Tercer Domingo de Pascua (Año C)

28 abril 2022

Hch 5,27b-32.40b-41;
Sal 29;
Ap 5,11-14;
Jn 21,1-19

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

Recomenzar a partir de lo esencial

Es significativo que, en el tercer domingo de Pascua, escuchemos el relato de la tercera aparición del Cristo resucitado en el evangelio de Juan, como señala el mismo evangelista: «Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos». Este es también el último episodio de Jesús con sus discípulos en el cuarto evangelio, que afirma al final: «Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir» (Jn 21,25). Esta afirmación incluye, implícitamente, las otras acciones/apariciones de Jesús no referidas en el libro y resalta la importancia ejemplar de cada cosa que el evangelista ha escogido para transmitir a los que vienen después de él. Esto es particularmente válido para esta tercera y última “manifestación” del Resucitado según la cronología joánica. A través de detalles sutiles del encuentro y el diálogo de Jesús con Pedro, el relato transmite algunos mensajes fundamentales sobre la vocación apostólica de Pedro, donde se puede entrever como de reflejo, la esencia de la vida misionera de los discípulos del Resucitado en todo tiempo.

1. Junto a «unas brasas»

Son muy curiosas las circunstancias de esta aparición, que es llamada por el evangelista como un “manifestarse” de Cristo. Cada detalle resulta único, sui generis, con una fuerte carga simbólica espiritual que se tiene que meditar, escrutar, gustar. Del resto, el discípulo, autor del relato, parece llevar constantemente en el corazón aquel encuentre inolvidable con el Maestro resucitado, así como lo contó con tanta precisión en los detalles y con una riqueza espiritual increíble. Quisiera tanto compartir con ustedes todas las finezas literario-teológicas de esta narración evangélica, porque son muy bellas y hacen experimentar mucho más el encuentro del Resucitado con sus discípulos. Sin embargo, para ahorrarles el tiempo, me detengo solo en un punto, señalando otros solo de pasada.

Se trata de la presencia de «unas brasas» en la ambientación del episodio, aparentemente casual e insignificante, pero que resulta muy interesante por dos aspectos. Primeramente, porque el evangelista cuenta que después de la pesca milagrosa, «al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan». Se trata, por eso, del fuego con el que Jesús preparaba para sus discípulos el desayuno de pescado asado con pan. En efecto, Él, como es narrado en el evangelio, los invitó explícitamente «Vamos, almorzad» y, probablemente, a los más tímidos, «Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado». A propósito, vemos aquí por la única vez en los evangelios un Jesús cocinero, un Jesús que cocinaba para los suyos. Además, el hecho de que comieran pescado en la mañana, no debe sorprender o escandalizar a ninguno, sobre todo a los que acostumbran un desayuno ligero con café y galletas, porque así se hace todavía en muchas culturas asiáticas (y en otros lugares). El pescado asado (con pan o arroz) es signo de un desayuno solemne y festivo.

¿Se puede ver en el relato alguna alusión a la cena “eucarística”, donde el gesto de Jesús (“toma el pan y se lo da”) es el mismo? Tal vez sí, pero tal vez no (porque las similitudes son demasiado vagas). De todas maneras, la tercera aparición/manifestación del Resucitado tiene en su centro una comida compartida, de comunión, entre Él y sus discípulos íntimos. En esta perspectiva “de comunión”, parece significativo que, aunque Jesús ya había preparado todo lo necesario para la comida (fuego, pescado, pan), todavía pedía a los discípulos que contribuyeran con lo que habían tomado, siguiendo su indicación: «Traed de los peces que acabáis de coger». Aún más, antes Él había pedido a ellos en modo cordial «Muchachos, ¿tenéis pescado?», y como si él dependiera totalmente de su trabajo, para empujarlos a una nueva pesca (de otra manera todos hubieran quedado con el estómago vacío). Los pescadores de Galilea son enviados a participar nuevamente en la comunión de intentos, de acciones, de vida con el Maestro resucitado, para continuar la misión de pescas milagrosas bajo su guía (a distancia) y para compartir después con Él el fruto extraordinario de su fatiga: «En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre» (Jn 14,12). Compartir la comida indica el compartir de la vida y la misión.

Por lo que sigue en el relato, la mención de «unas brasas» parece tener una función más importante, es decir, para la célebre conversación entre Jesús y Simón Pedro «después de comer». Tal expresión curiosamente aparece solo otra vez en el evangelio de Juan, en el episodio de la triple negación de Pedro durante la pasión de Jesús: «Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose» (Jn 18,18). Las dos escenas se evocan mutuamente a través de esta imagen común y exclusiva, un dejà vu, no solo para los lectores atentos del evangelio, sino también para los protagonistas del relato, en primer lugar para Simón Pedro. En el plano literario, para conectar los dos episodios, el “brasero” será el signo más fuerte de la triple pregunta de Jesús a Pedro, para obtener una triple confesión del amor, porque el número tres es simplemente un símbolo convencional de la completitud. En otros términos, no se puede afirmar que, porque Pedro había renegado tres veces, fue interpelado tres veces sobre su amor. La conversación íntima entre Jesús y Pedro después de la comida, no es una especie de pide cuentas (como si Jesús dijera, según la lógica: porque me has negado tres veces, yo debo ahora hacerte confesar otras tantas para emparejar las cuentas). Esta es, en cambio, la ocasión que Jesús ha creado para Pedro, para que pueda profesar de nuevo su amor para con Él, aquel amor “dañado” por su negación junto a un fuego similar de brasas. Esta profesión de amor, que ayuda a hacerse más consciente de eso, será fundamental para la misión particular que el Resucitado dará a Pedro.

2. «¿Me amas más que estos?»

Las tres preguntas de Jesús y las respuestas de Pedro son objeto de muchos comentarios y estudios de profundización desde la antigüedad cristiana. No pretendo exponer todas las posibles explicaciones sobre los matices de las dos palabras para la noción de amar, usadas en las preguntas de Jesús y en las respuestas de Pedro. Subrayo solo la importancia de la primera pregunta de Jesús, que en realidad se sobreentiende en las otras dos, como también la última respuesta de Pedro que parece marcar el culmen de su profesión de amor.

He aquí la primera pregunta de Jesús a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Pedro es llamado solemnemente con nombre y “apellido”, es decir la mención del nombre de su padre. Esta forma evoca el momento solemne cuando Jesús alaba a Pedro después de su profesión de fe en Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,17). Justamente el paralelismo entre las dos situaciones nos hace intuir la importancia del momento y de las mismas palabras de Jesús para Pedro: «¿Me amas más que estos?». En realidad, es algo que Jesús ya pedía a todos sus seguidores en la forma de declaración durante su ministerio público: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37) o más fuertemente en la versión lucana: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26). Un amor de este tipo, exclusivo para Jesús, ahora es dirigido directamente a Pedro y, en el contexto de la narración, se pide amar a Jesús no solo más que todas las otras personas alrededor, sino también sobre todas las cosas que Pedro amaba hasta ahora, incluso su oficio («Me voy a pescar» – dice Pedro al inicio del episodio) y de su misma vida. No es una casualidad, por eso, en la conclusión de la profesión de Pedro, Jesús ha revelado el futuro «la muerte con que iba a dar gloria a Dios», donde la expresión así formulada parece implicar el propio martirio – el testimonio con la vida. Será aquel amor exclusivo por Jesús lo que lo llevará a este fin, a esta “glorificación de Dios”, que no tuvo en precedencia.

Pedro parece haber entendido su falla en el amor solo después que Jesús ha insistido por la tercera vez en preguntar. Si “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13), como Jesús ha declarado, y si Pedro había prometido a Jesús de dar su vida por Él, Pedro ha fallado, no solo en el mantenimiento de su promesa, sino que también en el amor. Por lo tanto, tenemos al final un Pedro “adolorido” (se entristeció), que responde con más humildad, con una formulación diversa de las precedentes, más “cristo-céntrica” y con no tanta seguridad: “Sí, Señor”: «¡Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero!».

Sólo Jesús conoce cuánto amor y qué tan exclusivo tiene un discípulo para Él. Cada discípulo ha sido llamado a reconocer esta verdad para renovar constantemente su amor por Jesús, que ha amado primero a los suyos hasta el fin en la cruz. Esto vale mucho más para Pedro, a quien Jesús quiere confiar la misión de cuidar a sus ovejas, literalmente de apacentarlas, darles de comer y protegerlas de los peligros. Por lo que parece, Pedro ha entendido bien la intención del Maestro, porque escribirá a los otros “pastores” de la Iglesia la exhortación llena de conmoción con respecto al verdadero cuidado del rebaño, confiado según el pensamiento de Jesús, el “Pastor supremo” (leer 1Pe 5,1-4). Además, solo un amor así de humilde, que se apoya sobre el Amor más grande de Jesús, podrá dar fuerza, sabiduría y coraje al discípulo para testimoniar a Cristo, de hablar de aquel amor a todos, no con arrogancia, sino con la humilde firmeza de “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29), como Pedro ha afirmado en el pasaje escuchado hoy del libro de los Hechos de los Apóstoles.

3. «Sígueme» la última llamada del Resucitado

Es significativo que la invitación de Jesús a Pedro resuena solo al final, después de la renovación del amor y de la revelación de la muerte de Pedro. Aún más, si en los evangelios sinópticos este imperativo explícito para Pedro fue hecho en el inicio de la actividad pública de Jesús, en el evangelio de Juan esto se encuentra solo aquí, durante la última manifestación del Cristo resucitado. ¿Qué significa esto?

Desde el punto de vista espiritual, la vocación que Pedro recibió en el pasado, se renueva también después de la resurrección y siempre bajo el signo del amor. En otras palabras, en la comunión con el Cristo resucitado también la vocación de Pedro renace y entra en una nueva dimensión. Ha sido reconfirmada, reforzada, rectificada y todo en vistas a la continuación de la misión cumplida por Cristo. Esta será también la invitación de Cristo resucitado a todos sus discípulos misioneros de hoy para renovar, más aún, para refundar el amor exclusivo para Él. En este domingo, como todos los días de este tiempo pascual, es necesario reentrar verdaderamente en una comunión personal más estrecha con Jesús resucitado para sentir en el corazón otra vez su voz, que llama a todo discípulo por su nombre: “¿Me amas más que estos? Sígueme”.

 

Sugerencias útiles:

PAPA FRANCISCO, Christus vivit, Exhortación apostólica postsinodal a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios:

1. Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!

Misioneros valientes

175. Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida. (…)

176. El valor del testimonio no significa que se deba callar la palabra. ¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar sus palabras? Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a compartir sólo las cosas malas o superficiales. Ustedes sean capaces de ir contracorriente y sepan compartir a Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló. Ojalá puedan sentir en el corazón el mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).

177. «¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El Evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor». Y nos invita a ir sin miedo con el anuncio misionero, allí donde nos encontremos y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del Evangelio. Así es como el Señor se va acercando a todos. Y a ustedes, jóvenes, los quiere como sus instrumentos para derramar luz y esperanza, porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo.