Meditación Misionera para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Año C)

11 octubre 2022

Santa Eduviges, monja; Santa Margarita María Alacoque, virgen (memoria libre)

Comienza la Semana Mundial de las Misiones 2022

Ex 17,8-13;
Sl 120;
2Tim 3,14-4, 2;
Lc 18,1-8

Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO (Meditaciones de Pierre Diarra[1])

Todas las Escrituras están inspiradas en Dios. Nos revelan el verdadero rostro de Dios y del ser humano. Analicemos primero esta hermosa palabra y su significado actual para nosotros. A continuación veremos cómo esta palabra nos remite al salvador Jesús y a nuestro compromiso misional.

Todas las Escrituras están inspiradas en Dios; sirven para enseñar, denunciar el mal, corregir, educar en la justicia. Ayer al igual que ahora, son útiles para conocer a Dios y para mejorar nuestra relación con Él. Puede llevarnos a disputas teológicas del pasado y a explicaciones que no siempre resultan sencillas. Estas son las preguntas que se plantean: ¿cómo se inspiran las Escrituras? ¿Cómo procede Dios para inspirar a los escritores a lo largo de la historia del pueblo elegido, así como después de la muerte y resurrección de Jesús? ¿Cómo lo hace Dios? ¿Cómo influyó en los Profetas y cómo podemos reconocer un escrito religioso como sagrado y normativo? Aunque sea un registro diferente, pensemos en la inspiración artística, con el carácter inesperado, espontáneo, ocasional. Pensemos también en la inspiración dentro del vasto campo de las religiones y los textos sagrados. Observemos simplemente que el Espíritu Santo confiere a los escritores sagrados una fuerza sobrenatural que los impulsa y determina a escribir. El Espíritu Santo los influye, los inspira, los asiste, para que escriban sin error alguno. No es fácil saber exactamente cómo procede Dios pero es comprensible que haya un autor divino y un autor humano, y es la acción de este último lo que explica la originalidad histórica e individual de cada una de las obras sagradas, las diferencias e incluso las diversas concepciones teológicas, con su evolución y articulación.

Para explicar que un mismo libro puede tener varios autores, se apela a la doctrina de la relación entre causa principal y causa instrumental, explicada por Pío XII en la encíclica Divino afflante Spiritu. Dios es el autor principal de las Escrituras, es decir, la causa principal, mientras que el ser humano desempeña el papel de causa instrumental. No obstante, un «instrumento» humano es más que un escriba, pues hay que reconocerle su condición de sujeto inteligente y libre. Dios se expresa a través de ella, pero sigue siendo el autor humano. ¿Acaso no se nos ha dado el Espíritu Santo en abundancia y, concretamente, a nosotros, lo cristianos (Rom 5,5)? La esperanza no engaña ya que el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Por supuesto, no se trata de un dictado en el sentido moderno de la palabra, sino que Dios es el autor de todo el texto sagrado. Para los católicos, la fe de la Iglesia original actúa como base y normas permanentes de la fe a lo largo de los siglos; de ahí que se concluya la «Revelación» con la muerte de los Apóstoles o el fin de la era apostólica, o incluso de la Iglesia original. A través del Magisterio y de la fe de la Iglesia, el pueblo de Dios puede discernir y comprender cada vez más el sentido de las Escrituras, sabiendo que la Iglesia está ligada a esta Palabra como al primer y constitutivo periodo de su historia, plasmado por Dios mismo en Cristo.

La Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras están relacionadas y se comunican estrechamente entre sí. En efecto, ambos, al proceder de una misma fuente divina, forman, por así decirlo, un único conjunto y tienden a un mismo fin, tal y como lo explicó el Concilio Vaticano II en Dei Verbum (n.º 9). Debería vincularse la Tradición, las Escrituras, el pueblo de Dios y el Magisterio, especialmente en la interpretación de las Escrituras, la teología y la vida de la Iglesia en función de los contextos. De este modo, es más fácil entender cómo la Palabra de Dios viaja hasta los confines de la tierra. Comprendemos mejor cómo la Palabra es acogida y glorificada y cómo llena cada vez más el corazón de los seres humanos, en relación con la Eucaristía, los sacramentos y la veneración de la Palabra de Dios. Es el Espíritu Santo quien prepara los corazones y las culturas para acoger la Palabra, a Jesús, a Cristo.

Entonces, como ahora, las Escrituras son útiles para enseñar, denunciar el mal, corregir y educar en la justicia, pero sobre todo para saber quién es Dios y quién es el ser humano. Solo los comprendemos verdaderamente si los vinculamos entre sí. Desde Adán hasta Jesús, ¿qué nos dice la Biblia sobre las personas? ¿Cómo podemos caracterizar a la humanidad, si no es vinculándola al Creador? ¿Acaso el texto inspirado no atestigua sobre todo una esperanza irremisible en la grandeza del ser humano, que hace de la totalidad de los hijos de Dios hermanos unidos por una sed de amor, de justicia y de auténtica comunión, enraizada en Dios, nuestro Padre? La Palabra de Dios es una fuerza divina para la salvación de cada creyente, de cada ser humano. El Verbo de Dios «se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Cristo instauró el reino de Dios en la tierra; con sus actos y palabras, reveló a su Padre y se reveló a sí mismo. También reveló al ser humano, pues es el Ser humano-Dios. Con su muerte, resurrección, ascensión gloriosa y el envío del Espíritu Santo, completó su obra. Desde entonces, atrae a todos los hombres hacia sí (Jn 12,32), pues solamente Él posee las palabras de la vida eterna (Jn 6,68). Se nos invita, siguiendo a los apóstoles y a los numerosos testigos del Resucitado, a predicar el Evangelio, a proponer a nuestros contemporáneos la fe en Jesús, el Cristo y el Señor, para que se unan a la Iglesia y formen con los demás discípulos el cuerpo de Cristo.

Recemos sin cesar para que la Palabra de Dios sea acogida, con el fin de que sirva para denunciar el mal, reparar, educar en la justicia y formar comunidades arraigadas en el amor. Recemos sin cesar como la viuda que, con su insistencia y constancia, empezó a molestar a ese juez que no temía a Dios y no respetaba a los seres humanos. Dios, nuestro Padre, nos escucha y nos atiende. Sin embargo, sigue abierta esta pregunta: ¿encontrará el Hijo del Hombre, cuando venga, la fe en la tierra? Esto depende de nuestro testimonio y de nuestro compromiso misional. También depende de las personas y de su libertad cuando se les anuncia a Jesucristo. También depende de su docilidad para con el Espíritu Santo. Que el Espíritu Santo nos dé fuerza para continuar la misión contra viento y marea. El Señor es nuestro socorro. Él nos librará de todo mal. Está al lado de cada uno de nosotros. Él nos da vida y fuerza; recemos para que aumente la fuerza de nuestro testimonio. Él nos protegerá, tanto cuando partamos para la misión como cuando regresemos. Él vela por nosotros ahora y siempre. Recemos para que el Señor envíe obreros a su mies y para que nuestro compromiso misional, en la Iglesia, dé sus frutos. Que avancen en el mundo el amor y la justicia, la paz y la esperanza.

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 20 de octubre de 2013

«Clamar día y noche» a Dios. Nos impresiona esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿por qué Dios quiere esto? ¿No conoce Él ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene «insistir» con Dios?

Esta es una buena pregunta, que nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a orar con insistencia no porque no sabe lo que necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo sobre nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él a nuestro lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia, también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia —como Moisés, que debía tener los brazos levantados para que su pueblo pudiera vencer (cf. Ex 17, 8-13). Es así: hay una lucha que conducir cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe. Por ello Jesús nos asegura la victoria, pero al final se pregunta: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Si se apaga la fe, se apaga la oración, y nosotros caminamos en la oscuridad, nos extraviamos en el camino de la vida.

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 20 de octubre de 2019

Para vivir plenamente la misión hay una condición indispensable: la oración, una oración ferviente e incesante, según la enseñanza de Jesús que se proclama también en el Evangelio de hoy, en el que cuenta una parábola sobre el hecho de que es «preciso orar siempre sin desfallecer» (Lucas 18, 1). La oración es el primer sustento del pueblo de Dios a los misioneros, pues ésta es rica en afecto y gratitud por su difícil tarea de anunciar y dar la luz y la gracia del Evangelio a los que aún no lo han recibido. Hoy es una buena ocasión para preguntarnos: ¿rezo por los misioneros? ¿Rezo por aquellos que van lejos para llevar la Palabra de Dios con su testimonio? Pensemos en ello.

Benedicto XVI, Concelebración Eucarística, Homilía, Plaza del Plebiscito (Nápoles), Domingo, 21 de octubre de 2007

La fe es la fuerza que en silencio, sin hacer ruido, cambia el mundo y lo transforma en el reino de Dios, y la oración es expresión de la fe. Cuando la fe se colma de amor a Dios, reconocido como Padre bueno y justo, la oración se hace perseverante, insistente; se convierte en un gemido del espíritu, un grito del alma que penetra en el corazón de Dios. De este modo, la oración se convierte en la mayor fuerza de transformación del mundo.

Ante realidades sociales difíciles y complejas, […], es preciso reforzar la esperanza, que se funda en la fe y se expresa en una oración incansable. La oración es la que mantiene encendida la llama de la fe. Como hemos escuchado, al final del evangelio, Jesús pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 8). Es una pregunta que nos hace pensar. ¿Cuál será nuestra respuesta a este inquietante interrogante? Hoy queremos repetir juntos con humilde valentía: Señor, tu venida a nosotros en esta celebración dominical nos encuentra reunidos con la lámpara de la fe encendida. Creemos y confiamos en ti. Aumenta nuestra fe.

 

 

 

[1] Ofrecemos para este domingo la meditación del profesor Pierre Diarra de PUM Francia, aprovechando para agradecerle de nuevo este texto. Ha redactado, a petición nuestra, los comentarios litúrgicos de todos los días del mes misionero de octubre de 2022, enviados por correo electrónico a los directores nacionales de las OMP a principios de año para su uso en la animación misionera.