa y también Él (cf. Jn 5,17), y el icono bíblico emblemático de la “cooperación trinitaria” en la misión divina para la humanidad sigue siendo la escena del bautismo de Jesús en el río Jordán. Más aún, la interacción y “cooperación” entre las Personas divinas en el anuncio de las cosas de Dios se vislumbra también en el evangelio de hoy, a partir de la explicación de Jesús a sus discípulos: «Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que [el Espíritu] recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».
La misión constante del Dios uno y trino para el hombre se cumple por y en el amor, al igual que se revela con y en Jesús, el Hijo de Dios, que declara: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). No puede ser de otro modo, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), y esto quiere decir cómo nos ha explicado el Papa Francisco recientemente, «El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor. Y en cuanto es amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad» (Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Solemnidad de la Santísima Trinidad - Domingo, 30 de mayo de 2021).
3. Nuestra misión en la Trinidad
Como nos revela la Palabra de Dios en la Escritura, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27), de ese Dios que se ha revelado como uno y trino “Trinidad perfecta y simple Unidad” (expresión de San Francisco de Asís) de la comunión y del amor divino. «Pues en él vivimos, nos movemos y existimos», como recuerda San Pablo en su discurso misionero en Atenas (Hch 17,28). Además, como cristianos, todos estamos ya inmersos en la Trinidad por el bautismo, por lo que seguimos inmersos en la vida divina, esa vida eterna del Dios uno y trino. De este modo, estamos llamados a vivir plenamente la vida que nos ha sido donada, experimentando su presencia en nosotros y conociendo así cada vez más el abundante amor por nosotros de las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como subraya Jesús en su oración al Padre antes de su pasión: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Tal será nuestra misión en la Trinidad, la misión que vivimos ante todo por nosotros mismos, para poder testimoniar y compartir con los demás la gracia de la vida divina en comunión con el Dios uno y trino que tanto nos ha amado y que continúa “a farsi in quattro”, haciendo lo imposible, para salvar aunque sea a un solo hombre.