
Jueves 19 Octubre 2023
Santos Juan de Brébeuf e Isaac Jogues, presbíteros, y compañeros mártires
San Pablo de la Cruz, Sacerdote
Rm 3,21-30;
Sal 129;
Lc 11,47-54
«¡Ay de vosotros...!» Con estas duras palabras Jesús se dirige a los que de modo obstinado son un obstáculo y se encierran en su injusticia. Ya los profetas del Antiguo Testamento utilizaron palabras fuertes denunciando la infidelidad del pueblo elegido por abandonar al Señor. La palabra profética no es tanto una predicción de lo que sucederá en el futuro, como a veces pensamos, como si todo estuviera ya predestinado. Más bien, la palabra profética es la lectura que Dios hace juzgando las obras del hombre. «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón» (Heb 4,12). Esta palabra tiene el propósito de sacudir y llamar al arrepentimiento. Ante un peligro grave e inminente, la fuerte llamada del Señor suena como una campana de alarma que pretende advertirnos para que nos pongamos a salvo. Ante estas señales que envía el Señor, hay que estar atentos. Sacudirse para volver a empezar. De esta manera, incluso una palabra fuerte de denuncia y advertencia se convierte en una palabra de salvación ofrecida a todos, especialmente para aquellos que creen no necesitarla, pero sin la cual permanecerían encerrados en su propio egoísmo.