Meditación Misionera para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Año C)
DOMUND - Jornada Mundial de las Misiones 2022
Eclo 35,12-14.16-19a;
Sal 33;
2Tim 4,6-8.16-18;
Lc 18,9-14
El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó
Del MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2022
«Para que sean mis testigos» (Hch 1,8)
Queridos hermanos y hermanas:
Estas palabras pertenecen al último diálogo que Jesús resucitado tuvo con sus discípulos antes de ascender al cielo, como se describe en los Hechos de los Apóstoles: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (1,8). […]
1. «Para que sean mis testigos» – La llamada de todos los cristianos a dar testimonio de Cristo
[…] Jesús los [los discípulos] envía al mundo no sólo para realizar la misión, sino también y sobre todo para vivir la misión que se les confía; no sólo para dar testimonio, sino también y sobre todo para ser sus testigos […] tienen el altísimo honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles. […]
En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda comunidad para ser misionera. […]
2. «Hasta los confines de la tierra» – La actualidad perenne de una misión de evangelización universal
[…] Aquí surge evidente el carácter universal de la misión de los discípulos. […]
La indicación “hasta los confines de la tierra” deberá interrogar a los discípulos de Jesús de todo tiempo y los debe impulsar a ir siempre más allá de los lugares habituales para dar testimonio de Él. A pesar de todas las facilidades que el progreso de la modernidad ha hecho posible, existen todavía hoy zonas geográficas donde los misioneros, testigos de Cristo, no han llegado con la Buena Noticia de su amor. Por otra parte, ninguna realidad humana es extraña a la atención de los discípulos de Cristo en su misión. La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y situaciones humanas “límites”, para dar testimonio de Cristo y de su amor a todos los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y condición social. […]
3. «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza» – Dejarse fortalecer y guiar por el Espíritu
Cristo resucitado, al anunciar a los discípulos la misión de ser sus testigos, les prometió también la gracia para una responsabilidad tan grande: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza para que sean mis testigos» (Hch 1,8). […] El Espíritu Santo los fortaleció, les dio valentía y sabiduría para testimoniar a Cristo delante de todos. […]
Por eso todo discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados, desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que —quiero decirlo una vez más— tiene un papel fundamental en la vida misionera, para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás. […] El Espíritu es el verdadero protagonista de la misión, es Él quien da la palabra justa, en el momento preciso y en el modo apropiado. […]
También queremos leer a la luz de la acción del Espíritu Santo los aniversarios misioneros de este año 2022. La institución de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, en 1622, estuvo motivada por el deseo de promover el mandato misionero en nuevos territorios. […]
El mismo Espíritu que guía la Iglesia universal, inspira también a hombres y mujeres sencillos para misiones extraordinarias. Y fue así como una joven francesa, Paulina Jaricot, fundó hace exactamente 200 años la Obra de la Propagación de la Fe; su beatificación se celebra en este año jubilar. Aun en condiciones precarias, ella acogió la inspiración de Dios para poner en movimiento una red de oración y colecta para los misioneros, de modo que los fieles pudieran participar activamente en la misión “hasta los confines de la tierra”. […]
En este contexto recuerdo además al obispo francés Charles de Forbin-Janson, que comenzó la Obra de la Santa Infancia para promover la misión entre los niños con el lema “Los niños evangelizan a los niños, los niños rezan por los niños, los niños ayudan a los niños de todo el mundo”; así como a la señora Jeanne Bigard, que dio vida a la Obra de San Pedro Apóstol para el sostenimiento de los seminaristas y de los sacerdotes en tierra de misión. Estas tres obras misionales fueron reconocidas como “pontificias” precisamente cien años atrás. Y fue también bajo la inspiración y guía del Espíritu Santo que el beato Pablo Manna, nacido hace 150 años, fundó la actual Pontificia Unión Misional para animar y sensibilizar hacia la misión a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todo el Pueblo de Dios. El mismo Pablo VI formó parte de esta última Obra y confirmó el reconocimiento pontificio. Menciono estas cuatro Obras Misionales Pontificias por sus grandes méritos históricos y también para invitarlos a alegrarse con ellas en este año especial por las actividades que llevan adelante para sostener la misión evangelizadora de la Iglesia universal y de las Iglesias locales. Espero que las Iglesias locales puedan encontrar en estas Obras un sólido instrumento para alimentar el espíritu misionero en el Pueblo de Dios. […]
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO (Meditaciones de Pierre Diarra[1])
En nuestra meditación, un poco más larga de lo habitual, no podemos olvidar el tema de la Semana Mundial de las Misiones, a saber: seréis mis testigos (He 1,8). ¿A qué está llamado el cristiano sino a ser un testigo creíble de Jesucristo? Se nos remite a los Hechos de los Apóstoles y a la vida misionera de los primeros cristianos. De hecho, Jesús dijo a sus discípulos: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta el confín de la tierra» (He 1,7-8). Antes de aclarar lo debemos entender por ser testigos, recordemos que el papa Francisco escribió que los Hechos de los Apóstoles es el libro que siempre tienen a mano los discípulos misioneros. Es el libro que cuenta cómo debe extenderse la fragancia del Evangelio en el camino del discípulo misionero y suscitar una alegría que solamente puede dar el Espíritu Santo.
¿Qué significa ser testigo? ¿Dar testimonio de qué, de quién, a quién y cómo? Dar testimonio de lo que hemos visto y oído, es decir, de Jesús, crucificado y resucitado. Debe hacerse inmediatamente la conexión entre testigos y mártires. El testigo, al igual que el mártir pues estas dos palabras tienen la misma raíz, es el que, habiendo estado presente en un acontecimiento, puede decir lo que ha visto y oído, durante un juicio por ejemplo. Mencionemos simplemente que puede tratarse de un objeto que sirve de testigo, de signo, es decir, una estela considerada como testigo histórico de un tratado de alianza. Cuando decimos que hay que testificar o dar testimonio en favor de alguien, es algo cargado de significado. Podemos considerar las dos Tablas de la Ley como un fuerte signo de la Alianza entre Israel y su Dios. Pero también podríamos hablar del testimonio entre la familia y los amigos, de una carta y, por supuesto, de que Dios llama a hombres y mujeres a dar testimonio de Él. En cuanto a nosotros, los cristianos, estamos invitados a dar testimonio de lo que hemos visto y oído, es decir, de Cristo, pero más concretamente de la vida de Jesús, de sus milagros, de su enseñanza, de su atención a los pecadores, a los pobres y a los pequeños, pero sobre todo de su muerte y resurrección, expresión del Amor de la Trinidad. Nosotros no estábamos allí cuando Jesús se levantó de la tumba, victorioso sobre la muerte, pero los testigos que lo vieron después de su resurrección son creíbles y su testimonio ha llegado hasta nosotros. Muchos murieron como mártires, dando testimonio de Él: les fue imposible permanecer en silencio; prefirieron sufrir el martirio a no dar testimonio de Él.
Cada uno de nosotros ha experimentado un encuentro de fe con el Señor resucitado. Las Sagradas Escrituras lo atestiguan; la vida y los martirios de los primeros cristianos lo atestiguan; la historia de la Iglesia lo atestigua; y hoy Jesús puede ser presentado por cada uno de nosotros como el testigo fiel, el que dio testimonio del amor de su Padre, revelado como nuestro Padre. Los primeros dirigentes de la Iglesia, el papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, pueden dar testimonio de Cristo e incluso dedicar toda su vida a anunciarlo y a certificar que es el único Salvador del mundo y que debe ser anunciado en todo el mundo como el único Salvador. Él, el testigo fiel, se ha revelado a cada uno de nosotros y nos envía a dar testimonio de su amor, paz y justicia. Nos manda a trabajar, con Él y en el Espíritu Santo, para que venga el Reino. Siguiendo a los Doce y a los numerosos misioneros, nos envía como bautizados, sea cual sea nuestra responsabilidad eclesial, a dar testimonio del amor de Dios manifestado en toda la vida de Jesús, su muerte en la cruz, su resurrección, el envío del Espíritu Santo, la vida de las primeras comunidades cristianas, la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos, etc., sin olvidar a los numerosos misioneros y mártires.
En primer lugar, se nos invita a percibir mejor que el Espíritu Santo es el verdadero iniciador de la misión apostólica, como lo fue de la propia misión de Jesús (Lc 4,1). Es guiado por el Espíritu Santo al que recibió en el bautismo. Comunicado y difundido por Jesús (He 2,33), el Espíritu Santo se recibe en relación con el bautismo en el nombre de Jesús (He 1,5). Se da principalmente con vistas a predicar y dar testimonio (He 4,8,31; 5,32; 6,10). Interviene actuando sobre la conducta de los apóstoles, como puede leerse en los Hechos de los Apóstoles (He 8,15,17; 10,19,44-47; 11,12,15; 15,8). Se nos invita entonces a percibir que el testimonio dado a Cristo es sobre todo un testimonio de la Resurrección (He 1,22). En los Hechos de los Apóstoles, los testigos son sobre todo los Doce (He 1,22; 10,41), pero también se llama testigos a otros, en sentidos un poco diferentes y diversos (13,31; 22,20). Hoy todos somos testigos de Cristo resucitado. Por último, se nos pide que ampliemos el espacio para el testimonio apostólico. Ya no es solamente un testimonio de Jerusalén a Roma, de los judíos a los gentiles, como muestra el plan de los Hechos de los Apóstoles, sino en todas partes y en todos los sectores de la vida de los hombres y mujeres de hoy en día. Dios interviene hoy poderosamente para hacer avanzar esta historia enviando el Espíritu Santo (2,1-13; 10,44; 19,6) y suscitando a testigos de la Resurrección, dispuestos a morir para dar testimonio de Cristo.
Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles, aboga por la integración del cristianismo en la sociedad romana. Se anima a los cristianos a vivir su fe en un entorno sociocultural en el que está en juego el futuro de su religión, el Imperio Romano. Lucas está convencido de que el acceso al Dios universal se verá facilitado por la universalidad del imperio. Para Lucas, el Verbo se hizo carne en un destino humano que hay que describir. Como teólogo, señala que la historia es el lugar donde se revela Dios. La historia, escrita por él, se convierte en un kerigma, y el kerigma se convierte en una parte de la historia. Lucas quiso ser el historiador de Dios y cuenta una historia en la que el lector percibe tensiones y desplazamientos, caminos de conversión y de testimonio. Nos invita a dar testimonio de Cristo muerto y resucitado, a vivir de dicho testimonio para anunciarlo mejor y hacer que la gente quiera creer en Él y formar parte de la Iglesia. Dios, el Dios revelado en Jesucristo, es el Dios de todo y de todos. La extensión de la salvación al género humano es tanto una obra divina, a la que contribuye poderosamente el Espíritu Santo, como el resultado de los trabajos y sufrimientos de los enviados. La acción divina y el esfuerzo humano se han conjugado para dar lugar a una Iglesia que reúne a hombres y mujeres de toda condición (He 14,27). El programa misionero construido por el Resucitado, partiendo de Jerusalén y llegando a Roma, quizá siga inconcluso. Por lo tanto, debemos seguirlo, no en el mundo de la historia, sino en el mundo del lector: este es el horizonte, nunca alcanzado, de la Iglesia, una promesa de universalidad que sobrevuela el cristianismo.
El Espíritu Santo es un poder; capacita a los discípulos para ser testigos del Resucitado, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra y en cualquier contexto. El Espíritu Santo es un poder de testimonio; capacita a cada bautizado para dar testimonio de la salvación que ha recibido, como afirma Pedro: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (He 2,38; 1 Cor 12,1-3,9). El Espíritu Santo permite que el mismo Evangelio sea entendido en la pluralidad de lenguas y pueblos. Todo ser humano está invitado a abrirse a una relación común con el Evangelio en la irreductible diversidad de las culturas. Dios nos llama a todos, a los que están cerca y a los que están lejos (He 2,39), porque no hay salvación sino en Jesucristo (He 4,12). Se nos invita a compartir la Palabra y la santa comida, fuente de vida y comunión, que no puede ser ocasión de muerte (He 12,6; 16,25).
Es importante ser conscientes de la urgencia de dar testimonio a nuestros contemporáneos. ¿Cómo podemos convencer en 2022 a todos los bautizados para que sean testigos de Cristo y apoyen las OMP, a fin de dar a la Iglesia universal los medios para su misión? ¿Cómo podemos ayudarlos a seguir los pasos de Paulina, con la mirada puesta en María y en su hijo, el Señor Jesús? ¿Cómo podemos fomentar la generosidad de los cristianos para que nuestras Iglesias locales tengan los medios para seguir dando testimonio de Cristo? El final triunfalista de los Hechos de los Apóstoles no es el triunfo de un hombre, ya que Pablo está preso, sino el triunfo de la Palabra cuya expansión nada puede impedir. La victoria de la Palabra de Dios se refiere a Pablo, que permanece como misionero en Roma hasta el final. Se nos invita a vivir una comunión fraternal más allá de todas las fronteras y a permanecer abiertos a todos.
La oración es el eje de los textos que se nos proponen hoy, Jornada Mundial de las Misiones; es el eje de la misión cristiana. Si tenéis la posibilidad de volver a leer estos textos en los próximos días, sin duda vale la pena, aunque esta meditación sea ya larga. El Señor no desprecia nuestras oraciones, ni las del huérfano o la viuda; el Señor escucha a todo el mundo. Se nos aconseja dar al Altísimo según nuestros recursos y según lo que Él da, sin ser exigentes. Dicho de otro modo: ya que el Señor es generoso con nosotros, demos generosamente y con alegría. Dios ama a quien da con alegría (2Cor 9,7; Pr 22,8). La sabiduría bíblica nos dice que el Señor es el que devuelve; nos devolverá siete veces lo que hemos dado. Esto demuestra que el Señor no está en la lógica de dar y recibir, da mucho más; de ahí esta precisión que se nos da y que debemos tomarnos en serio. Se nos invita a amar de verdad, optando por un diálogo filial con Dios nuestro Padre, por una gratuidad fraternal en el corazón del diálogo de la salvación (Pierre Diarra, Gratuité fraternelle au cœur du dialogue, París, Karthala, 2021): «No intentes influir en Él con regalos; no los aceptará». El Señor es bueno, así que no hay necesidad de tratar de influir en él o sobornarlo. Él no discrimina a los pobres; escucha la oración de los oprimidos. De hecho, no desfavorece a nadie.
Lo que el Señor nos pide es que confiemos en Él; la oración es una expresión de esta confianza. Lo sabemos y tal vez lo hayamos experimentado: en cuanto un pobre clama, el Señor lo escucha; lo salva de todas sus angustias. El Señor está ahí para liberar a quienes lo temen. Pero esto no significa que no se interese por la salvación de los demás, menos piadosos, menos religiosos o incluso incrédulos. Con el salmista, podemos invitar a nuestros contemporáneos diciendo: Probad y ved: ¡el Señor es bueno! ¡Dichosos los que se refugian en Él! Seáis quienes seáis, adorad al Señor: a quien lo teme no ha de faltarle nada. A quien busca al Señor no le faltará bien alguno. Con el Señor Jesús, lo tenemos todo. Sí, todos debemos dar gracias al Señor, porque es bueno y no se olvida de ninguno de sus hijos. Se nos invita a ir lo más lejos posible en nuestra generosidad, en nuestro amor a Dios y en nuestro amor al prójimo. No debemos entrar o permanecer en una lógica en la que siempre estamos midiendo lo que damos y lo que recibimos a cambio o como intercambio. En efecto, tal y como explica el papa Francisco en Fratelli tutti (Todos hermanos, nº 140), Dios, a diferencia de esto, da gratuitamente hasta ayudar incluso a los que no son fieles, y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45).
Por eso es importante reflexionar sobre la fuerza de nuestro testimonio, así como sobre la actitud del fariseo y la del publicano, una página del Evangelio que conocemos bien. Escuchemos lo que dice el fariseo que estaba de pie y rezaba en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano». A veces olvidamos que los fariseos eran creyentes que se esforzaban por hacer todo lo que prescribía la Ley de Moisés. A menudo tenían éxito y a veces se jactaban de ello, hasta el punto de querer justificarse ante Dios, diciendo: «Hago esto y esto y lo otro». «No soy esto ni esto; no soy como aquel publicano». El publicano reconoce humildemente su pecado. De hecho, se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Y Jesús declara: «Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel, no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido».
Sugerencias útiles:
Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 23 de octubre de 2016
¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo de valor! valor para reforzar los pasos titubeantes, de retomar el gusto de gastarse por el Evangelio, de retomar la confianza en la fuerza que la misión trae consigo. Es tiempo de valor, aunque tener valor no significa tener garantía de éxito. Se nos ha pedido valor para luchar, no necesariamente para vencer; para anunciar, no necesariamente para convertir. Se nos pide valor para ser alternativos al mundo, pero sin volvernos polémicos o agresivos jamás. Se nos pide valor para abrirnos a todos, pero sin disminuir lo absoluto y único de Cristo, único salvador de todos. Se nos pide valor para resistir a la incredulidad sin volvernos arrogantes. Se nos pide también el valor del publicano del Evangelio de hoy, que con humildad no se atrevía ni si quiera a levantar los ojos hacia el cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «oh Dios, ten piedad de mí pecador». ¡Hoy es tiempo de valor! ¡Hoy se necesita valor!
Que la Virgen María, modelo de la Iglesia «en salida» y dócil ante el Espíritu Santo, nos ayude a todos a ser, en virtud de nuestro bautismo, discípulos misioneros para llevar el mensaje de la salvación a la entera familia humana.
Papa Francisco, Homilía «Con el “corazón desnudo”», Plaza de San Pedro, Sábado, 21 de marzo de 2020
En el Evangelio (cf. Lc 18,9-14) […] el Señor nos enseña cómo rezar, cómo acercarnos, cómo debemos acercarnos al Señor: con humildad. Hay una hermosa imagen en el himno litúrgico de la fiesta de san Juan Bautista. Dice que el pueblo iba al Jordán para recibir el bautismo, “alma y pies desnudos”: rezar con el alma desnuda, sin maquillaje, sin disfrazarse con sus propias virtudes. Él, […] perdona todos los pecados, pero necesita que le muestre mis pecados, con mi desnudez. Rezar así, desnudos, con el corazón desnudo, sin tapujos, […], cara a cara, el alma desnuda. […]. En cambio, cuando vamos al Señor un poco demasiado seguros de nosotros mismos, caemos en la presunción de este [fariseo] o del hijo mayor o de ese hombre rico a quien no le faltaba nada. Tendremos nuestra confianza en otra parte. “Yo voy al encuentro del Señor..., quiero ir allí, para ser educado... y le hablo de tú, prácticamente...”. Este no es el camino. El camino es rebajarse. Rebajarse. El camino es la realidad. Y el único hombre aquí, en esta parábola, que entendió la realidad, fue el publicano: “Tú eres Dios y yo soy un pecador”. Esa es la realidad. Pero digo que soy un pecador no con la boca: con el corazón.
[1] Ofrecemos para este domingo la meditación del profesor Pierre Diarra de PUM Francia, aprovechando para agradecerle de nuevo este texto. Ha redactado, a petición nuestra, los comentarios litúrgicos de todos los días del mes misionero de octubre de 2022, enviados por correo electrónico a los directores nacionales de las OMP a principios de año para su uso en la animación misionera.