Segundo Domingo de Cuaresma (Año C)

11 marzo 2022

San Leandro de Sevilla, Obispo; Beato Agnelo de Pisa, Orden de los Hermanos Menores

Gén 15,5-12.17-18;
Sal 26;
Flp 3,17-4,1;
Lc 9,28b-36

El Señor es mi luz y mi salvación

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

Transfigurado en el camino

«El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la Transfiguración». Informa el Directorio Homilético (no. 64) que explica ulteriormente: «La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya que todo el Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los catecúmenos para recibir los sacramentos de la iniciación en la Vigilia pascual, así como prepara a todos los fieles para renovarse en la nueva vida a la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección» (no. 67). Esto es lo que Pablo afirmó en la segunda lectura de hoy: «Él [el Señor Jesucristo] transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso» (Flp 3,21). Todos estamos invitados a profundizar algunos aspectos de este evento importante en el camino de Cristo y de sus discípulos para renovarnos en la vida cristiana misionera.

1. «En aquel tiempo» – La Transfiguración en el camino de la misión

El primer aspecto fundamental que hay que clarificar es el contexto temporal del evento (que es descrito en los Leccionarios de las distintas lenguas con una nota genérica “En aquel tiempo”). La transfiguración de Cristo tuvo lugar después de la profesión de fe de Pedro (“Tú eres el Cristo”), seguida inmediatamente del primer anuncio de la pasión a los discípulos, con el que Cristo revela su misión mesiánica («El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día»; Lc 9,22). Además, con esta revelación, Él invita a todos a seguirlo en la vía de la cruz y de la negación di sí mismo para “entrar en la gloria” (Lc 9,23-24: «Entonces decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”»; cf. Lc 24,26). Así, la transfiguración de Cristo no es un episodio aislado que hace ver y admirar “el espectáculo divino” en el monte, sino que se inserta totalmente en el camino de la misión que Él realiza con los discípulos, adoptando una clara finalidad pedagógica-parenética.

Con respecto a esto, la anotación temporal original del evangelista Lucas «Unos ocho días después» (Lc 9,28a) para la transfiguración (a diferencia de «seis días más tarde» en Mc 9,2 y en Mt 17,1) parece querer indicar más todavía el estrecho vínculo entre este evento y la resurrección de Jesús en el octavo día (aquel primero después del sábado, séptimo día de la semana), que será la meta última de la misión. Asimismo, será san Lucas el único a resaltar el contenido de la conversación entre Jesús con los dos representantes de toda la Escritura, Moisés (Ley) y Elías (Profetas): «hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén». Se alude claramente a la Pasión de Jesús, a su “paso” osea Pascua de muerte y resurrección, que se cumple según la Palabra de Dios, preanunciada al Pueblo electo en la Sagrada Escritura. La misión de Jesús es, por eso, el camino de un “nuevo éxodo”, que era tanto soñado por el profeta Isaías (cf. por ejemplo, Is 43,16-21). Será el éxodo definitivo que hace salir al pueblo de la opresión de los pecados y de la muerte para pasar a la plenitud de la vida en Dios. Esto, empero, pasará también por el desierto de tentaciones, fatigas, sufrimientos, pero terminará siempre con la entrada en la Tierra Prometida. ¿Si la misión de Jesús es así, será diversa aquella de sus discípulos?

Desde esta perspectiva, en el prefacio de este domingo «El sacerdote, iniciando la oración eucarística, en nombre de todo el pueblo, da gracias a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración: “Él, después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la Resurrección”» (Directorio Homilético no. 65). En la misma línea, el Catecismo de la Iglesia Católica subraya: «La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo (…). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22)» (n. 556). Este “es necesario” ir de las tribulaciones a la gloria, obviamente no quiere decir que los discípulos de Cristo tienen que buscarlas o, incluso, crearlas a su placer (¡como los masoquistas!). Estas palabras afirman simplemente la verdad, es decir, que la misión de los discípulos será como la del Maestro.  Una tal misión encontrará dificultades, sufrimientos, las cruces de cada día por el evangelio y por el Reino de Dios. El monte de la trasfiguración se relaciona con el monte Calvario. No tenemos que sorprendernos, entonces, que existan obstáculos (incluso tentaciones) en el camino cristiano misionero, pero tenemos que recordar siempre las palabras de confortación del Maestro: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

2. «Mientras oraba»

Hay que enfatizar la nota original del evangelista Lucas sobre la oración como el momento en el que «el aspecto de su rostro [de Jesús] cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. Como se vio en el bautismo de Jesús, también aquí podemos notar el rol fundamental de la oración, entendida como inmersión en la comunión con Dios en la vida y en la misión de Jesús y, por ello, también en la de sus discípulos. Se podría, además, imaginar que todo discípulo de Cristo, inmerso en la oración auténtica con Dios, sea transportado a un alto monte y, de alguna manera, sea también “transfigurado”, como la transfiguración de Jesús que aconteció «mientras oraba». Ese momento de intensa experiencia espiritual con Dios hace abrir el cielo, como en el bautismo de Jesús y hace «cambiar el aspecto» del orante, como en la Transfiguración. De este modo, quien vive constantemente en la oración, como San Francisco de Asís (hasta el punto de convertirse él mismo en la “oración que camina”), será constantemente transfigurado con y en Cristo.

Y si es así con la oración, será particularmente verdad para cada santa Misa, en la que nos sumergimos en la oración, en la escucha de la Palabra y en la comunión eucarística con Cristo, que se une sacramentalmente con sus discípulos. Son momentos preciosos que Cristo dona a sus fieles en el camino de la misión, como una especie de transfiguración sacramental semanal/cotidiana de Cristo para nosotros, para que podamos gustar un poco de nuestra transfiguración con Él y en Él. A propósito, he aquí la invitación inspirada del autor sacro: «Contempladlo, y quedaréis radiantes, | vuestro rostro no se avergonzará», aún más, «Gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,6.9). En efecto, «Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y contemplan en la Transfiguración viene ahora exactamente a converger con el acontecimiento litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. (…) Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”» (Directorio Homilético no.68).

En esta óptica, este domingo cuaresmal de la transfiguración ojalá sea la ocasión para renovar nuestra vivencia de cada santa Misa, para que cada vez más sea un momento fuerte en la experiencia del Cristo glorioso, como lo fue una vez en ese alto monte de la Galilea. 

3. Los discípulos de la trasfiguración

En el momento de la trasfiguración de Cristo, el comportamiento de los discípulos parece curioso y un poco confuso. Ante todo, «se caían de sueño», como relata san Lucas. Esta actitud la encontramos todavía en la agonía de Jesús en Getsemaní, siempre cuando Jesús oraba (cf. Lc 22,45). Dos mil años han pasado y por lo que parece poco ha cambiado con los discípulos de Jesús que frecuentemente se duermen en los momentos fuertes de la oración y de la presencia de Cristo glorioso (¡especialmente durante la misa y, en particular, durante la predicación!). Aún así, en el monte de la trasfiguración, cuando se despertaron, los tres discípulos experimentaron la belleza de la gloria de Cristo transfigurado, hasta el punto de exclamar «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» y de querer permanecer más tiempo sugiriendo construir “tres tiendas”. Se trata de una propuesta dictada por la fuerte emoción del momento (tanto es así que «[Pedro] no sabía lo que decía»). Todo esto (incluida la confusión) muestra indirectamente la intensidad de la experiencia que un discípulo podría tener ante la visión de Cristo en la montaña.

Pero el plan de Dios para el evento no era como ellos pensaban y deseaban. La transfiguración continúa y culmina con la manifestación divina a través de dos elementos ya compartidos durante la teofanía en el monte Sinaí: la nube que los cubre y la voz (desde la nube) que confirma la identidad de Jesús como “el Elegido” y el “Hijo [de Dios]”, justamente como en el Bautismo di Jesús. Son palabras exclusivas para Jesús, como indica sutilmente el evangelista «Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo». En esta perspectiva, la recomendación «escuchadlo» de la voz divina que resuena desde la nube en el monte, como sobre el Sinaí, adquiere un significado fundamental para los discípulos: ahora en Jesús se manifiesta la plenitud de la Palabra del Padre, dada a Moisés (Ley) y a Elías (Profetas). «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo» (Heb 1,1-2).

Como Pedro, Santiago y Juan, todos estamos llamados a ser siempre más discípulos de la transfiguración, es decir, discípulos de Cristo transfigurado. Estamos llamados a subir frecuentemente al monte con Él, a estar más despiertos allá, a “entrar en la nube” del Espíritu sin miedo y, sobretodo, escuchando y siguiendo a Él como única vía al Padre, para ser también nosotros transformados, aún más, transfigurados con Él y en Él en nuestro camino cristiano misionero. Es ora de (re)comenzar, desde este domingo de la Transfiguración. 

 

Sugerencias útiles:

Directorio Homilético (no. 66):

la voz del Padre identifica en Jesús a su Hijo amado y ordena: «Escuchadlo». En el centro de esta escena de gloria trascendente, la orden del Padre traslada la atención sobre el camino que lleva a la gloria. Es como si dijese: «Escuchadlo, en él está la plenitud de mi amor, que se revelará en la cruz». Esta enseñanza es una nueva Torah, la nueva Ley del Evangelio, dada en el monte santo poniendo en el centro la gracia del Espíritu Santo, otorgada a cuantos depositan su fe en Jesús y en los méritos de su cruz. Porque él enseña este camino, la gloria resplandece del cuerpo de Jesús y viene revelado por el Padre como el Hijo amado. ¿Quizá no estemos aquí adentrándonos en el corazón del misterio trinitario? En la gloria del Padre vemos la gloria del Hijo, inseparablemente unida a la cruz. El Hijo revelado en la Transfiguración es «luz de luz», como afirma el Credo; este momento de las Sagradas Escrituras es, ciertamente, una de las más fuertes autoridades para la fórmula del Credo.

PAPA FRANCISCO, Ángelus, (Plaza de San Pedro, II Domingo de Cuaresma, 17 de marzo de 2019):

(…) En esta Cuaresma, subamos también al monte con Jesús. ¿Pero en qué modo? Con la oración. Subamos al monte con la oración: la oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor. Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un poquito, fijemos la mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos invada y se irradie en nuestra vida. En efecto el Evangelista Lucas insiste en el hecho que Jesús se transfiguró «mientras oraba» (v. 29). Se había sumergido en un coloquio íntimo con el Padre, en el que resonaban también la Ley y los profetas —Moisés y Elías— y mientras se adhería con todo su ser a la voluntad de salvación del Padre, incluida la cruz, la gloria de Dios lo invadió transparentándose también externamente. Es así, hermanos y hermanas: Cuántas veces hemos encontrado personas que iluminan, que emanan luz de los ojos, que tienen una mirada luminosa. Rezan, y la oración hace esto: nos hace luminosos con la luz del Espíritu Santo.