Martes 17 Octubre 2023
San Ignacio de Antioquía, Obispo y mártir
Rm 1,16-25;
Sal 18;
Lc 11,37-41
A menudo, en los Evangelios, encontramos descritos algunos encuentros entre Jesús y los fariseos, personas que aparentemente se mostraban irreprochables ante la Ley de Dios y sus mandamientos. De hecho, a los ojos del pueblo, los fariseos eran los que se mostraban perfectos en la observancia de la Ley, hasta el punto de que guardaban todos los mandamientos dados por Dios a Moisés incluso más escrupulosamente de lo que exigía la propia Ley. En todo esto, sin embargo, había un problema que Jesús señaló y denunció sin temor: la observancia externa de la ley. Toda la irreprochabilidad de los fariseos era, al final, una mera forma de vida exterior, para ser admirada y reverenciada por la gente que los veía como individuos sin mancha e incapaces de hacer el mal. No sólo eso, en virtud de esta aparente superioridad moral se sentían justificados para juzgar a los demás. Jesús no se anduvo con rodeos a la hora de desenmascarar a estos falsos adoradores de Dios. Una planta se reconoce por los frutos que da. También para nosotros hoy, este Evangelio nos advierte del riesgo de vivir como los fariseos, preocupándonos mucho por la apariencia de nuestra fe, tal como la observancia de algunas prácticas externas, pero sin tener a Dios en nuestro corazón. Que el Señor nos ayude a ser siempre personas sencillas que viven su fe en la caridad con el prójimo y en el amor sincero a Dios.