Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (Año C)

08 abril 2022

Memoria de la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén

Lc 19,28-40

Misa

Is 50,4-7;
Sal 21;
Flp 2,6-11;
Lc 22,14-23,56

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

La centralidad de la misión divina

El Domingo de Ramos también se llama Domingo de la Pasión del Señor, porque «dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma» (Directorio Homilético 77). Por lo tanto, continúa el documento eclesiástico, «la exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor». Así, entramos inmediatamente en el ambiente de la Semana Santa, de los acontecimientos de la última semana de Jesús en Jerusalén, que resultó ser la culminación de su vida terrenal y la centralidad de su misión divina.

En este sentido, como señala el documento citado «en las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo». En otras palabras, no es simplemente un recuerdo de lo que sucedió en el pasado, sino una actualización del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús para nosotros en el presente. Se nos invita a revivir estos acontecimientos, a participar en ellos, más aún, a morir a nosotros mismos por una vida nueva en Cristo y en Dios. Será, pues, esencial escuchar atenta y dócilmente la Palabra de Dios, que nos habla abundantemente hoy y en los próximos días, en las lecturas y en las diversas oraciones litúrgicas. También necesitamos una actitud de recogimiento y meditación personal sobre lo que hemos escuchado para entrar en la profundidad del misterio que se celebra.

La Pasión de Jesús (sufriente, muerto, resucitado) estaba al centro del anuncio de los primeros cristianos, porque en realidad es la centralidad de su misión divina. Tanto es así que el Evangelio ha sido elegantemente llamado “el relato de la Pasión con una larga introducción”. En ella se cumple la misión que Dios encomendó a su Hijo, enviándolo al mundo. Es el punto de partida de la misión que Jesús confía ahora a sus discípulos: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21), dice Cristo resucitado a sus discípulos.

La riqueza espiritual de la Pasión de Jesús es inmensa para la vida y la misión cristianas. Lo que comparto en estos días santos no serán más que unos cuantos flashes/notas introductorias para invitar a cada oyente/lector a un mayor estudio y reflexión personal. Para este Domingo de Ramos, son especialmente significativos tres aspectos a tener en cuenta, empezando por una imagen evocadora: Jesús sobre un pollino.

1. El pollino de Jesús

Para su entrada triunfal en Jerusalén como rey mesías, Jesús quiso montar en un pollino. Algunos se preguntarán por qué no sobre un caballo para enfatizar el carácter real, victorioso y poderoso. La respuesta nos la da la misma Sagrada Escritura. Como señala el Evangelio de Mateo «Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: “Decid a la hija de Sión: ‘Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila’”» (Mt 21,4-5; cf. Za 9,9). La elección de Jesús pretende, pues, subrayar el cumplimiento de la era mesiánica anunciada y, al mismo tiempo, destacar la mansedumbre, y no el poder, como su rasgo distintivo en la realización del plan divino. Su victoria nunca será la de la dominación violenta que aniquila a los enemigos, sino la del amor manso y misericordioso que eleva a todos a una vida nueva en Dios.

Por otra parte, parece que si el caballo es un animal asociado a los tiempos de guerra, el burro/pollino es un animal de la vida cotidiana y de los tiempos de paz. Así, la imagen de Jesús sobre el pollino señala otra característica fundamental de la nueva era mesiánica que Él establece: la paz, ese Shalom judío, que significa no sólo la ausencia de guerra, sino también y sobre todo la vida en plena armonía con Dios, de quien procede toda felicidad, bienestar y prosperidad. Tanto es así que, como señala el evangelista Lucas, la multitud que acompañaba a Jesús aclamaba « ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».

2. El cumplimiento de la misión de paz

Jesús, pues, es el rey de la paz, o “Príncipe de la paz”, para utilizar el título dado por el profeta Isaías al niño nacido para la salvación del pueblo (cf. Is 9,5ss; también Za 9,10). A este respecto, las palabras del Apóstol San Pablo inspiradas en su meditación sobre la pasión y la muerte de Cristo son: «Él [Jesús] es nuestra paz». Se trata de palabras muy profundas que hay que leer en todo su contexto: «Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo. Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, a la hostilidad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu» (Ef 2,13-18).

La misión de Jesús, por tanto, es la que Dios ha declarado a través del profeta Jeremías: «Pues sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza» (Jer 29,11). Por eso, cuando Jesús envió a sus discípulos, les aconsejó que saludaran diciendo «Paz a esta casa» (Lc 10,5). Y el Cristo resucitado saludó precisamente así a los suyos: “Paz a vosotros”.

3. La misión continúa

Él, el verdadero artífice de la paz, ha proclamado benditos a sus discípulos que trabajan por la paz, esa auténtica paz divina que proviene de un corazón reconciliado con Dios (cf. Mt 5,9). Y por la paz, Jesús, el rey mesías, se sacrificó a sí mismo para que todos vivieran en Dios (en lugar de que otros muriesen). En un mundo todavía desgarrado por los conflictos y las guerras sin sentido que buscan afirmar el propio dominio, quizá haya llegado el momento, también para los discípulos de Jesús, de proclamar a Cristo como “nuestra paz” de forma aún más fuerte y convincente. De hecho, Él sigue siendo nuestra única y genuina paz que debemos compartir con todos. Una paz duradera, fruto de la misión de Cristo, que se prolonga en sus discípulos misioneros y se realiza todavía hoy místicamente en esta Semana Santa de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

 

Sugerencias útiles:

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de “David, su padre” (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación (“Hosanna” quiere decir “¡sálvanos!”, “¡Danos la salvación!”). Pues bien, el “Rey de la Gloria” (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad “montado en un asno” (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los “pobres de Dios”, que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa.

1085 En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre “una vez por todas” (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.