Lunes 16 Octubre 2023

18 octubre 2023

Santa Eduviges, Religiosa

Santa Margarita María Alacoque, Virgen

Rm 1,1-7;

Sal 97;

Lc 11,29-32

 

Cuando se camina por senderos en una montaña, por zonas inaccesibles; cuando la visibilidad se reduce debido al mal tiempo repentino, se hace imprescindible ser “fiel” a las señales colocadas a lo largo del camino, para no perder la orientación y acabar en situaciones de peligro. Hay situaciones en la vida que requieren, incluso “exigen”, la presencia de signos. Incluso en el plano de la fe, de la relación con Dios, ocurre algo parecido. Ante el peligro, cuando la calamidad nos golpea, cuando las situaciones críticas nos asustan, es espontáneo invocar la ayuda de Dios: ¡Señor ayúdame! Una respuesta positiva a esta invocación confirma y refuerza la fe en Dios, de lo contrario la relación con Dios queda herida y debilitada. ¿Por qué el Señor no me escuchó? ¿Cómo pudo permitir esto? Preguntas como estas aparecen después de pedir algo al Señor y que no ha respondido. Estas quejas se describen a menudo en la Biblia como una falta de fe en Dios. Más que de peticiones, habría que hablar de exigencias. Para entender la cuestión y tratar de resolverla, hay que encontrar la correspondencia entre lo que pedimos y lo que Dios nos ofrece. De hecho, estos planos están al mismo nivel.

Dios sabe lo que realmente necesitamos, mejor de lo que nosotros mismos podemos pedir. Toda gracia y don se nos da por medio de su Hijo Jesucristo, el enviado del Padre. A él dirigimos nuestra mirada, a él le pedimos toda gracia, y de él aprendemos la humildad y el servicio a ofrecer a nuestros hermanos cercanos y lejanos. Jesús es el signo que Dios nos ha dado, el más grande y cercano que podamos imaginar. ¿Qué pueblos tienen un Dios tan cercano como el nuestro?