Meditación Misionera para el XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Año C)

30 septiembre 2022

Santos Ángeles Custodios; Beato Antonio Chevrier, sacerdote

Hab 1, 2-3;
2, 2-4;
Sal 94;
2Tim 1,6-8.13-14;
Lc 17,5-10

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»

COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO

Tres lecciones para incrementar la fe

Las palabras de Jesús hoy parecen ser una serie de enseñanzas sobre temas poco relacionados entre sí. Sin embargo, si reflexionamos más detenidamente al leer el Evangelio junto con las lecturas bíblicas que lo preceden, estas palabras del Señor en realidad se revelan como indicaciones valiosas para la vida de fe de cada uno de sus discípulos. De ellas se pueden extraer al menos tres sugerencias prácticas fundamentales como respuesta a la legítima petición de los apóstoles, cuya voz expresa el profundo deseo de cualquier creyente consciente de su propia debilidad e incapacidad: «[Señor] Auméntanos la fe». Este tema de la fe es particularmente significativo y actual precisamente al comienzo de este mes misionero en el que rezamos y recordamos, de manera especial, la vocación de todo bautizado en su misión de compartir la fe cristiana con los demás.

1. Primera lección: reconocer el estado imperfecto de la propia fe

La petición de los apóstoles mencionada en el Evangelio es comprensible y loable. Muestra, por un lado, la conciencia de una fe todavía débil y, por otro, la humildad y la buena voluntad de los peticionarios al implorar la ayuda del Señor. Reconocer el estado imperfecto de la propia fe y rezar a Dios para que la haga crecer de forma constante es en sí mismo, el comienzo del crecimiento en la fe. A este respecto, hay que recordar que, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica «la fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.» (nr. 176). Dicha fe que es «un acto humano, consciente y libre», es también y sobre todo «un don sobrenatural de Dios»; por ello, «para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo» (nr.179-180). Por lo tanto, con mayor razón se necesitará la ayuda divina para el crecimiento de la fe.

Sin embargo, la respuesta de Jesús en el Evangelio parece extraña, completamente fuera de lugar, o al menos poco satisfactoria. No responde ni sí ni no a la petición, no explica qué y cómo hará para aumentar la fe de los discípulos. Simplemente ilustra lo que podría hacer una fe tan grande como un grano de mostaza que es muy pequeño comparado con los demás granos. En realidad es un mensaje indirecto a la petición de los apóstoles. Este efecto de “gran” fe se convierte en la medida de cualquier fe que tengamos. La fe auténtica obra milagros, como los expresa Jesús en la parábola también de forma hiperbólica: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería». Utilizando un juego de palabras, la fe con la que el hombre se une a Dios en obediencia a su revelación y llamada, posee el poder de hacer que otras realidades como “esa morera” obedezcan y realicen actos extraordinarios. Tanto es así, que el autor sagrado de la Carta a los Hebreos remarca las extraordinarias hazañas de los hombres/mujeres de Dios en la historia de Israel: «estos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros» (Heb 11,33-34). En una palabra, como nos recuerda el profeta Habacuc en la primera lectura, «el justo por su fe vivirá» (Hab 2,4), aún en medio de situaciones de muerte.

Como es evidente, el ejemplo hiperbólico de Jesús no debe interpretarse a la letra. Parece servir para enfatizar un ideal inalcanzable, con el fin de poner en crisis (“sana”) a todo creyente: si aún no tienes una fe tal como para mover el árbol o la montaña, entonces reconoce que tu fe es débil y pide humildemente que aumente. En este sentido, la oración del padre de un niño epiléptico a Jesús es un modelo perfecto para todo creyente «Creo [Señor], pero ayuda mi falta de fe» (Mc 9,24).

2. Segunda lección: la humilde fidelidad en el cumplimiento de los deberes

Después de una breve enseñanza sobre la fe, Jesús ofrece una parábola que aparentemente cambia el tema. Habla de la actitud humilde que todo discípulo debe tener después de cumplir con los deberes que le han sido asignados: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10). En ello, se puede vislumbrar otra sugerencia para el crecimiento de la fe, que, en el sentido original hebreo y griego del término, también implica fidelidad. El cumplimiento fiel y humilde de los deberes que Dios confía a cada persona desempeña un papel importante en el camino de la fe. Ayuda a perseverar en la fe y a afrontar las distintas crisis de la vocación y de la vida cristiana.

Por otra parte, hay que recordar aquí la promesa del premio que el Señor ha anunciado para los siervos que sepan estar atentos mientras esperan el regreso de su amo: «Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo» (Lc 12,37). Esa vigilancia y disposición se da precisamente por la fe viva y la fidelidad en el cumplimiento de los deberes encomendados. Y el Señor, a diferencia de otros señores terrenales, seguramente apreciará y recompensará generosamente a sus fieles.

3. Tercera lección: dar testimonio y compartir la fe - la misión de la fe

La segunda lectura de la misa completa las otras lecciones sobre la fe de este domingo. San Pablo exhorta a Timoteo, su discípulo, a tener el valor de dar testimonio de la fe en Cristo en virtud del espíritu recibido, no de timidez, sino “de fortaleza, caridad y prudencia”: «no te avergüences del testimonio de nuestro Señor» (2Tm 1,8). Este dar testimonio del Señor es precisamente un compartir alegre y franco de la fe cristiana, y esto ciertamente ayuda a aumentar la fe de los que la comparten con otros.

De hecho, San Juan Pablo II subraya al principio de la Encíclica Redemptoris Missio: «La fe se fortalece dándola!» (n. 2). El Catecismo de la Iglesia, en cambio, explica detalladamente el carácter “misionero” de la fe cristiana: «La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros» (nr. 166).

Concluimos nuestra reflexión con una oración de San Francisco de Asís al inicio de su conversión, de modo que también celebramos su fiesta el 4 de octubre. Recemos junto al Patrón de Italia por el don de la “fe recta” que Dios dona, que ilumina los corazones y nos hace crecer siempre en su servicio:

Alto y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón.
Y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sensatez y conocimiento, Señor,
para que haga tu santo y veraz mandamiento.
Amén.

 

Sugerencias útiles:

Juan Pablo II, Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero, Redemptoris Missio

2. A los veinticinco años de la clausura del Concilio y de la publicación del Decreto sobre la actividad misionera Ad gentes y a los quince de la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del Papa Pablo VI, quiero invitar a la Iglesia a un renovado compromiso misionero, siguiendo al respecto el Magisterio de mis predecesores. El presente Documento se propone una finalidad interna: la renovación de la fe y de la vida cristiana. En efecto, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal.

Pero lo que más me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia. «Cristo Redentor - he escrito en mi primera Encíclica - revela plenamente el hombre al mismo hombre. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo... debe... acercarse a Cristo. La Redención llevada a cabo por medio de la cruz ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo».

Catecismo de la Iglesia Católica 

Creer solo en Dios

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).

Creer en el Espíritu Santo

152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: "Jesús es Señor" sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios [...] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.

176 La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.

177 "Creer" entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que la atestigua.

178 No debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

179 La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo.