Primer Domingo de Cuaresma (Año C)
Santa Coletta Boylet, Virgen; San Olegario de Tarragona, Obispo; Beata Rosa de Viterbo, Virgen
Dt 26,4-10;
Sal 90;
Rom 10,8-13;
Lc 4,1-13
Quédate conmigo, Señor, en la tribulación
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
Hacia una conversión cristiana misionera
El tiempo vuela y llegamos a una nueva Cuaresma en nuestra vida. Se trata siempre de «este tiempo especial de gracia», como la Iglesia nos recuerda en la liturgia (Prefacio de Cuaresma II). Es más, el Papa ha manifestado en su mensaje cuaresmal para este año que «la Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado». Por eso, esta Cuaresma se tiene que vivir nuevamente, mejor, tiene que ser celebrada como «el sacramento cuaresmal» (Oración Colecta), como una renovación de la fe y de la vida cristiana auténtica y sincera, cuya dimensión misionera le es constitutiva, por lo que hay que (re)descubrirla y (re)vivirla. No es casualidad que hayamos pedido a Dios en la Oración Colecta ayudar a todos nosotros, sus fieles, a «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo, y conseguir sus frutos con una conducta digna». La palabra de Dios de este primer domingo de Cuaresma nos ofrece algunos lineamientos importantes para conocer mejor a Cristo y su auténtica misión. En consecuencia, nos ayudará a vivir mejor nuestra vocación cristiana como “seguidores de Cristo”.
1. El camino de Cristo “guiado por el Espírito”
Me gustaría llamar al pasaje evangélico de hoy no “las tentaciones de Jesús”, sino “el camino de Cristo con el Espíritu en el desierto”. Esto es lo que parece subrayar el evangelista Lucas al inicio del relato y en todo su evangelio. El Espíritu Santo está siempre conectado íntimamente con Jesús, desde el momento de su concepción y a lo largo de cada etapa de su misión terrena. Por el resto, la clásica introducción litúrgica del relato «En aquel tiempo» se refiere al momento posterior del bautismo de Jesús en el río Jordán, cuando el Espíritu nuevamente desciende sobre Él.
Resaltar la compañía del Espíritu Santo es particularmente importante, sobre todo para el camino de todo cristiano, discípulo de Jesús, en este período cuaresmal. La Cuaresma no tiene que ser solo un período de prácticas penitenciales piadosas y de buenas obras éticas y/o sociales, tendría que ser una renovación en la vida del Espíritu. En otras palabras, no hay que pensar primeramente en los buenos propósitos (para después alejarse de ellos al final) como objetivo para vivir fructuosamente los cuarenta días que vienen, sino que hay que enfocarse en la propia relación personal con el Espíritu de Dios que cada uno ha recibido en el momento del bautismo, de la confirmación y, en el caso de algunos, en el momento de la ordenación diaconal, sacerdotal o episcopal. Es tiempo para dejarse “guiar por el Espíritu” más intensamente e íntimamente, así como lo hizo Jesús en su vida y en su misión y, en particular, en los cuarenta días en el desierto. Será, por tanto, un tiempo gozoso con Cristo en el Espíritu, aunque se tenga que afrontar también todo aquello que acontece en el camino, como las fatigas, el hambre, la sed y las tentaciones. Será un tiempo de gracia, de purificación, de reordenamiento de la vida y de la misión cristiana, según los dictados e inspiraciones del Espíritu, siguiendo las palabras y acciones ejemplares de Cristo.
A tal propósito, serán siempre actuales las exhortaciones de San Pablo apóstol a los primeros cristianos: «No apaguéis el espíritu » (1Tes 5,19), y «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final» (Ef 4,30). De igual manera, hay que tener presente en esta Cuaresma, el apelo reciente del Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022: «Por eso todo discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados, desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que —quiero decirlo una vez más— tiene un papel fundamental en la vida misionera, para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás». La oración aquí mencionada tiene que ser entendida en el sentido global, porque abarca la invocación al Espíritu, la escucha de la Palabra de Dios en el Espíritu, y la meditación y el discernimiento en el Espíritu. Algo que hay que vivir siempre y en todo lugar, especialmente en el momento de la prueba y de la tentación.
2. Las tentaciones en el camino de la misión de Jesús
Aunque los evangelistas Lucas y Mateo nos cuentan solo tres tentaciones de Jesús en el desierto, que tienen lugar al final de los cuarenta días, se intuye que el número y el momento son representaciones simbólicas. Esto es tan cierto, que el evangelio de Marcos refiere únicamente lo esencial: «[Jesús] Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás» (Mc 1,13). Esta información fue recogida y delineada aún más por Lucas con la afirmación inicial («el Espíritu lo fue llevando [a Jesús] durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo») y en la final («Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión»). De esta manera, después de la inauguración de su actividad pública con el bautismo en el Jordán, Jesús tendrá que afrontar la realidad de las pruebas-tentaciones durante todo el camino de su misión, cuya imagen emblemática es ese período en el desierto. Se trata de la experiencia común de aquellos que quieren servir a Dios, cumpliendo la misión divina, como se ve ya en Abraham, padre de la fe, y también en Adán, el primer hombre. No sin razón, el sabio Sirácide enseña (no sin la inspiración del Espíritu): «Hijo, si te acercas a servir al Señor, | prepárate para la prueba. / Endereza tu corazón, mantente firme | y no te angusties en tiempo de adversidad» (Sir 2,1-2). Queriéndolo o no, en la vida y en la misión de cada discípulo de Dios existen las pruebas y las tentaciones que vienen de la “carne” (la decadente naturaleza humana), del “mundo “el ambiente adverso a Dios” y del Maligno (cf. 1Jn 2,16-17; 5,19). Todo para desviar el camino del hombre de aquel trazado por Dios para él y, en definitiva, para separarlo de su Dios.
En esta perspectiva, Jesús mismo, sufrió varias tentaciones en la realización de la misión divina a Él encomendada, no solo para ser solidario con todos los discípulos de Dios, sino también para clarificar a todos la verdadera naturaleza de su misión como Hijo de Dios. Al respecto, explica justa y autorizadamente el Directorio homilético: «Las tentaciones a las que Jesús fue expuesto, representan la lucha contra una comprensión torcida de su misión mesiánica. El diablo lo empuja a mostrarse un Mesías que despliego los propios poderes divinos “Si tu eres el Hijo de Dios…”, comienza a decir el tentador. Esto profetiza la lucha decisiva que Jesús tendrá que afrontar en la cruz, cuando oirá las palabras de burla: “¡Que se salve él mismo bajando de la cruz!” Jesús no cede a las tentaciones de Satanás, ni desciende de la cruz. Es exactamente de este modo que Jesús da prueba de entrar en el desierto de la existencia humana y no usa el poder divino para su propia ventaja. El acompaña nuestra peregrinación terrena y revela el autentico poder de Dios, el amarnos “hasta el final” (Jn 13,1)» (n. 61).
Concentrándonos en los detalles, pero sin dejar de lado las varias interpretaciones posibles, rechazando transformar la piedra en pan después de a sugestión del diablo, Jesús subraya el objetivo primario de su misión de evangelizar, hacerse cargo de curar el hambre que tienen los hombres de la Palabra de Dios. Claro que Él cumplirá el milagro de la multiplicación de los panes para que la multitud pudiera comer, pero este será solo el signo de la donación del verdadero Pan del cielo, que es el mismo Jesús, el Verbo encarnado: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Rechazando postrarse delante del diablo para obtener poder (político) y la gloria de los reinos terrenos, Jesús mantiene que existe un único Dios verdadero, que es el centro de la vida, del culto y la de adoración, y, por eso, de su misión. De hecho, en la hora de la Pasión, reiterará: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36).
Por último, rechazando lanzarse del pináculo del Templo de Jerusalén, con lo que mostraría a la gente y a las autoridades religiosas de modo espectacular su naturaleza mesiánica, Jesús dice no a los frecuentes intentos (incluso perennes) de abusar de la Palabra de Dios para la propia comodidad, tratando de doblegar la voluntad de Dios a la propia, aplicando sus palabras según una visión humana. Así Él se contrapone a la actitud arrogante e infiel del Pueblo de Dios en Masá y Meribá, durante su camino en el desierto: «cuando vuestros padres me pusieron a prueba | y me tentaron, aunque habían visto mis obras» (Sal 95,9). Esa es la razón por la que Jesús después rechazará hacer un “signo especial” que las autoridades religiosas solicitaban para comprobar su misión mesiánica. El colocará todo en manos de Dios, quien revela y aprueba a su Mesías cuando y como quiere, según su plan divino.
3. La victoria de la fe y de la fidelidad a Dios
De esta manera, Jesús ha sufrido y vencido las tentaciones, «dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas» (1Pt 2,21) en el camino de la fe de cada seguidor, llamado a continuar la misma misión divina: proclamar el Evangelio de Dios al mundo. Hay que recordar, a este respecto, la enseñanza del Catecismo que enfatiza el sentido espiritual del evento: «Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso [de la tentación de Jesús]. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha “atado al hombre fuerte” para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3,27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre» (n. 539).
Los cuarenta días de la Cuaresma serán, entonces, un tiempo propicio para la renovación de la fe y de la fidelidad a Dios y a su Hijo. Esta es el “arma vencedora” de los “hijos de Dios” contra las tentaciones del mal, como Jesús. Esta actitud de fe/fidelidad absoluta proviene de la gratitud por los beneficios que Dios ha ofrecido en la vida de cada creyente, como se ve en la profesión de fe de cada miembro del Pueblo de Israel en la primera lectura. Es más, provienen de la gratitud por el don más grande que nos ha hecho Dios: Jesucristo, su Hijo, muerto y resucitado en el amor para la salvación del mundo. Con Él y en Él, bajo la guía del Espíritu Santo, retomemos el camino cuaresmal de este año, para vivir con espíritu renovado nuestra vida y misión cristiana, que Dios nos ha donado en Cristo.