Domingo 29 Octubre 2023

06 noviembre 2023

Ofrecemos para este domingo la breve meditación preparada por la Dirección Nacional en Polonia, que ha redactado, a petición nuestra, los comentarios litúrgicos de todos los días del mes misionero de octubre de 2023, enviados por correo electrónico a los directores nacionales de las OMP para su uso en la animación misionera. Aprovecho la ocasión para agradecerles de nuevo este texto (con mucho agradecimiento a los traductores). La PUM ha añadido sugerencias útiles.

 

XXX Semana del Tiempo Ordinario – Año A

Ex 22,20-26;
Sal 17;
1Ts 1,5-10;
Mt 22,34-40

Dios cuida de cada hombre y mujer. Se preocupa profundamente por todos y cada uno de nosotros. No hace daño a nadie y defiende especialmente a los más débiles y a los que carecen de algo: viudas, huérfanos, pobres, extranjeros. Ningún ser humano es indiferente para Dios. Sin embargo, es difícil creerlo cuando uno mira el mundo que nos rodea, con tanta guerra, sufrimiento, enfermedad y violencia. Algunos se preguntan: “¿Por qué Dios permite esto?”. Pero ¿es Dios quien lo permite o es el hombre quien se permite demasiado? No es culpa de Dios si los hombres no escuchan y no quieren vivir como Él pide. Dios nos ha dado los mandamientos para que podamos discernir y elegir lo que es bueno y lo que es malo para nosotros; lo que nos ayuda y lo que nos destruye. Pero durante siglos los hombres han puesto a Dios a prueba, haciendo lo que quieren, decidiendo por sí mismos cómo quieren vivir, y luego, cuando todo se desmorona y están realmente muy enfermos, piden ayuda a Dios. Es como si uno infringiera continuamente el código de circulación, condujera por el lado equivocado de la carretera y a una velocidad excesiva, pero luego culpara a los demás de tener un accidente.

San Pablo alaba a los tesalonicenses por haberse convertido. Comenzaron a obedecer al Dios vivo y verdadero, y a servirle. Gracias a esta actitud lograron cosas extraordinarias. Se convirtieron en misioneros, testigos de Dios y modelos para todos los creyentes de Macedonia, Acaya y otras partes del mundo. Esta es la verdadera evangelización. Así se cumple el deber bautismal de ser discípulos-misioneros. El cristianismo consiste en escuchar con un corazón sincero a Dios y sus mandamientos, una fe tan fuerte y profunda que no necesita decir nada de Cristo, contar nada, porque los demás, al mirarnos, ven en nosotros todo el Evangelio vivo y verdadero.

Escuchemos... Creamos... Intentemos ser testigos... Amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente... Amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos... En esto se contiene todo el Evangelio.

 

Sugerencias útiles:

Catecismo de la Iglesia Católica

2086 «El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: “Yo soy el Señor”» (Catecismo Romano, 3, 2, 4).

2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.

Benedicto XVI, Carta Encíclica a los Obispos a los presbíteros y diáconos a las personad consagradas y a todos los fieles laicos sobre el amor cristiano, Deus Caritas Est

Amor a Dios y amor al prójimo

16. […] Nadie ha visto a Dios jamás, ¿cómo podremos amarlo? Y además, el amor no se puede mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad. La Escritura parece respaldar la primera objeción cuando afirma: « Si alguno dice: ‘‘amo a Dios’’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve » (1 Jn 4, 20). Pero este texto en modo alguno excluye el amor a Dios, como si fuera un imposible; por el contrario, en todo el contexto de la Primera carta de Juan apenas citada, el amor a Dios es exigido explícitamente. Lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios.

[...]

18. De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. […]

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 25 de octubre de 2020

[…] En el Evangelio de hoy, una vez más, Jesús nos ayuda a ir a la fuente viva y que brota del Amor. Y tal fuente es Dios mismo, para ser amado totalmente en una comunión que nada ni nadie puede romper. Comunión que es un don para invocar cada día, pero también compromiso personal para que nuestra vida no se deje esclavizar por los ídolos del mundo. Y la verificación de nuestro camino de conversión y de santidad está siempre en el amor al prójimo. Esta es la verificación: si yo digo “amo a Dios” y no amo al prójimo, no va bien. La verificación de que yo amo a Dios es que amo al prójimo. Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos pide. Pero su divina misericordia no nos permite desanimarnos, es más nos llama a empezar de nuevo cada día para vivir coherentemente el Evangelio. […]