Meditación Misionera para el XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Año C)

25 octubre 2022

San Marciano de Siracusa, obispo y mártir; Beata Bienvenida Boiani, virgen

Sab 11,22-12,2;
Sal 144;
2Tes 1,11-2,2;
Lc 19,1-10

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO (Meditaciones de Pierre Diarra[1])

¿A quién debemos escuchar y qué debemos oír? ¿A los que recriminan y parecen vigilar lo que hacen los demás? ¿A los que intentan convertirse, como Zaqueo, sea cual sea su situación? ¿Se dirige Jesús a todos cuando invita a la conversión?

¿Qué dicen los que recriminan, que son numerosos según el evangelista? Se trata de «todos» o, al menos, de la mayoría: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». ¿Qué debemos entender y sobrentender? La «gente que se comporta bien» o «la gente buena» no va a casa de cualquiera. Si una persona parece tener un buen comportamiento, no debe relacionarse con personas de comportamiento dudoso. Se piensa que no debe dejarse influir para actuar mal. Pero, ¿debemos hacer distinciones separando a los buenos por un lado y a los malos por otro? ¿Cómo se puede vivir la misión cristiana si las personas que llevan el Evangelio están alejadas de las personas que necesitan el perdón del Señor? Además, las personas que están bien consideradas por quienes las rodean, que se esfuerzan por actuar bien, por amar a Dios y al prójimo, pueden cometer errores, carecer de amor y, por tanto, necesitar el perdón del Señor.

Escuchemos lo que Zaqueo le dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Zaqueo, cuyo nombre significa «el justo», es un buen ejemplo de arrepentimiento liberador y gozoso. Al confesar sus faltas y mostrar un firme deseo de reparación, confiesa el amor a Dios. Quiere reconocer ante el Señor y ante las personas que están a su lado que es un pecador y que necesita la salvación. Parece afirmar que el perdón nos lo da el Señor Jesús, ante quien reconoce que ha hecho daño a la gente. Quiere devolver cuatro veces más, como si quisiera compartir los beneficios de sus ganancias injustamente adquiridas. Podría decirse: con todo lo que ha robado, puede hacerlo; pero no es tan sencillo; hace falta valor para ser justo e incluso ir más allá. Con ello, Zaqueo quiere mostrar no solamente que hay que optar por la justicia, sino también intentar ir más lejos, es decir, tomar la senda de un amor que no tiene límites. Nos orientamos hacia el amor a Dios, que es el más fuerte y que nos empuja a ir cada vez más lejos en los actos de amor que realizamos.

Confesar el amor a Dios es proclamar en voz alta, con cierta exultación, que Dios ha llegado a mí, al pobre pecador que soy. ¿No es el nombre de mi Dios Jesús, que significa «Dios salva»? Este Dios no vino por los justos sino por los pecadores. Confesar el amor de un Dios que actúa en mi vida es confesar el futuro que Dios abre para mí, con mis hermanos y hermanas. Es un Dios cuya misericordia llega a mí, así como a todos los seres humanos, a todos los que reconocen sus faltas y piden sinceramente perdón. Confieso que soy pecador, pero sobre todo confieso que Dios es Amor, Misericordia; reconozco que el perdón me ha alcanzado y que Dios se preocupa por mi salvación, por mi futuro. No me limito a decir «he hecho esto, he hecho lo otro y es malo...», especialmente cuando me presento ante el sacerdote para el sacramento de la reconciliación; también digo: Dios me ama, me llama a vivir esto, aquello. Aquí es donde estoy y así es como quiero avanzar. Soy consciente del amor de Dios, consciente de un Dios que perdona. Me encuentro con un Dios que me ama; todavía no he llegado en mi camino hacia la santidad, hacia este Dios tres veces santo. Pero puedo seguir adelante; no he dicho mi última palabra y Dios tampoco. Sé que su amor y su perdón me alcanzan en mi camino de hombre o mujer. Jesús está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Mt 28,20), aunque sea rechazado o acogido, en agonía o «recrucificado» (Heb 6,6), sin dejar nunca de estar resucitado y de estar-con-nosotros de diversas maneras (véase Michel Fédou, Jésus Christ au fil des siècles, París, Cerf, 2019, p. 491)

Reconocer mi pecado y pedir perdón a Dios es una expresión de asumir la responsabilidad de mi historia en relación con la salvación en Jesucristo. Pedir perdón no es un ajuste de cuentas. Se trata de decir con confianza: Ay, Señor, tú me amas; perdóname por lo que he hecho y abre para mí un futuro que me permita caminar contigo, en la esperanza, en el amor. La confesión de mi pecado es también una confesión de mi fe que puede tomar la forma de un credo, de un canto, de una acción de gracias... La confesión de mi pecado me ayuda a sentirme amado, perdonado, animado a seguir esforzándome por amar mejor, por creer mejor y por esperar con confianza. Puesto que Dios nos ama, a cada uno de nosotros de forma única, cada uno debe por tanto sentirse a gusto consigo mismo, con sus limitaciones, sus defectos e incluso sus faltas. No debemos desanimarnos en la búsqueda de la verdadera sed de verdad y amor. El perdón nos arraiga en esta búsqueda y nos anima a perdonar a nuestra vez: perdona nuestras ofensas y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal.

Escuchad lo que Jesús dice sobre Zaqueo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». Siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo, recemos para que nuestro Dios nos encuentre dignos de la llamada que nos ha hecho a cada uno de nosotros. Recemos para que, con su poder, permita a todos realizar el bien que cada uno desea, para que se active la fe.

Con el salmista, tomemos conciencia de la bondad y misericordia de nuestro Dios. Porque el Señor sostiene a todos los que caen y levanta a todos los que están abrumados. Con los ojos puestos en Él, todos estamos invitados a la esperanza. Él nos da la vida, el mundo, la inteligencia y la comida en todo momento. Él sacia de bondad a todos los seres vivos. El Señor es justo en todos sus caminos, fiel en todo lo que hace. Está cerca de quienes lo invocan, de todos los que lo invocan desde la verdad. Responde al deseo de quienes lo temen; escucha su clamor: los salva. Señor, que tu amor esté con nosotros, al igual que nuestra esperanza está puesta en ti. ¡Atrevámonos a bendecir el nombre del Señor, siempre y para siempre! Atrevámonos a alabar su nombre siempre y para siempre. Solamente Él merece ser alabado, porque su grandeza y su amor no tienen límites. Atrevámonos a alabar sus obras y su misericordia y a proclamar sus hazañas. Que esto nos mantenga en el camino correcto, el camino de la santidad, por más esfuerzo que requiera. Repitamos la historia de sus maravillas, de su perdón, y que todo nuestro ser sepa darle gracias.

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 3 de noviembre de 2019

El Evangelio de hoy (cf. Lucas 19, 1-10) nos sitúa en el camino de Jesús que, dirigiéndose a Jerusalén, se detuvo en Jericó. Había una gran multitud para darle la bienvenida, incluyendo a un hombre llamado Zaqueo, jefe de los “publicanos”; es decir, de los judíos que recaudaban impuestos en nombre del Imperio Romano. […].Cuando Jesús se acerca, alza la mirada y lo ve (cf. v. 5).

Y esto es importante: la primera mirada no es la de Zaqueo, sino la de Jesús, que entre los muchos rostros que lo rodeaban ―la multitud― busca precisamente el de Zaqueo. La mirada misericordiosa del Señor nos alcanza antes de que nosotros mismos nos demos cuenta de que necesitamos que Él nos salve. Y con esta mirada del divino Maestro comienza el milagro de la conversión del pecador. De hecho, Jesús lo llama, y lo llama por su nombre […].No lo reprocha, no le echa un “sermón”; le dice que tiene que alojarse en su casa: “tiene que”, porque es la voluntad del Padre. […]

La acogida y la atención de Jesús hacia él lo condujo a un claro cambio de mentalidad: en un momento se dio cuenta de lo mezquina que es una vida esclava del dinero, a costa de robar a los demás y recibir su desprecio. Tener al Señor allí, en su casa, le hace ver todo con otros ojos, incluso con un poco de la ternura con la que Jesús lo miraba. Y su manera de ver y de usar el dinero también cambia: el gesto de arrebatar es reemplazado por el de dar. […] Zaqueo descubre de Jesús que es posible amar gratuitamente: hasta entonces era tacaño, y ahora se vuelve generoso; le gustaba acopiar, y ahora se regocija en el compartir. Encontrándose con el Amor, descubriendo que es amado a pesar de sus pecados, se vuelve capaz de amar a los demás, haciendo del dinero un signo de solidaridad y de comunión.

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 30 de octubre de 2016

Jesús, guiado por la misericordia, lo buscaba precisamente a él. Y cuando entra en la casa de Zaqueo dice: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (vv. 9-10). La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios. ¡Y esto es importante! Debemos aprenderlo. La mirada de Jesús […] mira a la persona con los ojos de Dios, que no se queda en el mal pasado, sino que vislumbra el bien futuro. Jesús no se resigna ante las cerrazones, sino que abre siempre, siempre abre nuevos espacios de vida; no se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Y aquí miró el corazón herido de este hombre: herido por el pecado de la codicia, de muchas cosas malas que había hecho este Zaqueo. […]

A veces nosotros buscamos corregir o convertir a un pecador riñendo, reprochando sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo nos indica otro camino: el de mostrar a quien se equivoca su valor, ese valor que Dios sigue viendo a pesar de todo, a pesar de todos sus errores. Esto puede provocar una sorpresa positiva, que causa ternura en el corazón e impulsa a la persona a sacar hacia fuera todo lo bueno que tiene en sí mismo. El gesto de dar confianza a las personas es lo que las hace crecer y cambiar. Así se comporta Dios con todos nosotros: no lo detiene nuestro pecado, sino que lo supera con el amor y nos hace sentir la nostalgia del bien. Todos hemos sentido esta nostalgia del bien después de haber cometido un error. Y así lo hace nuestro Padre Dios, así lo hace Jesús. No existe una persona que no tenga algo bueno. Y esto es lo que mira Dios para sacarla del mal.

Benedicto XVI, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 31 de octubre de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelista san Lucas presta una atención particular al tema de la misericordia de Jesús. De hecho, en su narración encontramos algunos episodios que ponen de relieve el amor misericordioso de Dios y de Cristo, el cual afirma que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (cf. Lc 5, 32). Entre los relatos típicos de san Lucas se encuentra el de la conversión de Zaqueo, que se lee en la liturgia de este domingo. […]

Dios no excluye a nadie, ni a pobres y ni a ricos. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios humanos, sino que ve en cada uno un alma que es preciso salvar, y le atraen especialmente aquellas almas a las que se considera perdidas y que así lo piensan ellas mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, demostró esta inmensa misericordia, que no quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescatarse, de volver a comenzar, de convertirse. En otro pasaje del Evangelio Jesús afirma que es muy difícil para un rico entrar en el reino de los cielos (cf. Mt 19, 23). En el caso de Zaqueo vemos precisamente que lo que parece imposible se realiza: «Él —comenta san Jerónimo— entregó su riqueza e inmediatamente la sustituyó con la riqueza del reino de los cielos» (Homilía sobre el Salmo 83, 3). Y san Máximo de Turín añade: «Para los necios, las riquezas son un alimento para la deshonestidad; sin embargo, para los sabios son una ayuda para la virtud; a estos se les ofrece una oportunidad para la salvación; a aquellos se les provoca un tropiezo que los arruina» (Sermones, 95).

Queridos amigos, Zaqueo acogió a Jesús y se convirtió, porque Jesús lo había acogido antes a él. No lo había condenado, sino que había respondido a su deseo de salvación. Pidamos a la Virgen María, modelo perfecto de comunión con Jesús, que también nosotros experimentemos la alegría de recibir la visita del Hijo de Dios, de quedar renovados por su amor y transmitir a los demás su misericordia.

 

 

[1] Ofrecemos para este domingo la meditación del profesor Pierre Diarra de PUM Francia, aprovechando para agradecerle de nuevo este texto. Ha redactado, a petición nuestra, los comentarios litúrgicos de todos los días del mes misionero de octubre de 2022, enviados por correo electrónico a los directores nacionales de las OMP a principios de año para su uso en la animación misionera.