
IV Domingo de Pascua (Año C)
Nuestra Señora del Rosario de Pompeya; San Odgero, diácono misionero; San Wiro, obispo y misionero
Hch 13,14.43-52;
Sal 99;
Ap 7,9.14b-17;
Jn 10,27-30
Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
El buen pastor-cordero en misión
El cuarto domingo de Pascua es también llamado “del Buen Pastor”, y las lecturas con las oraciones de la liturgia están enfocadas particularmente en esta bellísima imagen de Jesús. Por este motivo, desde el 1964 por decisión del Papa San Pablo VI, este domingo es también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, dedicada a aquellos que han recibido la llamada para seguir a Jesús, el Sumo Sacerdote y buen Pastor. En este sentido, hoy en muchas parroquias y Diócesis del mundo se realiza la colecta destinada al fondo de solidaridad universal de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol (OPSPA) para la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas, mediante el apoyo a seminarios y noviciados en las misiones así como a candidatos y formadores. De esta forma, cada fiel participa activamente, a través de la oración y contribución concreta, a la misión evangelizadora de la Iglesia en el ámbito específico del cuidado por las vocaciones y actividades formativas para los nuevos y buenos sacerdotes-pastores «con olor a oveja» (Papa Francisco, Santa Misa Crismal, Homilía Basílica Vaticano, Jueves Santo, 28 de marzo de 2013) siguiendo las huellas de Cristo Buen Pastor. En este contexto, las lecturas de la misa de hoy nos ayudan a resaltar y profundizar al menos tres aspectos importantes de la misión de Cristo el Pastor, modelo y ejemplo de todos los pastores del pueblo según el deseo de Dios Padre.
1. La relación particular entre Jesús y sus ovejas
El pasaje evangélico que hemos escuchado hoy es muy sintético, pero denso en su significado. Representa una especia de resumen del discurso precedente de Jesús en el Cuarto Evangelio sobre la autodeclaración «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10, 11.14). Respondiendo en el momento a los judíos que le pedían una manifestación definitiva sobre la identidad mesiánica de Jesús, Él reitera simplemente una característica fundamental de la relación entre El y sus ovejas: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen» (Jn 10, 27). Aquí las palabras hacen eco de cuanto Jesús ha dicho precedentemente especialmente cuando se autodeclara el buen pastor, como hemos cantado en la aclamación antes del Evangelio: «Yo soy el Buen Pastor, [dice el Señor], que conozco a las mías, y las mías me conocen» (Jn 10, 14).
Se debe subrayar inmediatamente que el verbo conocer en el lenguaje bíblico-judío denota un conocimiento no tanto intelectual (de un saber) sino existencial, como en la relación entre el esposo y la esposa. Se trata de un conocimiento reciproco intimo e integral, un conocer que implica amar y pertenecer al otro. Por esto cuando Jesús declara ser el buen pastor, inmediatamente afirma que «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn 10, 11b.15b). El lo hace, porque conoce a sus ovejas, es decir, las ama profundamente, incluso más que su propia vida.
Además, el conocimiento entre Jesús y sus ovejas es puesta en paralelo con aquella entre Jesús y Dios Padre. El declara, en efecto, «conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre» (Jn 10, 14b-15). Se pone, por tanto, la relación entre Jesús buen pastor y sus discípulos de frente a una realidad mística de conocimiento íntimo entre las Personas divinas. De un lado se vislumbra la profundidad del conocimiento-amor que Jesús tiene por sus ovejas, como aquella que Jesús tiene por el Padre. El efectivamente afirma en otro lugar: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Por otro lado, cuando Jesús afirma que sus ovejas lo conocen, es posible preguntarse si efectivamente su conocimiento por Jesús sea comparable a aquella entre el Padre y Jesús. Nos parece de captar una invitación implícita a las “ovejas” de Jesús a preguntarse sobre si y cuanto conocen a su Pastor y reconozcan su voz en medio de tantos rumores a su alrededor. Dado que es imposible agotar todas las riquezas del misterio de Cristo, permanece siempre actual, por las ovejas de todo tiempo, el empeño de crecer siempre de mas en el conocimiento del Pastor que las conoce y las ama hasta dar la vida por ellas. (Significativo al respecto el regaño de Jesús a Felipe, uno de sus íntimos discípulos: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?» (Jn 14, 9). Son palabras validas también para cada discípulo que lo sigue.
A propósito de la relación entre Jesús y sus ovejas, se debe recordar también la afirmación misteriosa de Jesús mismo que permite reconocer su misión universal: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharan mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (Jn 10, 16). Así, Jesús el buen pastor va más allá de un habitual recinto para recoger y guiar a las otras ovejas dispersas que esperan su voz. Va siempre en misión, siguiendo el diseño de Dios revelado mediante el profeta Isaías sobre la vocación del Siervo de Dios: «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49, 6). Son las palabras que los apóstoles de Jesús como Pablo y Bernabé recuerdan al inicio del anuncio del Evangelio a los paganos (cf. Hch 13, 47), como hemos escuchado en la primera lectura. ¡Eran misioneros que continuaban la misión de Jesús buen pastor!
2. Yo les doy la vida eterna
Reiterando la relación particular con sus ovejas, Jesús señala de inmediato el cuidado especial que deriva del conocimiento y amor: «yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 28). La vida eterna mencionada aquí no se refiere a una realidad futura solo después de la muerte. Esta indica una vida de comunión con Jesús y con Dios, que inicia ya en el presente y continuara en la eternidad. Es tan cierto que Jesús subraya: «En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna» (Jn 6, 47). Incluso, «En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida » (Jn 5, 24). «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna » (Jn 6, 54).
De estas citas, sobre todo la última, surge otro aspecto fundamental de la vida eterna que Jesús dona a sus ovejas. Se trata de la misma vida que El ofrece por los suyos, como ya aparece claro en las declaraciones del buen pastor mencionadas anteriormente. Jesús se ha hecho también cordero sacrificado para donar la propia vida a sus ovejas y para guiarlas ahora «hacia fuentes de aguas vivas» (Ap 7, 17), como nos lo recuerda la segunda lectura.
Se trata, por tanto, del pastor que no conoce solo el olor de las ovejas, sino que se ha hecho también una de ellas, para compartir con ellas todo de la vida (también la muerte). Es cuanto se afirma sobre la figura de Cristo sumo sacerdote: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Hb 4, 15).
Este fuerte vínculo entre Jesús buen pastor y sus ovejas será la razón por la cual ninguna de ellas le será arrebatada (Jn 10, 28) de su mano y de la mano del Padre. San Pablo apóstol expresa el mismo concepto con palabras conmovedoras e inspiradas a partir de una pregunta retórica: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 35.37-39).
3. “Uno” con el Padre
Después de haber resaltado los dos aspectos fundamentales del feeling particular entre Jesús buen pastor y sus ovejas, Jesús revela finalmente su unión particular con Dios Padre: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30).
La afirmación citada parece a muchos poco importante para el tema del buen pastor hasta ahora discutida. Sin embargo, esta resulta en realidad un apéndice de la auto-revelación de Jesús relativa a su identidad en general, y a su misión de pastor en particular.
El es el buen pastor, como Dios es buen pastor de su pueblo (cf. p. ej. Ez 34; Sal 23). Se resalta la unidad y comunión de operación, intención, amor. Y tal unidad y comunión Jesús la desea también ahora para todos sus discípulos-ovejas, sobre todo para aquellos que son llamados, como Pedro y otros, a la misión de apacentar y alimentar a sus ovejas. El, en efecto, ha implorado al Padre «para que [sus discípulos] sean uno como nosotros somos uno» (Jn 17, 22).
Escuchemos nuevamente, por tanto, esta voz conmovedora de Cristo que ruega al Padre por nosotros, sus ovejas, para conocer siempre más su corazón de buen pastor, siempre celoso de la misión del Padre: «[Padre!] No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí» (Jn 17, 20-23).