Meditación Misionera para el XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Año C)
Santos Dionisio, obispo, y compañeros, mártires; San Juan Leonardi, presbítero
2Re 5,14-17;
Sal 97;
2Tm 2,8-13;
Lc 17,11-19
El Señor revela a las naciones su salvación
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO (Meditaciones de Pierre Diarra[1])
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?» Estas palabras de Jesús pueden parecer provocadoras. El extranjero se pone como ejemplo. De hecho, regresa sobre sus pasos para dar gracias a Jesús y glorificar a Dios. Jesús va más allá y le dice: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.» El forastero creyó que efectivamente estaba sanado y que era obra de Jesús, pero también obra de Dios. Para él, no hay duda de que Jesús tiene alguna relación especial con Dios, ya que es capaz de sanar. Y los demás que no son extranjeros, ¿por qué no regresaron sobre sus pasos? ¿Creen que tienen derecho a esta sanación por ser judíos? Dios, su salvador, se lo debe, ¿no? El hecho de que su sanación no sea completa, ¿se debe a que dudan? ¿Se debe a que quieren seguir su camino para mostrarse ante los sacerdotes, tal y como les pidió Jesús? Una vez que han encontrado a Jesús, ¿sigue siendo necesario acudir a los sacerdotes de la Alianza? Todas estas preguntas nos hacen reflexionar para preguntarnos de manera fundamental sobre la relación que debemos tener con el Señor Jesús. Si consideramos los dones, las bendiciones y las gracias que Dios nos da como algo que se nos debe, nos resultará difícil dar gracias al Señor. Nos costará reconocer su amor gratuito, la salvación ofrecida sin mérito alguno por nuestra parte, y no nos sentiremos impulsados a dar las gracias.
Se nos invita a dar gracias sin cesar. ¿No es este el significado primordial de la Eucaristía? Se nos invita a cantar con el salmista este himno al Señor, rey del universo y de la historia. Se trata de un «cántico nuevo» que significa, en lenguaje bíblico, un cántico perfecto, pleno y solemne, que debería ir acompañado de una pompa musical festiva: arpa, trompeta y trompa, pero quizá también de unas palmas e incluso de un aplauso cósmico. El mar, las montañas, la tierra y el mundo entero, especialmente los habitantes de la tierra, están invitados a cantar las maravillas de Dios, a bailar de alegría ante el Señor. Nuestra gratitud debería impulsarnos a dar las gracias con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, cantando, aplaudiendo, tocando instrumentos musicales, como si hubiéramos asociado toda la creación a nuestra acción de gracias.
«Nuestro Dios» está en el centro de la escena de aclamación y del canto festivo. Él, el Creador, obra la salvación en la historia y se lo espera para «juzgar», es decir, gobernar el mundo y los pueblos, para llevarles la paz y la justicia como buen soberano. Se evoca la historia de Israel con las imágenes de su «mano derecha» y «su brazo santísimo», que hacen referencia al Éxodo, la liberación de la esclavitud en Egipto, así como al desierto donde Dios no dejó morir de hambre a su pueblo. Dios también dio a su pueblo su Ley, normas para su conducta. Se recuerda la alianza con el pueblo elegido, con las dos grandes perfecciones divinas: el amor y la fidelidad. Estos signos de salvación son para todos los pueblos, para todas las naciones y para toda la tierra. Así, toda la humanidad e incluso toda la creación serán atraídas hacia el Dios salvador, el Dios-Amor anunciado en el Antiguo Testamento. Todos los seres humanos están invitados a abrirse a la palabra del Señor y a su obra salvadora. Todos están invitados a acoger la Palabra y más allá del propio Señor.
El gran baile de agradecimiento se convierte en una expresión de esperanza e incluso en una invocación: «¡Venga a nosotros tu reino!» Qué dicha supone participar en la instauración del Reino de Dios aquí en la tierra: ¡un reino de paz, justicia y serenidad que impregna toda la creación! Este salmo revela sin duda una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. Efectivamente, en el Evangelio la justicia de Dios se revela (Rom 1,17) y manifiesta (Rom 3,21), tal y como dice el apóstol Pablo a los romanos. Dios salva a su pueblo y todas las naciones de la tierra se asombran. En la perspectiva cristiana, Dios obra la salvación en Cristo y se invita a todas las personas a beneficiarse de esta salvación. Ya no está reservada al pueblo de la Alianza; la Nueva Alianza abre la salvación a todos. El Evangelio es el poder de Dios para la salvación de todo ser humano que se ha hecho creyente, ya sea judío o gentil (Rom 1,16). No solamente todas las naciones vieron la salvación de «nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la recibieron o, de diversas maneras, la salvación se ofrece a todos.
El «cántico nuevo» del salmo puede verse como una invitación a celebrar anticipadamente la nueva cristiana del Redentor crucificado. Qué alegría supone para los creyentes aclamar al Resucitado el día de Pascua, así como cada vez que se celebra el Misterio de nuestra salvación en la Eucaristía, en particular los domingos. Cristo sufrió la Pasión como hombre, pero salvó como Dios. Realizó milagros entre los judíos, purificó a los leprosos, alimentó a innumerables personas y, como otros profetas, resucitó a muertos. Pero, ¿por qué merece un cántico nuevo? Porque Dios murió para que las personas tuvieran la vida. Porque el Hijo de Dios fue crucificado para hacernos hijos adoptivos y llevarnos al Reino de los Cielos junto al Padre.
Si hemos muerto con Cristo, con Él viviremos. Si soportamos la prueba, con Él reinaremos. Si lo rechazamos, Él también nos rechazará, pero sigue ofreciendo su ternura y su perdón. Si nos falta fe, Él sigue siendo fiel a su palabra, pues no puede rechazarse a sí mismo. Es la expresión del amor más fuerte y relevante; no hay mayor amor que dar la vida por aquellos a quienes amamos. Sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15,12-15). La Salvación ofrecida sigue estando al alcance de todos. Se sigue ofreciendo el Espíritu Santo; de ahí la importancia de guardar en el corazón este mensaje de Pablo: ¡Recuerda a Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David! Que en el día de las pruebas y las persecuciones, la fe en el Crucificado resucitado nos dé la alegría de entonar, sin desfallecer, un cántico nuevo en honor del Dios-Amor. Él nos invita, en cualquier circunstancia, a ofrecer la salvación en Jesucristo a todos nuestros contemporáneos. ¡Somos «discípulos misioneros»!
Sugerencias útiles:
Papa Francisco, Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Jubileo Mariano, Homilía, Plaza de San Pedro, Domingo, 9 de octubre de 2016
El Evangelio de este domingo nos invita a reconocer con admiración y gratitud los dones de Dios. […] Qué importante es saber agradecer al Señor, saber alabarlo por todo lo que hace por nosotros. Y así, nos podemos preguntar: ¿Somos capaces de saber decir gracias? ¿Cuántas veces nos decimos gracias en familia, en la comunidad, en la Iglesia? ¿Cuántas veces damos gracias a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros, a quien nos acompaña en la vida? Con frecuencia damos todo por descontado. Y lo mismo hacemos también con Dios. Es fácil ir al Señor para pedirle algo, pero regresar a darle las gracias… Por eso Jesús remarca con fuerza la negligencia de los nueve leprosos desagradecidos: « ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» (Lc 17,17-18).
Papa Francisco, Santa Misa y Canonización de los Beatos: Juan Enrique Newman, Josefina Vannini, Maria Teresa Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes, Margarita Bays, Homilía, Plaza de San Pedro, Domingo, 13 de octubre de 2019
«Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Es el punto de llegada del evangelio de hoy, que nos muestra el camino de la fe. En este itinerario de fe vemos tres etapas, señaladas por los leprosos curados, que invocan, caminan y agradecen.
En primer lugar, invocar. Los leprosos […] no se dejan paralizar por las exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie. Es así como se acortan las distancias, como se vence la soledad: no encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo. […] La fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias. Invoquemos con confianza cada día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo: es rezar, decir “Jesús” es rezar. La oración es la puerta de la fe, la oración es la medicina del corazón.
La segunda palabra es caminar. […] Se curan al ir a Jerusalén, es decir, cuando afrontan un camino en subida. Somos purificados en el camino de la vida, un camino que a menudo es en subida, porque conduce hacia lo alto. La fe requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La fe aumenta con el don y crece con el riesgo. La fe avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios. […]
Hay otro aspecto interesante en el camino de los leprosos: avanzan juntos. «Iban» y «quedaron limpios», dice el evangelio (v. 14), siempre en plural: la fe es también caminar juntos, nunca solos. Pero, una vez curados, nueve se van y sólo uno vuelve a agradecer. Entonces Jesús expresa toda su amargura: «Los otros nueve, ¿dónde están?» (v. 17). Casi parece que pide cuenta de los otros nueve al único que regresó. Es verdad, es nuestra tarea —de nosotros que estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer—, es nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido el rumbo: todos nosotros somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a responder y preocuparnos por ellos. ¿Quieres crecer en la fe? Tú, que hoy estás aquí, ¿quieres crecer en la fe? Hazte cargo de un hermano alejado, de una hermana alejada.
Invocar, caminar y agradecer: es la última etapa. Sólo al que agradece Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado» (v. 19). No sólo está sano, sino también salvado. Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el encuentro con Jesús. […] Sólo Él libra del mal y sana el corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa. Cuando encontramos a Jesús, el “gracias” nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al Señor de la vida. Y esto es lo más importante de la vida: abrazar al Señor de la vida.
[1] Ofrecemos para este domingo la meditación del profesor Pierre Diarra de PUM Francia, aprovechando para agradecerle de nuevo este texto. Ha redactado, a petición nuestra, los comentarios litúrgicos de todos los días del mes misionero de octubre de 2022, enviados por correo electrónico a los directores nacionales de las OMP a principios de año para su uso en la animación misionera.